Deutsches Symphonie Orchester Berlin
Vladimir Ashkenazy, un músico de raza al frente de una gran orquesta
Dirección Vladimir Ashkenazy / Programa: Don Juan Op. 20, de Richard Strauss y Sinfonia Nº 5, de Gustav Mahler / Organiza: Nuova Harmonia 2012 / Sala: Teatro Colón.
Nuestra opinión: excelente
Cuando el año pasado se anunció en estas páginas la actual temporada de Nuova Harmonia, se acotó que la segunda función que se llevaría a cabo sería en mayo en el Colón, y que se escucharía a la Sinfónica Alemana de Berlín, dirigida por el eminente Vladimir Ashkenazy, haciendo vislumbrar un hecho artístico de alto nivel. Ahora, justamente en la fecha mencionada el dato se hizo realidad, buena demostración de que los ciclos de conciertos anuales deben planificarse con suficiente antelación como para poder formar parte del gran circuito mundial, de las más consagradas figuras de la interpretación, no sólo de la proveniente de la esfera académica, sino también de aquellas rutilantes concernientes al arte popular.
Fue así que en una sala del Teatro Colón completa, con un programa dedicado al sinfonismo de dos compositores eminentes de estética afín con la música sinfónica surgida en la segunda mitad del siglo XIX, ofrecidos por la orquesta berlinesa en conjunción perfecta con el talento de Ashkenazy, nacido en Rusia y naturalizado en Islandia, ganador de concursos internacionales en su juventud y desde hace más de veinte años, asimismo prestigioso director de orquesta.
Un hecho emotivo se produjo antes de que el maestro alzara la batuta cuando él mismo, con micrófono en mano, dijo: "El concierto estará dedicado a Dietrich Fischer Dieskau, un gran músico que acaba de fallecer", y la emoción fue inmensa entre quienes lo conocieron a través de su vasta discografía, y de quienes, alguna vez, lo pudieran valorar en el exterior, simplemente porque el cantante fue uno de los que integraron en su momentos un listado de artistas que no pudieron aceptar, en distintas épocas, las invitaciones formuladas desde Buenos Aires.
El programa incluyó dos obras; Don Juan , poema sinfónico de Richard Strauss, en la primera parte, y la Sinfonía Nº 5, de Gustav Mahler, en la segunda. Es decir, dos obras del repertorio que además de calidad requieren conjuntos instrumentales completos y muy profesionales, tanto en las cuerdas como en las diferentes filas.
Y en cuanto a las versiones, de la primera, iniciada con un allegro , imbuido de una potencia casi épica que sugiere la jactancia del personaje, luego los pasajes retenidos de los sonidos, incluyendo los del violín concertino. Tema que está en la poesía de Nikolaus Lenau, pero no en la mente de quienes no hayan leído previamente la historia o el poema, circunstancia que nos recuerda -generalizando- que sin la significación escrita previa la música por sí sola no puede dar certezas de significación, porque quienes escuchan por primera vez una obra musical imaginan significados diversos y totalmente diferentes entre sí.
Claro está que sí se percibieron, al abordar la Sinfonía Nº 5 , la excelencia y el virtuosismo en la orquesta, como también la visión estilística de Ashkenazy, el artista que deja su mirada, su temperamento y su impronta para inculcar a sus filarmónicos fraseos, planos, volúmenes sonoros, matices y color variable de sonidos. Y como no podía ser de otro modo, con la ardua y extensa Sinfonía -acaso una de las páginas más inspiradas de Mahler, que sin duda le ha de garantizar eternidad- se agregó con gentileza una composición con sabor al tango rioplatense, que reiteró el beneplácito del público, y asimismo su comprensión del esfuerzo de todos -ante la duración y complejidad de la obra- como para no exigir nada más.
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