Hijo pródigo del rap nacional quiere convertir el trap de la región en algo serio
Bro, mira lo que voy a hacer”, dice Kodigo bajando el cierre de su camperita de hilo beige en la barra del Kansas de Vicente López, como un niño que está a punto de hacer una travesura. El lugar está lleno de CEOs con traje de las compañías de la zona que a esta hora cortan para almorzar, y algunos miran raro cuando este negrito con las sienes rapadas queda en camiseta de Boca –una combinación que podría volver a matar a Joan Rivers–, con su azul y amarillo eléctricos que se ven desde cualquier parte del local. El bartender se acerca y no es para pedirle que se vaya. “Kodi, ¡no puedo creer que estés acá!”, le dice. “¿Me firmás un autógrafo antes de que me vea el supervisor?”
Podría tratarse de un nuevo crack que ha fichado el club, pero no. Kodigo es el freestyler más virtuoso de su generación, un rapero superdotado al que le gusta hablar de sus habilidades como “superpoderes” y cuyo virtuosismo exacerbado despierta fervor en los fans de las batallas de rap como ningún otro: incluso en Estados Unidos, varios youtubers mueren con su flow, su forma de fluir sobre el beat. Es un prodigio de la improvisación con un estilo animal que a los 15 años se fue de su casa para competir en una batalla, a los 16 se convirtió en campeón nacional, fue el primer argentino en ganar un torneo en Chile y se retiró de las competencias a los 20, convertido en una leyenda.
Tiene 22 y, en este momento, acaba de dejar Sudamétrica, la crew creada y liderada por Mustafá Yoda donde Kodigo estuvo por cinco años. Su partida fue una noticia enorme para el rap en nuestro idioma, especialmente porque de forma inmediata Kodigo abrió una cuenta propia en YouTube con el nickname Keiou Pimpero y empezó a subir tracks y videos orientados al trap. El primero de esos videos fue un remix de “Up”, del chileno Drefquila, en el que Kodigo rapea: “No soy más el segundo y te lo vine a demostrar... ¡Para arriba y sin mirar!”.
“Yo voy para arriba, bro”, dice Kodigo sosteniendo una cheeseburger, y agrega sobre su salida de Sudamétrica: “Estaba trabajando para una visión que no era la mía y eso me estaba haciendo infeliz. Porque soy una persona que siempre tuvo sueños, siempre tuvo metas”.
El influyente sitio centroamericano Trap House destacó recientemente el video del remix de “Up”, que ya tiene casi 4.000.000 views, en uno de sus clásicos resúmenes semanales. En el video, Kodigo aparece con su camiseta de Boca (“Flow de Carlitos Tévez, yíaaah!/Dame la melodía...”, rima) y una gorra blanca que dice “Freedom”, y en un momento vuelca Hennessy –un coñac carísimo al que 2Pac le dedicó una canción– abajo del puente de Avenida Córdoba y Juan B. Justo.
“Todas las falencias que vi, no van a pasar en mi visión”, continúa Kodigo. “Yo quiero llevar esto al next level en serio, que mi música se escuche en todo el mundo y no tener ninguna traba del tipo económico, porque tengo muchísimas ideas para el mundo.” Hay gente que saca conjeturas acerca de qué pasaría si el sistema capitalista no existiera, dice él, “pero existe y en este mundo hay que hacer money, ¿entendés lo que te digo? Hay que hacerse rico”, dice. “Sobre todo si tenés un montón de ideas.”
De postre, Kodigo pide una medida de Hennessy. Cuando el bartender le sirve, le comenta que además tiene Richard Hennessy –la línea premium de la marca– y le baja la botella, que Kodigo examina cuidadosamente. Es una gota gigante de color ámbar, hecha de cristal puro de Baccarat, y tiene grabado el nombre completo de su creador en el cuello. “Por primera vez el tipo puso su nombre ahí”, me dice Kodigo. El bartender le pregunta si quiere probarlo. “No hace falta”, responde Kodigo. “Ya lo incorporé a mi visión.”
