Hace calor. Es un martes de enero por la tarde y Juan Ingaramo pone el aire acondicionado de su Citroën C3 al máximo, mientras maneja rápido por General Paz y el asfalto dibuja espejismos sobre el agua que no termina de caer sobre Buenos Aires. Vamos hacia Caballito, al estudio en el que desde hace dos años Ingaramo trabaja de modo casi obsesivo para expandir el contorno de su música, sumergiéndose cada vez más en el trap y el reggaetón para captar el pulso del continente. Es una cruzada que lo tiene particularmente excitado y un portazo fuerte y provocativo al rock, ese género que hasta hace no tanto lo fue casi todo, incluso para él.
"Qué culiado, el rock...", dice Ingaramo con su tono cordobés casi mordido, algo aporteñado, como si hablara de una ex. Tras la salida de Best Seller, su tercer disco, editado en octubre pasado, se convirtió, a sus 32 años, en un nombre fuerte de la música urbana local: su versión en clave reggaetón de "Fuego y pasión", el clásico del Potro Rodrigo, alcanzó dos millones de reproducciones en Spotify en apenas un mes, sus shows crecen en convocatoria fecha tras fecha y el mes pasado Los Auténticos Decadentes lo eligieron para que abriera los conciertos de su gira por México durante la presentación de Fiesta nacional (MTV Unplugged). "Está todo bien con los pibes que hacen rock psicodélico... En algún momento, el público se identificó con eso por algo", dice Ingaramo. "Pero ya fue. No hay nada que tenga más fuerza que hacer la música del momento. Regional y temporalmente, a nosotros nos tocaron el trap y el reggaetón . Te diría que trabajar alrededor de lo latino hoy me parece hasta una responsabilidad artística."
Cuando llegamos al estudio, Ingaramo abre los brazos y dice: "Esta es la cocina: la idea es que nunca pare de salir humo". En el altillo de este caserón familiar hay una consola, un piano eléctrico, un bajo, algunas guitarras eléctricas y acústicas, amplificadores, un micrófono condenser, un sillón y un gran tapiz que cubre una de las paredes y dice "Imagine". Acá, al menos una vez por semana, se junta con el productor Nico Cotton, dueño del estudio, para pulir las nuevas ideas que Ingaramo vuelca día a día en su iPhone, para no olvidarse. "La nota de voz es todo", dice sacudiendo el teléfono. "Y, después, está Cotton."
A los 30, Nico Cotton tiene un currículum amplio y prometedor: su perfil pop le valió nominaciones a los Grammy Latinos y los premios Gardel por sus trabajos junto a Axel y Jimena Barón, y ahora está definiendo el sonido de nuevas figuras como Wos y Louta, además de trabajar junto a Ingaramo en la producción de un par de artistas que apadrinaron recientemente, como el dúo pop Salvapantallas y la trapera Dakillah. "Es el Mark Ronson argentino", dice Ingaramo sobre este hijo de músicos que empezó a grabar a los 12 años y a los 16 ya tocaba la batería en MAM, la banda de Omar Mollo. Fue Cotton el que terminó de encontrar el sonido pulcro y adhesivo de Best Seller, el as bajo la manga que puso a Ingaramo en las radios. "A Juan ya lo tenía en el radar, estaba esperando el día en que me llamara", dice el productor. "Sabía que le podía aportar esa pizca de mainstream sin que perdiera su perfil artístico."
Ahora Ingaramo revisa su iPhone de carcasa roja y muestra cómo es que las grabaciones caseras empiezan a ganar cuerpo en el estudio. Suenan "El compositor" en un demo soulero y balbuceado junto a Emme, una habitual coequiper, y "Fobia", en una maqueta de trap seco bastante lejos del perfil salsero que llegó al disco.
Después, Cotton le da play a la versión final de "Romeo y Violeta", una bachata dulce que estrenaron el 14 de febrero pasado –el Día de San Valentín–, que Ingaramo compuso para su novia, la actriz Violeta Urtizberea. Es, quizás, la apuesta más osada de Ingaramo hasta el momento, y eso lo tiene entusiasmado e inquieto. "El tema es un caramelito, un marshmallow", dice con una sonrisa. La letra es de lo más almibarado de su repertorio, gracias a un romanticismo arrebatado con frases como "porque en tu beso encuentro el sabor/ Me tomo todo el veneno y muero por vos/ Bailando al son de nuestra pasión". "La idea es encontrar el equilibrio entre lo popular y democrático, para todos, y la cosa artística y fina", agrega. "Esta generación tiene que encontrar una identidad más definida. Va a llevar algo de tiempo, pero estamos en eso."
