El enigma de “El pibe de los astilleros”, de Los Redondos: ¿el Indio Solari habla de Monzón?
El clásico de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota tiene ya 30 años; pertenece al disco La mosca y la sopa y esconde una serie de interpretaciones y enigmas que el Indio Solari nunca se encargó de disipar
- 12 minutos de lectura'
Hace 30 años, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota editaba La mosca y la sopa, su quinto álbum, con el que el grupo empezaría a sonar en radios de fórmula, en canales de aire y en boliches por fuera de cierta estética rockera. A cuesta de hits como “Mi perro dinamita”, “Un poco de amor francés” y, en menor medida, “Tarea Fina” trascendieron las fronteras de un ghetto que se hacía cada vez más grande, y llegaban, también, en forma de cortina a algunos programas de televisión.
La liturgia ricotera indica que todas y cada una de las canciones del grupo son clásicas. Pero más allá de los hits que trascendieron al mainstream, La mosca y la sopa ostenta uno de los temas más poderosos de todo el repertorio de los Redondos: “El pibe de los astilleros”. Tal es así que era uno de los temas favoritos del grupo para iniciar sus conciertos.
“Es uno de los himnos de los recitales, sin lugar a dudas”, dice el médico y escritor Javier Gallo, testigo de las misas ricoteras desde su adolescencia, a principios de los años 90. “Es un tema que arranca con una potencia de locos, con la arenga de los cantitos de cancha, provoca un pogo tremendo y tiene la tensión cuando en un momento baja y, después, explota. Tiene todo el condimento perfecto para romper el hielo, para arrancar la locura ricotera. Es ideal para los bailes del Indio. Tiene todo para ser uno de los temas icónicos de los Redondos. Tiene todo.”
El empresario y periodista partidario de Argentinos Jrs. Ariel Melnik, fiel seguidor del grupo desde fines de los 80, también pondera las virtudes de esa canción: “Como todo lo que rodea al mito de los Redondos, es muy difícil abstraer a un tema como ‘El pibe de los astilleros’ como algo individual”, explica. “A mí me remonta a toda la procesión desde que salía de mi casa hasta que llegaba y lograba entrar a la misa. Es uno de los temas más power que tenían. Tal vez el más usado para arrancar. Sonaba atronador. Se escuchaba el «Holaaa» del Indio, que salía último al escenario y el riff de la guitarra de Skay. Era el inicio de una noche inolvidable”.
El psicoanalista y Doctor en Filosofía Luciano Lutereau tenía 12 años cuando escuchó “El pibe de los Astilleros” por primera vez. “Era el tema más convocante, sobre todo porque es un tema con mucha épica, independientemente de que a esa edad no entendíamos un carajo de qué trataba la canción. Y creo que todavía seguimos sin entender de qué se trata”. En su ensayo A ultranza (Los Redondos, AC, 1992), el escritor Luis Chitarroni explicaba: “Me gustan las letras de los Redondos porque «parecen» decir otra cosa en un clima de credulidad emocional que se obstina en hacernos sentir y pensar lo mismo porque tenemos («o parecemos tener») las mismas limitaciones de lenguaje. No es difícil: la manipulación de nuestras sensaciones y estados de ánimo -practicada con alevosía o sin ella por embajadores de la espontaneidad y la sinceridad- ha producido una «sensación general» que, pretendiendo difundir una experiencia conjunta, multiplica la insipidez y la anonimia. (...) El tipo de experiencia que revelan las canciones del Indio y los Redondos no puede sino esquematizarse de modo grosero. La emoción y el estado de ánimo de los jóvenes y no tan jóvenes en una situación que tiene elementos de fiesta, de potlach y de acto criminal. Para transmitir esa energía, el léxico tiene que estar a la altura de las circunstancias”.
El giro poético
Es un lugar común, es cierto. Pero es, también, una verdad insoslayable. Una de las claves de la fascinación que provocan las letras del Indio Solari es el enigma, la multiplicidad de lecturas que resisten. Ese es parte del embrujo ricotero.
“A mi no me resulta fácil hablar de las canciones; no creo que uno elija esta forma de escribir para después dar un folleto explicativo”, declaró el Indio a la revista Rolling Stone en 2002. “Lo que uno hace es generar pequeñas pistas en un recorrido que va a hacer el que lo escuche. Cada estrofa tiene como un par de mojones donde una historia posible se desarrolla, pero una vez que se publica y la gente lo consume, elucubra y piensa a partir de eso los motivos por los cuales uno generó algo. Prácticamente dejan de tener poder”.
