Discos que rompieron los rankings, poses icónicas: por qué 1984 fue el año del pop
Eran tiempos de optimismo y fiesta, pero también de estrategias musicales: el advenimiento del videoclip y la cadena MTV cambiaron el juego de la música y pusieron la imagen de los artistas en primerísimo primer plano
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Hace exactamente 40 años, el estrellato del pop cambió para siempre. El año 1984 marcó un punto de inflexión: fue un año de discos que la rompieron, de poses icónicas, de un salto cuántico para la carrera de muchos artistas, y de un momento de redefinición de lo que implicaba ser una estrella pop y de lo que esperaría de ellas en las décadas siguientes.
La lista de discos memorables lanzados en 1984 y que marcaron un punto de inflexión incluye a Purple Rain de Prince, Like a Virgin de Madonna, Private Dancer de Tina Turner, Born in the USA de Bruce Springsteen, y 1984 de la banda Van Halen, todos ellos con un marcado cambio de rumbo cuyo impacto se multiplicó por provenir de artistas ya consagrados.
Esos hitazos debieron su éxito a una infrecuente convergencia de impulsos artísticos, avances tecnológicos, aspiraciones comerciales y cambio del gusto popular, y todo dentro del estrecho margen del paisaje mediático en la era pre-internet. La asombrosa novedad de los videoclips, el reinado de las grandes discográficas y el formato cauteloso de los programas de radio, todo contribuía a que el público masivo siguiera siendo limitado, en comparación con las infinitas opciones, nichos, microgéneros y motores de recomendación personalizados que nos trajo la era de internet. En ese sentido, 1984 marcó el clímax del monocultivo de música pop.
Los oyentes de los años 80 absorbían éxitos que parecían tábanos omnipresentes en los oídos: el riff de sintetizador con aire de fanfarria de “Born in the U.S.A.”, el saxofón amortiguado por sintetizadores en “Careless Whisper”, de George Michael; el zumbido, la percusión y la voz aullada en “Shout”, de Tears for Fears. Y las generaciones posteriores, hayan escuchado o no alguna vez esas canciones originales, definitivamente han escuchado y visto sus derivaciones. Los sonidos y las lecciones de 1984 perduraron y fueron reciclados repetidas veces por innumerables creadores de éxitos con sintetizadores del siglo XXI, entre ellos The Weeknd (“Blinding Lights”) y Sabrina Carpenter (“Please Please Please”).
Pero se produjo otro cambio trascendente que excedía lo musical: a partir de mediados de los años 80, lo que se espera de los músicos que apuntan a un público masivo —millones de álbumes vendidos, giras en estadios repletos— es que deslumbren tanto frente al micrófono como frente a las cámaras. Ya no alcanzaba con los discos de estudio ni con los shows en vivo: había quedado claro que para pasar de la categoría de estrella a la de superestrella también hacía falta una presencia memorable en videoclips. Los elementos visuales ya no eran solo para las portadas de discos o las sesiones de fotos en revistas: se convirtieron en un elemento esencial que podía catapultar a un artista o sepultar su carrera.
Haciendo alarde de su impacto —y reclamando implícitamente legitimidad para rivalizar con los anticuados Premios Grammy— en 1984, MTV presentó sus primeros Video Music Awards y causó inmediatamente un revuelo cuando Madonna se paseó por el escenario con un vestido de novia y una hebilla de cinturón que decía “Boy Toy” mientras interpretaba “Like a Virgin”.
Optimismo descarado
¿Por qué todas las fichas cayeron en su lugar en 1984? A mediados de los 80, las ambición de acceder a un mercado masivo era bien vista. El optimismo, la expansión y el materialismo descarado estaban en auge después del amargo final de los años 70, que había engendrado movimientos de bajo presupuesto, descentralizados y callejeros como el punk, la música disco y el hip-hop. Por supuesto que en los 80 todavía había fanáticos del “hágalo usted mismo”: proliferaron las recitales con “pogos” en espacios no comerciales y el hip-hop estaba edificando su infraestructura (el álbum debut de Run-D.M.C. fue lanzado en 1984). Pero el péndulo ya estaba oscilando hacia las iniciativas corporativas y el lujo descarado (Hollywood se puso al día en 1987, con el manifiesto pro-avaricia de Gordon Gekko en la película Wall Street).
En 1984, los Estados Unidos estaban saliendo de la recesión de los primeros años de las presidencia de Ronald Reagan, una recuperación impulsada por recortes de impuestos y aumento exponencial de la deuda. En noviembre de ese año, Reagan sería reelegido por una mayoría aplastante. La moda de la época impulsaba siluetas descomunales y con hombreras, brillantemente satirizadas por David Byrne con el traje gigante que lució en el escenario para la película (y álbum) del concierto de Talking Heads de 1984, Stop Making Sense. El cabello era torturado químicamente hasta lograr colores de ciencia ficción y peinados de que desafiaban la gravedad. El título del álbum de Wham! de 1984 deja en claro tanto la estrategia como el objetivo: Make It Big, algo así como “¡Que sea a lo grande!”