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Nacido en el tradicional barrio San Vicente de Córdoba el 10 de enero de 1987, Juan Ingaramo es el hijo mayor de una familia de músicos. Su abuelo es un tanguero clásico y su padre, Mingui Ingaramo, es un refinado jazzista, integrante de Grupo Encuentro y los Músicos del Centro, banda que en los 70 se convirtió en pionera del jazz-rock en Argentina. "Mi viejo fue una referencia del buen gusto, así que su visión siempre fue importante", dice Ingaramo sobre su padre, que nunca comulgó con géneros tan populares como el cuarteto. Criado en ese contexto, desde chico Juan se vio atraído por el piano de la casa de su abuelo: todos los domingos, después del almuerzo familiar, se perdía horas tocándolo o revisando la amplia colección de discos de vinilo que había en el lugar. Su madre, pedagoga, lo llevó a estudiar guitarra a los 7 años, hasta que, a los 11, cuando vio tocar al Mono Fontana en un show que dio en el Edén –el legendario hotel de La Falda del cual circulan miles de historias de nazis–, se encontró por primera vez con una batería y se enamoró del instrumento. Por ese entonces, los Ingaramo vivían en un departamento, así que tuvo que esperar hasta los 14 para que le compraran la suya. "Era una nave espacial, era amor", dice agarrándose la cabeza. "Hasta el día de hoy, sigue siendo mi vida."
Aunque Ingaramo parecía tener una prometedora carrera como volante por derecha en el club General Paz Juniors (llegó a jugar contra el Newell’s de Messi en dos oportunidades, una en Rosario y otra en Santa Fe; la foto de uno de esos partidos está subida a su cuenta de Instagram), a los 14, sus compañeros de equipo ya habían pegado el estirón, pero él todavía no tenía ni pelos en las piernas. Cansado de ir al banco, decidió abandonar el club, algo que todavía le duele. "Cada tanto me pregunto qué hubiera pasado si…", dice él, hincha de Belgrano y también un poco de Boca.
A partir de ese momento, se dedicó de lleno al estudio de la batería, un poco atraído por la música de principios de milenio (el coletazo del grunge, Californication de los Red Hot Chili Peppers, The Strokes sonando en todos lados), y otro poco por lo que él llama "la música datera" de músicos virtuosos como Joe Zawinul, Jaco Pastorius y Gino Vanelli. Para cuando terminó la secundaria en el colegio Manuel Belgrano y empezó la carrera de Composición en la Universidad Nacional de Córdoba, Ingaramo ya tenía trabajo los fines de semana tocando en bandas de covers, y también era el baterista de Buen Tren, un grupo que, según su propia apreciación, buscaba dar con una versión moderna del rock y el pop argentinos.
Su llegada a Buenos Aires se dio a los 20 cuando, con algunos integrantes de esa banda –ya rebautizada como Globo– finalmente decidieron dejar Córdoba. Si bien la idea original era probar suerte con su grupo, lo que Ingaramo buscaba realmente era estudiar con los mejores profesores posibles para de esa manera conseguirse una carrera como músico sesionista, al estilo de Vinnie Colaiuta: quería ser un baterista amplio y bien dotado que pudiera tocar con las celebridades locales, como Luis Alberto Spinetta, Fito Páez y Gustavo Cerati. Así que tomó clases con maestros como Sebastián Hoyos, Oscar Giunta y el Mono Fontana, y se dedicó a entrenar: podía pasarse hasta seis horas sentado frente a un pad en sesiones de práctica cronometradas con su Nokia 1100. "Amaba la joda, pero también sabía que ese era un momento clave", dice. "Para mí, era un viaje de estudios."
