Pity Álvarez y el año en que tocó fondo
En los últimos años, el comportamiento cada vez más errático de Cristian "Pity" Álvarez eliminó de manera paulatina cualquier tipo de apreciación artística que pudiese hacerse sobre su obra. Se convirtió así en material de análisis en cualquier espacio en donde se quisiese discutir sus hábitos, su inmolación narcótica o sus pasos en falso. Y si bien el músico ya había acostumbrado por la fuerza a su propio público a una rutina de shows disparejos y un deterioro cada vez más descendente, ni el más desencantado de sus seguidores hubiera imaginado que su ídolo iba a terminar el 2018 en un pabellón psiquiátrico del penal de Ezeiza acusado de asesinato.
Dueño de un talento innato y una facilidad cada vez mayor para convertir su cuerpo en un laboratorio politóxico de ensayo y error, Pity Álvarez fue durante fines de los 90 el espacio para un rock barrial. Tan altanero como sensible, capaz de rendirle tributo a la Santísima Trinidad de los vicios propios del género (sexo, drogas y rock and roll) como también de hacer una de las postales más maravillosas y conmovedoras de la vida en la clase trabajadora condenada al yugo ("Homero", de Especial, 1999). Pero mientras otros compañeros de camada encontraban en ese formato un terreno seguro, Pity sentía un corset creativo, que lo llevó a disolver primero su grupo, Viejas locas, y a aventurarse cada vez más lejos, después.
Con el cambio de milenio, Álvarez fundó Intoxicados, una banda capaz de sumar a la fórmula reggae, psicodelia de barrios bajos, hip hop y demás posibilidades. Todo en un contexto en el que las drogas eran ya no un motor creativo o un escapismo recreacional sino el combustible de un personaje cada vez más indescifrable, capaz de pasar a ser noticia por el presunto intento de robo de un remís en Concordia, o de ser parte de un confuso episodio en una habitación de hotel en Palermo en el que su mánager terminó con un disparo en una pierna.
Tras intentar volver en 2009 con Viejas Locas con un disco poco inspirado y un show caótico en Vélez en el que murió un seguidor en las inmediaciones del estadio, el comportamiento de Pity empeoró. Desde causas por hurto y posesión de armas, pasando por agresiones a móviles televisivos hasta golpes y amenazas a una seguidora que quiso sacarse una foto con él en Piedrabuena, su ghetto privado. Después de intervenciones judiciales y tratamientos forzados de rehabilitación, el músico instauró su propia dinámica de lo extremo. Podía tener raptos de brillantez inigualable o tocar un fondo cada vez más profundo y el 2018 terminó por confirmar que su viaje era descendente y sin posibilidad alguna de ascenso.
En abril de este año, una nueva formación de Viejas Locas prometía un regreso a la altura de cualquier espectáculo internacional en el Club Argentinos del Norte, en Tucumán. Pero como todo puede fallar, Álvarez no viajó con su banda y su equipo técnico obligó al productor local a viajar a Buenos Aires a convencerlo, una escena de tira y afloje que culminó con el músico haciendo proyectar un video a la 1 y media de la mañana asegurando que ya estaba en viaje. Cuando Pity llegó al predio a las 5 de la madrugada, sus fans lo recibieron con insultos y una lluvia de cualquier objeto contundente que tuvieran a mano, para luego incendiar la torre de sonido y saquear el escenario. El conflicto quedó en un cruce de acusaciones entre el músico y el productor Lucas Salinas, con la promesa de realizar un nuevo show a beneficio y ausencias a las audiencias de mediación judicial.
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