Entre Marley, Spinetta y el folclore, los santafesinos transforman el reggae y se expanden por América Latina
“Nuestra música exige una lectura que lleva su trabajo, no es algo que se pueda hacer rápidamente”, avisa Tavo Cortés, tecladista y cantante de Sig Ragga. A casi 20 años de su formación, la banda santafesina es hoy el exponente más personal y exótico del reggae nacional. Atravesando flashes folclóricos, gestos spinetteanos, letras en idiomas inventados y un permanente derrame hacia el rock progresivo, muestran además un componente visual gélido y surrealista: en vivo sus integrantes aparecen vestidos con sotanas o capas largas y sus caras pintadas de plateado. “Hacemos lo que nos gustaría ver a nosotros”, agrega Tavo. “Estamos siempre detrás de algo que nos sorprenda.”
Sig Ragga nació en 1997 entre las aulas del Comercial Domingo Silva, en Santa Fe. Tavo Cortés –hijo de un músico y una artista plástica– conoció al guitarrista Nicolás González cuando los dos tenían 13 años, y rápidamente empezaron a hacer música juntos después de clase. Al poco tiempo se sumaría Pepo Cortés, hermano de Tavo, en batería. “En ese momento escuchábamos mucho reggae y sobre todo a Bob Marley. Ese fue como un gran motorcito para juntarnos, fue una música que nos impactó y nos movilizó”, dice Tavo.
La historia de Sig Ragga tomó envión cuando el Chapa Blanco, tecladista de Los Pericos, se interesó en uno de sus demos y decidió grabarles el primer disco, homónimo, editado en 2009. Era la irrupción oficial de este embrión deforme y novedoso del género, en momentos en que el reggae experimentaba en Argentina su momento de mayor popularidad. “Siempre sentimos la necesidad de probar otras cosas e ir fusionándolas”, dice Tavo, que fue incorporando a su música la influencia de artistas nacionales como Pedro Aznar, Fito Páez, Charly García, el Negro Aguirre y Juan Falú. “Además, influenciados por el cine y las artes plásticas, nos inventamos un lugar desde donde tocar y pararnos en el escenario; un mundo que tiene que ver con lo fantástico pero sobre todo con el expresionismo, con la idea de la transformación y la deformación de la realidad para exponerla de otro modo.”
Hoy Sig Ragga sigue en expansión: mientras que en Argentina ya son un número fijo en festivales –tocaron en Cosquín Rock, el Ciudad Emergente y el Lollapallooza–, ya llegaron hasta Chile, Colombia y Costa Rica, donde su base de fans crece. “Es increíble lo que pasó afuera, es no sentirse tan solo”, dice Tavo. Con La promesa de Thamar, su tercer disco editado en septiembre de 2016 –sucesor de Aquelarre, de 2013, nominado a los Grammy Latinos por su canción “Pensando”-, el grupo amplía aún más el contorno inclasificable de su música, llevándola hacia un plano casi bíblico, donde los teclados de Tavo Cortés crean atmósferas tenues sobre canciones que hablan del amor, la angustia y la tristeza. “Sig Ragga siempre fue para nosotros un espacio de expresión, una excusa para hacer todo lo que se nos canta”, dice Tavo. “Y a esta altura eso siempre va a ser así.”
Juan Barberis
LA NACION