El director argentino Leonardo García Alarcón inauguró su propio teatro en Suiza, donde la música es “un derecho constitucional”
Líder del ensamble Cappella Mediterranea, estuvo al frente de la celebración de los 350 años de la Ópera de París, y tras ese triunfo artístico, el platense se abocó a La Cité Bleue; “La argentinidad no se esconde en Ginebra”, afirma
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En 2016, Leonardo García Alarcón se encontraba dirigiendo Eliogabalo, de Francesco Cavalli, en la Ópera de París cuando una reconocida fundación de Ginebra –también benefactora de su orquesta barroca Cappella Mediterranea– le preguntó cuál sería el sueño de su vida como artista, expatriado y ahora ciudadano suizo. La respuesta era clara: un teatro propio al cumplir 65 años (en ese momento tenía 40). Un teatro en el cual poder dedicarse por entero a la creación musical, teatral, coreográfica, escenográfica y que incluyera también a la poesía. “En Suiza es difícil que alguien se quede con propósitos no realizados y en mi caso no esperaron ni un año para decirme que habían encontrado el teatro para mí. Un teatro situado en pleno centro de Ginebra, en una ubicación privilegiada. Me propusieron restaurarlo para que desde allí dirigiera mis proyectos artísticos. Aunque suene increíble, tuve que rechazarlo en esa oportunidad y volví a rechazarlo tres veces más. En ese momento consideré que con mi carrera de director de orquesta y con todos los compromisos alrededor del mundo, no podía dedicarme también a dirigir un teatro”, cuenta García Alarcón.
El teatro de La Cité Bleue se fundó en 1968 y recibió el nombre de Sala Patiño en honor al boliviano Simón Patiño, cuya fundación fue la benefactora del espacio. Situado en la Ciudad Universitaria de Ginebra, rápidamente se convirtió en centro de referencia cultural para el mundo artístico suizo durante las décadas de los 70 y 80. “Todo el mundo sabía lo que sucedía allí y el nivel de quienes lo visitaban era extraordinario. John Cage, György Kurtág, Luigi Nono y Gian Carlo Menotti son ejemplos de los numerosos artistas que venían a crear y mostrar obras. Mercedes Sosa cantó allí, Piazzolla y la compañía de Maurice Béjart ensayaron en sus espacios. Lamentablemente este proyecto terminó politizado y la Fundación Patiño se retiró. Por esta razón, en 1996 la sala cambia su nombre al actual de La Cité Bleue. Luego le siguió un período de decadencia del cual logró sobreponerse gracias al esfuerzo de Omar Porras, hombre de teatro colombiano que la mantuvo activa hasta que comenzó el actual proyecto. Ahora, luego de su total restauración, estamos listos para arrancar una nueva aventura creativa. Es una gran responsabilidad por el significado que este lugar tiene para Ginebra y para el país. Lo pensamos desde cero, fue una hoja en blanco que fuimos trabajando hasta llegar a este momento”, afirma el flamante director del espacio, que finalmente dijo sí.
En 2019, en un hecho inédito, García Alarcón fue convocado a dirigir la producción de Las Indias galantes, una ópera-ballet compuesta en 1735 por Jean-Philippe Rameau con la cual se celebraron los 350 años de la Ópera Nacional de París y los 30 años de la Ópera de la Bastilla. Por primera vez una ópera barroca se escenificaba en la sede de la Bastilla y era además con un extranjero al frente de la dirección musical. El éxito que tuvo esta representación constituyó para el director un momento bisagra en su carrera. “Con el Covid, que vino casi inmediatamente después, adquirió un significado todavía mayor. Fue un tiempo en el que a la humanidad le quedó demostrada la importancia que tiene la música. Allí me di cuenta de lo que me hubiese gustado poder tener un teatro para imaginar el futuro de la música con mis amigos. Así que recuerdo que fue un 25 de mayo –fecha patria argentina– llamé a la fundación y les dije que estaba listo para aceptar la propuesta. Les advertí que iba a necesitar muchísimas cosas: un gran equipo, un apoyo artístico completo y la renovación absoluta de los espacios. La inversión era enorme, pero ellos aceptaron y así fue como comenzamos”.
