El audaz director argentino del teatro de La Zarzuela, de Madrid
MADRID.– La voz de la soprano Ainhoa Arteta se escapa desde el escenario hacia la calle Jovellanos por una puerta lateral donde los técnicos desmontan una escenografía. Ese vibrato sale del imponente edificio del Teatro de La Zarzuela y reverbera en el Congreso de Diputados, a pocos metros de esta histórica sala que se prepara para inaugurar su nueva temporada. A pesar de que el covid-19 alteró el calendario de representaciones y ensayos, el coliseo no se detuvo a través de su canal de streaming donde realizó una serie web que cosechó 90 mil espectadores y donde la retransmisión de obras durante el confinamiento alcanzó una platea virtual de casi un millón de espectadores. El director de este templo lírico, Daniel Bianco, argentino radicado en España desde hace 36 años, asegura: "El teatro y yo optamos por la prudencia, pero ahora es el momento de la audacia".
Una pared expone el póster de cada producción que ha realizado al frente del Teatro de La Zarzuela: 60 marcos de aplausos y prestigio. Bianco asumió la dirección artística del teatro en 2015 y, a través de dos prórrogas de su cargo, que se traduce como un reconocimiento a su excelente gestión, continuará en su puesto hasta fines de 2023, según acordó el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música de España. Durante su gestión la cantidad de representaciones aumentó un 42%, se duplicó el número de abonados y el teatro donde trabajan 300 personas funciona casi a sala llena. En su escritorio hay un nuevo objeto: el premio Max que acaba de obtener por La Francisquita, dirigida por Lluís Pasqual, que se impuso como mejor espectáculo musical frente a A Chorus Line, producida por Antonio Banderas. Graduado en Bellas Artes, en la Escuela de la Cárcova, Alfredo Alcón, con quien tuvo varias oportunidades de trabajar, ha sido un gran maestro: "Tengo su voz mi cabeza. A mí él me ha hecho mejor persona".
–¿De qué modo impactó la pandemia a La Zarzuela?
–El covid-19 atacó el punto más esencial del teatro que es un acto de comunicación aquí y ahora. El teatro es mucho más frágil de lo que parece porque la función de hoy no es igual a la de mañana. El coronavirus nos ha puesto una mascarilla y nos ha quitado la palabra y el abrazo que se produce entre el artista y el público. Las plataformas están muy bien, pero son un instrumento. Hay dos daños irreparables. En primer lugar, el virus ha afectado muchísimo, más de lo que lo imaginamos, a los artistas y a los técnicos, porque nuestro trabajo es intermitente. En segundo término, el otro perjudicado es el público que firma de una manera muy utópica un pacto con el teatro. Es una confianza que deposita en nosotros y que no le hemos podido devolver a través de un espectáculo. Pero, en La Zarzuela le hemos podido devolver el dinero a todos los espectadores. Con respecto a los artistas, hemos intentado ayudar económicamente a todos los artistas que tenían previsto actuar y no pudieron.
–¿De qué manera?
–Pagándoles un dinero pactado que equivale a los ensayos, pero con una idea muy estricta: esos espectáculos han sido reprogramados para esta o para la próxima temporada. Ninguna obra se ha quedado en el cubo de la basura.
–¿Cuáles son las dificultades de dirigir un teatro con las características de La Zarzuela en la "nueva normalidad"?
–Estamos por estrenar Granada, un espectáculo integrado por La Tempranica y La vida breve, este último con música de Manuel de Falla. Su partitura está escrita para 96 músicos y en el foso, con las nuevas medidas, solo caben 24. Por esta vez, única y especifica vez, la familia Falla nos ha dejado hacer una adaptación a una orquesta de cámara con 22 músicos y 14 personas en el coro, en lugar de 60. Es un momento histórico.
–¿Cuál fue su estrategia para atraer ese público joven a la Zarzuela?
–El desafío era hacer llegar un género que es patrimonio nuestro a los chavales que no lo conocen. A un sobrino le enseñé qué era la lírica, a pesar de que le guste la música electrónica. Si la Royal Shakespeare Company hace adaptaciones de sus textos, si se hacen adaptaciones de Lope de Vega y de Molière, ¿por qué nosotros no podemos adaptar la zarzuela para un público joven? Picasso no le faltó el respeto a "Las meninas" cuando las pintó La mejor idea fue que gente joven hiciera zarzuela para gente joven. Apareció Pablo Messiez, por ejemplo, gente que sabía que iba a luchar, quien ha dado vuelta La verbena de la Paloma. Tenemos que aprender que hay muchas maneras de ver algo y también tuvimos que trabajar por quitar esos prejuicios porque, durante la dictadura, el señor Franco se apoderó de la zarzuela.
–Dirige un teatro público en España. ¿Es igual de compleja la dirección aquí que en una institución de la Argentina?
–Sé que está Sebastián Blutrach, a quien le quiero muchísimo, en el Cervantes. Todos los teatros públicos, administrativamente, son muy complejos. Pero hay algo que admiro de la Argentina y es que el teatro y los libros no tienen IVA. Eso es maravilloso. Aquí en España está el 21% y eso lo hace muy complejo. Las leyes de la administración pública no están pensadas para hacer teatro. Justificar la compra de una taza para utilería es un trabajo impresionante en tiempo y en pérdida de tiempo. Pero lo bueno es que este teatro sigue siendo accesible, con entradas de 4 a 40 euros, con todo tipo de descuentos: para gente que está en paro, para estudiantes, para familia numerosas, etcétera. Eso me compensa todos los problemas que pueda tener la administración pública.
–Sigue en su cargo a pesar de los distintos partidos políticos y gobiernos que ha tenido Madrid en los últimos años. ¿Cómo logra mantenerse a pesar de los vaivenes políticos? Eso habla bien de usted.
–No sé si eso habla bien de mí o si habla bien de ellos. Uno tiene que intentar todos los días ser un poco generoso. Estamos en un momento donde las cosas no son tan simples y no hablo de la parte económica. Planteé por eso una temporada plural, un abanico, porque no hay un solo público, un solo espectador. No pienso tampoco en lo que a mí me gusta. Cuando uno está en un cargo tiene que abrir los ojos. Lo hago como un ejercicio personal: intentar ser tolerante porque estamos destinados a convivir.
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