La primera vez que me encontré con Kurt Cobain y Courtney Love , la pareja más famosa del rock de los 90 caminaba por el pasillo de un hotel de Nueva York. Venían hacia mí como cualquier matrimonio, tomados del brazo.
Era el verano de 1993. Un par de noches después, el 23 de julio, Nirvana tocó su primer concierto en Nueva York en más de dos años, en el Roseland Ballroom. En el show, que reseñé para Melody Maker, Nirvana tocó material de In Utero –a editarse en ocho semanas– e introdujo un set acústico con la chelista Lori Goldston. En noviembre, la banda daría un show completo así en una sesión histórica y subyugante para la serie Unplugged de MTV.
Volviendo al hotel, Cobain estaba ahí por una fiesta en honor a los Melvins, sus ídolos de punk-metal que lanzaban su primer álbum para un sello grande, Houdini. Cobain figuraba como coproductor, aun cuando su trabajo en el disco es materia de debate. En 2009, el guitarrista y cantante Buzz Osborne dijo que Cobain no estaba "en condiciones de producir nada".
Esa noche, con 26 años, Cobain parecía más desgastado que fuera de sí, y un poco cauteloso cuando Love lo empujó gentilmente hacia mí. Yo nunca había visto a Love. Pero como lectora ávida de la prensa de rock, ella me conocía. Y cuando nos presentó, Cobain respondió al entusiasmo de ella con un apretón de manos afirmativo. Intercambiamos un par de chistes, le deseé suerte para el show de Roseland y cada uno siguió su camino. No fue hasta mucho después que yo –y casi todo el mundo que asistió a ese concierto– supe que Cobain casi no llega al show. Ese día sufrió una sobredosis de heroína, y sobrevivió luego de que su esposa le inyectara naloxona, un fármaco que bloquea los efectos de los opiáceos. Love nunca llamó una ambulancia, asegurándose de que no quedara registro hospitalario o policial del hecho. Cuando Nirvana salió a escena, fue como si nunca hubiera ocurrido.
La imagen de Cobain y Love que ilustra la tapa de esta edición –disparada por Michael Lavine en Nueva York, en enero de 1992– es cariñosa y juguetona: él mira a cámara maliciosamente mientras Love le planta un beso romántico en la mejilla. Pero ese momento captura a la pareja frente a una serie de encrucijadas fatídicas de su vida personal y de sus respectivas carreras musicales. Nirvana estaba en la ciudad para tocar en Saturday Night Live en la misma semana que Nevermind se convirtió en Número Uno. Un mes más tarde, el 11 de febrero, vi a Hole en el Whisky A Go Go de Los Ángeles, una performance tan tórrida y cautivante que me llevó a describir a Love como "un agujero negro de carisma". Dos semanas después de eso, ella y Cobain –que se habían conocido en octubre de 1991 en un show de Nirvana en un club de Chicago– se casaron en una ceremonia en la playa de Waikiki, Hawái. Love ya estaba embarazada de Frances Bean, que nacería en agosto.
"Enseguida había gente que se refería a ella como ‘Yoko’", escribió el comanager de Nirvana Danny Goldberg en Serving the Servant: Remembering Kurt Cobain, apuntando que el apodo pretendía ser insultante. En verdad, como contó el periodista Everett True, Cobain y Love "siempre se llamaban a sí mismos John y Yoko", y no en broma.
"En un grupo de gente que lidiaba con sus problemas por una fama imprevista", dijo Goldberg sobre Nirvana, "Courtney le agregó una personalidad incendiaria", que Cobain utilizaba: "Kurt amaba lo frontal que era Courtney. Ella decía en voz alta las cosas que él pensaba en silencio".
La presentación de Love en la fiesta de los Melvins derivó en un importante, aunque ambiguo, punto de referencia en la vida de Cobain y la mía: su última gran entrevista impresa. Producida en octubre de 1993 y publicada en Rolling Stone en enero de 1994 bajo el título "Success Doesn’t Suck" (El éxito no apesta), esa conversación es conocida por su respuesta a mi pregunta sobre su imagen de persona colérica y solitaria, una estrella de rock que preferiría estar en otra parte, ser otro. "Soy un tipo mucho más feliz de lo que la mayoría piensa", dijo Cobain para la posteridad, seis meses antes de quitarse la vida a los 27.
"Probablemente lo era, en ese momento", dijo Love cuando hablamos poco después de la muerte, para su propia tapa de RS durante una gira de Hole. Cobain fue específico sobre las dos razones de su afirmación: "Mi familia, mi hija", dijo. Volví a eso durante nuestra charla, citando un verso de su canción "Serve the Servants", que refiere a su infancia y la crianza en una familia destrozada por el divorcio: "I tried hard to have a father/ But instead I had a dad" (Intenté con todas mis fuerzas tener un padre/Pero en su lugar tuve un papá).
"No me preocupa para nada", respondió Cobain cuando le pregunté si temía cometer los mismos errores como padre, en su vida turbulenta. "Sé que soy capaz de mostrar mucho más afecto que mi papá. Aun si Courtney y yo nos divorciáramos, nunca nos permitiría mostrar mala onda entre nosotros frente a ella."
"No creo que Courtney y yo estemos tan jodidos", siguió, levantando el tono de voz. "Nos faltó amor toda la vida" –Love también venía de un hogar roto– "y lo necesitamos tanto que, si tenemos alguna meta, es darle a Frances tanto amor como podamos, y todo el apoyo que podamos. Es lo único que sé que no va a salir mal."
Frances acusó el golpe del torbellino de pasión y urgencia que le dio vida –y que le costó un padre cuando solo tenía 20 meses– al ver Montage of Heck, el documental de Brett Morgen de 2015 sobre la vida de Cobain. "Lo que más me sorprendió fue ver la historia de amor de mis padres", dijo Frances, por entonces de 22 años y productora ejecutiva del film, cuando hablamos ese año para su primera tapa de Rolling Stone; la primera entrevista grande de su vida.
"Fue como dos amigos que se enamoran, no me esperaba eso", continuó. "Siempre supe que su relación era tóxica", en referencia al consumo de drogas duras. "No promuevo tener un bebé para arreglar las cosas, que fue la razón por la que me tuvieron: arreglar sus problemas. Pero sé, por los videos y las cartas que me escribió Kurt, las interpretaciones de mi mamá y las experiencias de mi abuela, que mi papá sí me amaba."
Hay algo que sigue siendo imposible de reconciliar en la imagen capturada por Lavine aquel día de 1992: una mitad de esa unión se fue hace 25 años. "Antes podía hablarle más a Kurt, donde sea que esté", me dijo Love en 1994. "Sentía que estar de luto era egoísta porque lo haría sentir culpable. Y que lo mejor era rezar por él y mostrarle alegría, que sintiera la vibración de la alegría. Pero ahora sé que él se ha disipado, que se fue. No queda nada, ni siquiera para hablarle."
Cuando le pregunté por su estado de ánimo en esa gira de Hole, Love confesó: "Cuando hay dos luces azules delante, simbolizan para mí los ojos de Kurt. La energía llega. Donde sea que esté, lo que quede de él –parte de una divinidad sin ego, lo que sea–, sé que su energía está concentrada en Frances y en mí. Y también en la causa y el efecto que tuvo él en este mundo".
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