El cofundador del mítico dúo del rock nacional vuelve a los escenarios para celebrar la música que acompañó a varias generaciones; en diálogo con LA NACIÓN explica cómo nacieron “Mi cuarto”, “Pupitre marrón” y “Curiosa noche”, habla de la supuesta competencia con Sui Generis y recuerda a su compañero Héctor Ayala
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Hubo un tiempo en el rock nacional en que los dúos acústicos eran moneda corriente. Estaban Sui Generis, Pedro y Pablo, Pastoral, Fantasía, Edu y el Pollo, Los Hermanos Makaroff y también Vivencia, que provenía de la zona oeste del Gran Buenos Aires y cultivaba el folk. Integrado por Héctor Ayala y Eduardo Fazio, se caracterizaba por el lirismo de sus letras (sobre temas cotidianos) y las excelsas armonías vocales. Con esa impronta llegaron a grabar nueve discos y a perdurar en actividad durante cuatro décadas, hasta la muerte de Ayala. Su segundo álbum, titulado Mi cuarto, vendió 500.000 unidades y así se convirtió en uno de los más exitosos de todas las épocas. Algunos de los temas del binomio trascendieron generaciones y aún son clásicos de fogones, como “Mi cuarto”, “Pupitre marrón” y “Curiosa noche”. Hoy la discografía completa de Vivencia, en manos de Sony Music, es considerada “música de catálogo” y reeditada permanentemente en diferentes formatos.
Ahora, a los 74 años y para homenajear semejante historia, Eduardo Fazio ha decidido volver a tocar sobre un escenario los clásicos imperecederos de Vivencia, en principio en un único y especial concierto: el de este sábado 28 de septiembre, a las 20.30, en ABRA Cultural (Hipólito Yrigoyen 840), con entradas a la venta en Passline y en la boletería del lugar. Lo hará acompañado por Guillermo Mansini (en el rol de la primera voz, que desempeñaba Ayala) y el grupo Santa María del Buen Ayre. Pero antes, en diálogo con LA NACIÓN, repasa la extensa trayectoria del dúo y revela insospechadas anécdotas.
–¿Cómo nació Vivencia? ¿Con Héctor eran vecinos, amigos o compañeros de estudios?
–El asunto es así: yo tenía un primo que era mayor, como Héctor, que me llevaba seis años. Nos presentó y armamos un trío: mi primo tocaba la batería, Héctor la guitarra y yo el bajo. Empezamos haciendo música instrumental, temas de (Astor) Piazzolla, de bossa nova y clásica. Estamos hablando de finales de los 60 y de la época del café concert. Los tres éramos de zona oeste, sólo que mi primo y Héctor eran de Ciudadela y yo vivía en Haedo. Tocábamos exclusivamente por placer. Luego, cuando mi primo se casó, seguimos Héctor y yo. Hasta entonces nunca habíamos cantado y a partir de ahí empezamos a componer canciones para dos guitarras. Todo se dio naturalmente. Y luego, como yo trabajaba en una agencia de publicidad, obtuve el contacto de Leo Rivas (un famoso conductor de radio y TV de la época) y lo fuimos a ver a Radio Continental, donde conducía El programa del mate. Él se interesó y nos llevó a dar una prueba en vivo a tres sellos discográficos: Philips, RCA Victor y CBS Columbia. ¡Y los tres nos aceptaron! Leo nos aconsejó que firmáramos con CBS y así lo hicimos. Eso fue en el 71, ahí arrancamos y al año siguiente grabamos nuestro primer álbum, yo con 21 años y Héctor con 27.
–¿Es verdad que en un principio el dúo se llamó Maderas?
–Sí, tal cual. Fue un nombre elegido de emergencia, cuando empezamos a tocar con otro grupo de la zona, El Reloj. Nosotros tocábamos en primer lugar, hacíamos nuestro set acústico y después venían ellos, que hacían rock. Ellos eran de San Justo y tenían muchos seguidores. Lo del nombre Maderas fue un poco por lo de las guitarras acústicas. “El Negro” era hijo de Héctor Ayala (reconocido compositor y guitarrista de folklore), pero además era concertista de guitarra; y yo, al lado suyo, aprendí muchísimo sobre la ejecución del instrumento. En CBS nos cambiaron el nombre, porque la verdad que Maderas... Y además se dieron cuenta que todas nuestras primeras canciones tenían una vinculación.
