Unos minutos antes de terminar el show de los Ratones Paranoicos en el estadio de River, Juanse cruza la larga pasarela con pequeños saltos de costado. Vestido con remera entallada y pantalones Oxford negros, abre las piernas, apunta con el clavijero de la Fender Stratocaster negra y blanca hacia las tribunas como un cowboy galáctico. Después le da la espalda al público del campo y comienza a contorsionar la cadera al ritmo de "Juana de Arco", la última de las once canciones programadas para esa noche. Entonces, anuncia: "Ahora, la mejor banda de rock & roll del mundo".
La ovación de los 70.000 presentes retumba en la inmensidad del estadio sin lograr conmover a Sarco y a Memi, que se miran sonrientes como si estuvieran zapando en el bar de Villa Devoto donde debutaron una década atrás frente a los amigos del barrio. Antes de retirarse, Juanse alza la guitarra, ofreciéndola al cielo, y la revolea por encima de la batería de Roy, que continúa tocando inmutable. "¡Viva el rock and roll!, ¡viva la Argentina!", grita desaforado mientras se saca la remera para iniciar una corrida aún más frenética por el escenario. Es la noche del 9 de febrero de 1995, y uno de los grupos más convocantes de la Argentina acaba de medirse ante una multitud, minutos antes que los Rolling Stones salgan a escena por primera vez en Buenos Aires.
"Esa noche los Ratones no éramos la banda telonera", dice Juanse, una tarde de diciembre en un bar de Belgrano, a un cuarto de siglo de aquel momento consagratorio en la historia del grupo. "Basta con mirar los videos para darse cuenta. En Argentina era la época de la stonemanía, que habíamos generado nosotros. Cuando llegaron, los Stones se dieron cuenta".
La visita de Sus Majestades Satánicas en el marco de la gira más exitosa de su historia, Voodoo Lounge tour, era el broche dorado de un proceso contracultural que, según Juanse, había comenzado a principio de los ochenta en Devoto, cuando unos primitivos Ratones Paranoicos se juntaron a tocar rock & roll en un garaje inspirados tanto en Jagger y Richards como en Johnny Rotten y Lou Reed. Desde allí fueron el principal emergente de un movimiento de jóvenes que, al ritmo de "(I Can’t Get No) Satisfaction", vestidos con jardineros de jean o pantalones Oxford, pañuelos anudados en el cuello, botas de gamuza o Topper blancas y flequillo, encarnaron un fenómeno sin precedentes en el mundo, que excedía hasta a los mismos Stones.
"Los Rolling Stones nos hicieron sentir que éramos parte de la fecha y no una bandita más que tocaba antes que ellos", dice Roy. "En River había tantas banderas de los Stones como de los Ratones. Cuando empezamos el show, el estadio ya estaba lleno y el público nos despidió con una ovación. Si calculás la cantidad de personas que fueron a las cinco fechas, creo que uno de esos cinco estadios era nuestro".
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Juan Sebastián Gutiérrez tenía en mente el nombre del grupo ya a los 12 años. No hay fecha precisa del arranque de la banda, pero podrían establecerse como punto de partida los días de la Guerra de Malvinas, otoño de 1982, cuando Juanse, con 19 años y una corta experiencia en otros proyectos musicales, se unió a Gabriel Carámbula en guitarra, Pablo Memi en bajo y Fabián Uñiz para comenzar a ensayar como Ratones Paranoicos.
Durante un tiempo, aconsejados por Pappo, entonces en pareja con una prima de Juanse, probaron suerte haciéndose llamar La Puñalada Amistosa. Mientras intentaban afianzarse con un nuevo baterista, Roy Quiroga, doce años mayor que el resto, al que habían contactado a través de un aviso en la revista Segundamano, Carámbula dejó el grupo para formar la banda de heavy Alto Voltaje. En su lugar entró Pablo Sarcófago Cano, al que Juanse conocía del barrio y Memi, del colegio secundario en Devoto.
