Diego El Cigala: “Soy un romántico declarado, me gusta la bohemia, la noche”
El cantaor flamenco acaba de lanzar Obras cumbres, un puñado de boleros icónicos a los que le aporta su sello, a dos décadas del disco a dúo con Bebo Valdés, Lágrimas negras
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El género del bolero no exige sólo una buena técnica vocal. Un bolero sin la necesaria dosis de pasión, de ajustado equilibrio entre voz y banda, suele sonar edulcorado, se oye como un producto meramente for export. “Ay Cariño, ay cariño/si vieras como estoy desesperado por tu ausencia/soñando a cada instante con la luz de tu presencia/llamándote en mis noches, y llorando como un niño/Ay Cariño, ay cariño”, canta bajo esplendor tímbrico y con gracia auténtica Diego El Cigala en el comienzo de “Ay cariño”, tema del mexicano Federico Baena Solís, la apertura de su nuevo disco Obras Maestras, con el cual confirma su senda en el camino latino después de Cigala canta a México (2020) y a veinte años del descomunal éxito de Lágrimas negras (2003).
El prestigioso cantaor español, que hace años vive en Punta Cana, República Dominicana -donde obtuvo la nacionalidad-, hizo una pausa en su gira internacional y conversó con LA NACION. “Dios te bendiga, amo la tierra argentina, es gloriosa. Siempre se me vienen recuerdos inolvidables. Pasear por San Telmo, esos shows en el Gran Rex abarrotados de gente. Los encuentros con Andrés Calamaro, Juanjo Domínguez y Néstor Marconi, cantar las canciones que engrandeció Mercedes Sosa en mi disco Romance de la luna tucumana. Estar en el bar de Maradona, que en paz descanse. Los conciertos de tango que dimos en una casa victoriana y cada experiencia humana extraordinaria”, dice desde el otro lado del Zoom, anillos, pulseras de oro y cadenas doradas en muñecas y cuello, con el pelo larguísimo y barba candado, mientras junta las manos y agrega, prometiendo un pronto regreso: “Argentina es como mi casa, un pueblo visceral, al que le encanta el flamenco. Esa cosa sanguínea, ese mundo arrabalero, la cosa nocturna y la bohemia, todo muy intacto en la cultura. El argentino es temperamental, campechano, tiene puntos en común con el español y con todo el universo latino”.
Sus cadencias flamencas, sus quejíos, sus inflexiones guturales no están ausentes en la interpretación de Obras Maestras, una selección integral de boleros clásicos que representan lo que, para El Cigala, constituyen aquellas piezas imborrables de la música latina. Canciones como “Sin un amor” y “Espérame en el cielo”, en las que navega en profundas aguas de un océano cuyo origen comprende danzas gitanas, y que como género híbrido de América Latina ha reconocido en su historia elementos europeos, africanos y amerindios, con glorias como Armando Manzanero y Lucho Gatica. Nada está ausente en Obras Maestras: el paradigma del amor melodramático, las expresiones populares y la estética del kitsch.
El pianista y productor Jaime “Jumitus” Calabuch, fiel compañero de aventuras, acompaña nuevamente a El Cigala, que desde chico confiesa sentirse atraído por los boleros. Acerca de su versión de “Desahogo”, por ejemplo, el cantaor nacido en Madrid comparte: “Esta canción la escuchaba desde joven en la voz de Roberto Carlos, de quien soy un gran fanático. Es una canción que me ha gustado toda la vida y por fin se me presentó la oportunidad de grabarla. El resultado me tiene maravillado. Desde el primer momento que la escuché finalizada, supe que sería el primer sencillo del disco”.
Son letras melodramáticas y ahogadas de amor, donde se siente la desesperación por la agonía de una pasión. Uno de los últimos temas, “Voy”, de Luis Demetrio, refleja un tópico habitual: de cómo un hombre debe huir a un sitio retirado para olvidarse de una mujer. La canción se acaba de estrenar con un videoclip rodado en Toledo, España.
“La primera vez que la escuché fue de la mano de mi tío Moncho, que en paz descanse. Fue en un momento crucial de mi vida. Yo era jovencito y escuchando las versiones del tío pensaba: ´algún día lo tengo que cantar´. Para mí, ´Voy´ es como ese amor al que tú pierdes y persigues. Todo esperar por un amor y sobre todo porque viene siempre de parte de arriba, de nuestro señor. Entonces al final tengo que encontrar a esa mujer e intentar lo que se ha perdido o desistir, que en este caso es decir voy y tiro la toalla”, describe El Cigala, hijo de un cantaor que trabajó con Camarón de la Isla en los tablaos madrileños y sobrino de Rafael Farina, uno de los mayores cantantes de copla de España.
-¿Cómo fue la selección del repertorio y de qué forma fuiste eligiendo la sonoridad del disco?
