En la música, la pintura y el streaming, entre otras escenas, la inteligencia artificial gana terreno y se anima a una capacidad que parecía monopolizada por el humano; ¿una máquina puede ser talentosa, crear, emocionar?
En los próximos tres años, más de 120 millones de trabajadores en todo el mundo deberán renovar aptitudes para enfrentar el avance de la inteligencia artificial, según alertó IBM en un informe reciente. Profecías de esa especie se repiten desde la primera Revolución Industrial, pero la nueva ola de automatización exhibe una singularidad: las entidades creativas ya no están a salvo. Las máquinas ya no solo empaquetan, ensamblan y ajustan tuercas; ahora se animan al arte y al espectáculo.
Los algoritmos iniciaron la conquista del entretenimiento con recomendaciones (por ejemplo en Netflix o Spotify, esforzándose por conocer al usuario para sugerirle contenido), y con otros encantos conectados al arte, aunque incapaces de forjarlo. Pero como un acomodador de cine convertido en guionista, los algoritmos saltaron la barrera. El capítulo de la serie Mozart in The Jungle en el que un robot director de orquesta compitió con un par humano, interpretado por Gael García Bernal, ahora se concreta más allá de las pantallas.
¿Un sistema inerte puede ser creativo? "Es una pregunta difícil y no tenemos la respuesta adecuada. El problema es que ‘creatividad’ es una palabra que solamente se usa para los humanos y es complejo adjudicársela al comportamiento de una computadora", señala Pierre Fautrel, integrante de Obvious, un colectivo artístico parisino que el año pasado ganó fama con Portrait of Edmond, de Bellamy, un retrato creado íntegramente por un mecanismo algorítmico y que, en lo que fue un verdadero hito, se subastó por encima de los 400.000 dólares. "Esa es, en rigor, la pregunta que proponemos: ¿la creatividad puede ser algo más que humana? Algo que puedo asegurar es que no hay un acuerdo sobre esto. Por el momento, no sabemos si una máquina puede ser creativa, pero sí es seguro que puede ser inventiva", sostiene Fautrel.
La recreación de un dibujo de Pablo Picasso escondido en los azules de El viejo guitarrista ciego es un nuevo botón de muestra de esta avanzada tecnológica. Con el apoyo de una red neuronal, investigadores del University College de Londres trazaron la figura de una mujer que el artista malagueño tapó con aquella pintura aparecida en 1904. Es decir, usó el mismo lienzo, y una exploración con rayos X, en 1998, reveló la otra presencia. "La recuperación de los contornos perdidos fue un esfuerzo de colaboración humano-máquina", explica Anthony Bourached, autor principal del estudio. Consultado respecto de las eventuales capacidades artísticas de la tecnología, el experto dice que la pregunta es tan compleja como definir acabadamente algunos conceptos. "Creo que el arte con inteligencia artificial desafía lo que pensamos sobre la creatividad, y al mismo tiempo pone en jaque lo que pensamos sobre esos sistemas. Ese fue uno de los principales puntos de nuestro trabajo", señala.
Al compás de los algoritmos
Mientras las capacidades de la tecnología evolucionan y la curiosidad de algunos investigadores "hackea" el cliché del autor solitario que aguarda entre copas la llegada de su musa, otras ramas, como la música, igual que ya ocurre con la literatura o el cine, reciben a los artistas que tienen bytes en vez de espíritu.
Tiempo atrás, el robot YuMi logró fama internacional al dirigir a la orquesta que acompañó a Andrea Bocelli en un concierto en el Teatro Verdi de Pisa. En la experiencia, ese par de brazos mecánicos emulando extremidades de humano desplazó de la escena a su colega y maestro Andrea Colombini, director de la Filarmónica de Lucca. "Fue divertido cantar con él. Demostró que puede hacerlo, pero solo gracias a un excelente trabajo de ingeniería y a un verdadero maestro", dijo el cantante italiano. "Creo que estamos haciendo historia, escribiendo el futuro de las aplicaciones robóticas", comentó el CEO de ABB, la empresa suiza que desarrolló la criatura. Por su parte, Colombini reconoció las dotes de su émulo metálico, aunque defendió las suyas. "YuMi es bueno en lo que respecta a la técnica, pero en última instancia no está dotado de sensibilidad humana", advirtió.
Una vez más, ¿una máquina puede crear música, además de estudiar e imitar los movimientos del dueño de la batuta? Hay algunos mojones en los que vale la pena detenerse. Por ejemplo, en el sistema de inteligencia artificial que creó Huawei y compuso los dos movimientos finales de la Sinfonía Número 8 de Schubert, conocida como la "Sinfonía inacabada", que así permaneció por casi 200 años. ¿Cómo lo hizo? No fue puro arbitrio creativo. Basándose en el tono, timbre y compás de los movimientos existentes, la tecnología elaboró los hasta entonces faltantes. El broche de oro ocurrió en febrero de este año, cuando la English Session Orchestra interpretó la nueva pieza en el Cadogan Hall londinense. También sirven de ejemplo MuseNet (openai.com/blog/musenet/), un ingenio de la organización OpenAI que compone en formato MIDI con el estilo de Lady Gaga o The Beatles, entre otros, y AIVA (aiva.ai), un servicio que propone usar inteligencia artificial "para componer bandas sonoras emotivas", según prometen los desarrolladores.
Consultado por LA NACION respecto de la acometida de las máquinas, Jorge Variego, voz de referencia en el terreno de la composición algorítmica, sostiene que la creatividad no necesariamente implica la creación de algo que nunca ha existido. "En cambio, creo que se trata de descubrir conexiones nuevas entre cosas o mundos que ya existen. Estas son el fruto de la intuición y la pasión, virtudes humanas anteriores a cualquier tipo de razonamiento lógico asociado con los robots. Mi pregunta siempre es ¿cuál es la necesidad que tiene un robot de componer música?", señala el rosarino, actualmente profesor de teoría y composición en la Universidad de Tennessee, además de director del UT Electroacustic Ensemble, un grupo dedicado a la improvisación con medios electrónicos.
El especialista nota que tanto las tareas cotidianas simples como las complejas podrían condensarse en un algoritmo, reducirse a una serie de pasos secuenciales para conseguir un resultado. En ese sentido, comenta que "la composición musical, como actividad humana, también podría reducirse a pasos lógicos para obtener un resultado, que para esta disciplina en particular sería una obra musical".
"La composición de una melodía podría presentarse como un procedimiento algorítmico. Primero hay que elegir cinco notas diferentes de la escala cromática, luego asignarle una figura rítmica a cada una, y finalmente escribir una melodía con veinticinco notas que utilice exclusivamente los parámetros seleccionados", señala Variego, y sostiene que efectivamente hay un nivel de creatividad en este proceso, pero que "lo interesante es que esa capacidad se encuentra más en el diseño del algoritmo, en la delineación del marco de trabajo, que en el resultado que este arroja". En esa instancia es donde la creatividad humana vuelve a escena. Al menos hasta que llegue el día en que los algoritmos sean capaces de crear a otros de su misma especie. Entonces habrá que compartir la escena.
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