De St. Vincent y Fito Páez a Troye Sivan, un sábado intenso en Lollapalooza
Si el plan es exprimir al máximo las alternativas que ofrece el festival Lollapalooza , ir temprano garantiza evitar los amontonamientos dentro del predio y las largas filas para comprar comida que se ven durante la noche y conocer a bandas y solistas nuevos.
El mediodía del sábado, además de disfrutar de un sol muy intenso y demasiado veraniego para un comienzo de otoño, permitió sentir la actitud punky 3.0 de Alfonsina, que subió al escenario con sus canciones, toda vestida de blanco, y descubrir otros sonidos, en otras tablas.
Por el escenario Main 2 anduvo Ca7riel, rapero de alma con proyección en el trap y un trasfondo que tiene tanto de sonoridad Jamiroquai con el jazz rock de los 70. En esa mezcla hay algunos desajustes, pero siempre los temas terminan encontrando su flow y sobre todo el maridaje con la voz. Las canción que habla de los dogos, "A mí no", o un tema nuevo que habla de fumar flores con Lamothe, no solo son los más conocidos, también son los mas logrados, por eso no podían faltar en su set de casi 30 minutos.
Desde que hace varias décadas decidimos que en determinados planos del arte no somos capaces de generar buenas ideas; necesitamos que otros las generen a miles de kilómetros de casa para sentir empatía con aquello, adoptarlo y finalmente darle las características vernáculas. A partir de ahí sí, podemos decir que creamos. Pasó cuando adoptamos el rock, está pasando con esta (de algún modo inesperada) versión del rhythm and poetry estadounidense de finales de los 70 y principios de los 80, que hoy se actualiza con diversificaciones que llegan hasta el trap.
En ese viaje de regreso habrá alguien que declame como si fuera la versión boricua de un adolescente nacido en un suburbio de New York, pero con el acento porteño que se le cuela. Y es probable que en ese tránsito se encuentren artistas como Ca7riel. Con esa intensidad que demuestra cada vez que toma el micrófono Ca7riel está comenzando ese camino entre el español neutro con una jerga que de tan lejana hasta podría sonar extemporánea para nosotros, y cierta pronunciación argenta que se resalta con el uso de la "she".
El turno de Lelé
Un rato después llegó Lelé, que se ganó un lugar en el escenario principal del festival Lolapalooza 2019 apenas por haber publicado el vídeo de una canción: "Yo". Solo eso le bastó (porque nadie va a pensar que fue por su nombre real: Candelaria Tinelli). Es evidente que el camino a los grandes podios es cada vez más corto y rápido, si intervienen determinadas circunstancias.
De los 45 minutos que se le dieron usó menos de 30. Hizo un show modesto, acompañada bailarines y una rapera además de su banda. Si el tema con el que se dio a conocer como cantante apelaba a la intimidad de la letra y de su video, sobre el escenario se resguardó en el recurso del pop coreográfico.
Se notó que trabajó mucho y a contrarreloj para llegar allí y también se notó su falta de rodaje en la ruta de la música y los escenarios. Esa parte no la ocultó, ni en una afinación imprecisa ni en el hecho de que recordó como seguía la lista de temas cuando dijo: " Tenía la lista acá abajo [en el piso del escenario]. Bueno, es mi primer show, viste", se sinceró. Y después cantó el primer tema que escribió apenas acompañada por una guitarra. Y fue esa misma guitarra la que la guió hasta el siguiente tema, en una versión bien despojada, porque hubo un problema técnico con los teclados que la banda debió superar.
Lelé no es responsable de accidentes técnicos, pero sí es responsable de qué camino tomar, de cómo hacerlo y en qué momento. Quizás un escenario del Lolla puede ser el resultado de un proceso menos vertiginoso y más madurado. Pero cada uno hace su elección.
Perotá Chingó
Cuando el Inti Raymi iluminaba fuerte y desde lo alto, al escenario 2 llegó Perotá Chingó, que sí tiene mucho rodaje en tablados chicos y en festivales. La música de este grupo encabezado por dos armónicas voces femeninas no es para este tipo de escenarios. Claro que decir esto no es más que un prejuicio cuando se escucha la manera como con el paso de los años la banda logró trasladar su propuesta tan intimista a un escenario gigante e hipnotizar los oídos de quienes van a escucharla especialmente o de otros que pasan en ese merodeo constante que se ve en el Lollapalooza. Perotá es "consciente de su espacio" (para parafrasear una de sus canciones). Combina el electro-folk que tiene base en el folklore argentino y la canción popular latinoamericana con un manejo escénico que se subraya en el tono dark de una de las cantantes y en el make up alla Sergio Pángaro (con bigote finito y todo) de la otra.
Perotá genera climas y marca una diferencia sustancial y estética con casi todo lo que se puede ver en otros escenarios. Esas ventajas que uno tiene cuando uno llega al festival temprano.
