De Yuja Wang a Myung-whun Chung, cinco eximios músicos asiáticos para descubrir en streaming
La música clásica, siglo a siglo, se fue forjando en Europa. Desde el siglo XVI, cruzando el Atlántico, de la mano de las distintas corrientes que fueron conquistando el continente, llegó hasta América. Así, su ámbito fue Europa, especialmente, y el de sus descendientes de este lado del océano. Pero en el siglo XX las comunicaciones se desarrollaron a una velocidad vertiginosa y la llevaron a terrenos mucho más lejanos y, lentamente, en diferentes regiones de Asia, Mozart y Beethoven comenzaron a tener lugar. Y dejando atrás el mero consumo de esa música que venía desde Occidente, comenzaron a aparecer los primeros músicos asiáticos. El preconcepto –etnocentrista, impenetrable y descalificador– dictaminó: los músicos asiáticos, los del lejano Oriente, son "maquinitas eficientes" incapaces de comprender la intimidad del discurso musical y de captar la estética que, a su modo, lo contiene y orienta. Para completar el panorama, desde ese mismo prejuicio, se pretendía justificar esa falacia desde la descalificación que indicaba que en sus propias músicas no había valores dignos de ningún tipo.
Estereotipo largamente acuñado, en el siglo XXI, todavía se sigue hablando, ocasionalmente, acerca de esa supuesta incapacidad de los músicos de Oriente para poder transmitir alguna emoción por fuera de la "mera" tarea técnica de tocar o cantar todas las notas. Sin embargo, un mínimo repaso de lo que ha acontecido en las últimas décadas puede demostrar que, entre los más notables músicos, cantantes, directores y hasta compositores de la actualidad hay coreanos, japoneses, chinos y una gran cantidad de descendientes de esos inmigrantes asiáticos que se afincaron en diferentes países a ambos lados del Atlántico. Para corroborar esta afirmación basta con observar los nombres o los rostros de los músicos de las principales orquestas del hemisferio norte en las cuales abundan los músicos asiáticos. Y muchos de esos músicos, a fuerza de talento y constancia, fueron o continúan destruyendo aquel prejuicio cimentado desde la ignorancia y alguna cuota de ese velado racismo que, sutilmente, se manifiesta a través de minimizar o despreciar las posibilidades del otro.
Cualquier listado que se elabore sobre los grandes músicos orientales que descollaron en el mundo de la música clásica adolecerá de faltantes y omisiones. Por lo tanto, y en una decisión absolutamente personal, más allá de una enumeración final imprescindible, este recuento se centrará sólo en cinco músicos, un top five que no necesariamente sería el cada uno podría confeccionar. Siguiendo un orden cronológico la historia debería comenzar con un director japonés, Seiji Ozawa, curiosamente nacido en China, en tiempos de la ocupación japonesa.
Ozawa estudió en Tokio y completó su formación en Estados Unidos. En 1961, Leonard Bernstein lo incorporó como su asistente en la Filarmónica de Nueva York. En 1965 fue nombrado titular por la Orquesta Sinfónica de San Francisco y, luego, durante casi treinta años, hasta 2002, fue el director musical de la Sinfónica de Boston. En paralelo, paseó su estampa por los podios de las principales orquestas de todo el mundo. De gestos amplios y, al mismo tiempo, minucioso en cada detalle, Ozawa navegó, mayormente, por repertorios convencionales. En 1989, con su orquesta, la de Boston, ofreció una versión contundente y poética de la Sinfonía Nº7, de Beethoven.
Hija de un diplomático japonés, en 1960, cuando tenía 12 años y ya tenía en su haber varios recitales públicos en Japón, Mitsuko Uchida llegó con su familia a Viena. Completó su formación en esa ciudad y obtuvo, más adelante, importantes distinciones en algunos de los concursos más célebres del mundo. Pianista refinada, ultradetallista y de una técnica impecable, tuvo su gran consagración cuando el sello Philips la contrató para grabar toda la obra para piano de Mozart en ocasión del bicentenario del fallecimiento del compositor, en 1991. Esa colección, de varias decenas de compactos, tuvo una amplísima difusión y sus lecturas de Mozart, galantes, pulcras, emocionalmente clásicas y de una exquisitez suprema se apartaban del modelo que, con la potencia de su maestría, en aquel tiempo, había impuesto Alfred Brendel, por entonces, la referencia indiscutida sobre la interpretación pianística de la Escuela de Viena. Escuchar esas interpretaciones mozartianas de Uchida sigue siendo una inmersión en un arte superior. De esa colección, escogimos el CD que incluye las sonatas K.331 y K.332, ambas muy conocidas. Pero en el último track, se puede disfrutar todo el arte de Uchida en la Fantasía K.397, una prueba incontrastable que refuta las afirmaciones sobre la presunta inhabilidad expresiva de los músicos asiáticos.
Por fuera de Mozart, Uchida acuñó registros históricos también de compositores tan diferentes como Debussy, Schumann, Schoenberg y Beethoven. Precisamente, en 2015, llegó al Teatro Colón para ofrecer una versión inolvidable y mucho más clásica y exquisita que heroica del Concierto para piano y orquesta Nº4 de Beethoven junto a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera dirigida por Mariss Jansons.
