Divididos: la tristeza por la muerte de su manager, el reencuentro con el Quilmes Rock y la sensación de haber encontrado a su baterista definitivo
La banda de Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella cerrará la segunda jornada del Quilmes Rock, el 1 de mayo; será la vuelta de un festival que siempre los tuvo como protagonistas, como en su primera edición y como en 2007, cuando se produjo el reencuentro de los exintegrantes de Sumo
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La respuesta siempre era la misma: “Hablalo con Killing”. Cualquier persona que intentara acercarse al mundo de Divididos, sin importar cuál fuese la propuesta, recibía sin falta la derivación hacia Jorge Castro, el manager que no sólo atendía las necesidades del talento y lidiaba con la cuestión industrial como sus colegas: también funcionaba como muralla entre el entorno y una banda que -al menos en los últimos veinte años- hizo de su intimidad una bandera.
En el universo “dividido”, Killing era omnipresente, por lo que su partida marca otro punto de inflexión en una historia a la que -haciendo honor a su nombre- no le faltan momentos de “antes y después”. De hecho su mismísima fundación implica un corte traumático con el pasado (también dado por un fallecimiento: el de Luca Prodan) y una apuesta a un futuro incierto: acostumbrados a grandes convocatorias con Sumo, Ricardo Mollo y Diego Arnedo se vieron obligados a construir de cero, con el dolor a cuestas, a partir de shows en bares que no superaban las cien personas de aforo.
Justamente, el éxito y la masividad también tienen su bisagra en la trayectoria de Divididos. Desde ya que La era de la boludez (1993) es el disco que divide las aguas en esta materia, aunque si uno analiza cómo llegaron a ese punto entenderá que no fue aquel álbum un milagro repentino: después de encontrarse a sí mismos en el debut, 40 dibujos ahí en el piso (1989) hicieron Acariciando lo áspero (1991), un trabajo en el que sellaron su formación “clásica” (con Federico Gil Solá reemplazando a Gustavo Collado en la batería) y atrajeron a la prensa y el público (hicieron tres fechas en Obras Sanitarias en 1992, gracias a hits como “El 38″, “Sábado”, “Ala delta” o “Azulejo”). Sin embargo, aquel importante salto de popularidad no deja de ser menor ante lo que siguió: “Qué ves?”, de su tercer disco, les dio una repercusión que seguramente no esperaban, una que les permitió hacerse fuertes en un momento de trinchera rockera frente al menemismo (no por nada el álbum se llama La era de la boludez) y a la vez sonar en radios de fórmula, peleándole puestos en rankings a Luis Miguel y Roxette. Nada fue igual tras aquel trabajo lleno de canciones inmejorables como “Dame un Limón”, “Paisano de Hurlingham”, “Salir a comprar” y especialmente “Ortega y Gases” y la versión de “El arriero” de Atahualpa Yupanqui, que en sí mismas funcionan como quiebre para abrirle la puerta al folklore dentro de la discografía del grupo.
Más adelante en el tiempo hay otro de estos giros en la historia de la banda, uno que tiene más que ver con una actitud frente a la vida que sólo con lo artístico. Por la época de Gol de mujer (1998), los problemas de salud se amontonaban (Diego Arnedo llegó a desarrollar una pancreatitis que por poco no se lo carga) y la decisión fue barajar y dar de nuevo: Narigón del siglo (2000) es el turning point en la misión de no maltratarse tanto. “Le pusimos así porque los que marcaron las últimas décadas fueron los narigones. O sea, los mentirosos y los que toman cocaína. Lo de narigón es nuestro símbolo para hablar del vicio y la hipocresía de estos últimos años”, declaró en su tiempo Ricardo Mollo, ahora flaco, vegetariano y mucho más joven de lo que acusa el DNI.
Dos años después, Divididos lanza Vengo del placard de otro, un disco al que también marca un antes y un después: antes eran un grupo activo, metidos en el constante plan rockero de componer, grabar, presentar en vivo, descansar un tiempo y volver a empezar; después, se volvieron un elefante semidormido que produce en cuentagotas (un solo álbum de estudio lanzaron en todo este tiempo: Amapola del ‘66, de 2010) pero no deja de tocar todo lo que puede y de reescribir su primera historia (Haciendo cosas raras, de 2018 es una regrabación de 40 dibujos ahí en el piso, con el changüí de la experiencia, la tecnología y el presupuesto, hecha para recuperar derechos sobre aquellas canciones). En este contexto también proliferaron las colaboraciones por fuera del proyecto, especialmente las de Ricardo Mollo que en los últimos años grabó -entre otros- con David Lebón (“Mundo agradable”), Valeria Lynch (un cover de “Par mil”), Wos (“Culpa”) y No Te Va Gustar (“Austro”), entre otros.
Todavía quedaba tiempo para una bisagra más: la del baterista definitivo. Ni Collado, ni Gil Solá ni Jorge Araujo lograron permanecer en la banda tanto tiempo como Catriel Ciavarella, que ya lleva casi dos décadas haciendo base con Arnedo. Así, la formación de “guitarrista y bajista con un batero asociado” pasó a cementarse como trío (pese a aquel amague del casting de 2007/2008) y el sonido del grupo ganó una cuota de golpe y juventud que los antecesores de Catriel, acaso más técnicos, no demostraban.
Así llegamos a este momento en el que la muerte de Jorge “Killing” Castro plantea el comienzo de un camino nuevo para la banda: el futuro dirá si el duelo se conserva en el interior de la banda y los cambios se limitan a cuestiones del negocio o si el público percibirá alguna clase de timonazo. Por lo pronto, el reencuentro es inmediato: dos shows agotados en el Teatro Flores y una presentación en el cierre de la jornada del 1° de mayo del Quilmes Rock. Se trata de un festival que conocen desde la primera edición, en octubre de 2003, cuando tocaron en el estadio auxiliar de River Plate y que tuvo un momento histórico años después, en su edición de 2007. Esa vez, en el Monumental, se produjo una promocionada y celebrada reunión de Sumo. Siempre postergada por las decenas de críticas cruzadas y silencios prolongados, por un rato los miembros de la banda que lideraba Luca Prodan y que militaban en Divididos y Las Pelotas dejaron de lado las diferencias y, junto a Roberto Pettinato y “Superman” Troglio, materializaron el encuentro. Un puñado de clásicos de Sumo que cada banda suele interpretar a modo de bises.
El Quilmes Rock se realizará el 30 de abril y el 1 de mayo en Tecnópolis. Últimos tickets disponibles en Área Ticket.
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