Perras on the Beach
Con un single nuevo bajo el brazo (el flamante "Película"), Perras on the Beach presentó su versión más sólida posible sobre el escenario alternativo de Lollapalooza. "Puchos", de su álbum debut, parecía prometer una cuota de desparpajo adolescente, pero el tándem entre "Municipálida" y "Tuca" (ambas linkeadas entre sí a raíz de un incidente en la vida real con alguna que otra autoridad gubernamental) sonaron más ajustadas y expansivas que en su versión de estudio en el álbum Flow de Cuyo. "Las ideas" y "Pesadilla" ahondaron en ese concepto, con versiones con abundante espacio para el despliegue instrumental. Después de "Futuro", Ca7riel y Paco Amoroso graficaron no sólo el espíritu de camaradería constante que domina a la camada actual de artistas, sino que además dejó en claro que no hay pruritos a la hora de cruzar géneros y estilos. Sobre el cierre, el bajista Bruno Beguerie demostró sus dotes como MC con un flow filoso en "Sangucci". Tras la ovación del público, una corrida de Poxyran a la batería dio incio a una rotación de instrumentos que devino en una zapada alegre, la señal de que se puede crecer sin perder la gracia.
Juana Molina
La cualidad de Juana es que logra un manejo de la sonoridad que alcanza a sintetizar por capas, estéticas y épocas: post rock en la subyacencia, indie, tendencias actuales y un electro rock/pop que es buen impulsor de su show, para que todo aquel público que viene de otros escenario se arrime. "Gracias por elegirnos", dice, entre tanta oferta que hay a esa hora, y luego de un tema que la puso a rockear.
Prácticamente no tiene desarrollo armónico, es pura sonoridad, en capas de loop. Va a lo deep, vuelve a rockear, amaga con una eletrovidala imperfecta, frena. Sonríe como lo hacía ese gran cantor que fue su padre y vuelve a comenzar. A estas alturas ya no es la Juana aniñada y un tanto desangelada de su comienzo sino otra que se redescubre en su voz con mucha energía.
Foals
"¡Qué onda, guachos!". En un español fluido, Yannis Philippakis, cantante de Foals, no pudo evitar la sonrisa de felicidad al momento de dirigirse a un público fiel que puso el cuerpo a los últimos rayos de sol en el Hipódromo de San Isidro.
Con disco nuevo recién editado, Everything Not Saved, Pt. 1, y ya sin Walters Gervers (bajista y cofundador del grupo) en sus filas, Foals ratificó su estatus de banda ideal para el vivo. Su energética relectura del post-punk hizo saltar como canguros a una muy numerosa legión de fans argentinos durante una hora cargada de groove y sudor. Los ritmos angulares, las guitarras con filo y la personalidad y la entrega de un frontman resuelto como Yannis Philippakis cautivaron a un público decidido de entrada a pasarla muy bien, aun cuando el sol, a las cinco y media de una tarde preciosa, todavía apretaba un poco.
Está claro que Foals rinde muchísimo más cuando se afirma en la información que lleva inocultablemente grabada en su ADN -Talking Heads y sus virtuosas ramificaciones, empezando por Tom Tom Club, el proyecto de Tina Weymouth y Chris Frantz ("My Number", "What Went Down")- que en los tramos que coquetea con el synth-pop modelo Depeche Mode (In Degrees). Su propuesta es densa, atmosférica y contiene siempre unos cuantos momentos épicos, esos que son ideales para los shows de estadio, aunque a veces los ingleses se pasen de rosca en en ese plan y se acerquen peligrosamente a la artificialidad de Muse.
Philippakkis cantó muy bien, bajó del escenario para entrar en contacto con sus seguidores, provocando una descontrolada marea humana, y tocó la guitarra con un estilo que reveló a cada instante y sin culpa que escuchó mucho a David Byrne.
Troye Sivan
Troye Sivan aparece en el Main Stage 2 del Lolla poco después de las 16.30. El sudafricano de 23 años, criado en Australia, viene a presentar su segundo trabajo Bloom, donde mezcla sonidos electrónicos con el pop en su esencia más romántica.
Luego de presentarse en el día de ayer en un Niceto Club inundado de adolescentes, Troye se reencuentra con su público bajo sol pleno. Las altas temperaturas de la tarde no son un impedimento para él: sale con remera manga larga celeste que combina con sus ojos. La energía y sensualidad que transmite se fusionan con los bombos y hace mover la cabeza a los miles de fans,. Aunque también llama la atención de los más desprevenidos. Hace levantar las manos a su público que lo aclama, canta, baila y salta cuando él lo pide mientras hace trompos sobre sí mismo.
"Estamos hace unos días en su ciudad y es hermosa, muchas gracias. Quiero ver a cada uno de ustedes, especialmente a los chicos altos", dice antes de cambiar de outfit y montarse una musculosa blanca. Cada paso lo hace con una delicadeza que hace delirar a su público. Saca hits, entre ellos el pegadizo "1999", que termina de encender la tarde. Pide un segundo, trae su celular y pide que a la cuenta de tres la gente grite. Así, el ex youtuber filma todo. "¡Los amo! Nunca voy a olvidar esto. Es realmente loco", agradece.