"Con Roy vivíamos mundos diferentes y a pesar de eso nos comprendíamos. Ahí hay algo paradigmático", dice Juanse. "Apenas nos conocimos nació su primera hija e íbamos a verlo hasta su casa en Mataderos. Nuestra vida era realmente de otra clase social, vivíamos en la estratósfera, y eso, de algún modo, nos facilitó crear nuestro estilo".
"En lo musical, no teníamos diferencias", explica Roy. "Pero en la vida cotidiana, yo estaba casado y tenía una familia mientras que ellos tres todavía vivían con sus padres".
Juanse asumió el rol de líder desde la génesis del grupo y fue construyendo el sonido de Ratones Paranoicos guiado por los grupos que lo atraparon de chico: de Humble Pie a los Faces, pasando por Frank Zappa y los Stones. A los 5 años jugaba a ser una estrella de rock cantando sobre los simples de los Beatles mientras posaba frente a la imagen que le devolvía el reflejo del ventanal de la terraza de su casa. "Hasta los 9 viví en Villa Celina", recuerda Juanse. "A la noche me ponía el blazer azul del colegio, me peinaba el flequillo y hacía playback. Así empezó todo".
Los primeros Ratones tenían la crudeza de Pescado Rabioso, cierto glam-rock inspirado en los New York Dolls y la irreverencia en vivo de los Sex Pistols. Tocaban todo el día, encerrados en la sala armada en la casa de Memi, en Pedro Morán y Desaguadero, o en lo de Sarco, en Habana y San Nicolás. Roy se dividía entre la música y su trabajo de vendedor ambulante de café. Cuando no ensayaban, salían de bares con amigos o se juntaban a escuchar vinilos. Juanse dice que en 1979 llegó a tener la única colección completa de Frank Zappa que había en el país. En la Galería Gran Rivadavia conseguía ediciones inglesas, sin abrir, de los vinilos de los Stones.
En esos ensayos interminables, de a poco aparecieron las primeras canciones: "La orden de Dora", "Estrella", "Descerebrado", "Autocine", "Rock del pedazo" –que grabarían recién en 1991–, "Rock de la policía", "No me importa tu dinero", "Primavera nacional", "Rainbow" y "Carol", inspirada en una Carolina con la que Juanse estaba saliendo.
De los shows improvisados en bares para cincuenta personas –Mc Baren, de Devoto, y El Jefe, de Palermo– saltaron a un circuito de pubs obligatorio para el underground de la época: La Isla, Stud Free Pub, Taxi Concert, Prix D’Ami, Serrano y La Esquina del Sol. Juanse descubrió que había posibilidades de expandirse por el conurbano y cerraron fechas en boliches grandes como Jesse James, de Isidro Casanova; Acero, de Moreno; y Number One, de La Salada. Antes de finalizar 1984 debutaron en Cemento apoyados por Omar Chabán. Antes que la música, el nombre había adquirido cierta fama. De regreso de un viaje a Brasil, Juanse había importado la estrategia promocional de los grafitis callejeros y salió con Memi a estampar "Ratones Paranoicos" por las paredes de la ciudad.
"Ahora veo documentales que hablan del Parakultural o Paladium... ¡esos lugares eran nuestros!", dice Juanse con tono de disgusto. "Pero no nos mencionan porque no teníamos nada que ver con ellos. Era la época en la que al underground le gustaba mostrar una faceta más artística, de intelectualoides, y nosotros nunca tuvimos ideología. De hecho, nuestra ideología hubiese sido peligrosa en esa época, porque éramos un Tercer Reich doblado al castellano. Por eso nos llevábamos bien con Stuka, Michel Peyronel y Pappo. A nosotros nos tenían pánico. Nuestro show no era broma, estaba cargado de sensaciones increíbles".
Juanse recuerda una noche, en un bar llamado Shout, cuando se tiró del escenario al ver cómo un punk le estrellaba la cabeza a la novia contra una columna. Lo corrió hasta la esquina del boliche mientras, adentro, la banda seguía zapando. "Todas las noches pasaba algo diferente", dice.
