Dillom, el rapero que encontró un estilo a partir de su miedo a la muerte
Post Mortem es su primer disco y el que lo tiene como una de las revelaciones del momento; su show en Lollapalooza confirmó su buen presente y las recientes presentaciones en el teatro Vorterix, una sorpresa: las entradas se agotaron en 10 minutos
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La escritora Lorrie Moore se propuso una vez encontrar la mejor canción de amor del milenio pasado. Y para decretar cuál era procedió primero por descarte. Una de las condiciones, afirmaba, era que no hablara de la muerte, porque ni siquiera el amor podía sacarle protagonismo. Si la muerte estaba presente, todo iba a estar necesariamente teñido de ella. “Es cierto”, dice Dillom. “La muerte acapara todo”. Cuando lo dijo, Dillom estaba próximo a iniciar su seguidilla de shows en el Teatro Vorterix, cuatro presentaciones a sala llena con entradas que se agotaron en menos de 10 minutos. Un coche fúnebre en la entrada, velas, flores y un cuadro ambientaban su velatorio y un réquiem musicalizaba la previa de su salida al escenario. Ese fue (es, porque la gira sigue por todo el país) el contexto de presentación de Post Mortem, su disco debut y el lanzamiento más sorprendente de la música urbana en 2021.
En una escena que reincide en cantarle a los excesos de la vida y el coqueteo con la muerte como nueva vuelta de tuerca a la ya vieja máxima de vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver bonito, él eligió cantarle al hecho consumado, como catarsis y también como una forma de sacarse una presión autoimpuesta: “¿Qué pasa si me muero y no dejo un buen disco para que me recuerden?”. Eso fue lo que pensó en 2020, cuando el pánico lo paralizó incluso antes del confinamiento por la pandemia.
En su cabeza, Dillom siente que es el mejor. Solo trata de no decirlo mucho. Fuera de ella, cada paso que da parece darle la razón: es el artista al que todos aman amar desde el año pasado y su show en Lollapalooza lo confirmó como la nueva gran cosa. Fito Páez, Santiago Motorizado, Miranda! y Andrea Álvarez son algunos de los nombres por fuera de la escena que pusieron el ojo en él. Ok, es cierto, todos los años la música urbana entrega una nueva figura (a veces más de una) que se presenta como revelación y después su recorrido queda a la deriva de la suerte, los clicks, el algoritmo y las decisiones de algún CEO. “Pero yo me pienso a largo plazo, a mí no me van a exprimir”, es la primera verdad que tira Dillom, sentado en una de las salas del búnker creativo que tiene en el barrio de Congreso junto a Bohemian Groove, su sello y equipo de trabajo.”Si tu equipo no te quiere, terminás siendo desechable. No hay construcción, hacés un Luna Park y en tres años no volvés a hacerlo porque pasaron a otro artista. Quieren hacer plata rápido”.
Dillom nació en Once el 5 de diciembre de 2000 pero durante unos días no tuvo nombre. Finalmente, alguien, no sabe bien quién, le puso Dylan. “No fue ni por Bob Dylan ni por Dylan Thomas, ¿eh?”, se ríe. “Lo eligieron de una lista de internet, como cuando tenés un perro”. Dillom, que habla pausado y se hace ancho en la mesa con el brazo derecho extendido hacia el costado para jugar con las hojas de un libro escrito por Dee Dee Ramone que le regalaron hace un rato, está en paz con ese desgano de sus padres. Está en paz, de hecho, con todo lo que le pasó en su infancia y sabe que no estuvo bien. Hijo de una familia rota, deambuló por la casa de su madre y su padre durante sus primeros años. Cuando su mamá terminó presa luego de un allanamiento, su vida empezó a volverse más errante y pudo salir de eso gracias a sus amigos, la música y terapia. “Antes les guardaba rencor, ahora los entiendo o digo: ‘Ya está’. Hay que saber perdonar”, dice sobre la relación con sus padres.
