La artista uruguaya regresa a Buenos Aires para ofrecer un recital con las canciones que se hicieron populares en su voz y con planes de volver a grabar un disco
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Se pueden buscar títulos para hablar de Diane Denoir. “La musa de Eduardo Mateo”, es uno de los más comunes, porque se ha dicho que inspiró a ese irremplazable personaje de la música popular uruguaya para escribir varias canciones que terminaron siendo grandes éxitos. De hecho, acompañada por este músico, estrenó algunas de las canciones de Mateo antes de que el cantautor las grabara. Pero la vida de una persona no es una sola cosa. Incluso, la de ciertas personas están llenas de detalles y curiosidades. En la vida de Diane Denoir hay pasiones, partidas, exilios y regresos; grandes periplos que han tenido, durante varias décadas, a Montevideo como punto de partida y de regreso. Hay una voz sin estridencias, pequeña, que abrazó la música beat y la bossa nova, en portugués, español y francés. Quizá, en el concierto del próximo miércoles en Bebop se pueda ver en el rostro y en la voz de esta mujer de setenta y pico, postales de todos esos tiempos de mudanzas y de música, desde aquella década del sesenta idealista, cuando era una estudiante del Liceo Francés llamada Diana Reches Mehler y comenzaba a volcar todas sus inquietudes en el plano artístico como Diane Denoir.
-¿Cómo es eso de ser hija de austríacos y estudiar en el Liceo Francés de Montevideo?
-[Se ríe] Mis padres quisieron mandarnos a mi hermana y a mi a un colegio alemán. Pero no quisimos. Yo soy bastante ansiosa y en el idioma alemán no se puede interrumpir. Tenés que espera hasta el final de la frase y al verbo, para saber si es positivo o negativo lo que te están diciendo. Agradezco que nos mandaran al Liceo Francés, porque además nos enseñaba a razonar, a no quedarnos con la primera versión de las cosas. En un espíritu rebelde como el mío, eso te fomenta la investigación.
-¿Y el alemán?
-Lo leo y lo entiendo, sí, pero con mis padres hablábamos en español.
-¿Cómo llegaron al Uruguay?
-Mi papá vino de aventurero. Tenía un hermano en Montevideo y se vino. Además, se quería hacer socio de Peñarol, porque lo había visto jugar en Austria. Vino en 1936 o 1937 y se tuvo que quedar cuando comenzó la guerra. Mi madre vino con sus padres. Mi abuelo era un jurista socialdemócrata que se tuvo que ir de Viena antes del Anschluss [anexión de Austria, en 1938, a la Alemania del nazismo]. Primero fueron a Rumania. Mi abuelo estudió las constituciones de Uruguay, Argentina, Chile y Paraguay porque quería que sus nietos vivieran en democracias. Eligió el Uruguay. Se vinieron en el 38. Un día mi papá fue a cobrar una cuenta a alguien que había vivido donde en ese momento vivían mi mamá y mis abuelos. Tocó el timbre, quedó sonado y lo rompió. Este señor se enamoró de la chica que bajó furiosa a abrir la puerta. Por cierto, era muy linda mi mamá.
-Herencia y decisiones personales…
-La herencia tiene que ver con deseos de los padres y con información sobre valores de vida. Porque, quieras o no, eso influye luego en nuestras elecciones. Uno se cree genio a los 18 años, pero todo lo que nos metieron con la educación que vino detrás. Mi papá decía cosas abstractas. Que en la vida había que caminar derecho y jugar limpio. Que lo limpio contra lo sucio gana.
-¿Caminaste derecho?
-Siempre. Y con el defecto de ser siempre sincera.
-¿Cuál fue el costo?
-Y bueno, el exilio. Antes del golpe en el Uruguay comenzó una represión. Y no es casual de que ya en 1972 con Adela Gleijer escribiéramos “Como pájaro libre” [tema que cantó Mercedes Sosa]. El golpe fue el 27 de junio del 73. Se puso cada vez peor. Había una lista de intelectuales que apoyaban al Frente Amplio, la coalición de izquierda surgida en aquella época. Después nos enteramos de que todos estábamos marcados. En enero de 1974 intenté renovar pasaporte y me lo demoraron más de lo normal. Unos tres meses. También me fueron a buscar a mi casa de Inteligencia y Enlace, que fue la peor división de la policía. Y comenzaron a llevarse gente presa que uno tenía alrededor. Me vine a Buenos Aires por una semana y me quedé tres años. Acá sobreviví. Saber idiomas me sirvió bastante, soy trilingüe. Trabajé en la empresa de aguas Degrémont y en el Centro de Arte y Comunicación (Cayc) de Jorge Glusberg. Mientras tanto, Mario Benedetti, que estaba en Buenos Aires y vivíamos a ocho cuadras uno del otro, estaba armando un espectáculo de poemas musicalizados, para un actor y yo. Pero se cancelaron los planes. A Nacha [Guevara] le pusieron una bomba en el teatro. A Mario lo amenazaron “las tres A” y yo lo saqué a Ezeiza. Bueno, hubo que rajar de acá también. Pero estoy contenta con los ideales de vida que uno quiere, con justicia social para los demás, y que sea un mundo mejor. Ya veterana no voy a dar marcha atrás en eso. Creo que no me equivoqué, aunque el costo fue alto.