En el caso de “El pibe de los astilleros”, la resonancia es también múltiple. “Es como una mezcla de historias, basadas en algunas ocasiones de la vida real”, aventura Melnik.”Es algo muy del Indio, agarrar fragmentos de una vida real y armar sobre eso una historia idílica. Yo lo emparenté mucho, en su momento, con la historia de Carlos Monzón. Daba una relación así. Lo de «la linda damita de Concordia», esas cosas. «La pasta de campeón». El cierre con «esos tipos que soplan con el viento a su rebaño y su temor». Me parece que son como mezclas de situaciones reales. No necesariamente de gente conocida, ni de él. Y su pluma, que redondea todo, es la que termina de conectarlas. Me parece que va por ahí”.
La asociación con la vida del excampeón del mundo de boxeo Carlos Monzón fue una de las interpretaciones que tuvo la canción. Incluso hay varios clips caseros, con montajes con imágenes de sus peleas y de sus películas, disponibles en YouTube. Lutereau fue uno de los que también hizo esa asociación, en algún momento de su adolescencia. “Era un tema que decía algo en distintos niveles. En relación a Monzón, se pueden fechar distintos aspectos de la letra remitiendo a esa vida trágica. Pero también han relacionado esa letra con la vida de Skay. E, incluso, alguna vez escuché alguna versión que planteaba una lectura en términos de El Astillero, la novela del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Esa es la que parece menos probable.”
Lutereau, admirador de la pluma de Solari, destaca ese carácter ambiguo: “Lo interesante es que no sé si hay otra canción que pueda ser interpretada con dos referentes tan distintos. O sea, que para una letra pueda caber la interpretación de que el «protagonista», por decirlo así, puede que sea Monzón o puede que sea Skay. Eso habla de un giro poético, que creo que es es de las cosas que en principio más nos impactó entre quienes empe
zamos a escucharlos en ese entonces”.
Lutereau traza un recorte generacional. “Creo que hay una diferencia entre los que escuchaban de antes al grupo, el público más grande. Me parece que había un código compartido, por ejemplo, en el público de la época de Oktubre, distinto a los que llegamos después. Quiero decir, yo empecé a escuchar a los Redondos en la época de su «popularización», que coincidió también con el inicio de mi adolescencia. Entonces, yo creo que ahí surge una situación muy específica que es la de los jóvenes tratando de descifrar de qué hablan las canciones de los Redondos. Y ‘El pibe de los astilleros’ es un buen ejemplo de eso. Canciones que se escuchan pensando de qué tratan.”
De la canción a la pared
Más allá de esa narrativa enigmática, la letra de “El pibe de los astilleros” incluye, también, frases con la clásica impronta de Solari que resuenan en el imaginario ricotero y se replican en paredes, banderas y conversaciones. Llamativamente, es una canción sin estribillo, donde el coro pasa a ocupar ese lugar. Y acaso sea por eso que esas sentencias quedan marcadas a fuego en la memoria y, a veces, en la piel.
Dice Melnik: “Es una de esas letras solarianas que parece que te la hubieran sacado de tu cuerpo porque vos no las supiste expresar. Sobre todo, cuando dice ‘las minitas aman los payasos, y la pasta de campeón’. Me parece una genialidad. Una más de un poeta sublime”.
Lutereau destaca ese aspecto: “Hay una apuesta fuertísima a la frase. Independientemente de que haya un dejo narrativo, hay frases que valen por sí mismas. No hay ninguna frase de esas que por ahí encontramos en otros músicos, que quizás completaron con algún firulete porque lo más importante de su canción es la melodía. Bueno, acá no. Acá cada una de las frases son milimétricas. De ahí se desprenden algunas que son paradigmáticas. Por ejemplo: ‘Alquiló una rana rubia, tibia y haragana’ es una imagen muy potente para presentar, digamos, el modo que se consolida una relación. Luego, una alusión indirecta: ‘La ceniza no caía desde su cigarro’, como una forma velada de hablar de la marihuana. Pero creo que hay dos que se popularizaron. Una es: ‘El maldito amor qué tanto miedo da’. Y la otra: ‘Ciertos Reyes no viajan en camellos’. Y, por supuesto: ‘Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón’. No voy a hacer una interpretación psicoanalítica pero es una letra muy cercana y que resuena mucho con lo que hoy es la discusión de la virilidad”.
