El elixir de amor: voces de excelencia para un Donizetti recreado con la estética del pop art
Lograda versión de la ópera belcantista con una atractiva puesta de Emilio Sagi, las voces rutilantes de Javier Camarena y Nadine Sierra y la revelación de Ambrogio Maestri como un Dulcamara de antología
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El elixir de amor, ópera de Gaetano Donizetti. Elenco: Javier Camarena (Nemorino), Nadine Sierra (Adina), Ambrogio Maestri (Doctor Dulcamara), Alfredo Daza (Belcore) y Florencia Machado (Gianetta). Coro y Orquesta Estables del Teatro Colón. Puesta en escena: Emilio Sagi. Escenografía: Enrique Bordolini. Vestuario: Renata Schussheim. Dirección musical: Evelino Pidò. Función del Gran Abono. Nuestra opinión: muy bueno
De la mano y la creatividad de Emilio Sagi, el pequeño pueblito campesino en algún lugar de Italia en el cual se desarrolla la acción de esta ópera de Donizetti es llevado a la plaza de alguna pequeña localidad estadounidense en los años 50. En la plaza hay aros de basquet, una tribuna, un enrejado que la rodea; los chicos y las chicas parecen salidos de alguna película de aquellos años y andan en bicicleta. Dulcamara hace su ingreso en un descapotable y el cuadro de época se completa con una clara señal del pop art. En una de las paredes de las casas que rodean la plaza, está presente una recreación muy estilizada y sin las estridencias de una de la imágenes más emblemáticas de aquellos célebres cómics ilustrados por Roy Lichtenstein, Hopeless (1963), en el que se ve a una muchacha recostada sobre una almohada con una furtiva lágrima asomada en uno de sus ojos. Un verdadero hallazgo y todo un simbolismo a la vez.
La estética del pop art envuelve a esta puesta de Sagi y también es absolutamente pertinente que aquel arte que se centraba en la vida cotidiana y en una nueva estética para la publicidad de los productos de consumo sea traída a colación para que Dulcamara venda sus falsedades y sus elixires mágicos. En el primer acto -más por debilidades del libreto que por falta de imaginación de Sagi- la acción se torna lenta y mayormente carente de atractivos. Todo está centrado en la presentación de los personajes que, afortunadamente, gozan de excelente salud. Con todo, la comedia adquiere otro ritmo y se torna sumamente atractiva cuando Nemorino, en su acción desesperada para que Adina se enamore de él, vende su alma al diablo (Belcore alistándolo como soldado) y se toma toooodo el elixir mágico que le vende Dulcamara.
De la nada y sobre una muy lograda recreación de Fiebre de sábado por la noche, Camarena reaparece vestido de John Travolta y hasta realiza los famosísimos gestos de Pulp Fiction, pasándose el dorso de las manos abiertas por delante de sus ojos. Por supuesto, nada de esto tendría ningún atractivo si quienes cantan fueran meras copias correctas de algún cómic o de alguna película y, en este sentido, esta comedia belcantista de 1832 tuvo un elenco lujoso, una dirección musical sumamente atinada por parte de Evelino Pidò y las muy correctas participaciones de la orquesta y del coro del teatro.
Javier Camarena y Nadine Sierra ya se habían presentado en sendos recitales demostrando todas sus cualidades vocales y musicales. Pero el hacedor de todas las gracias, el responsable de todas las comicidades fue Ambrogio Maestri, un bajo-barítono que, con singular suceso, ya había protagonizado al Falstaff verdiano en el Colón, en 2014, y que, en esta oportunidad, se lució como un auténtico bajo buffo. Su Dulcamara, sencillamente, será inolvidable. Perverso y encantador, detestable y seductor, Maestri, con todas sus inmensidades, descendió de ese auto majestuoso y antiguo con el que ingresó y su presencia y dominio escénico fueron contundentes. Vendedor y estafador, dueño de una voz clara y afinadísima, sorteó propiamente con maestría los parlados en velocidad del segundo acto.
Camarena, con su canto y su maravillosa voz de tenor lírico construyó un Nemorino tan tonto como inocente y lució de maravillas bailando a lo Travolta. Los mismos calificativos podrían ser aplicados a Nadine Sierra, una soprano de excelencia que actuó todas las malevolencias de Adina y que se lució en cada una de sus intervenciones. Un párrafo aparte para “Prendi, per me sei libero”, cuando atraviesa con solvencia y arte las más endemoniadas y extensas coloraturas que Donizetti le otorgó al personaje cuando le revela su amor a Nemorino. La ovación que se descerrajó fue sencillamente atronadora e interminable.
Alfredo Daza trabajó su Belcore con algunas sobreactuaciones, del mismo modo que su excesivo vibrato ocasionalmente deslució su canto. Florencia Machado, rodeada de las muchachas del barrio que se enamoran de Nemorino al saber que ha recibido una suculenta herencia, aprovechó su único momento luciendo sus reconocidas capacidades y talentos vocales y también cautivando con una actuación cómica sobresaliente.
Y por último, Javier Camarena y “Una furtiva lagrima”, presentada en soledad, por delante de la reja que rodea la plaza. Como era de esperarse y suponerse, ese momento fue extraordinario. Ahí estuvieron la tersura de su voz, la afinación impecable y la emoción de reconocer el amor de Adina en esa lágrima que percibió. Toda la delicadeza, la candidez y la musicalidad se aunaron en su canto. Tras el final, el público estalló larguísimamente y se escucharon voces que gritaban “otra” pero no sucedió lo que pasó en algunos otros teatros del planeta y la romanza no fue repetida. Cuando Dulcamara y el coro cerraron la ópera, comenzaron los aplausos. No hizo falta ningún aplausómetro para entender que las más ruidosas y largas ovaciones fueron las que se descerrajaron, generosamente, sobre Camarena, Sierra y Maestri. Y fueron el premio justo.
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