Suiza es el único país del mundo en el cual el derecho a la educación musical está contemplado en la Constitución. Sus propios ciudadanos votaron para que la música sea considerada un derecho humano. Por esto, para García Alarcón, el análisis del milagro que provoca la música en los seres humanos será tema fundamental de estudio en este teatro. “Uno de mis objetivos será lograr que a la música no se la clasifique. Para mí, el término ‘música antigua’ está en desuso. La música es algo vivo desde el mismo momento en el que se la toca. No hay que ponerle fronteras de tiempo y espacio. Eso me lo prueban los estudiantes cuando escuchan Bach y piensan que es un compositor contemporáneo. Quiero que estos espacios se conviertan en espacios de creación, de ensayo y de experimentación sin ningún tipo de límites”, afirma.
Para García Alarcón, la reapertura de La Cité Bleue sirve para reflexionar sobre la importancia del capital privado en el desarrollo de las artes. “Primero es necesario tener la garantía desde el punto de vista legal y fiscal, para que la ayuda destinada a estas materias no sea interrumpida por ideologías ni orientaciones políticas y puedan desarrollarse libremente. Está claro que el Estado no puede encargarse de estas tareas. En Ginebra tenemos esta fundación extraordinaria que hizo esto posible y el resultado salta a la vista. Aquí está un argentino que se beneficia de que un teatro pueda ser restaurado. A esto hay que sumarle el compromiso de una mujer fuera de serie, considerada la mayor mecenas de la música en la actualidad: Aline Foriel-Destezet, a quien personalmente llamo ‘madame La Musique’, quien aportó los fondos para que aparte del proyecto de restauración del teatro se pueda también encarar un proyecto educativo en sus espacios. Se va a llamar Swiss Lab for Musical Education, con el cual buscaremos que se multipliquen los chicos suizos que quieran dedicarse a la música.”
¿Cómo se piensa un teatro para Ginebra? Lo primero que hizo García Alarcón para inspirarse fue consultar a todas aquellas personas vivas que habían trabajado en estos espacios. Luego convocó a los mejores creadores, escritores y coreógrafos para imaginar juntos el lugar. “Desde el principio tuve muy claro que quería un lugar donde los artistas se sintieran cómodos. Uno con el confort necesario para lograr resultados óptimos. La fundación lo entendió y construyó un teatro que cubre los requerimientos del siglo XXI. Hay desde salas de descanso hasta lugares para cocinar. La sala tiene una capacidad de 301 personas y eso era inmodificable, no podíamos tocar las paredes. El problema estaba en una reverberación muy seca, más propia del teatro hablado, que había que modificar. Investigando, conseguí un nuevo sistema electroacústico, llamado Constellation, que fue creado en Los Ángeles. A pesar de ser sumamente costoso pudimos darnos el lujo de instalarlo. Somos el primer teatro en el mundo en tenerlo. Este sistema logra modificar la acústica de manera impactante. Puedes lograr la que existe en Notre Dame de París, pasar a la del Concertgebouw de Ámsterdam y luego a la del Teatro Colón de Buenos Aires. Cuando lo probamos, lloramos de emoción. Lo más importante es que no cambia ninguno de los parámetros fundamentales de timbre, de dinámica, de ritmo y de silencio, ya que como músico me opongo a todo lo que no es natural. Otra maravilla es el foso de orquesta móvil, que tiene cuatro niveles y puedes ir modificando su altura durante el espectáculo sin ningún tipo de ruido. Es un sueño dorado absoluto”, describe.