El autor de El fin de la masculinidad abre así un nuevo camino interpretativo sobre la letrística de Solari: “Mucho antes de estar hablando de deconstrucción, de nuevas masculinidades y todo lo demás, es una letra que presenta la posición de un tipo con una épica que realmente resulta siendo más bien trágica. Mucho antes de que estos temas se plantean en la agenda pública, aparece está posibilidad de pensar a alguien atrapado en ese tipo de formato. En definitiva, en el mismo disco, en ‘Tarea fina’, el Indio dice: ‘Sobrio no te puedo ni hablar, estoy perdido sin mi estupidez’, que es otra forma de situar cierto movimiento en relación a este modelo viril clásico que hoy en día se cuestiona tanto”.
Una épica musical
El tono marcial de la melodía que toca Skay Beilinson en su guitarra se corresponde, al menos, con otras dos canciones publicadas unos años antes. Por un lado, “Crua Chan”, en la que Sumo emulaba una marcha de aires celtas. Por el otro, una de los propios Redonditos, “Nuestro amo juega al esclavo”.
El tecladista, cantante, compositor y profesor Darío Jalfin, en su rol de Dr. Música, asiente: “Es una canción épica por donde se la mire. El carácter marcial está dado por el ritmo, como si fuera una cabalgata, que se corresponde tanto con las marchas militares como con el ‘Bolero’ de Ravel. Yo creo que en el rock se tomó mucho (también de la tradición de la música académica) de utilizar estas marchas militares y construir himnos. Por ejemplo, Emerson, Lake and Palmer haciendo ‘Fanfarria para el hombre común’ de Aaron Copland o interpretando la ‘Danza de los Caballeros’ de Romeo y Julieta, de Prokofiev. El rock ya se había apropiado de está tradición de himnos de fanfarrias. Es una música que tiene un carácter rítmico impactante, muy pregnante y después porque las melodías están construidas sobre la escala pentatónica, como en este caso, o tocando como una fanfarria las notas de un acorde desordenadamente, como en ‘De buen humor’, de Glenn Miller”.
Hay cierta conexión con la música ancestral. “Cuando lo rítmico es preponderante, se transforma en algo muy fuerte y muy pregnante”, sostiene Jalfin. “Y los Redondos apelan mucho a construir esa épica, a esta historia imaginaria, a trasladarnos como a otros tiempos. De hecho, la letra también lo trae un poco a colación porque dice ‘el más bello fuselaje que jamás lustró'. O sea, trae una imagen militar. Y así como en el rock argentino tenemos la histórica frase ‘guardaba todos mis sueños en castillos de cristal’ o hay siempre esa imaginación de la caballería, de la Edad Media, de los reyes (‘El rey lloró’, de Litto Nebbia). Bueno, en este caso dice ‘Tuvo un palacete por un par de días’. O sea, hay toda una unidad de construcción para trasladarnos musicalmente y con la letra a otros tiempos, a otras culturas, a otras tradiciones, a otros momentos de la humanidad”.
La épica también se construye desde la ralentización de la canción. Como recordaba el Dr. Gallo, los Redondos usan el cambio de ritmo para cambiar el clima de la canción, para recrear (en términos de Jorge Serrano, de Los Auténticos Decadentes) esa calma que antecede al huracán. “En la jerga musical le decimos ‘ir a la mitad’”, explica Jalfin. “Bajar el beat de la canción y volver a la subdivisión original -que sería volver a caminar al doble de velocidad- es un recurso que utilizan también en ‘Un poco de amor francés’, la canción que está incluida en ese mismo disco”.
La voz del autor
Los distintos niveles de lectura de una canción como “El pibe de los astilleros” permiten una multiplicidad de elucubraciones, como hemos visto, en cuanto a su temática.
Usualmente reacio a explicar sus letras, el Indio Solari repasó en Recuerdos que mienten un poco (Editorial Sudamericana, 2019), su libro de memorias en colaboración con el escritor Marcelo Figueras, prácticamente todo su repertorio. En relación a la que nos convoca, expresó: “Era una pintura imaginaria, a partir de las anécdotas que me contaba un amigo. Su padre había sido marino mercante y lo habían nombrado jefe de puerto. El viejo quería meterlo en el laburo pero no duró mucho, como ninguno de los atorrantes que yo frecuentaba. Me acuerdo del día que se apareció con una caja llena de pedales Vox, que repartió entre los amigos. A partir del título hice la historia, apareció el personaje. Que por supuesto estaba sopre, de movida.”