Sin Facebook, Instagram ni otras redes sociales a mano, el capital social de Ingaramo y su banda en Buenos Aires era prácticamente nulo. Después de ser cadete de prensa –llegó a traer discos y gacetillas de bandas a la redacción de esta revista–, empezó a trabajar como promotor en shoppings y supermercados para una empresa de publicidad. Era un trabajo sencillo y bien pago que, además, le permitía empezar a conocer gente. "Me acuerdo de que un día, en el Jumbo de Palermo, almorcé y merendé con 41 promotoras de perfumes, chocolates y lácteos", dice. "Así que, en nuestro primer show, el público era 100% femenino, todas promotoras, espectacular. Eso nos armó una pequeña base de seguidores."
Aunque Globo empezaba a conseguir sus primeras fechas, el grupo parecía ajeno a todo: no se sentían identificados con el rock que predominaba en la ciudad, y el indie no les daba cabida. "Me hubiera encantado pertenecer, pero me sentía afuera", recuerda Ingaramo. "Íbamos a tocar a Adrogué y Los Reyes del Falsete no nos daban ni cinco de bola. Y ellos eran los Beatles, en esa época." Cuando el cantante del grupo decidió volverse a Córdoba, Ingaramo empezó a aportar sus primeras composiciones con el plan de grabar el primer disco de la banda junto a Rafa Arcaute, que por entonces no era una figura multipremiada de la industria sino un ascendente productor que llegaba por recomendación de uno de los profesores de batería de Ingaramo. Fue Arcaute el que le sugirió que grabara solo su propio material. "Les propuse a cada uno de los integrantes de la banda el ejercicio de trabajar sus canciones por separado, y lo que pasó fue que el gen de Juan se destacó sobre la personalidad misma del grupo", dice Arcaute. "Sus letras y melodías eran muy originales, había un instinto genuino que le decía cuál era la mejor manera de capturar la atención."
Con la relación del grupo desgastada por la convivencia, en 2012 Ingaramo se mudó al Microcentro y luego grabó un EP de cuatro canciones de piano y voz en los estudios ION, con la ayuda de Gonzalo Aloras, el músico rosarino que había hecho el camino musical que Ingaramo tanto anhelaba en ese momento: además de desarrollar una carrera como solista, Aloras fue parte de las bandas de Fito Páez, Juanse y Litto Nebbia (más adelante, el mismo Ingaramo cumpliría el sueño de tocar y hasta grabar con Nebbia, que en el pasado también había tocado con su padre y su tío).
Ese EP fue el germen de lo que el año siguiente sería Pop nacional, el primer disco de Ingaramo. Desde el título, el músico ya planteaba su cruzada de aquel entonces, en un momento en que el rock emergente se volcaba decididamente al indie de guitarras, con Él Mató a un Policía Motorizado a la cabeza. "Me parecía que el pop, en ese sentido, siempre había sido una tela más en blanco que el rock. Me acuerdo de ir a ver a Miranda! de chico y flashear, o a Babasónicos. A mí, de alguna manera, siempre me había atraído la controversia", dice. "Así que me tomé a pecho la militancia del pop y dije: ‘Listo, mi lugar va a ser este’."
A la distancia, Ingaramo reniega un poco de ese disco inicial, pero sabe que fue fundamental para su carrera. "Hoy lo escucho y me parece de una ingenuidad tremenda", dice. "Pero tuvo su ganchito, me escribieron de un par de compañías y todo." Ese envión no solo le dio la posibilidad de empezar a figurar en el mapa de la música de Buenos Aires, accediendo a los primeros festivales e incluso a su primera gira por México, sino que también lo reencontró con Arcaute para la posterior grabación de Músico, su segundo disco, en 2016. Con una propuesta mucho más adherente, equilibrada y expansiva, Ingaramo mostraba el magnetismo sexy de su voz y la suficiente frescura compositiva para llevar el indie-pop a un estado electrónico, bailable y cool.
Además de la presencia de Arcaute, también tuvo muy cerca a Adrián Dárgelos, que se sintió seducido por su propuesta y le ofreció componer algunas canciones con él. "Matemática", el segundo tema que hicieron juntos, fue una catapulta, la canción que lo hizo sonar por primera vez en radios. "Mi flash era tener ese color alternativo, la onda y todo eso", dice. "Me encanta el disco. Pero no me interesa volver a hacer algo así, tan de ese nicho. Esa materia ya la cursé."