-En tu experiencia, la década del sesenta fue muy diferente...
-La del sesenta fue un despertar. Había una música que llegaba de los Beatles y la bossa nova. Todo era nuevo. Y había un despertar de consciencia latinoamericana. Antes se miraba para Europa y Estados Unidos. De golpe nos empezamos a preguntar quiénes éramos. La del sesenta fue una década rica en cuanto a influencias y fermental.
-¿Qué pasaba en los conciertos Beat?
-En mi caso, una inconsciencia. Bernardo Bergeret fue el creador con Enrique del Campo. Era una propuesta irreverente y muy buena. Gente joven sobre un escenario vestida de manera informal, en un teatro solemne, como el Solís. Para hacer lo que fuera: un cuarteto de cuerdas, rock o bossa nova, textos de Boris Vian. Todo de buena calidad. No solo la clásica es música culta. Creo que esa era la propuesta y funcionó. Terminamos haciendo concierto en Punta del Este y en televisión. Creo que eso sirvió y fue lo que gestó el candombeat, con la base de Manolo Guardia y George Ross, y luego desarrollada por Rubén Rada y Eduardo Mateo.
-A la distancia, ¿cómo te sienta hoy el mote de “musa de Eduardo Mateo”?
-Mis amigas feministas me critican. “No necesitás que se reconozca tu trabajo a través de un hombre. Es suficiente con lo que hacés”. Bueno, capaz que es así, que no es lo único. Pero bueno, me quedó, quizá porque lo inspiré a Mateo. Lo de musa inspiradora tiene una cosa mágica, onírica, o sea que no hay que caer solo en la referencia masculina.
-También Gilberto Gil te dejó canciones para que tradujeras e interpretaras.
-Bueno, lo fui a buscar a su casa. Gil no me conocía. A mediados de los setenta, con mi pareja de ese momento nos fuimos a conocer Bahía. Teníamos datos de lo que queríamos conocer. Y sabíamos que Gilberto Gil tenía una casa en Itapuá. No recuerdo si había conseguido el teléfono. Sí que concertamos una cita en su casa, me recibió bárbaro, le expliqué lo que hacía y con su generosidad grabé seis temas en un casete y me escribió a mano seis letras, para que pudiera traducir. Al final me quedé con una, cuya letra no es suya sino de Dominguinhos. Muchos años después me lo encontré en Bogotá. Yo vivía en Venezuela y me habían vuelto las ganas de cantar. Le conté que Gonzaguinha había ofrecido producirme un disco y Gil me dijo que contara con él. “No tienes más que llamar y los amigos vamos a estar ahí para tocar contigo”, me dijo. Pero luego Gonzaguinha murió en un accidente de tránsito y quedó como otra idea de futuro que se abortó. Rebencazos de la vida...
-Si hubo momentos de querer y no querer cantar, ¿cuánto hay de vos en aquella canción que dice “Esa tristeza que tienes...”?
-No. En general soy bastante alegre, lo que no quita que tenga mis momentos de introspección. Pero trato de no manifestar la tristeza. No es mi caso. Y en esa época quizás Mateo me vio medio pensante: “Viene de un rostro cansado”, dice la canción y yo en general, trato de no tenerlo. Igualmente, la letra es muy linda.
-¿Por qué no has hecho una carrera discográfica?
-Porque tengo una vida segmentada. De rebencazos, como decía recién. Y parte de mi sinceridad es no cantar cuando estoy complicada, ni hacer discos con fines comerciales. Para hacer grabaciones tienen que ser de buena calidad. Y eso no es siempre fácil de concretar. Trato de cantar lo que tengo ganas de decir.
-¿Qué tenés ganas de decir hoy?
-El repertorio del concierto está segmentado temáticamente. Siguen estando presente la mujer, la libertad, la negritud. Y la banda es fantástica con el Lobito Lagarde (músico del grupo Totem), en bajo y guitarra, Andrés Arnicho en teclados, con quien me entiendo bárbaro, y Nelson Cedrez, que es el baterista de (Rubén) Rada desde hace más de 25 años.