–¿Fue así como surgió la obra conceptual Vida y vida de Sebastián, el primer álbum del dúo?
–Exacto. Ellos tenían la intención de editar una ópera rock. Algunos piensan que nos inspiramos en la ópera Tommy de The Who (de 1969), y nada que ver. Nosotros no teníamos ninguna influencia de la música extranjera. Eso queda claro en la forma de nuestros punteos, en los colores de nuestra música. Por eso muchos no nos vinculaban con el rock. Hacíamos música folk y nuestro sonido era más melódico; y siempre nuestras canciones estaban por encima del estilo. Lo que a los de la CBS les impresionó fue que tuviéramos un tema que se llamaba “Un niño está por nacer”, otro que se titulaba “El niño y la libertad” y también estaba “Sebastián”, que era una canción que incluía varias partes musicales distintas. Por eso les surgió lo de la obra conceptual. La grabamos en el mismo estudio donde grababan Sandro y Sergio Denis.
–Con respecto a los punteos, ¿por qué sonaban tan metálicos? ¿Ese sería el quid del sonido Vivencia?
–Eso se debió a que Héctor reemplazó en su guitarra Yacopi las tres cuerdas inferiores originales por unas de acero. Ahí nació el sonido Vivencia: de punteos metálicos y estirados. La prueba más evidente se da en el tema “Mi cuarto”. Héctor era un campeón del punteo. Por eso, cuando yo componía un tema, lo primero que le decía era: “Y acá viene un punteo tuyo”. A los punteos él le ponía una impronta única, yo lo sabía y ni se me ocurría probar de hacerlos yo.
El boom de “Mi cuarto”
–Al año siguiente, en 1973, editan Mi cuarto, un álbum completamente distinto al anterior, que resultó ser, a la larga, el más vendido de la discografía de Vivencia y uno de los más exitosos en toda la historia del rock nacional.
–Y en esto también tuvo mucho que ver la gente de CBS. En Vida y vida de Sebastián lo que imperaba, en el lado A, era la orquesta dirigida por Jorge Calandrelli y, en el lado B, estábamos acompañados por un bajista, un baterista y un organista. Pero no existía el sonido del dúo, excepto por el tema “Soltería de Julieta”, que grabamos nosotros dos solitos, con nuestras guitarras. Y ellos visualizaron que ése era el camino que debíamos adoptar, que por ahí andaba la cosa. Por eso en Mi cuarto hicimos todo nosotros, incluido los arreglos. Hasta la tapa nos encargamos de diseñar. Luego, cuando el disco salió a la venta, el tema “Mi cuarto” se convirtió inmediatamente en una canción de fogón y nos empezaron a llover los shows. La presentación oficial del álbum fue en el Teatro Odeón, que era una suerte de Teatro Colón pequeño, ubicado en Esmeralda y avenida Corrientes. Nuestro representante era Daniel Grinbank, quien –muy pocos lo saben- empezó con nosotros a instancias de Leo Rivas. Era muy chico, recién habría terminado la secundaria.
–Posiblemente “Mi cuarto” sea el tema con el que más se identifica a Vivencia. ¿Recordás su génesis?
–Sí. Cuando Héctor la compuso se llamaba originalmente “En Lanús”. Me la tocó y a mí no me cerró la letra, me parecía que esa música no tenía nada que ver con los textos. Era una época en la que componíamos como cien temas y noventa los tirábamos a la basura. Pero éste, después de mi comentario, no lo descartó Héctor. Se fue a su casa y a la semana me llamó. “¿Sabés que me volví loco durante días buscándole otra letra y no me di cuenta que todo estaba acá, en mi cuarto?”, me dijo. ¡Y así nació “Mi cuarto”!
–El tercer disco, llamado simplemente Vivencia, incluye otro de los highlights del dúo, “Pupitre marrón”, tema que marcó a generaciones de estudiantes secundarios. ¿Cómo nació la canción?
