El amor según Giuseppe Verdi
En medio de tanto horror, locura y espanto, hagamos el esfuerzo de hablar del amor. El amor en Verdi. Pero una forma de amor inédita dentro de la inmensidad de su producción lírica, como es la que propone "Falstaff", la última de sus óperas, que se verá en el Colón a partir del próximo martes.
Le era preciso a Verdi volver a unir su genio al genio de Shakespeare, con el poeta y compositor Arrigo Boito como aliado; pero era imprescindible también esperar a que el hombre llegara a los ochenta años, para desprenderse de las violentas pasiones, de los desdichados e implacables destinos de muerte de sus Gildas, Violetas o Leonoras, de sus Aidas y Radameses, de sus Otelos y Desdémonas, y atreverse a cantar, por primera y única vez, al amor juvenil. Al amor sin miedos, sin llantos, sin horribles cábalas, sin padres prepotentes y vengativos. Al amor adolescente, feliz, lleno de ingenuas picardías de Nannetta y Fenton.
Pero para que esa preciosa florcita recién nacida pudiera brillar con todos su olores y colores, era preciso que Verdi la proyectara sobre el fondo de los sentimientos viciados de los mayores, sobre el mundo de los engreídos, vanidosos, hipócritas e interesados. De todas maneras, como nada debe perturbar este aire paródico y divertido que propone Shakespeare, sir John Falstaff, ebrio, lascivo, mentiroso y ladrón, es también campechano, expansivo y simplón, siempre fiel a sí mismo, y termina ganándose el afecto de todos, especialmente del público. Y así, de la mano de Verdi, se llega a la conclusión, a través de una fuga prodigiosa, de que "tutto nel mondo è burla", de que todos somos "gabbàti" (cándidos, engañados) y de que cada mortal se ríe del otro, aunque ríe bien quien da "la risata final". Melancólica filosofía de vida, aunque dicha en clave de comedia y acompañada por una de las músicas más formidables que se haya concebido en toda la historia de la ópera.
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También hay en "Falstaff", como en toda la creación verdiana, un padre prepotente que dispone casar a su hija con su amigo, viejo y rico. Pero aquí está ¡albricias, y por vez primera! bien plantada, la figura materna, Mrs. Alice Ford, la madre de Nannetta, y están sus amigas, Quickly y Meg, las alegres comadres de Windsor, dispuestas a defender los derechos del amor y de la juventud. Nunca Verdi había alcanzado un lirismo de tal dulzura, ingenuidad y transparencia para acompañar la atracción espontánea que va uniendo a Nannetta y Fenton. Es un amor que se va haciendo poco a poco, en furtivos e inocentes encuentros, a través de una palabra que trae otra y que florece no en el temor y la oscuridad, como todos los amores de la lírica romántica, sino en el clima de una provinciana historia de enredos que termina sobre un enorme estallido de risa. Después de lo cual, "tutti andiamo a cena". Un buen vino y pantagruélica comida traerán la concordia entre burladores y burlados. La victoria es de la tolerancia y el amor, pero sobre todo es el triunfo del "gran vecchio", en el último escalón hacia la inmortalidad.
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