-¿En qué momento de tu vida te ves?
-De plenitud. Los horarios los pongo yo. Canto donde tengo ganas de cantar. Le dedico una parte de mi tiempo a la Fundación Mario Benedetti, que Mario creó en vida y me puso en la lista de personas que él quería para integrar el Consejo. Me ocupa bastante tiempo y responsabilidad, pero Mario se lo merece. Hay custodia de su obra y promovemos la literatura entre jóvenes. Por otro lado, todo lo que tenga que ver con la lucha por los derechos humanos. Este año se cumplen los 50 del golpe de Estado. Fue un año movido y va a seguir. Este año le dimos voz a quienes fueron niños y adolescentes en la época de la dictadura. Son esas voces que no se escucharon. En general se escuchó más a otros familiares o a los presos y nos olvidamos de lo que les pasó a los niños.
-¿Qué dicen esas voces?
-Cosas que uno no sabía. Cómo iban a ver a sus padres; cómo no los tuvieron más. Cómo tuvieron que convivir con una mamá en un cuartel. O situaciones como la de una madre exiliada, un padre preso y el abuelo como único referente de comunicación. Después de catorce años quizás el abuelo ya no está y su padre es una persona con la que ese chico no convivió durante todo ese tiempo. Hay todo un mundo que hemos ignorado.
-La vida nómade fue una constante en tu vida, a veces obligada, otras no. ¿Qué te llevó a Europa?
-Un problema de columna, en el 68. Quise consultar traumatólogos, porque en Uruguay me ofrecieron tratamientos medievales. Aproveché para hacer esas consultas porque me habían invitado a cantar en París. Hice las dos cosas. Pero me quisieron “exotizar”. Que me cortara el pelo, que no hablara francés, que cantara solo música brasileña. Y no agarré viaje. Lo que sí pude es operarme de la columna, que me ofreció un futuro más diáfano y sin dolor. Me quedé y estudié Ecología Urbana en Ginebra, algo muy incipiente. Luego fui a Estocolmo, a una conferencia de medio ambiente. Fue en plena Guerra de Vietnam, pero los vietnamitas no estaban invitados, aunque les caía el Napalm encima.
-Y en todo ese contexto, el clima del Mayo Francés.
-Agarré las cenizas. Estuve en conferencias y empecé a entender ese Mayo Francés que había escuchado en el Uruguay, bastante distorsionado, por distintos motivos. Entendí qué pasó, por qué pasó. Y que no fue el caprichito de unos nenes. Me vino bien porque mirar desde un palco al Uruguay me hizo reafirmar la toma de conciencia. Pippo [Spera], en la canción “Señora Diana la vi”, dice: “Supo que su infancia no era un mundo de sueños”. Es como que bajé a tierra. Europa me lavó el cerebro. Antes de volver decidí que quería trabajar por el Uruguay. En Ginebra me ofrecieron un puesto en Naciones Unidas, pero lo rechacé. Es un compromiso de vida. Se le dice “político”, pero es de vida.
-¿Cuándo aparece el sedentarismo?
-En Venezuela, que nos trató muy bien. Fue el primer país donde comenzamos a dejar de mirar atrás para ver si nos estaban siguiendo. Después de vivir acá [en Buenos Aires], tardé cuatro meses en llegar a Venezuela. Primero fui a Perú y esperé que me saliera la visa. En la selva me agarró una escherichia, que no sabía si era fiebre amarilla o qué. La plata se me terminaba. Por suerte en Ecuador canté en una peña, me vio un productor y me ofreció cantar en televisión, en Canal 8 de Quito. Recuperé algo de guita. Tenía que llegar a Bogotá para hacer un examen de salud y luego recién poder entrar en Venezuela con una visa. En ese tiempo, ya viviendo en Caracas, falleció mi papá y yo no podía volver al Uruguay. Me llevé a mi mamá conmigo. Fue una vida con tranquilidad, siempre militando contra la dictadura en el Uruguay, hasta el 85. Recién en el 91 volví, sobre todo para que la poca familia que tengo estuviera unida. Habíamos estado demasiado tiempo separados.
-¿Cómo sigue tu vida después de este concierto en Buenos Aires?
-Quiero grabar dos discos. Ya es hora, ¿no? [se ríe]. Uno con lo que nunca grabé. “Como un pájaro libre” la grabó Mercedes Sosa, pero yo no. También hay otros temas que hicimos con Adela y he musicalizado a poetas. Y luego quisiera hacer un segundo disco con música de otros compositores.
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