Diego Frenkel: "El pesimismo es un goce burgués; la vida ha sido siempre difícil"
"Estamos al borde de todo descenso / al filo del descenso de la humanidad / parece que estamos del todo cayendo / que donde hubo fuego cenizas quedarán". Con esas palabras que hoy tienen una resonancia especial comienza Frenkeltronic, el último disco del exlíder de La Portuaria, Diego Frenkel.
Suenan premonitorias esas palabras, sobre todo cuando se observa la tensión que recorre el mundo por la pandemia de coronavirus. Aunque ese contundente inicio de "Descenso", el primer track del álbum, conecte a primera vista con el contexto actual, Frenkel, un músico reflexivo e inteligente -basta con leer su excelente libro biográfico A través de las canciones para comprobarlo-, sostiene que él no percibe una relación tan directa. Interpretaciones al margen, hay que decir que esta exploración por la electrónica del exintegrante de La Portuaria dio muy buenos resultados: Frenkeltronic tiene groove y poesía, momentos de gran intensidad emocional -como la preciosa "Canción del atardecer" ("No hagamos nada / No hagamos más / No hagamos nada / Que nos haga muy mal")- y también refleja muy bien el ánimo aventurero de su autor.
Fruto de un proceso de investigación sonora con el Ableton Live, un secuenciador de audio y MIDI que fue clave para su desarrollo, este álbum también retoma parte de lo que este artista de 54 años ya había trabajado a mediados de los 80, cuando tenía apenas 20 y recién comenzaba su carrera con Clap. Lo presentará oficialmente en sus redes sociales este martes, en una transmisión en vivo que también aprovechará para mostrar el excelente videoclip de "Politeístas" (dirigido por Bruno Scabini), un primer corte sugestivo y muy bailable.
"Este disco habla del descenso de la humanidad, sí. Pero ese descenso llegó a tal profundidad que inevitablemente emergeremos -opina Frenkel-. Creo que el el pesimismo es un lujo cómodo. Ante una emergencia real como la que vivimos ahora, se cae. Yo soy optimista, pero no tengo un optimismo banal, basado en una alegría epidérmica, sino en la profunda convicción de que la humanidad y el planeta se seguirán conjugando en el marco de estos movimientos permanentes. Esa dinámica está más allá de la soberbia de la razón humana, que combinada con algunos impulsos muy destructivos nos ha llevado al extremo en el que estamos. Pero la letra de 'Descenso' también habla de salir, de emerger a la vida, de volver a habitar".
—¿Qué otros temas atraviesan este disco?
—Hay alguna visión sobre los mandatos religiosos y sobre la relación casi carnal que tenemos con la ciencia. Eso aparece en "Politeístas" y en el clip de ese tema que vamos a lanzar el martes que viene: ese encuentro físico con los aparatos que nos convierte de alguna manera en cyborgs. También hay una mirada sobre la edad y el paso del tiempo. Y sobre esta vida virtual que tenemos hoy. Yo paso mucho tiempo encerrado en mi estudio, metido en una especie de cubo, confinado durante horas y horas ahí. Esa idea cobra más sentido ahora, con este aislamiento obligado. El disco es una visión poética, literaria de todo eso. Y no es solamente autorreferencial. Yo veo un alto nivel de pérdida de valores reales y una fuerte desconexión con el humanismo.
—Entonces sos pesimista.
—No me gusta mucho la idea de distopía que está tan de moda. No me interesa pegarme a Black Mirror. El pesimismo, insisto, es un goce burgués. La vida ha sido siempre difícil y riesgosa. Y yo valoro mucho la vitalidad frente a la adversidad. Esa posición vital incluye una consideración sobre el riesgo. No hay una posición vital sin riesgo, de sonrisa blanca constante, digamos. Incluir la oscuridad, hablar del encierro y ponerle humor a todo eso vale la pena, aun cuando estemos en estado de shock.
—También vivimos una época de racionalismo extremo, ¿no?