La vulnerabilidad de su madre, algunos excesos, miedos y ansiedades son temas que Dillom tardó en hacer públicos, sea en entrevistas o canciones. “Ahora puedo contarlo sin que sea un dramón”, dice con una sonrisa que nunca termina por dibujarse ni desdibujarse del todo. “Fueron muchos años de terapia. En una época, cuando lo mencionaba en mis letras, lo hacía en modo de joda”. Haber tenido una infancia y preadolescencia dura, hizo que no le fuera fácil buscar allí material para sus letras. “Lo que para otros es fácil, para mí era todo lo contrario”, asegura. En “Post Mortem”, la canción que le da nombre a su disco, rapea en un registro medio: “Yo no hablo de mi vida, esa mierda es muy triste / Y ahora que tengo plata, son más graciosos mis chistes”. Antes de ello, casi irónicamente, el tema comienza con el grito de un niño pidiendo ayuda a su madre. Es que Dillom, al contrario de lo que abunda en la música urbana actual, esquiva las autorreferencias de manera directa. “Muchas veces el hip hop peca de ‘lo real’. Y a veces la ficción termina reflejando más la realidad de uno que si hablás de una realidad que es de relleno o lo típico que se escucha siempre. La ficción me sale de un lugar real y personal porque es subjetiva. Yo me tomo las cosas con humor y lo pongo en una historia pero nace de un lugar más real que decir ‘Me c... a esta puta’, porque es algo que se siente de verdad”, explica.
Dillom maneja la tensión de manera natural. La forma en la que construye sus respuestas y la cadencia narcótica con la que habla dan la sensación de que en cualquier momento puede soltar una frase explosiva, pero casi nunca llega. Es como si ahí, en la posibilidad de que algo ocurra hubiese encontrado un nivel de carisma mayor que si hiciera que ese algo efectivamente suceda. Es un enfant terrible en potencia, un Daniel El Travieso recién despertado de la siesta. Dice que Post Mortem nació del miedo a la muerte y le sirvió para que ese miedo se disipara. La idea de editar en vida su disco póstumo es una ironía que nació del pánico. Antes de la pandemia, cuando empezó a tener éxito y visibilidad, la muerte de algunos de sus raperos favoritos como Lil Peep y XXX Tentación fueron una alarma para él. “¿Y si me muero ahora qué pasa?”, se preguntaba. “Estaba emocionado porque me estaba empezando a ir bien en contraste a cómo me venía yendo antes y tenía pánico de no dejar nada para que me recuerden”.
Para Dillom, todo se trataba de dejar obra. Le contó a sus productores Evar, La Madrid y Fermín cuál era el miedo y la idea, y en conjunto le dieron forma a su visión de la muerte y de cómo hacer con ella el mejor disco de su vida. “Trabajamos a partir de conceptos asociados a la muerte, como son la nostalgia, la tristeza o una despedida”, cuenta. “Se dieron muchas conversaciones en equipo, muy abstractas y astrales, fuimos por las dualidades vida-muerte, bueno-malo. Son esas preguntas que todas las culturas se hacen desde hace millones de años”. Por fortuna para su arte, Dillom puso la muerte en palabras y no encontró respuestas, encontró un disco de una solidez que le valió el respeto de la escena, el público y los medios. Y también encontró paz: “Conclusión no tengo, porque nadie la tiene con respecto a la muerte, pero estoy mas tranca. No me di cuenta pero el disco me terminó sacando ese peso de encima, terminé perdiendo ese pánico que tenía a morirme y dejar inconcluso lo que quería hacer. Si me muero ahora, me quedo tranquilo, quedó el disco para que me recuerden”.
El éxito del disco le trajo más exposición. Pero Dillom, más tranquilo, hizo de ello también su narrativa. Sus redes sociales se convirtieron también en un lugar para desplegar su discurso repleto de ironías y frescura. Desmiente notas que dicen que vivió en la calle, otras que dicen que proviene de la villa y cualquier sensacionalismo que no sea cierto. “Yo dormí un solo día en la calle, pero no digo que viví en la calle, porque quedo como un boludo con la gente que está en esa posta”, dice. “Tampoco viví en la villa, tenía un amigo que vivía en la 31 y yo le hacía beats, pero yo vivía en Colegiales y si me lee alguien de la villa me va a querer cagar a trompadas por mentiroso”.
Ahora las cosas van mejor para él, pero asegura que “hay mucha fantasía” cuando se habla de la vida que lleva. “Mi papá está bien económicamente, mi mamá vende remeras en Parque Centenario y obvio que cuando puedo la ayudo, pero no somos la familia Bush, que puedo comprar mil casas. Todo lo que gano lo invierto en la música”. Con todo lo que vivió, Dillom simplifica: “Me rompe las bolas que mientan para hacer amarillismo, si quieren amarillismo tienen con qué, no hace falta mentir”. Y entonces le saca dramatismo con una frase simple pero bien matizada: “Bastante épica es mi vida, dentro de todo”. Es como si ahí, en el uso del “bastante” y el “dentro de todo”, hiciera explícito que entiende que hay otros que la han tenido peor y que no se trata de una competencia.
