El cambio de Bad Bunny: ¿de machista a feminista?
Con apenas 25 años, Bad Bunny ya es una de las figuras más importantes del pop latino contemporáneo. Lo afirman los números: 40 millones de oyentes mensuales en Spotify (está en el puesto 15 en el mundo dentro de esa plataforma), 26 millones de seguidores en Instagram y un puñado de hits que suenan fuerte en muchísimos países del planeta. Pero también está claro que el puertorriqueño Benito Antonio Martínez Ocasio se empieza a ganar ese lugar a fuerza de talento para la música.
En su nuevo disco, YHLQMDLG (2020), hay una declaración de principios en el propio título que habla de la seguridad con la que este joven artista se mueve hoy ("Yo hago lo que me da la gana" es la traducción de ese acrónimo impronunciable) y ratifica la notable expansión de los límites de su repertorio, que puede tener al trap y al reggaetón como base de sustento, pero vuela mucho más alto, empujado por su audacia y avalado por una ola de featurings de su palo para destacar: Daddy Yankee, Yaviah, Flow, Sech, Anuel AA, Arcángel, Pablo Chill-E y el argentino Duki.
Concebido como homenaje a las "marquesinas" (fiestas del under) en las que Bad Bunny pasó buena parte de su adolescencia, el disco -lanzado un día sábado sin promoción previa ni el apoyo de un gran sello detrás- trabaja sobre una colorida selección de ritmos latinos para el baile (bachata, dembow -pariente jamaiquino del reggaetón-, reggae), exhibe una gran versatilidad para la creación de melodías pegadizas y condimenta todo con una colección de samples y homenajes que ponen blanco sobre negro la voracidad cultural y la heterogeneidad estilística del músico: ya de arranque, en "Si veo a tu mamá", se identifica con facilidad el guiño al clásico de Jobim y Vinicius "Garota de Ipanema".
Pero YHLQMDLG representa, además, la consolidación de un discurso que claramente intenta despojar de prejuicios y etiquetas a un tipo de música que sufrió ataques constantes por la efectiva propagación de consignas machistas de muchos de sus cultores durante años. Hace unos días, Bad Bunny fue a presentarlo al famoso programa televisivo de Jimmy Fallon en la NBC, con las uñas pintadas, unos aros muy llamativos en cada oreja, pollera y una camiseta en la que aparecía denunciado el asesinato de una mujer transgénero en su país. Una performance explícita de un pibe que hasta no hace mucho trabajaba de empaquetador en un supermercado y que ha decidido hacer su proceso de deconstrucción en público.
El éxtasis, los lamentos, la nostalgia y los reproches que son usuales en la lírica romántica han venido durante mucho tiempo cargados de misoginia, entonces Bad Bunny llena sus canciones de mujeres fuertes e independientes: "Si veo a tu mamá", "Bichiyal", protagonizado por una "casi soltera", o "Yo perreo sola", quizás la más emblemática, con una participación clave -y curiosamente no acreditada- de Nesi, joven batalladora del freestyle puertorriqueño. Y lo apoya con las imágenes que sube a su cuenta de Instagram, travestido y besando a su novia, Gabriela Berlingeri, una modelo también puertorriqueña que esta semana calentó el ambiente con un video en el que demuestra cómo domina el "perreo", el erótico estilo de baile que hoy es moneda corriente en muchísimas discotecas.
Graduado en comunicación audiovisual, Bad Bunny pasó de subir sus temas a Soundcloud a transformarse en una estrella internacional en muy poco tiempo: su meteórica carrera empezó hace dos años con un álbum debut que insinuaba su potencial (X 100PRE, título que también refleja los nuevos tipos de escritura en la era de los teléfonos inteligentes), continuó con un disco grabado en sociedad con J. Balvin, un nombre muy importante del boom actual de la música latina (Oasis), y ahora estalla con otro que edificó con mucha paciencia, a lo largo de seis meses de trabajo con nada menos que catorce productores diferentes y una intención manifiesta de alejar las acusaciones de sexismo que lo rozaron en el pasado, particularmente a partir de "MIA", un tema con la colaboración del astro norteamericano Drake.
El nuevo perfil de Bad Bunny -el de artista mainstream pero independiente y comprometido con las causas de su época- ya ha tenido una convalidación importante, al menos en términos simbólicos: atenta a su participación activa en las marchas en contra del exgobernador de Puerto Rico Ricardo Rosselló, quien renunció a su cargo después de que se filtraran polémicas conversaciones por Telegram que incluían comentarios discriminatorios y ofensivos, la Universidad de Harvard lo invitó a dar una clase magistral sobre la canción de protesta.
Su compenetración en el rediseño de imagen es tan visible y remarcada que no faltan quienes la tachan de mera sobreactuación. Y es cierto que Bad Bunny parece haber puesto en marcha una estrategia que lo recoloque dentro de un universo cuyas reglas no sintonizan con la expansión del feminismo y la diversidad sexual.
Ya en 2018 contó en sus redes sociales cómo lo expulsaron de un centro de estética de Oviedo (España) al que había llegado para pedir una sesión de manicuría y pedicuría. Y muy pronto lanzó el clip de "Caro", donde aparece pintándose las uñas y aplaudiendo un desfile en una singular pasarela donde las modelos son una anciana, una joven con sobrepeso, una drag queen y una chica con síndrome de Down. Ese mismo año publicó el single "Solo de mí" para alertar sobre la violencia de género.
En YHLQMDLG esa tendencia se profundiza y despierta al mismo tiempo la ira de las personas que señalan a un hipócrita llevando a cabo una magnífica operación de purple washing (un lavado de imagen utilizando los reclamos del feminismo) y la empatía de aquellas otras que, incluso con independencia de comprar o no todo el paquete sin plantear ninguna reserva, consideran que la difusión masiva de ideas que colaboren a construir una sociedad más abierta siempre vale la pena y ha encontrado en Bad Bunny un canal que las amplifica con un alcance inusitado.
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