—A mí me parece que hay un problema cuando la razón se dispara como un ente autónomo que ha perdido su conexión en red con todas las otras zonas que componen al ser humano, con todos los sentidos de una persona. Esa razón enloquecida es peligrosa porque no está conectada con los afectos. Venimos de experimentar una etapa histórica de racionalismo extremo, con la llegada al poder de Macri, en 2015. Un racionalismo individualista, básico, pacato y anticuado. Eso me deprimió, la verdad. Me sirvió leer mucha filosofía y practicar budismo, que es algo que hago hace años. El macrismo me hizo repensar muchas cosas porque sentí que estábamos bajo un dominio de lo perverso desde el Estado. Me hizo entender cabalmente que el mundo está cambiando profundamente y que conviene responder a ese nuevo estado de cosas con otras formas de narrar, de hacer música. Entonces me puse a investigar en la electrónica y retomé la idea de canción a partir de ese lenguaje. También entiendo que hace falta mucho trabajo racional para poder ordenar el trabajo con la música. Fue importante para poder armar algo con un material con el que no había trabajado mucho hasta ahora, como la electrónica. Lo del arte absolutamente irracional es una fantasía.
—¿Hay un vínculo entre Frenkeltronic y Clap, la banda que tenías en los 80?
—Sí, absolutamente. Clap, que fue mi primera banda, nació en los inicios de la democracia y venía con una carga muy fuerte de todo ese futurismo que estaba en boga en aquella época, reflejado en el cine en películas como Blade Runner y Brazil. Ficciones que mostraban situaciones distópicas, pero que también hablaban de posibilidades nuevas. Estábamos muy influenciados por artistas como Kraftwerk, Talking Heads, Annie Lennox, Adam & the Ants, Thomas Dolby... Acá en Argentina estaban Daniel Melero con Los Encargados, Virus, Metrópoli... Y Clap era un grupo que jugaba a su manera con el concepto de lo futurista. Si escuchás un tema como "Metrónomos", eso está muy presente. Yo no hablaba de asuntos personales en mis letras. Hablaba a través de una especie de álter ego de apocalipsis y pesadillas.
—Después empezaste a hablar de cosas más personales.
—Sí, a partir del segundo disco de La Portuaria, Escenas de la vida amorosa, empecé a hablar más de mí. Y a tener una conexión muy necesaria con la realidad, porque el primer disco era pura teatralización. Después desarrollé mucho ese punto de vista personal, con excepciones, por supuesto, como "Selva", que fue un gran hit y tenía una impronta social e histórica. Y ahora sentí la necesidad de dejar de hablar de mí. Hoy no puedo hacer música desde ahí, no me inspira poéticamente, no me sale. De algún modo es una liberación. Y apareció este nuevo álter ego electrónico. Frenkeltronic no tiene género y es atemporal. Está fuera de la narrativa de la realidad cotidiana, por eso lo siento liberador. Y toda esa sensación lo conecta directamente con Clap.
—¿Se paga algún costo por esos cambios estilísticos y de búsquedas artísticas?
—Yo me planteé la necesidad de renovar el lenguaje porque estaba aburrido. Vamos a ver cómo voy incorporando algunos temas clásicos de mi carrera a este nuevo formato. Pero la necesidad de modificar o renovar mi lenguaje es inherente a mi personalidad como músico, no es algo nuevo. Siempre he sido bastante inquieto, ecléctico. A veces eso no es tan sencillo para el público que te sigue, pero tarde o temprano te lo terminan agradeciendo. Hay que darle tiempo al que escucha. Si yo tardo tres años en hacer un disco, no puedo pretender que alguien lo escuche y le guste sí o sí de entrada.
—¿Cómo es tu relación con la música ajena cuando estás grabando tu propio material? ¿Cortás o seguís escuchando normalmente?
