El nuevo álbum de David Gilmour, entre la finitud, el trabajo en familia y el infaltable toque floydeano
El músico volvió al estudio con nuevas canciones, escritas junto a su esposa, y publicó Luck and Strange, su quinta producción como solista
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“No me gusta prometer lo que no puedo cumplir”, entona David Gilmour en el estribillo de “Dark and Velvet Nights”, del álbum Luck and Strange, que acaba de estrenar. La frase podría reunir a una verdadera convención de fans de Pink Floyd, para debatir realmente a qué se refiere. Quizá sentencia una determinación concreta o polémica (o las dos cosas). Quizá sea solo una frase que apunta a un sentido más bien general; casi como una declaración de principios y nada más, o de falta de tiempo (¿por qué no?, si suena en la voz alguien que se acerca a los 80). En cualquier caso, no será poca cosa, por cierto.
Algunas veces, escudriñar en ciertas cuestiones musicales deriva en importantes hallazgos; otras, solo conviene dejarse llevar por lo que suena. Y disfrutar. Ya en el primer acorde de la guitarra y de su distorsión surge una especie de explosión genética donde toda la combinación de números tiene un sentido unívoco: David Gilmour y, por añadidura, Pink Floyd. Ese sentido orquestal que le da es el que, luego de aquel estribillo, trasfiere a la sección de cuerdas de una orquesta, de manera totalmente natural (si acaso el término natural puede ser adecuado para este procedimiento “cultural” que lleva más de medio siglo de evolución).
“No me gusta prometer lo que no puedo cumplir. No quiero lastimar este viejo corazón ni arruinar mi sueño”, dice ese viejo corazón de 78 años, que sigue con ganas de tocar y de grabar. Siempre en sus propios tiempos. Porque a pesar de que su carrera como músico es tan extensa, este es (apenas) su quinto disco como solista, desde que a finales de la década del setenta publicó un álbum que llevaba su nombre. Más tarde vinieron About Face (1984), On an Island (2006) y Rattle That Lock (2015) que fue su última producción hasta que ahora (nueve años después) se animó con Luck and Strange. Y más allá de su colaboración con The Orb y del relanzamiento que la “banda” y el músico hicieron el último año, con IA mediante.
Aquí, hay canciones, se podría decir producidas con inteligencia y sin artificialidad. De algún modo, puede considerarse un disco pospandémico, ya que durante el encierro Gilmour y su esposa, la escritora Polly Samson, comenzaron a trabajar en la presentación del nuevo proyecto de ella. Sin embargo, la cuarenta modificó un poco los planes. Llevaron esos proyectos al terreno virtual y, por otro lado, comenzaron a ensamblar música y palabras que cada uno venía trabajando por su lado. Así fue que, en una segunda etapa, empezó a tomar forma este disco, donde la mayoría de las canciones están escritas a dúo. Además, como muchas veces pasa en las carreras de músicos con extensas trayectorias, hijas e hijos comienzan a colaborar con sus producciones. En algunos casos, aportando simplemente un coro, en otros, como es el del cover que Gilmour eligió para este álbum (”Between Two Points”) con una participación mucho más preponderante. Su hija veinteañera, Romany, pone la voz principal y el arpa en la canción. También aparecerá un registro que hizo en 2007, con su viejo compañero de ruta, Richard Wright, durante una zapada en casa de Gilmour; fue un año antes de la muerte del tecladista.
Gilmour, además, se asoció a un productor joven, Charlie Andrew, que, según las propias palabras del guitarrista, no tuvo demasiado respeto por su pasado y eso le gustó. De algún modo, sobre esos dos elementos se balancea Luck and Strange. Por esa necesidad de refrescarse, a casi una década de su último álbum de estudio, con miradas jóvenes. Y por cierta idea de finitud que atraviesa el álbum gracias a la pluma de Samson, y de ciertos gestos que para algunos podría sonar anacrónico y, para otros, simplemente clásicos. Por ejemplo, algo tan simple como un solo de guitarra. De hecho, difícilmente escuchemos solos de guitarra en el trabajo de artistas de menos de 30 años, excepto aquellos que se dediquen al revival, desde géneros musicales que ya tienen décadas sobre esta tierra. Al mismo tiempo, cabe preguntarse si valdría la pena un álbum de Gilmour sin solos de guitarra.
Veamos algunos detalles de las canciones. En esta dupla compositiva (Gilmour/Samson) hay prédica: “El camino al infierno está pavimentado de oro, te lo dirán. Todas las cosas que no necesitas, te las venderán. Tu conciencia descontrolada y belleza para contemplar. La promesa de la eterna juventud, el botín de la fama, una actitud carpe diem”, dice en “The Piper’s Call”. Hay añoranzas y resignaciones. “Sí, tengo fantasmas, una visión fugaz. Siempre son los vivos los que atormentan mis noches ¿Dónde está la dulce alma que solías ser? Se fue como un cardo arrastrado por la brisa”, comparte, otra vez, junto a su hija Romany, en la bella pieza acústica y de aires célticos “Yes, I Have Ghosts”.
Hay más, por supuesto. “Vita Brevis” (del latin “vida breve”) es, justamente, la pieza más corta. Es instrumental y, acaso, un guiño a otras señales que en esta obra tienen que ver con el paso del tiempo. “A Single Spark” es ese gesto tan inglés de construir paredes sonoras, desde la década del sesenta en adelante. “Sings” es la balada setentona. “Luck and Strange”, el tema que da título al disco, es una larga expresión de casi siete minutos, bluseada, que hace equilibrio apenas sobre dos acordes vecinos. El resto es puro clima, eso que Gilmour sabe manejar con tanta delicadeza. Hacia el final aparecen las teclas de su finado amigo Wright. De hecho, en la versión digital está, a modo de bonus, la zapada de David y Richard, registrada en el “granero” del guitarrista, que dio pie a esta canción. “Scattered” es la guitarra del protagonista en su más viva expresión. No sería un disco de Gilmour si no fuera así.
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