Sin embargo, aunque empezaban a cobrar fuerza los imperativos comerciales, también fue un momento de descubrimiento artístico, tanto para los creadores de éxitos más experimentados como para los novatos más sagaces, que estaban probando y aprendiendo nuevos métodos para potenciar al máximo su impacto cultural.
A lo largo de los años 70, el sonido del pop había evolucionado hasta volverse cada vez más legible en los gigantes estadios y discotecas. El ritmo simplificado de la música disco llenaba las pistas de baile, pero aunque sonara repetitivo, a menudo incluía una sección rítmica en vivo. En los años 80, los estudios de grabación empezaron a sacar producciones aún más mecanizadas y mejoradas, y en 1982, la llegada del CD amplió el rango dinámico y los músicos y productores aprendieron rápidamente a explotar el sonido abiertamente artificial de los sintetizadores FM y las cajas de ritmos programables.
Sintetizadores y cajas de ritmo
A Prince le gustaba una de esas primeras y costosas cajas de ritmos, la Linn LM-1, que marca el tempo de “When Doves Cry”. En los años 80 aparecieron sintetizadores más baratos y accesibles, con sonidos preestablecidos y osciladores digitales (con mejor afinación que los analógicos), como el sintetizador digital Yamaha DX7 y la serie Roland Juno. También entraron al mercado cajas de ritmos fácilmente programables, como la LinnDrum y la Roland TR-808 (que se convirtieron en un ingrediente esencial del hip-hop), y ese sonido rápidamente saltó de los parlantes de la radio para trepar hasta el Top 10. “Take on Me”, el éxito mundial de 1985 de la banda A-ha, le debe su ritmo nítido y explosivo a un LinnDrum, su pegadizo estribillo a una Roland Juno-60 y algunos de sus perlados tonos de teclado a un DX7.
En poco tiempo, el retumbe exagerado de la batería (como el martilleo intermitente en “Hounds of Love” de Kate Bush, en 1985) se convirtieron en el cliché de los años 80, y hoy son la forma más fácil de identificar que se trata grabaciones de aquella época. Pero en 1984, el pop había adquirido un brillo digital eterno. Los sonidos orgánicos, tocados a mano y en tiempo real, pasaron a ser una opción, incluso algo a lo que se renuncia, y dejaron de ser la norma establecida. Los estribillos pop ya no serían solo sonoros: también serían visuales, ya que el sonido y el video se incitaban mutuamente. Y además, cualquiera que tuviera una videocasetera podía estudiar a repetición los atuendos y los movimientos de una estrella, y una coreografía podía volverse tan conocida como un estribillo. Las locuras virales de TikTok no son nuevas: sus raíces se remontan a más de 40 años.
Por supuesto que la moda era parte del estrellato del rock desde hacía mucho tiempo, desde el peluquín de Little Richard, el traje de lamé dorado de Elvis Presley y las capas de James Brown, hasta el maquillaje de Kiss, el vestuario del glam rock que rompía con los estereotipos de género, y los pantalones rotos y alfileres de gancho del punk. Pero los años 80 exigían un nuevo nivel de espectáculo, la “era del artificio”, y para escalar en el negocio había que perfeccionar nuevas habilidades, incluso aquellos músicos que se habrían conformado con pararse en el escenario y simplemente tocar o cantar.
Michael Jackson, por supuesto, era quien había señalado el camino. Jackson ya era una estrella antes del lanzamiento de Thriller en 1982, primero como prodigio de la canción y el baile al frente de los Jackson 5, y luego como el adulto y autodefinido innovador del rhythm & blues post-Motown con Off the Wall, en 1979. Pero Thriller dejó establecidas nuevas marcas de referencia. Con siete sencillos exitosos, el disco dominó los charts del pop durante más de un año, ocupando el primer puesto hasta mediados de abril de 1984. Y mantuvo esa posición porque combinaba una música impecable con videos irresistibles: “Billie Jean”, “Beat It”, “Thriller”. Jackson rompió la tácita pero evidente barrera de color de MTV, y reafirmó que su presencia no era un truco de video cuando hizo su famosa “caminata lunar” de “Billie Jean” sobre el escenario durante el especial “Motown 25″ de 1983.
Las estrellas que fueron catapultadas a nuevas alturas en 1984 tuvieron carreras duraderas: Springsteen y Madonna todavía siguen de gira. Con el tiempo, los videos “on demand” de YouTube terminarían con el dominio de MTV, mientras que los servicios de streaming permitieron que músicos y oyentes por igual pudieran esquivar a los custodios de la radios. Pero las lecciones de 1984 quedaron: aumentar la escala, dar brillo al sonido y las imágenes, abrazarse al arquetipo y jamás olvidarse de que se actúa para las cámaras.
Los artistas pop del siglo XXI crecieron escuchando y viendo a ídolos que sonaban increíble y al mismo tiempo daban bien en primerísimos primeros planos del tamaño de una pantalla gigante. No esperan menos de sí mismos, como tampoco sus fans.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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