El músico que nos dio la palabra
En el desierto de ausencia en el que nos ha dejado en estos días el Flaco, privados desde ahora de nuevas canciones suyas, sintiendo más difícil que nunca hacer real aquel "mañana es mejor", algo sostuvo a muchos en el dolor: el recuerdo precioso de aquella noche en Vélez, el 4 de diciembre de 2009, cuando, sin saberlo pero quizás intuyéndolo, Spinetta encontró la forma de recapitular su inmensa carrera y devolverla hecha pura belleza.
Como en el "Poema conjetural" de Borges, ahora vemos que esa noche terminó de alguna forma de cerrar un círculo, dibujó la "perfecta forma" de cuarenta años de música y arte que ahora vemos desde este hoy. En ese extenso show en el que el tiempo pareció suspenderse y varios, muchos, vieron caer estrellas fugaces que completaban la magia y la belleza, Spinetta convocó, bajo el título de las Bandas Eternas, a los músicos de sus distintos grupos (Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade, los Socios del Desierto) y abrazó con el mejor brazo, el musical, a otros compañeros de ruta como Gustavo Cerati, Charly García, Fito Páez y Juanse.
Ese recorrido por la historia bajo la marca spinetteana sirvió también para recordar todo aquello que Spinetta nos dejó. Porque su legado no se limita a las canciones que sabemos y seguiremos repitiendo: a su tremenda estatura musical sumó una apuesta inclaudicable por la poesía, por el amor y el respeto a la palabra.
Ya en los años del origen del rock local mientras Manal y Moris cultivaban una lírica más urbana y tanguera, Spinetta puso el surrealismo y la psicodelia al servicio del rock, convirtió a la poesía en canción e iluminó con metáforas e imágenes la manera de ver el mundo de entonces y que marcaría a generaciones por venir. Cantó que éramos nosotros nuestra muralla y que "si no te saltas nunca darás un solo paso", rockeó y aulló que "la memoria me resulta complicada", burló a la nostalgia con sus imperativos de futuros mejores, le puso palabras al tiempo con aquellas horas que "bajan" mientras "la noche se nubla sin fin", reveló la magia de las calles porteñas con aquel "mirá qué gusto da ver el rayo justo donde empieza la avenida" y, con "Por", inventó un dispositivo perfecto para generar nuevos sentidos.
Pero además, en sus discos, tiró pistas de las lecturas e intereses en los que andaba, como quien abre nuevas ventanas. Así, señaló lo imprescindible de leer a Antonin Artaud, nombrando un disco en su homenaje, tiró las esotéricas pistas orientales de El secreto de la flor de oro en Durazno sangrando, adoptó en canciones y títulos las enseñanzas del chamán que enseñó a Carlos Castaneda, se puso serio con la lectura de Michel Foucault y nos recordó que la realidad nunca era una sola con las imágenes de Escher.
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