El "enfant terrible" que enamoró a Brigitte Bardot y escandalizó a Francia
Hace unos días, en una entrevista con LA NACION, Diego Peretti contaba que cuando le llegó la oferta para protagonizar Iniciales S.G., película estrenada esta semana en la Argentina, nunca había escuchado ni siquiera el nombre de Serge Gainsbourg. La historia le exigió ponerse al día, y obviamente quedó fascinado por un personaje cuyo magnetismo es indiscutible. Gainsbourg fue, ante todo, eso: un personaje. Tuvo una vida que, vista en perspectiva, parece la obra virtuosa de un gran guionista. Y una despedida acorde a su legado: hasta el presidente de Francia, François Mitterrand, se acercó a su funeral, en 1991. Fue un artista desafiante e incómodo, pero aun así el establishment cultural francés lo adoptó como propio. Lo interesante es que no logró domesticarlo.
Gainsbourg es recordado muchas veces por su carácter icónico (la elegancia, el glamour y el erotismo de un parisino narigón, los cigarros negros sin filtro, su look de eterno bon vivant) y por su astucia para escandalizar, sobre todo a los más pacatos.
Hay en su carrera musical toda una saga de provocaciones destinadas a cuestionar los tabúes sexuales: las alusiones a la felación en "Les Sucettes", vocalizadas por una France Gall de apenas 18 años; los susurros de placer de su pareja, la modelo británica Jane Birkin, en el clásico "Je t'aime... moi non plus"; los flirteos con el incesto en compañía de su propia hija, una muy joven Charlotte Gainsbourg, en "Lemon Incest"; los alaridos de Bambou en "Love on the Beat"...
Pero es menester reconocerlo también como un músico extraordinario. Su lírica siempre reveló agudeza, ingenio, un gran sentido del humor y tuvo la musicalidad perfecta para fundirse con el ritmo de sus canciones. Sus temas favoritos: los amores obsesivos, el sexo y la debilidad por, y contra, la autodestrucción. Uno de los secretos de su arte: la capacidad para crear grandes melodías y cantar con un estilo muy personal, oscilando entre la ironía, la pedantería y el aliento emotivo.
Incluso cuando era famoso y muy requerido, S.G. solía mostrarles los dientes a los que se arrimaban para adularlo, una nota curiosa en el temperamento de un hombre vanidoso como él. Con el correr de los años su comportamiento se volvió más hostil en términos de lo socialmente aceptable, un derrotero que tuvo una estación inolvidable cuando disparó un inesperado "I wanna to fuck her", mientras señalaba a una azorada Whitney Houston en un programa diurno de la televisión francesa.
En esa etapa final -el incidente se produjo en 1986, cinco años antes de su muerte, cuando el alcohol empezaba a hacer estragos en la salud física y mental del cantante-, Gainsbourg se volvió lo suficientemente intolerable como para que él mismo tomase conciencia del rechazo que despertaba e inventara un doble maldito al que bautizó Gainsbarre, capaz de quemar en público un billete de 500 francos para protestar contra una suba de impuestos. Ya había perdido el charm que conservaba a los 40, cuando sedujo a una de las estrellas más deseadas de Francia: Brigitte Bardot, vivió un romance intenso, fugaz y accidentado con ella y finalmente dejó como testimonio para la eternidad una canción fabulosa sobre esa experiencia, "Initials B.B.".
Todos los discos que grabó están cargados de belleza e inspiración. Al margen de los más celebrados -Histoire de Melody Nelson (1971), Vu de l'extérieur (1973), Rock Around The Bunker (1975) y L'Homme à tête de chou (1976)-, con los que se convirtió en un estandarte de la vanguardia de la chanson francaise, también mantuvo un nivel admirable en experimentos como Aux armes at camera (1979), una joya reggae que grabó en Kingston, Jamaica, con el apoyo de la crème de la crème del género.
Histoire de Melody Nelson, el álbum más caro de toda su trayectoria, de apenas 28 minutos de duración, es considerado con justicia como su obra maestra. Gainsbourg venía dulce gracias al suceso de "Je t'aime... moi non plus" y no dudó en poner todo lo que estuviera a su alcance para declararle su amor fou a Jane Birkin, retratada magníficamente en una tapa que haría historia. El disco tiene un eje temático -la narrativa tórrida de una relación también caliente entre un hombre maduro y una sensual jovencita- y una impronta perversa que el paso del tiempo no ha podido borrar. Hoy sigue siendo una obra igual de inquietante que pudo cruzar con mucha sagacidad y sin titubeos lo apasionado con lo hiriente, lo hilarante con lo sombrío. Pero además brilla como una joya irrepetible del pop de los 70 gracias a los intrépidos arreglos y la utilización magistral de una instrumentación orquestal muy refinada que ideó Jean-Claude Vannier, de quien vale la pena revisar L'enfant assasin des mouches (1972), un disco debut tan inclasificable como adictivo.
"Historie de Melody Nelson es un álbum conceptual de una belleza extraña y melancólica. La música del disco suena como si una rocola de fines de los años 60 aterrizara sobre una orquesta y sirviera de acompañamiento a una lectura de Samuel Taylor Coleridge. Notas de una guitarra eléctrica en stacatto, sonidos de órgano, un conjunto de rock casi psicodélico, un coro con setenta componentes y un bajo omnipresente con un sonido marcado, elástico y cargado de fatalidad retumban a lo largo de los 28 minutos de una historia con epílogo fatídico", sintetizó muy bien la periodista inglesa Sylvie Simmons en su imprescindible biografía de Gainsbourg. El capítulo del libro dedicado al disco se titula "Espíritu de éxtasis". Y termina con la frase: "Serge había sufrido su primer ataque al corazón".
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