A Juanse le gustaba teñirse el pelo de naranja y usar anteojos negros, campera y pantalón de cuero ajustados, y botas largas que compraba en Little Stone. Cuando se descolgaba la guitarra y desfilaba por el escenario sin remera, se movía como Iggy Pop. Se tiraba de cabeza al público, daba vueltas carnero por el escenario, se colgaba como un mono de las columnas de sonido, cantaba caminando por arriba de las mesas. Muchas veces el público respondía arrojando al escenario monedas, zapatillas, botellas o escupiendo.
"Éramos la Gestapo viva. Nuestro plan ideal era construir el Cuarto Reich. Y lo tratamos de hacer a través de la música. Pero nos dimos cuenta de que nadie iba a comprender lo que queríamos expresar. Y todavía hay personas que no lo comprenden. Porque no podés obligar a la gente a consumir algo, como se hace desde el mundo de la música, y porque fundamentalmente lo que falta es contenido. Está todo siempre basado en lo mismo: en el amor, te quiero y me dejaste, la cama, la noche, el auto... acá es más importante la calavera y la vela roja que lo que decís, cantás o hacés sonar. Tiene prioridad lo externo", dice Juanse y se queda unos segundos en silencio, como repasando sus palabras.
Mientras Virus y Soda Stereo hacían bailar a toda una generación, Ratones Paranoicos ofrecía en vivo un show punk, callejero, bastante salvaje para esos días. "Era una época insoportable", describe Juanse. "Yo iba a ver a Invisible y fui a casi todos los shows de Spinetta Jade. Salvando a Riff, que eran los únicos que hacían rock & roll, y a Spinetta, que es el mejor artista del mundo, cuando explota el rock nacional en Buenos Aires, a comienzos de los 80, a nosotros no nos gustaba nada. Teníamos una depresión enorme".
Memi dice que cuando armaron la banda, no se imaginaban haciendo otra cosa que no fuera vivir de la música. "La insistencia es una característica del grupo", aporta Sarco. "Siempre gozamos de una especie de optimismo demente. Ensayábamos todas las semanas y en los primeros shows siempre probábamos algún tema nuevo, sin importarnos si había diez o cien personas".
Al mismo tiempo, el estilo de liderazgo de Juanse era una amenaza constante para la convivencia armoniosa: "Había que hacer lo que él quería porque si no estaba todo mal", recuerda Roy. "Y era difícil saber que él solo tomaba las decisiones, aunque todos opináramos. Juanse era tan bravo que en algún momento nos fuimos todos de los Ratones, incluso él. Pero desde que entré al grupo me di cuenta de que tenía talento y sabía lo que iba a pasar si lo seguíamos".
La popularidad de los Ratones no tardó en trascender los límites de Devoto y muchas alumnas de colegios secundarios de la zona empezaron a seguirlos por los bares en los que se presentaban. "El rock & roll es sexo", explica Juanse. "Entonces, cuando tenés la edad y el aspecto que teníamos nosotros, lo único que necesitás es conseguir un gran productor discográfico. Las chicas que nos seguían no eran de las que iban a ver a Luis Miguel... Eran un caño. Una vez tocamos en un lugar y eran todas chicas. Los novios se habían quedado en la barra tomando algo. Pensá que los más feos éramos Roy y yo, nuestra delantera eran Pablo y Sarco. Movíamos la cabeza y subían solas al camarín, todos los shows. Llegó un momento en que llenábamos todos los lugares".
Cuando Memi se enteró de que un primo suyo había armado un estudio de grabación en Parque Leloir, no dudó en contactarlo. A los pocos días, con Juanse, le mostraba a Gustavo Gauvry los demos registrados durante algunos ensayos. "Eran muy chicos, creo que tenían 22 años", dice Gauvry, que ya había grabado a Serú Girán, Mercedes Sosa y Luis Alberto Spinetta. "Cuando escuché ‘Descerebrado’, me gustó. Era algo diferente a lo que sonaba en las radios: Viudas e Hijas, Miguel Mateos, Soda Stereo, Virus... Todo pop muy ochentoso. En cambio, ellos eran crudos y oscuros. Tenían un tema que decía: ‘Descerebrado por la calle voy, desesperado sin saber quién soy’. Así que empezamos a conocernos y los invité a grabar, pero estaba con mucho laburo y no podía producirlos".