–Te cuento: en esa época los colegios nos llamaban para hacer recitales donde juntaban dinero para viajar a Bariloche. Íbamos nosotros, Sui Generis y todos los artistas que hacíamos música de fogón. En ese contexto, rodeados de todos esos chicos para los que íbamos a tocar, nació el tema. Y no a la inversa, no es que lo compusimos especulando para que luego nos llamaran. Recuerdo que estrenamos “Pupitre marrón” antes de grabarlo en un colegio de Lomas de Zamora y nos sorprendió su repercusión. Los recitales en los colegios se hacían a la tarde, luego, por la noche, íbamos a tocar a los clubes. Fue una época de mucho trabajo. Hoy, si entrás a YouTube, vas a ver la enorme cantidad de videos que la gente, a lo largo de los años, ha ido subiendo con las fotos de sus cursos y la música de “Pupitre marrón”. ¡Es tan impresionante como emotivo!
–Recién nombraste a Sui Géneris. ¿Al principio eran competencia?
–Si había competencia, nosotros no la sentíamos. Y desde ya no era por parte nuestra. De hecho Grinbank una vez organizó un concierto con los dos dúos, en el salón de actos del Colegio Lasalle, que tenía una capacidad para 1500 personas, y fue un lleno total. Primero tocamos nosotros con el sonido de Robertone y luego ellos con el de Citizen. No hubo interacción, nosotros ni los conocíamos.
–De todos modos, los dos dúos tomaron caminos distintos, lo que desactivó las comparaciones y la posible competencia.
–Y... sí, pensá que como dúo nosotros grabamos como diez álbumes. No creo que haya otro grupo de rock nacional que haya registrado tantos discos y con una misma grabadora.
–¿Cómo se dividían las tareas en el dúo, en cuanto a la composición y el canto? ¿Te molestaba ocupar un segundo lugar?
–Lo que pasa es que muchas veces la gente no reconoce mi voz porque cantábamos mucho al unísono, pero, por ejemplo, yo hice la primera voz de dos de los temas más famosos de Vivencia: “Pupitre marrón” y “Curiosa noche”. A mi no me molestaba que él fuera, digamos, “el jefe”; o que llevara la voz cantante, porque yo siempre fui más bien de bajo perfil. Yo era más de componer y hacer los arreglos, no me desvivía por cantar. Cuando la tonalidad del tema lo requería, yo podía llegar a ser la primera voz; si no, prefería que la hiciera él.
Ni drogas ni rock and roll
–¿Ustedes eran “los chicos buenos del rock nacional”?
–No, nosotros éramos dos laburantes. Y a diferencia de otros artistas, que sólo hacían recitales y en la Capital, nosotros hacíamos shows y por todo el país. Éramos dueños de los equipos y con ellos recorríamos todas las provincias. Además llevábamos tres pantallas para hacer proyecciones de fotos, algo inusual para esos tiempos. En los shows en discotecas y clubes usábamos una sola porque no había lugar para todas, pero en los recitales en teatros aprovechábamos las tres, como cuando presentamos nuestra segunda obra conceptual: Los siete pecados capitales.
–Te lo pregunté porque nunca se los asoció con aquello de “sexo, drogas y rock and roll”; aquello que caracterizaba a los músicos de entonces.
–Es que nosotros no nos movíamos en ese ambiente. Con el único que tocamos una vez fue con Luis Alberto Spinetta, porque compartíamos el mismo representante. Digamos que nosotros estábamos en los márgenes del rock nacional; nuestra música era muy tranquila, nada que ver con el rock pesado. Y mucho menos con las drogas. Además, nosotros sólo estábamos enfocados en trabajar.
–En Vivencia coexistía lo humanístico con lo espiritual. ¿Tenían formación religiosa?
–Religiosa, en mi caso, no. Pero yo tenía serios conocimientos del yoga porque desde los 17 años lo practicaba y era experto en macrobiótica. De hecho el año que viene cumpliré 50 años como vegetariano. Pero nunca trasladé eso a las letras del grupo. Héctor, en ese momento, tampoco era religioso.
–¿Entonces cómo se les ocurrió hacer Los siete pecados capitales, el sexto álbum del dúo, en 1980?