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Ahora Ingaramo desayuna café con leche y medialunas en la vereda de un café ubicado justo frente a la estación de tren de Vicente López, a pocas cuadras de su casa. Como cada vez que nos vimos, está vestido de completo conjunto Adidas, la marca que lo sponsorea (remera azul Francia con rayas blancas, bermuda a tono, medias tres cuartos blancas y chancletas azul marino). Acaba de volver de unas vacaciones breves en la Patagonia junto a Violeta Urtizberea, con quien lleva cuatro años de novio y tres de convivencia. Entre ellos suelen hablar de las contradicciones que aparecen en la industria del entretenimiento cuando uno empieza a hacerse cada vez más conocido. "Es muy lindo compartir los pareceres de la práctica del arte: qué es lo que uno está haciendo, por qué, para qué, cómo, qué significa estar en un prime-time de Pol-ka o sonar en las radios", dice Ingaramo, que viene de dar un show multitudinario en Carlos Paz y tiene por delante un Vorterix el 10 de mayo. "Ella es muy sana, en casa no existe esa paja del ‘artista’. Yo creo que, en cualquier otra situación, me hubiera vuelto el triple de pelotudo."
Después de la salida de Best Seller, que incluye una seguidilla de hits como "Lengua universal", "Fobia" y "Hace calor", además de la gran reversión de "Fuego y pasión", Ingaramo está decidido a seguir profundizando en su plan de llevar la música urbana al siguiente nivel, sumándole sustancia melódica y vuelo lírico. En esa dirección, a fines del año pasado estuvo de viaje en Colombia, buscando entender la alquimia de los ritmos del Caribe y gestando nuevas ideas, propuestas y alianzas con algunos de los principales productores de reggaetón del continente, como Disoundbwoy, Pardo (que trabajó en Vibras de J Balvin), Ovy on the Drums (Bad Bunny, Paulo Londra, Becky G), los Icon Music y otros.
Además, en sintonía con sus raíces de rock nacional, también se junta una vez por semana con el Cuino Scornik y Nico Landa (habituales colaboradores de Andrés Calamaro), generalmente en horarios de trasnoche, para escribir letras. En cuatro encuentros sacaron cuatro canciones nuevas, de las cuales "Las batallas", una cumbia de aroma bersuitero, y "El campeón", un reggaetón bien pop, tienen indudable destino de hit. ("Esa junta es un vicio, estamos haciendo unos letrones", dice Ingaramo.) Además, Ingaramo suele acudir a Fito Páez por consejos y recomendaciones, y hace poco estuvo en la casa de Calamaro, con quien seguramente terminará grabando tarde o temprano. "Me di cuenta de que laburar con más gente siempre suma, incluso a tu propia identidad", dice.
En los últimos meses, Ingaramo también está viendo con asombro cómo cambió el efecto de su música en la gente, y cómo sube la temperatura en cada uno de sus shows en vivo. En ese sentido, Best Seller fue una bisagra que todavía está intentando procesar. "Siento que lo mío es pura intuición", dice después de mostrar un video del público prendidísimo en el show de Carlos Paz. "Ponerse arriba de un escenario es rarísimo, qué sé yo… Todavía me pregunto en qué me quiero convertir, y recién ahora estoy entendiendo si todo esto me gusta realmente o no."
Como una especie de eslabón perdido entre la estirpe clásica del rock nacional y la generación que creció en la era del streaming, hoy Ingaramo está fascinado con el momento de renovación que atraviesa la música argentina. Por ejemplo, elogia a Duki por el quiebre que forzó en la escena, y destaca a jóvenes raperos como Ysy A por su lírica ("Es un poeta maldito") y Dakillah por su creatividad y talento en estado salvaje. De algún modo, se siente parte de esa generación a pesar de no serlo del todo. "El deber ser artístico acá es re fuerte, y está fundado por gente de otra época", dice. "Ahora las canciones son para un verano, para tres meses, para un rato. Me parece una situación ideal para el arte, para resetearlo todo: borrón y cuenta nueva. Así que, los que me vengan con el dedo acusatorio porque esto no responde a los parámetros de siempre, que se metan ese dedo en el orto."
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