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Lo que hay que saber de Kodigo es que siempre hace lo que quiere. Al mejor estilo del rock & roll, su historia empieza cuando se va de casa porque su padre le prohíbe viajar de Rosario, donde vivían, a Buenos Aires para participar en una batalla de rap.
Curiosamente, había sido su padre quien lo había inducido al rap años antes, con un casete de canciones cristianas entre las que estaba “Aquel que había muerto”, del pionero latino Vico C. “A mí me superllamaba la atención”, recuerda Kodigo otro día. “‘Papá, poné el rap’, le pedía yo.”
Su padre, que “conocía bien la calle”, según Kodigo, había abrazado la fe evangelista y grababa todo el tiempo canciones de la radio. Vivían en el Barrio Latinoamérica, unos monoblocks del Fonavi, y Kodigo (que se llama Lucas Helou) iba a la escuela República de Bolivia, de donde lo que más recuerda es que todos tenían un reproductor MP3, menos él.
Cuando con 12 o 13 años apareció por el Monumento a la Bandera, el lugar donde comenzó a hacerse un nombre como promesa del freestyle, “nunca en la vida me había puesto a ver si había rapeadores en el país”, dice. Rosario llevaba años siendo una cuna de flow, con buenos improvisadores como Mr. Frank y Apolo MC, pero él no se había enterado. “Yo estaba en la mía. Para mí, Vico C era el mejor del mundo y yo era el único rapeador que había en Argentina.”
"Todas las falencias que vi, no van a pasar en mi visión", dice Kodigo. "Yo quiero llevar esto al next level en serio."
En YouTube hay un video de esa época titulado “Kodigo se presenta” que es muy maradoniano. Con la gorrita para atrás y remera de G-Unit, expresa sus deseos a cámara. “Bueno, yo soy Kodigo, hago freestyle y lo que yo espero de esto es que crezcamos todos juntos”, dice. Al final, improvisa algo que hoy resuena. “En esto del freestyle, lo demuestro hasta la gloria”, rapea, todo rústico. “Hip-Hop Rosario estilo, para hacer historia.”
Kodigo empezó a ganar siempre en el Monumento y, más importante que eso, a incorporar en sus minutos de batalla el doble tempo, una técnica de velocidad antes conocida simplemente como “metralleta”, que él había tomado del propio Vico C y de otros raperos latinos como Reychesta o Big Metra.
En 2009 ganó un torneo en Rosario con el que clasificaba directo a la final nacional en Buenos Aires (el Oriyinala, organizado por un MC conocido como El Maestro) y, cuando llegó el momento de viajar, hubo una fuerte discusión en casa. “Mi papá no estaba de acuerdo con que yo participara”, dice. “Y bueno... decidí irme de mi casa para poder dedicarme a rapear.”
De alguna forma, se las ingenió para subir a un colectivo y caer en el Teatro Piccolo, en el centro de Buenos Aires, cerca de la 9 de Julio, donde llegó a semifinales. “Me salió con una metralleta que yo pensé: ‘La puta madre, estoy en problemas’”, dice Rabeat, el freestyler contra el que compitió esa noche. “Fue una de las batallas que más me hizo transpirar en mi vida.” (Después de varias réplicas, ganó Rabeat.)
De regreso en Rosario, Kodigo vivió un tiempo en la calle, durmiendo en el Parque España. Fueron tiempos difíciles. “No tenía un lugar donde estar y ese flash era malo para mí”, dice Kodigo ahora. “Estaba mal. Era una persona súper violenta, porque estaba cegado por todos los problemas que tenía.”
Pero ya había llamado la atención de algunos, y empezó a viajar cada vez más seguido a Buenos Aires. Para 2010 tenía un plan: competir en todos lados. “Eso me resultó”, sigue. Ganó el Oriyinala y, a fin de año, todavía con 15, llegó a la final de A Cara de Perro, una competencia organizada por Sudamétrica.