–Se le ocurrió a Héctor un día que vino a mi casa de Haedo. Quedó impresionado por la cantidad de gente que vio caminando hacia Luján. Eso lo inspiró y empezó a escribir las letras de todos los temas. Yo, luego, compuse la introducción de la obra en piano y la música de algunos de los temas. Después, en 1984, nos invitaron a tocar en el Congreso Eucarístico que se llevó a cabo en el estadio de River, ante 80.000 personas. Fue una experiencia tan increíble como extraña: nosotros dos solos, con las guitarras, en el medio del escenario y enfrente, todas las plateas a full con gente apiñada, pero el pasto estaba vacío. Así que tocamos para un público que estaba lejísimo y los aplausos llegaban con delay.
–Otras características de los temas de Vivencia es que apuntaban a la revalorización de lo natural e incluían una crítica a la sociedad de consumo.
–Es cierto. “Mamá probeta” fue escrito contra la fecundación in vitro, que en ese momento parecía algo deshumanizado, casi monstruoso. Fue una canción para reafirmar lo natural, pero de ninguna manera quisimos herir la susceptibilidad de las parejas que no podían ser padres naturalmente. “Encontrarlo todo en” fue una sátira a la campaña publicitaria de una marca de pantalones, que aseguraba que encontrarías la felicidad al calzarte uno de ellos. La idea del tema se me ocurrió a mí, por haber trabajado tantos años en una agencia de publicidad y estar rodeado de toda esa cosa absurda del consumo. En la canción, no sólo desmentimos la obtención de la felicidad por el uso del pantalón sino que aseguramos que siempre se terminan rompiendo. En fin, que todo está dentro de uno.
–¿Qué pasó con el dúo durante la dictadura?
–Nosotros éramos apolíticos. De todos modos, en 1976 prohibieron Vida y vida de Sebastián y nunca más volvieron a publicarlo. En la tapa estaba una libreta de enrolamiento y en vez de incluir un número (como era habitual en ese tipo de documento) decía todo picadito Sebastián. Y adentro del álbum, en otra reproducción de la libreta, decía Vivencia. Evidentemente estos tipos tenían una mentalidad especial... así que ¡no les toques la libreta de enrolamiento! Supongo que lo habrán prohibido por eso. Además, las letras del álbum hablaban de la libertad y todas esas cosas. También nos pasó de ir a tocar al interior y encontrarnos con que algunas radios no podían pasar ciertos temas. En algunas localidades estaba prohibido “Mamá probeta”, en otras “Natalia y Juan Simón”, supongo que por aquello de “Natalia y Juan Simón están presos...”. Es posible que la palabra “presos” les hiciera ruido. No obstante, nosotros cantábamos esos temas en nuestros recitales y nunca nos pasó nada.
–El último éxito de Vivencia fue el tema “Curiosa noche”. ¿Cómo se convierte en la cortina musical de Flecha juventud, el famoso programa radial de Juan Alberto Badía?
–Nosotros lo conocíamos bastante a Juan Alberto porque era de la zona nuestra, de Ramos Mejía. Lo que muchos creen es que el tema lo escribimos para el álbum El libro de las pequeñas historias, y no fue así. Nosotros lo hicimos a pedido de Juan Alberto y recién luego se nos ocurrió sumarlo al disco que estábamos grabando. Como nunca habíamos hecho un tema por encargo tuvimos que hablarlo antes con la CBS y pedirles el estudio. Lo grabamos con Machi en bajo y Pomo en batería [Carlos Alberto Rufino y Héctor Lorenzo Barros, dos legendarios músicos que integraron Pappo´s Blues e Invisible, entre otras bandas del rock nacional]. Como el tema lo pasaban todos los días, a las 22 y a las 5, y Badia era muy escuchado, lo de “Curiosa noche” fue un boom.
Sandro, Estados Unidos y el final
–En las postrimerías de la dictadura, en 1983, graban el último disco de estudio: Pare y escuche. ¿Por qué después se separan?