Desde Corea y de una familia de músicos, llegó un gran pianista y, fundamentalmente, un excelente director. Myung-whun Chung es, sin lugar a dudas, uno de los directores más prestigiosos de la actualidad. Su hermana, la excelente violinista Kyung-wha había comenzado a abrir el camino en los Estados Unidos, en 1961. Pero su hermano menor comenzó a tomar vuelo con la batuta en la mano. Prácticamente ha dirigido a todas las grandes orquestas americanas, europeas y, por supuesto, asiáticas pero en su mochila detenta haber sido, sucesivamente, director titular de la Ópera de la Bastilla, de la Orquesta de Radio France y de la Orquesta Filarmónica de Seúl. Además, Chung es un pacifista empedernido y un promotor incansable de causas nobles. Su último emprendimiento es la conformación de una orquesta con músicos de ambas Coreas. Su repertorio es ilimitado y su calidad, infinita. De su inmensa discografía, tal vez pueda oficiar como ejemplo de su versatilidad la interpretación que hizo de la imponente y poética Sinfonía Turangalila, de Messiaen con la Orquesta de La Bastilla
En territorios más convencionales, Chung también es capaz de demostrar sus sapiencias, siempre con movimientos sobrios y, por lo general, dirigiendo de memoria. Con 67 años, hace unos meses, apenas antes de que la pandemia suspendiera toda la actividad, Chung, en el imponente Elbphilharmonie, maravilló a los hamburgueses con una interpretación admirable de la Sinfonía Nº9 de Mahler con la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam.
Y los últimos de la lista son dos pianistas chinos que han sacudido al mundo de la música clásica. Ellos son Lang Lang, caprichoso, irreverente, un tanto insustancial pero un verdadero maestro en el arte del marketing, y Yuja Wang, una belleza femenina de potencialidad musical ilimitada que, hasta la aparición del Covid-19 sobre la faz de la tierra tenía su agenda completa hasta 2026. Lang Lang fue un niño prodigio que se formó en China. Un auténtico virtuoso, a los 15, llegó a Filadelfia para completar sus estudios. Desde 2000, su actividad ha sido incesante. Apareció deslumbrando con una técnica apabullante y certezas interpretativas exacerbadas por gestualidades y movimientos de alto impacto en el público. Su discografía, con registros de estudio y en vivo suman decenas tanto como solista como junto a las orquestas y directores más distinguidos.
Amante de la celebridad y de apariciones fulgurantes junto a músicos populares y del espectáculo, es real que aquellas certezas interpretativas iniciales han quedado subsumidas por debajo de la grandilocuencia, los amaneramientos y las actuaciones con miradas perdidas. La constante de los últimos años ha sido la ostentación de su virtuosismo y una sobreactuación que, irremediablemente, terminan por apartarlo de cualquiera de las muchas lógicas musicales con las cuales se puede interpretar una partitura.
Con todo, el exhibicionismo rinde y sus conciertos concitan multitudes y sus registros se venden por millares.
Yuja Wang siguió un derrotero parecido al de su compatriota. Niña prodigio que estudió en Beijing, completó su formación también ella en el Curtis Institute de Filadelfia. Bellísima, Yuja Wang luce todos sus encantos en ámbitos tan carentes de sensualidad como son los escenarios de la música clásica. Con tacos aguja, minifaldas infartantes, escotes generosos y espaldas descubiertas, su presencia es única.
Sin embargo, a diferencia de otras músicas que hicieron de la exhibición corporal la base de su carrera, Wang es una pianista completa, poseedora de una técnica excepcional y también expresiva y muy profunda en sus lecturas. Como ejemplo de todas sus capacidades y talentos, Wang se enfrenta a obras tan dificultosas y disímiles como pueden ser la Sonata Hammerklavier de Beethoven o el arduo y complejísimo primer concierto para piano de Bartók, una obra con la cual pocos pianistas eligen enfrentarse.
Por fuera de estos cinco, quedan otros notables músicos asiáticos. Es justicia, al menos, traerlos a colación. Ahí está el gran chelista Yo-Yo Ma, hijo de padres chinos, nacido en París pero que vivió toda su vida en Estados Unidos. También hay que mencionar a Sumi Jo, una soprano coreana de coloratura, tal vez la más notable de su generación; la gran violinista japonesa Midori; Yundi Li, un pianista chino que obtuvo el primer premio en el Concurso Chopin, en 2000, al igual que el coreano Seong-Jin Cho, triunfador en 2015; dos violinistas que son los concertinos de dos orquestas de primer nivel: Daishin Kashimoto, japonés, en la Filarmónica de Berlín, Frank Huang, en la Filarmónica de Nueva York: Hui He, una soprano china, posiblemente, la Madama Butterfly más requerida por los teatros de todo el mundo; y, por último, Toru Takemitsu, un compositor más que trascendente, fallecido en 1996 y que supo aunar en su obra las tradiciones japonesas y las más avanzadas técnicas compositivas del mundo occidental.
A todos estos músicos asiáticos y a innumerables más, la música les debe sus talentos y sus aportes. Solventes, expresivos, talentosos y confiables como el que más. Después de todo, un apellido ruso, alemán, español o francés tampoco es garantía per se de interpretaciones superiores. Todos valen por lo que hacen y demuestran, vengan de donde vengan.
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