—Tengo una relación muy estrecha con la música, pero no escucho nada cuando estoy grabando. No me hace bien, me marea. Antes de grabar este disco sí venía escuchando bastante electrónica a través de mi compañera, Mayra Bonard, que trabaja mucho en danza con ese tipo de música, y de Diego Vainer, que también fue un colaborador importante en esta etapa. Cosas como Immunity, de Jon Hopkins, por ejemplo, hoy me entusiasman más que un disco de rock. Dejé por un rato la guitarra y me puse a investigar con el Ableton Live. Conseguí unos teclados y empecé a trabajar en estos nuevos temas. Ya me gustaba también Eraser, el disco solista de Thom Yorke, y el sonido de Kraftwerk siempre me interesó. Es un terreno interesante para explorar. Incluso en la obra de artistas muy populares como Drake se nota un trasfondo electrónico que está trabajado con mucha profundidad.
—¿Y qué otras cosas escuchaste que te hayan interesado últimamente o desde siempre?
—Me gusta un abanico muy amplio de música. Escucho sobre todo vinilos. El jazz me encanta: Miles Davis, John Coltrane, Bill Evans... También escucho la música que ponen otros en mi casa: mi pareja, mis hijos. Hip hop, electrónica, rock argentino. Me divierte escuchar todo eso. A veces salgo a caminar por el parque y, aunque no corro porque me duelen bastante las rodillas, sí me di cuenta que puedo saltar y bailar mientras voy escuchando música. Es una experiencia alucinante y que recomiendo, sobre todo con algunos discos de música electrónica, o con el último de Beck, Hyperspace.
—¿Y de la escena local?
— De la escena local me interesa mucho Juana Molina, de hecho en algunos tracks de este disco hay una influencia clara de su música. La admiro. Louta es mi sobrino y por eso lo quiero mucho, obvio, pero de verdad creo que su música tiene zonas muy divertidas y muy jugosas en términos de producción. Fui a ver a Wos porque acompañé a mi hijo y me encantó, me pareció que la banda que tiene suena muy bien, muy fuerte, y que él tiene mucha sangre y es muy bueno rapeando. También bandas del circuito indie: Peces Raros, El Mató a un Policía Motorizado, Bestia Bebé, especialmente las guitarras de ese grupo. Siempre me mantuve conectado con lo que hacen otras generaciones de músicos. Y un show que me volvió loco fue el de Caetano Veloso y sus hijos, en el Gran Rex. Fui con León, mi hijo mayor, y la pasamos muy bien. Ese concierto me tocó el corazón, me di cuenta de cuánto sentido tiene la música. Digo esto porque muchas veces me cuesta ponerme en el papel de público. No me gusta estar parado entre mucha gente en los recitales grandes, por caso.
—¿Seguis en contacto con David Byrne? Con La Portuaria abrieron su show en el Luna Park allá por 2004 y él sumó su voz en "Hoy no le temo a la muerte" y participó en el videoclip de esa canción.
—Mantuvimos el contacto, pero hace un buen tiempo que no hablamos. Cuando vino a Buenos Aires para presentar su libro Diarios de bicicleta, en 2011, me regaló la versión en inglés. Pero después perdimos un poco la conexión. Seguro la vamos a retomar en algún momento. Fue una conexión muy agraciada porque uno tiene muchos maestros, pero gente como David Byrne, Caetano Veloso o Luis Alberto Spinetta son realmente claves para mí. Y que uno de esos maestros te regale su reconocimiento es muy hermoso. Es una persona muy amable y muy talentosa. Nos invitó a todos los integrantes de La Portuaria al último show que hizo en el Gran Rex, en 2018, pero esa vez no nos vimos personalmente.
—¿La Portuaria puede llegar a reactivarse?
—Hicimos cuatro shows en 2018 y probamos en ese momento trabajar en la composición de nuevas canciones, pero no salió nada interesante. Creo que es bueno admitirlo. Todos mis compañeros en ese proyecto son grandes artistas, gente que admiro y quiero mucho. Pero no logramos en conjunto algo que estuviera en consonancia con el lenguaje de La Portuaria, o que simplemente valiera la pena mostrar. Entonces decidimos dejarlo ahí. No somos músicos muy especulativos, siempre nos guiamos por el puro deseo de hacer algo juntos.
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