Ese cuidado por las palabras es el que hace que sus canciones ameriten una escucha atenta. En “Pelotuda”, un tema irónico sobre los lujos a los que le cantan la mayoría de sus colegas, dice “Tengo plata pelotuda” y no :“Tengo plata, pelotuda”. “Somos meticulosos para jugar con los límites, estar al borde pero no dar un mensaje de mierda. También es para estar resguardados, nadie puede decirnos nada, tenemos todos los papeles en orden”, se ríe. Y aunque tiene público que va desde chicos de 8 años hasta gente de 40 o más, Dillom afirma que la principal responsabilidad es con su propia obra más que con su público: “Es una cuestión de mensaje”, dice.
De hecho, con “Opa”, el primer adelanto del disco, vivió un momento de exposición que tuvo mucho de manipulación y profecía autocumplida. En la tarde de la TV Pública, una nena de 10 años cantó el estribillo: “Mis opps son medio opa / Lo fumo con falopa / Y si quieren lo que tengo, yo conozco al de la nota”. Como el hecho pasó desapercibido, él mismo se encargó de viralizarlo y preguntarse por qué eso no era un escándalo nacional. Y entonces se cumplió. Los programas de televisión levantaron el video y se dedicaron a analizar la letra de la manera más lineal y anacrónica posible. Como respuesta, Dillom publicó al otro día una versión ATP, en la que el estribillo ahora decía “Mis opps son medio opa /Lo fumo con la sopa / Y también en el colegio yo me saco buena nota”. La nueva versión también se volvió viral, tal como Dillom lo quería. De hecho, parte de la letra ya estaba escrita desde antes, solo necesitaba una excusa para publicarla. “Mi viejo me decía que mis hermanos más chicos la cantaban en el colegio y me pedía que les diga que el tema decía otra cosa, entonces yo les inventaba que Falopa era el nombre de un perro, ya venía pensando en la versión ATP. A veces parece premeditado y otras veces solo es que tenemos un culo terrible y lo sabemos capitalizar”.
Dillom, que creció al ritmo de los raperos del nuevo siglo pero que también procesó a los Beastie Boys y a los Ramones, dio con un sonido que se aleja del trap convencional y hasta por momentos se acerca a la canción indie (“Bicicleta”), confesional (“220″) y coquetea con el industrial (”Reality”). Esa versatilidad, que nunca suena a ejercicio de estilo, le hizo ganar la aceptación y curiosidad de músicos que no son de la escena. “A mi es lo que más me llena”, dice. “Es un respeto mucho más grande que el de cualquier contemporáneo del mismo género. Los Él Mató son gente que no avala a cualquiera, es la mayor muestra de respeto que podés tener, más siendo un artista del mundo del trap. Las generaciones pasadas que por ahí son más escépticas a lo que hacemos. Y también me pasa que son gente con la que me siento más identificado. Yo me llevo bien con gente del género pero no me termino de sentir parte. Voy a una fiesta, todo bien, me cago de risa pero no me pinta juntarme con ellos, me siento en otra página. Capaz disfruto más de juntarme con los Miranda! No porque soy más ni menos, solo que por ahí me siento más representado y me llevo muy bien con esa otra gente”.
Las cosas pasan rápido para Dillom. Empezó terapia en 2017 cuando sucedió lo del allanamiento, dejó por seis meses y cuando volvió a las sesiones ya era famoso. “Hablo del paso del tiempo y todo es tan cercano... Fue muy loco porque retomé con la misma psicóloga, pero era un momento totalmente distinto de mi vida. Ahora quizás no tengo desgracias para contar porque la mayoría de las cosas que me pasan son buenas, pero está bueno poder bajar a tierra lo que te pasó en la semana. A veces es más difícil tomarse las cosas buenas que las malas, no siempre es fácil procesarlas”.
Terminado el show, una suerte de purga maximalista en tiempo real, lo primero que suena en los parlantes de Vorterix es “Live is Life”, ese hit ochentoso que celebra la vida y que se ganó un lugar destacado en el imaginario argentino por musicalizar una entrada en calor de Diego Armando Maradona. Del réquiem a vivir. Como si, al contrario de la frase del Indio que dice que vivir solo cuesta vida, a él vivir le hubiese costado la muerte, una muerte estetizada y hecha obra, pero muerte al fin. Ahora Dillom se encuentra con el desafío de hacer música después de esa muerte metafórica e inventada. Ya procesó la parte difícil, aunque puedan venir otras. Su obra arrancó por el final y se aseguró tener el control sobre su disco póstumo. “Ahora”, dice, “todo tiene que ser perfecto”. Eso sí, sabe que la perfección y la vida no traen más certezas que la muerte, pero es consciente de que ahora el tiempo está de su lado.
-Sos uno de los pocos artistas que puede contestar ¿Cómo es hacer música después de la muerte?
-Eso me pregunto todas las noches antes de dormir.
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