–¿Podés creer que ese disco lo grabamos en la casa de Sandro, en Banfield? Nosotros ya no teníamos contrato con CBS, estábamos libres, y nuestro sonidista de toda la vida, Mosquito, era muy amigo de él y además su técnico. Por eso grabamos ahí. Por las noches nos venía a escuchar y era muy educado. No se metía y si pronunciaba algo, sólo eran palabras de aprobación. Con él tengo una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: un día, bien temprano, entro por el pasillito que conducía a la segunda casa donde había armado el estudio y me encuentro a un tipo en el piso, de espaldas, fijando con cemento una baldosa. Llevaba colocado en la cabeza el típico sombrero de papel de diario, con forma de barquito, que usaban los albañiles. Lo saludo, el tipo me saluda y cuando escucho su voz, me quedo atónito: ¡Era Sandro! “¿Qué estás haciendo ahí, Roberto?”, le pregunté. “Pibe, hay que hacer de todo, en la vida nunca se sabe...”, me contestó. Siempre lo admiré, después de eso mucho más. Me conmovió. Él tenía claro que arriba del escenario era Sandro y que abajo era Roberto Sánchez, nunca se la creyó.
–Volviendo al tema de la separación, ¿fue algo inmediato?
–No. Esto nunca lo conté, pero después de Pare y escuche nos convocó un productor (Leonardo Schultz) para llevarnos a Estados Unidos. Quería que allí hiciéramos un disco nuevo y no como Vivencia; que fuese un disco para todo el mundo y con otras características. Nos íbamos a llamar Ventura. El arreglador iba a ser inglés, el ingeniero de sonido de Nueva York y lo íbamos a grabar en el histórico sello de música negra Motown. Hasta había comprometido a Santana para que hiciera unos punteos y también a Lionel Richie.
–¿Lo iban a grabar en castellano o en inglés?
–En español. Y el único tema que íbamos a poner de Vivencia era “Mi cuarto”, pero con el agregado de un estribillo, y mucho brass (vientos) y ritmo. Acá, durante tres años, llegamos a hacer los demos de todos los temas. En términos generales, eran temas muy raros pero con mucha personalidad. Una de las nuevas canciones se llamaba “Bambarumbamba” y era una especie de carnavalito sinfónico. El productor creía que en Japón ese tema iba a explotar a lo loco. Al final, no pudo concretar el proyecto y todo quedó en la nada.
–¿Cómo siguió a partir de ahí la historia de cada uno y por qué volvieron a juntarse en el 2000?
–Y, cuando eso no prosperó, en el 87, quedamos stand by. Entonces Héctor y su mujer se fueron a vivir a Los Angeles. Se convirtió en evangelista y hasta editó un disco con música religiosa. Y yo me dediqué a dar clases de guitarra y canto. Hasta que me acordé que tenía un material de Vivencia grabado en vivo en el Teatro Coliseo. Se lo acerqué a Sony Music, les interesó, lo editaron y la mitad de lo que me pagaron se lo envié a Héctor. Con ese dinero él decidió volverse y en el 2000 retomamos Vivencia. No sé si se habrá arrepentido, porque al año siguiente, en 2001, el país... No, yo creo que igual no se habrá arrepentido porque sé que no se sintió cómodo en Estados Unidos. Después seguimos tocando ininterrumpidamente hasta que se enfermó.
–¿Qué pasó cuando le diagnosticaron Parkinson?
–Fue muy duro. A partir de 2010 me quedó claro que él ya no podía seguir. Le costaba tocar la guitarra, sí, pero más le influía en la voz. Por eso a veces venía a mi casa, antes de un recital y me decía: “Fazio: hoy ese tema cantalo vos y aquel otro también”. Entonces yo empecé a hacer siempre la primera voz. Fue muy triste porque él era muy músico y muy afinado y ya no podía sostener las notas. Por eso muchas veces, cuando nos llamaban para tocar, yo decía que ya teníamos esas fechas ocupadas. Pero la verdad era otra. Después adelgazó mucho y en 2016, finalmente, falleció. Yo volví a la docencia y nunca se me ocurrió, por respeto a él, rehacer Vivencia. Por eso, lo de este sábado no será el regreso del dúo sino un homenaje a él y a las canciones que acompañaron las vidas de varias generaciones. En fin, una celebración del pasado que, supongo, a muchos alegrará.
Agradecimiento: ABRA Cultural (Hipólito Yrigoyen 840)
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