Aunque Kodigo perdió esa final contra Tata y no fue hasta 2011 que consiguió un título argentino (“Yo quería ser campeón nacional, así que fui y lo hice”), lo que pasó en ese primer cruce quedó para la historia. “Fue una batalla de estilos. Tata con la prolijidad a la hora de soltar muy buenas rimas, y yo siempre jugando por el lado del flow”, dice Kodigo. “Dejamos un nuevo punto de referencia de lo que son las batallas.”
Hasta ese momento, en Argentina se veían más que nada batallas de España. “Después de eso”, sigue él, “la gente empezó a respetar las batallas argentinas. Fue un antes y un después”. Ahora son los freestylers españoles quienes citan rimas de argentinos e imitan el doble tempo de Kodigo. “Hicimos que la gente creyera realmente en el freestyle de Argentina.”
El y Tata volvieron a enfrentarse una vez más, en 2015. En el medio habían sido muy amigos (Tata es de los pocos que saben exactamente dónde dormía Kodigo cuando vivía en la calle) y, de hecho, cuando Kodigo una vez más hizo lo que quiso y se mudó de forma permanente a Buenos Aires, compartieron casa en Ramos Mejía. Tata lo vio perfeccionar su doble tempo, influenciado por el sonido del Dirty South, Lil’ Wayne y en especial Cory Gunz, y ya estando ambos en Sudamétrica –daban talleres, hosteaban y tocaban en los eventos de la crew; Kodigo además rapeaba en la Línea A del subte– tuvieron juntos un grupo, Akademia X.
Pero llevaban tiempo sin hablar cuando se cruzaron en los cuartos de final de esa Batalla de los Gallos 2015. Tata se había ido de Sudamétrica y Kodigo –que había sido padre hacía poco, con apenas 18– se había quedado, así que la gente en el Anfiteatro de Parque Centenario enloqueció con esta novela cuando su ex compañero empezó a decirle en público la clase de cosas que duelen hasta en privado (“Kodicioso”, “agrandado” y lo de “sos Keiou en el bla bla bla que nunca ganó un carajo”). En ese momento, Kodigo era el emblema de Sudamétrica y la encarnación joven de Mustafá Yoda, una antigua potencia del free local que manejaba su carrera, algo que el resto de los competidores también repudiaba, agitando cada rima de Tata. “Lo re festejan”, dice Kodigo señalando el monitor de mi laptop. “Eso es envidia, bro.”
Estamos en mi departamento, que Kodigo ha visitado antes porque nos conocemos desde hace años, revisando esta batalla que fue viral: tuvo cientos de videorreacciones, análisis y hasta un cameo en Gran Hermano el año pasado, cuando uno de los chicos la recreó de memoria para el resto de los “hermanitos” durante el encierro.
Yo fui jurado esa noche (voté réplica) y recuerdo el grito envolvente del público, estilo Coliseo romano, y a los competidores tirándole a Kodigo aunque no estuvieran batallando contra él. Todo parecía un gran pase de factura, que además Kodigo alimentaba repartiendo fuck you’s. Y ése era el resumen: Kodigo no había llegado hasta acá haciendo amigos.
“Un montón de gente me puede salir a bardear”, dice él. “Y yo voy a estar siempre haciendo mi juego y sabiendo que hice las cosas bien, y que estoy haciendo las cosas bien.”
Después de eso, Kodigo –que compitió en la nacional de BDLG en 2013, 2014 y 2015– dejó las batallas y se retiró del circuito competitivo a los 20. “Somos creadores, y no hay que usar la creación en forma de energía negativa. Encuentro que en las batallas hay como un odio”, reflexiona en un momento. “Son muchos chicos vírgenes que gritan muchísimas rimas pelotudísimas. Si vos sos bueno, no tenés que dejarlo a criterio de un público medio topasio.”
Desde entonces, sólo hizo algunas batallas de exhibición y se enfocó en hacer música. “Vi muchas veces boicots de muchos jueces, muchas personas que definitivamente no querían dejar al pibe brillar en el mundo, bro”, dice sobre él mismo, en tercera persona. “Pero si vos estás bendecido, todo ayuda a que la historia sea más grande.”