El director imagina cada una de las temporadas dándoles la bienvenida a creaciones de las más variadas corrientes y con una especial apertura a músicas de Oriente, Occidente y contemporáneas. Para alguien de su recorrido, en el que su exclusiva dedicación al barroco lo convirtió en uno de sus referentes, esta nueva responsabilidad como director de un teatro lo obligó a abrir su mente. “Tuve que salir de esa obsesión de mirarme a mí mismo. Nunca había pasado tanto tiempo observando el trabajo de otros músicos. Estamos abrumados por la magnífica respuesta que hemos recibido, son más de 400 solicitudes para residencia. Porque el propósito de La Cité Bleue más allá de las presentaciones, es ser un espacio de ensayo y creación. Un centro cultural que sea un encuentro de artistas, algo que no existe en Suiza”.
La presencia argentina se va a sentir a lo largo de esta temporada inaugural. Para la apertura, García Alarcón estuvo al frente del Coro de Cámara de Namur y de la Cappella Mediterranea interpretando L’Orfeo, de Monteverdi. Le siguió un maratón musical de más de doce horas ofrecido por Nelson Goerner y luego, el estreno mundial de Ernest y Victoria, un espectáculo que habla de la relación entre el director musical Ernest Ansermet y Victoria Ocampo. “En la biblioteca pública de Ginebra encontré sus cartas, cartas que hablan de ese amor particular que se tuvieron durante 40 años. Además de hablar del vínculo entre estos dos artistas enormes, es una oportunidad para abordar el que existe entre la ciudad de Ginebra y la Argentina”, explica el director.
Borges escribió que, de todas las ciudades del planeta, Ginebra le parecía la más propicia a la felicidad. Y fue precisamente esta ciudad la que recibió a este joven músico que viajaba a Europa por primera vez desde La Plata con unos deseos enormes de aprender. “Ninguna otra ciudad hubiese resultado tan perfecta para realizar el sueño del teatro propio. Cuando llegué en 1997 no entendía lo que había querido expresar Borges sobre Ginebra. Ahora sí. Fue la ciudad que me recibió, la que me ha dado todo y lo más importante, es la ciudad que me ha permitido seguir siendo argentino. Cuando vas a otras grandes ciudades hay que adaptarse a las fuerzas particulares de cada una, pero aquí en Ginebra hay tantas naciones que tienes la libertad de seguir siendo quién eres. La argentinidad no se esconde en Ginebra. Hay un término que me gusta mucho: ‘kairós’, el cual alude a ese espacio indeterminado en el cual suceden las cosas. Y algo así es lo que estoy viviendo. De alguna manera los caminos se unieron y me trajeron hasta esta Cité Bleue,” dice.
Para García Alarcón, el haber llegado hasta aquí no hubiese sido posible sin todo lo que recibió en su infancia y adolescencia vividas en Argentina. “Tuve mucha suerte de nacer en mi país, de tener a mi abuela que me regaló esa colección de casetes con las que me enamoré de la música, de esos magníficos profesores en La Plata, de los más grandes artistas del mundo que pude ver en el Teatro Colón. Yo no hubiese querido tener otra vida que la que tuve en la Argentina. Por eso, siento mucha rabia cuando veo que la educación musical está sufriendo tanto allá. En 2023, cuando presentamos el espectáculo sobre los siete pecados capitales en el Festival Barroco en el Colón, sentí la ovación final como un pedido de desesperación de la gente. Un mensaje de necesidad de nutrirse de la música y no puede ser que las coyunturas económicas definan esto. Por eso sé que una segunda parte de mi vida va a estar dedicada a esa revancha. En algún momento quiero devolverle a la Argentina todo lo que me dio. No estoy de acuerdo con ninguna ideología política argentina respecto de lo que hay que hacer con el arte. Tendría que ser ayudado por el sector privado. Hay que crear un sistema nacional de educación musical acompañado de un contrato social garantizándolo. Es algo quijotesco, pero esos son los retos que me gustan.”
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