-Puff, hermano, elegir los temas me llevó mucho tiempo. Hay tantos boleros hermosos que fue difícil quedarse con los diez del disco. Tratamos de encontrar para cada tema su clima propio, su color instrumental y por mi parte encontrar la forma de entrarle, con naturalidad. El bolero es una sensibilidad que atraviesa toda Latinoamérica. Son canciones muy románticas y yo soy un romántico declarado, me gusta la bohemia, la noche. El arte tiene que llevar algo de bohemia, ¿no? Nunca dejo el flamenco de lado, es mi origen, pero canto los boleros como si fueran míos, íntimos, desde la primera hasta la última nota. Y los arreglos de mi banda son exquisitos, ¿no? Se escuchan fenomenalmente, estoy muy contento con el sonido del disco.
-La voz se escucha limpia, balanceándose con el toque justo entre las letras, sin desbordarse…
-¿Oíste? Claro, es que esa fue la apuesta. Que haya profundidad y emoción, que sea una voz armónica, abierta, pletórica. Mi recompensa es que la gente me escribe y me dice estar a gusto, eso me causa una gran alegría y entonces me digo: trabajo cumplido. Me gustan mucho los arreglos que hizo mi compadre, don Jaime Calabuch, una cosa muy acústica; cómo entra el piano tan suavemente, pocos metales salvo en la canción “Todos vuelven”, la que popularizó mi querido Rubén Blades. Me gustan los discos así, un trozo de contrabajo, otro de piano, algo de percusión y dejar espacio para que se escuche la voz. Concibo la voz como centro de todo, como presencia gravitatoria.
-Volviendo a la elección del repertorio, hay una diversidad de autores, de nacionalidades, de estilos...
-¡Hay cientos de canciones bonitas y fue arduo seleccionar! Me guié por los que me han marcado desde niño, los que escuché infinidad de veces. Antonio Machín, Moncho, José Feliciano, Roberto Carlos. Pero hermano, nunca me he imaginado hacer un disco de boleros, por el respeto máximo que le tengo al género. Tú sabes que la capacidad de transmitir el bolero va de la mano con el flamenco, hay mucha unión emocional. Te cuento una anécdota. En una gira por México, una vez Los Panchos me cantaron el tema “Sin un amor” en el camerino y se me erizó la piel. Es que así me llegaron muchos de estos temas. Lo más importante en un disco es que primero tú te emociones, que te embriagues y después contagies eso a la audiencia.
-¿Por qué, entonces, hoy volver al bolero?
-Porque con el bolero siempre soy feliz. Soy cantaor flamenco, me salen fandangos, soleá, bulerías, pero meterme en el terreno de cantar un bolero exigió mucha preparación, investigación, no fue nada sencillo. Un bolero es una interpretación, donde entran las manos, entran los gestos, todo el cuerpo. Esas letras me capturan, de amor y desamor, engaño y desengaño, alegría y tristeza, lo ponemos todo en una batidora y es una caterva de emociones. El bolero es un estado de ánimo y es el ser humano en toda su complejidad.
-¿Por qué seguir haciendo discos en un mundo donde la música se consume cada vez más fragmentada?
-Sí, la música va muy rápida, se consume como fast food, no hay tiempo de escucha. A mí el disco me llevó tres años de producción, de búsqueda estilística, de ver qué instrumento sonaba aquí y qué otro allá. Hoy ponés las cosas en un sintetizador y suena todo junto. A mí me gusta lo artesanal, lo que tenga sustancia, la buena música, por eso voy hacia atrás y escucho a Benny Moré, a Antonio Machín. Eso me enchufa a algo bien hecho, a una música con una historia. Quiero con mi disco volver a poner al bolero en lo más alto de los escenarios.
-¿Creés que sigue existiendo un público atento a tus propuestas artísticas?
-Afortunadamente, sí. Siempre existirá un 25, 30, 40 por ciento de melómanos, que cuando salen de su trabajo quieren encontrarse con sonidos del alma, que van a buscar discos, que quieren escuchar otra cosa. Esa es mi alegría, que muchos de ellos después me escriban por las redes sociales y que después me los encuentre en el público, en las giras.
-¿Hay músicos del presente que te gusten?
-Prefiero siempre mirar hacia atrás, pero eso no quiere decir que no esté atento a lo que suena hoy. Me gusta un chico llamado Juanfran, tiene buen pulso, nos lleva a los grandes maestros como Manolo Caracol. Hay toda una franja de juventud que se conmueve con nuestra música, que se mezcla con lo urbano. Eso me da una confianza nueva, porque queremos que el flamenco no se desvirtúe.
-Regresando a Obras Maestras, es inevitable el eco de Bebo Valdés y aquel mítico disco juntos, Lágrimas negras. ¿Cuánto te marcó en tus decisiones musicales?
-Siempre tendré un enorme agradecimiento, de corazón, al gran Bebo. Gracias a su piano estoy cantando estos boleros, fue mi superhéroe. Su música entrañable, un ser increíble, se paraba ante cualquiera y le daba un consejo, y a la vez sabía escuchar. Bebo es la música pura, es un milagro, sin él no estaría tan conectado a lo latino, a la conexión afro, a su sensibilidad, a su hermoso conjuro.
-Por último, trascendieron últimamente novedades en la Justicia por las denuncias de violencia de género de tu exmujer, Kina Méndez. ¿Tenés algo para decir al respecto?
-No, hermano, estoy tranquilo. Lo único que puedo decir es que creo plenamente en la Justicia, como siempre.
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