El Mozarteum abre su temporada con el pianista Stefan Stroissnig y la Orquesta de Cámara de Viena
“Para tocar Mozart hay que ser un equilibrista”, comenta el destacado solista y profesor en diálogo con LA NACIÓN
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Marco Aurelio inició el Libro I de sus Meditaciones con una enumeración prolija de lo que había recibido de abuelos, hermanos y dioses, de las deudas contraídas para llegar a ser quien era. El emperador escribió esas meditaciones en Vindobona, que es como se conocía en el siglo II al lugar que sería después Viena, capital de otro imperio, y acaso su gratitud habría debido incluir también ese lugar. El pianista Stefan Stroissnig nació en Viena y su enumeración tendría que empezar por la ciudad, y ni siquiera por la ciudad, sino por la tradición musical que la ciudad hizo posible y, raramente, la tradición que hizo de esa ciudad lo que esa ciudad llegó a ser. Stroissnig lo dice sin rodeos: “Viena fue, es y será siempre una de las ciudades musicales más importantes. Sin embargo, el papel de Viena cambió notablemente. Si bien la ciudad solía ser un terreno fértil para cosas nuevas, ahora se piensa más bien en preservar la tradición y el patrimonio musical, que para mí es también de suma importancia. Cuando voy a dar clase en la Universidad de Viena, paso en el camino por los lugares de trabajo de Mozart, Beethoven, Schubert y Salieri. Para un músico, tener esto a manos todos los días es algo que parece de otro mundo”.
No asombra que en el inicio de la temporada del Mozarteum Argentino, este lunes, Stroissnig toque con la Orquesta de Cámara de Viena, dirigida por Simone Menezes; tampoco que la pieza en la que será solista sea el Concierto n° 9, en mi bemol mayor KV. 271, “Jeunehomme”, de Mozart, en un programa mozartiano de punta a punta que se completa con la Serenata “Eine kleine Nachtmusik” y con la Sinfonía n.º 29 en la mayor, KV 201.
-En su libro sobre el estilo clásico, el pianista Charles Rosen se preguntaba sobre el Concierto n° 9, de Mozart, si había en él excentricidad o comedimiento clásico, libertades o corrección. Decía además que Mozart se impuso solamente las restricciones de las normas que él mismo establecía y formulaba de manera nueva para cada pieza. En este concierto, y más en general en la música de Mozart, ¿tiene el ejecutante que acentuar lo nuevo o dejar que lo nuevo se imponga por sí mismo?
-Gran parte de la música de Mozart tuvo una novedad absoluta y sigue siendo sorprendente todavía hoy. Pero ahora escuchamos y tocamos esa música con oídos que conocen ya las sinfonías de Beethoven, de Brahms, de Mahler. Desde esta perspectiva, se destacan todavía más nítidamente el enfoque musical y la atemporalidad de este concierto. Por un lado, está la hondura sentimental del segundo movimiento, hasta ahora insuperada; y lo mismo el minuet en el medio del virtuoso movimiento final, que se oye como un oasis romántico y cargado de futuro, y que además está escrito en la bemol mayor, una tonalidad que Mozart, a diferencia de Schubert, rara vez usa. Estos momentos son particularmente importantes en una ejecución, pero no por la novedad, sino por su belleza y su significado intemporales.
-Pero esos momentos no son aislados, y pasa que muchos pianistas dicen que prefieren no tocar Mozart. ¿Cuál es para usted la mayor dificultad de su música?
-La música de Mozart pide, por un lado, una liviandad especial, que no puede caer jamás en la irrelevancia y, por el otro, un peso y una expresión singular que no se vuelva ni torpe ni sensiblera. Para decirlo sin vueltas: hay que ser todo el tiempo un equilibrista. Después de muchos años de dar clases, entendí por fin que hay dos compositores cuya música es muy difícil transmitir, a menos que se la lleve en la sangre: Mozart y Schubert.
-Se diría que, por la atención que le dedicó, usted lleva también en la sangre a Schubert. ¿Pero son consanguíneos a su vez Mozart y Schubert?
-Igual que en Mozart, existe en Schubert esa constante coexistencia y yuxtaposición de aparente liviandad y de hondura del sentimiento. Mientras que Beethoven siguió de manera genial el camino de la espiritualización y la máxima elaboración del material musical, Schubert, aun a pesar de una armonía más moderna, persistió leal a una sencillez que logra que la música nos hable sin mediaciones. Para mí, Schubert es la conexión más directa entre el clasicismo y el romanticismo.
-Para usted mismo, en su repertorio, el clasicismo es una patria chica, de la que sale a veces a tomar otros aires
-El clasicismo vienés fue desde ya algo así como el centro de gravedad de mi formación en la Universidad de Música de Viena, pero estaba a la vez integrado en un repertorio más amplio. Hubo otros compositores que resultaron cruciales para mí en esa época: Schubert, Schumann, Brahms, o incluso Scriabin. Tuvo también una importancia enorme la Segunda Escuela de Viena. El estudio de las piezas de Alban Berg, Arnold Schönberg y Anton Webern me ayudó muchísimo a conocer mejor la música actual y tocarla con mayor sensibilidad.
Orquesta de Cámara de Viena, con dirección de Simone Menezes, y Stefan Stroissnig (piano) como solista. El programa comprende la Serenata n.º 13 en Sol mayor, K. 525 “Eine kleine Nachtmusik”, el Concierto n° 9, en mi bemol mayor KV. 271, “Jeunehomme”, y la Sinfonía n.º 29 en La mayor, K. 201, de Mozart. Lunes 20, a las 20, en el Teatro Colón
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