La banda no es muy grande pero es efectiva. Con bases electrónicas que hacen retumbar el Hipódromo de San Isidro, dos coristas mujeres tocan los sintetizadores que terminan de generar el clima bailable. Es tiempo de la balada romántica "Animal", donde los bajos graves y la base trapera elevan la puesta. Los gritos son ensordecedores. Desde las pantallas se ven imágenes que parecen traer el cierre de un show contundente. Es el turno de "My my my!" para despedir a esta nueva estrella del pop que está en un claro momento ascendente.
Fito Páez
En el escenario de al lado, el Main 2, Fito Páez dice lo mismo que Juana ("Gracias por elegirnos") pero elige otras palabras: "Cuanta gente, che". Y es realmente muchísima la gente que se acercó a verlo.
Fito abre su juego con pelota dominada y muy de local. Trae canciones de amor, las universales ("El amor después del amor"), las personales (la de su último amor) y aquella tan singular que retrató en "11 y 6".
Puede gustar más o menos su música (a todos los que están frente a "su" escenario les gusta), lo que nadie podrá negar es su calidad para dar buenos conciertos. "Sí alguna vez me preguntan quién soy, respondo con esta canción", dice y larga "Al costado del camino". Luego enciende las luces de su "Circo Beat".
Pide celulares encendidos para iluminar "Brillante sobre el mic" y después vomita su "Ciudad de pobres corazones", canción que estrenó hace 22 años y todavía mantiene su vitalidad en una realidad (o en parte de ella) que nunca cambia.
Después, "A rodar mi vida", "Mariposa technicolor" y "Dale alegría a mi corazón" como parte de una catarata de hits. En la era del trap, que el público se quede coreando "Y dale alegría alegría a mi corazón... ", parece un anacronismo. Pero es un falso anacronismo. Eso es muestra de perdurabilidad.
The 1975
Caída la noche, se tiñe de azul, y recibe en el Main Stage 1 del Lolla a The 1975, una de las bandas más esperadas de la jornada. Los chicos de Manchester sorprenden con una apertura furiosa y bailable, fusionando su lado más rockero con buenas voces y mucho groove. Ese es el pulso que van a mantener a lo largo de toda su presentación. La banda, conformada por Matthew Healy (voz, guitarra), Adam Hann (guitarra), George Daniel (batería, coros) y Ross MacDonald (bajo) tiene además a dos simpáticas coristas y bailarinas que se perciben fundamentales para el balance.
The 1975 está presentando Notes on a Conditional Form, su cuarto álbum de estudio que será lanzado oficialmente en mayo. Pero al tratarse de un festival, los británicos hicieron un repertorio balanceado. Pasaron por temas de su trabajo homóninmo como "Girls", donde el carismático Healy maneja el escenario a su gusto. Las coristas también llevan gran parte de la responsabilidad del despliegue escénico mientras las visuales se ocupan de ir apuntando parte de las letras. El público más joven del festival celebra a los cuatro veinteañeros que con su dress code bien inglés (chupin negro con remera blanca) hacen caso omiso a algunos pequeños problemas de sonido.
La lista sigue con temas más románticos. El frontman maneja muy bien los diferentes climas y logra convertir lo que parece una balada dulce en un tema electrónico. El viaje por momentos es una ráfaga directa a los años ochenta. El público escucha atentamente tema a tema. Llega uno de los más celebrados, se trata de "Love It If We Made It", de su tercer álbum, A Brief Inquiry Into Online Relationships.
St. Vincent
Annie Clark ya dejó en claro la intención de eliminar su propia identidad al rebautizarse como St. Vincent. Parada en el centro del Alternative Stage, temprano a la noche en Lollapalooza , demostró haber alcanzado una nueva intención: la de no pasar por humana. Todo en su show en el Lollapalooza pasó por darle un aire ficticio y mecánico a todo elemento orgánico, como si ella misma fuese la secretaria robótica que tomaba apuntes y atendía llamados durante el comienzo del show, mientras "Sugarboy" ponía en el vaso de la licuadora a Kraftwerk con la elasticidad musical de Grace Jones.
En un escenario despojado, sin amplificadores ni pedales de efecto a la vista, St Vincent se convirtió en la única protagonista de su propio show, sin más recursos que el intercambio de guitarras entre una canción y otra, todas de una geometría tan irregular como su propia obra. Prueba de eso son los chispazos eléctricos de "Los Ageless" y la digitalización extrema de "Fear the Future", mientras en el video de fondo sus brazos se desprendían de su cuerpo y cobraban vida propia.
"Savior", un soul hecho en código binario, y "Marrow", una balada despojada que de repente sonó como un ensamble integrado por todos los androides del universo de Star Wars, sugirieron todo aquello que "Cheerleader" puso en primer plano: librar una batalla en pos de pararle el carro a cualquier injusticia. "No me importa lo que pasa en el mundo, siempre hay que bailar", dijo St Vincent en un español a los tumbos antes de "Digital Witness", la banda de sonido de una discoteca apta para replicantes, que empalmó con "Rattlesnake",la versión distópica de la obra de David Byrne, su eterno modelo de conducta. Finalizada la descarga eléctrica de "New York", Clark cayó rendida como si la hubiesen desenchufado abruptamente, aunque con una exhalación marcada, como para demostrar que es humana, después de todo.
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