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Kodigo esta convencido de su potencial de convocatoria y de que puede cruzar varios públicos: los fans de las batallas, los del trap y, por qué no, el gran público de la música cristiana. El mismo asegura ser “creyente a full” y se refiere a eso no como religión, sino como una “relación con Dios”. “El bendice mi vida”, dice.
Es algo serio para él, así que cuidado con cómo lo pongo acá en la nota, me avisa, porque si se malinterpreta va a enojarse mucho. (Durante nuestros varios encuentros, de hecho, canceló la entrevista al menos una vez.) A Kodigo no le gusta hablar sobre algunas cosas, como las batallas. Tampoco le gusta hablar sobre su padre, con quien aún no tiene comunicación (“Yo sé que está orgulloso de mi trabajo en el rap”, dice); ni de su madre o su hija, Oriana, de 3 años.
Pero si le preguntás sobre sus hermanos, Kodigo se enciende. “Mis hermanos son atletas”, dice. Mateo, el que lo sigue (de 18), es nadador; representó a Argentina en Holanda. Los dos más chicos, Marcos y Juan Cruz (16 y 14) hacen levantamiento de pesas; suelen viajar a Buenos Aires para entrenar en el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), donde Kodigo a veces los visita. Todos salieron con ese espíritu, incluso Kodigo, cuya aproximación al rap –con su famoso doble tempo– ha sido siempre deportiva.
Su talento parece una verdadera bendición. Hace poco aparecieron dos videos: en uno está rapeando en cuero a toda velocidad, de forma casi sobrenatural; el otro es de un cypher (una ronda de improvisación) antes del último Desafío de Sudamétrica en el que participó. Delante de Aczino, la leyenda mexicana del free, y los chilenos Dref y JNO, Kodigo rima deletreando. (Cuando le pregunté, me dijo: “Lo saqué de Lisa Simpson, el capítulo del concurso de spelling. Un clásico”.) Abajo del video, alguien posteó: “Si Aczino no es el mejor en un cypher es porque Kodigo está presente”.
En las redes, donde jamás contesta, hay millones de comentarios sobre él. En Twitter, uno dice: “Para dormir escucho el flow de Kodigo, es lo mejor wacho!”. En YouTube, hay otro que comenta: “Kodi podría sacar un disco sólo de cyphers. Yo lo compraría”. Incluso algunos van más allá. “Similitudes entre Kodi y Goku”, escribe uno, comparándolo con Dragon Ball, y enumera: “1) Piensas que no puede tener más poder. 2) Se va. 3) Vuelve con el doble de Ki”.
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Nos vemos otra vez después de su primera gira solista, un tour por cuatro provincias –en lugares chicos y centros culturales– de donde circuló otro video. Es de un show en Tucumán en el que al final de “India”, uno sus tracks nuevos, suelta un montón de cosas como en medio de un trance. “... Por tenerme laburando sin pagarme, la concha de su madre”, dice. “Yo soy un real rapero, vengo de cero; vengo del gueto, hijo de puta. ¡Y voy a llegar a todos! ¡Voy a conquistar el planeta! [Soy] el mejor de la Argentina... y me la chupa lo que digan esos incompetentes.”
SG, su ex compañero de Equipo Crema, un grupo que Kodigo tuvo durante sus últimos dos años en Sudamétrica, no tardó en salirle al cruce ventilando asuntos privados en Instagram. “Lo de ‘incompetente’ ni fue para él”, dice Kodigo ahora, en su casa. Sobre la mesa tiene un cuadrito con el recorte de un comentario de 300 caracteres en Rolling Stone de la excelente versión nueva de “Big Bong”, un single solista de la época de Equipo Crema que fue el primer track del rap local en llegar al millón de views en YouTube. “Pero sí, bro”, sigue, “hay chabones que son incompetentes y encima quieren competir”.
Cuando Kodigo grabó “India”, usó el final para desahogarse y es muy probable que sí estuviera pensando en SG y Sudamétrica. Pero en vivo, ese final se volvió algo más. “Para mí, es una experiencia liberadora”, dice. “Cuando llega el final de la canción, me quedo pensando en un montón de cosas que me pasaron, que viví, me pongo así”, dice, y se acuclilla en su pequeño living como hace en el escenario.
