El título del primer disco de los Killers en cinco años es audaz, con ese eco del “wunnerful, wunnerful” del acordeonista de la “champagne music” Lawrence Welk, otro artista desvergonzadamente comercial al que a los críticos les gustaba opacar. ¿Pero qué sabemos? Los Killers hicieron una gran carrera siendo unos rockeros ampulosos acaparadores parados en la frontera entre la sinceridad ostentosa y el camp absoluto, y estratégicamente declinando residencia a ambos lados. Pero lo que es genial de Wonderful Wonderful es que parecen divertirse con la broma, duplicando su fetiche de grandilocuencia mientras guiñan el ojo camino al banco.
Como siempre, les roban a los mejores. La tontamente exagerada “The Man” se sube a un groove estilo “Spirit of the Boogie”, de Kool and the Gang, mientras el líder Brandon Flowers se declara como “alguien de renombre”. “Out of My Mind” es un meta-hit de los ochenta que nunca existió, con Flowers rogando: “¡Saquen la púa del disco, no puedo aguantar otro estribillo!”, mientras nombra a Bruce Springsteen y Paul McCartney (“un nombre pesado”, suspira desde el escenario). Los gestos anti-Trump de “Run for Cover” son bienvenidos, pero las partes menos juguetonas hacen ruido, quizás a propósito. La triangulación U2-Springsteen-New Order de “Life to Come” es exasperantemente solemne hasta que Flowers pide: “Abajo la vergüenza”. Diablos, él sí que lo hizo, y le funcionó bien.