En ese momento, cuenta, siente el calor de todas las personas que tiene alrededor y ve en su mente las cosas que le pasaron. “Entonces vuelvo a hacer el final de la canción y me libero. Como digo: ‘From the top of the world’, estoy hablando desde la cima del mundo”, explica. “Lo que digo me nace desde una parte de mi interior que ni siquiera yo puedo controlar.”
La relación con Sudamétrica –y en especial con Mustafá– terminó de forma impulsiva, como todo en la vida de Kodigo. Sin café de por medio ni nada, sacó sus cosas de la “Sudahouse”, la casa-estudio de la crew (donde él vivía), y se mudó y abrió un nuevo canal de YouTube, un movimiento que fue celebrado por toda la escena. Fue de la noche a la mañana. “Me desperté un día y fue como una epifanía”, dice. “Me di cuenta de que estaba apoyando algo que no me estaba apoyando a mí.”
Según Kodigo, todo el problema empezó con “Joven negro”, donde rapea: “Yo no soy como Kendrick/Soy como Hendrix en Woodstock”. La demora en la publicación de “Joven negro” (“¿Sabés lo que fue estar un año con esa bomba en el bolsillo?”) y la inexistente inversión para un video oficial, dice Kodigo, detonó algo en su relación con Mustafá, que a su vez lleva casi diez años grabando un disco de temas nuevos. “Sí, sí, me cajonearon, bro, porque era obvio que ese tema iba a ser un éxito muy grande.” (Consultado para esta entrevista, Mustafá dice: “Hablar de cajoneo no es justo, porque en todo caso el único cajoneado fui yo. Por sobre todos nosotros siempre estuvo Sudamétrica, no el capricho de uno solo”.)
“India”, en la que Kodigo rapea “en mi visión hay billetes lloviendo”, y “Lambo”, sus últimas dos canciones, tienen videos hermanos donde Kodigo actúa por primera vez. “Juntos forman una historia continuada”, dice él y describe la tensión histórica entre el bien y el mal, algo que viene del góspel y la música negra de raíz. “Representa el camino que uno tiene que recorrer en su interior para llegar del lado oscuro al lado luminoso, pasando por pruebas, recibiendo ayuda de personas que nos quieren y llegando a encontrarnos con esa libertad, con esa bendición, esa epifanía que te abre el tercer ojo. Es una metáfora grande.”
Le pregunto qué significa eso del “tercer ojo” y su signo, que él, sus amigos y fans usan todo el tiempo, y que hizo durante la sesión de fotos con RS. “El tercer ojo serían los ojos espirituales, los ojos del alma”, dice.
DJ Stuart, un beatmaker argentino clave que grabó el primer disco de Mustafá Yoda (Cuentos de chicos para grandes, 2004), está fascinado con esta nueva dimensión teatral de Kodigo. “El es un artista”, dice Stuart. “Tiene una estética propia que aplica a todo lo que hace: letra, beat y video; todo está integrado. Su actitud es: ‘Esto soy yo y si te gusta, bien’.”
Cuando vio los videos, le mandó un mensaje de texto que decía: “Gracias por traer el hip-hop argentino de vuelta al 2017”. “Lamento que ya no esté en las batallas, pero me encanta lo que hace”, continúa Stuart, ahora responsable de BDLG en Argentina. “Tal vez no tenga éxito y muera pobre como Van Gogh, pero va a ser Van Gogh. En mil años, alguien va a escuchar eso y va a decir: ‘Esto es oro puro’.”
El sonido oscuro, de tonos bajos, de las nuevas canciones de Kodigo fue creado en gran parte por ZkillJedai, un beatmaker prodigio de 26 años del interior de Neuquén que tomó como referencia a PARTYNEXTDOOR para elaborar una serie de instrumentales extravagantes y lujosos, perfectos para las canciones sobre Lamborghinis y Mercedes-Benz de Kodigo. “Yo prefiero hacer canciones sobre las cosas que me gustan”, dice Kodigo. “Autos, mujeres, mi crecimiento personal.”
Sus feats con el chileno Drefquila son parte del plan, que consiste en construir poder por fuera de Sudamétrica, pero también de Red Bull y El Quinto Escalón (el gran torneo de plaza argentino). “Estamos abriendo la puerta a que esta música se pegue”, dice. “Cuando se pegue esto, más pibes van a poder surgir sin necesidad de ir a una competencia a difundirse, sólo haciendo buena música.”
“Kodigo se lanzó solo hace tres meses, mi carrera empezó hace seis”, dice Drefquila, desde Chile. “Pero lo que nos hace diferentes es que entendimos qué hay que decir en las letras, cómo se tienen que ver los videos, qué palabras tenemos que usar, cuándo tenemos que lanzar los materiales.”
Dref dice que detrás del éxito que hace un año tuvo el video de “Milki”, el hit de trap social de Akapellah (un ex freestyler venezolano estrella), se armó un roaster variado e inorgánico en el que están Kodigo y él, además de otros dos venezolanos: Big Soto y Neutro Shorty (que tiene un video con 15 millones de views). “Esto que se generó es un género”, sigue Kodigo. “Se llama trap latinoamericano.”
Todos ellos forman parte de una generación que conoce muy bien cuánto vale su imagen, tienen una suerte de conciencia al respecto. Kodigo dice en un momento: “Estoy generando una imagen y un mundo. La gente al escuchar mi música se mete en mi mundo. Y si es mi mundo, yo manejo todo lo que hay ahí”.
Sin embargo, aunque son ídolos en varios países, todavía viven en la lona, tratando de adivinar quién va a ser el primero en pegarla. Desde la ventana del monoambiente de Kodigo se ve la cárcel de Devoto, y apenas tiene una mesa y una cama que durante el día hace de sillón. En las paredes, el único cuadro que hay es el de una publicidad de Speed (“Está piola que sea de Speed y no de la otra marca, ¿no?”, dice con una sonrisa) y en su mesa de luz hay unas botellas vacías de Hennessy, un Prime listo y una cadena de oro que de un lado dice KO y del otro take risk and prosper (siglas de TRAP), prolijamente estirada: es como si las tres cosas juntas compusieran alguna especie de altar.
Su modelo a seguir es Drake y cree que deberían hacer un feat juntos, como también que la presentación de su disco debería ser en el Luna Park, pero por ahora se conforma con Niceto Club. Y después, cuando él o alguno del roaster se cuele por detrás de Maluma, J. Balvin o Bad Bunny en los charts pop, ahí sí: sonará el celular y será Drake. Sin ironía, dice: “A Drake no le va a quedar otra que llamarme, bro”.
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Sus amigos tocan el timbre. mientras bajamos a la calle, Kodigo dice: “Creo que muchas cosas que me pasan en la vida todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo, me confirman que nací para rapear”.
Uno de sus amigos es Gabo, que aparece sentado a su derecha en el video de “Vivo crema”, y Kodigo ahora le cuenta con entusiasmo: “¡Me preguntó por el tercer ojo!”. “En nuestro grupo de amigos, la energía es muy importante”, dice Gabo mientras caminamos.
Pasamos por lo de otro de sus amigos (el que maneja el auto que va a su rescate en el video de “Lambo”), donde está Jedai. Nada indica que ese flaquito con el pelo parado y una rosa tradicional tatuada en la mano haga tan tremendos beats. De hecho, caminamos varias cuadras y en ningún momento habla. (“El habla con sus beats, bro”, dice Kodigo después.)
De acá, Kodigo se va con Jedai a grabar un tema más para el disco. No me quiere dar el título del tema, mucho menos del disco. “Quiero sorprender a todos. A vos también”, me dice antes de despedirnos.
Unas semanas más tarde, me va a escribir un mensaje para contarme que el título del disco es From the Top of the World. Es la visión concretada, dirá, donde muestra su mundo, lo que quiere y hasta dónde pretende llevarlo. Pero hoy no me lo va a contar. Hoy, como siempre, Kodigo hace lo que quiere.
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