La personalidad arrolladora del cantante y su obsesión por triunfar con los Ratones acapararon la atención a Gauvry. "La primera vez que lo vi no paraba de dar vueltas alrededor mío. Era obvio que iba a ser una estrella de rock porque era lo único que quería", dice Gauvry, que en 1985 les ofreció grabar unos demos en Del Cielito. "Juanse pensaba las 24 horas en los temas y en cómo moverse en el ambiente. Una vez me dijo: ‘El rock acá no existe, lo vamos a inventar nosotros’".
Gauvry les hacía escuchar las canciones que iban grabando a los productores con los que trabajaba: Alberto Ohanian (dueño de la agencia que manejaba a Soda, G.I.T. y Enanitos Verdes), Bernardo Bergeret (Abraxas Producciones y la radio Z-95) y Daniel Grinbank (FM Rock & Pop y DG Producciones). "Obvio que les parecían buenas, pero como estaba de moda el pop, no querían apostar a los Ratones", explica Gauvry. "Bergeret una vez me dijo: ‘No hay nada más antiguo que una batería sobre el escenario’".
Juanse dice que el primero en darse cuenta del potencial de los temas fue el guitarrista Héctor Starc, que escuchó en Del Cielito el demo de "Bailando conmigo". La letra decía: "Tu nena está caliente, yo sé quién se la atiende", y se entusiasmó con el grupo. "Lo miró a Gauvry y le dijo: ‘Mezclá esto y editalo ya’. Eso fue lo único bueno que hizo Starc en toda su carrera", dice Juanse, desafiante, y segundos después esboza una leve sonrisa.
Sin productores ni sellos interesados, Gauvry grabó el primer disco de los Ratones por su cuenta, con la idea de vendérselo a alguna compañía cuando estuviera terminado. "Sentía mucha impotencia porque ellos estaban ansiosos por que les consiguiera algo. Y, al mismo tiempo, estaba indignado porque veía un grupo con futuro que no encontraba su lugar", dice el ingeniero de sonido que, aconsejado por César Banana Pueyrredón, llegó al incipiente sello Umbral, dirigido por Ramón Villanueva, que tenía entre sus artistas a Los Violadores y V8.
Cuando grabaron el primer disco, Juanse aún era un cantante buscando su estilo y los Ratones, una banda con problemas rítmicos intentando consolidar su sonido. En la primera aparición en el suplemento Sí de Clarín, en septiembre de 1986, unos jóvenes Ratones Paranoicos describían el panorama musical argentino como "desalentador" y se quejaban de la "falta de legitimidad", pero, finalmente, ese mismo año Ratones Paranoicos, el primer álbum, salió a la luz.
A los dos meses, sin embargo, Villanueva rompía el contrato que lo unía a la distribuidora DBN y los Ratones se quedaban rápidamente sin compañía. Gauvry le comentó lo sucedido a Ramiro Amorena, director de DBN, y él le sugirió que creara su propio sello. "Ahí vi la oportunidad de activar el viejo proyecto de Del Cielito Records", dice Gauvry. "Sacamos una nueva edición del disco y a partir de eso hicimos los siguientes, Los chicos quieren Rock y Furtivos. Empezaron a pasarlos en la Rock & Pop, porque a Bobby Flores le gustaban. En esa época no existían MTV ni Much Music, entonces era más fácil crecer: con sonar un poco en la radio alcanzaba".
A pesar de la floja venta del álbum (en el primer año no superaron las 4.000 copias, una suma menor para esa época), "Sucia estrella" se convirtió en el primer hit del grupo, promovido en la radio por Lalo Mir. La convocatoria de los Ratones seguía multiplicándose.
"El segundo disco fue un mazazo", dijo Juanse a RS acerca de Los chicos quieren rock, editado en 1988 con varias de las canciones que habían quedado afuera del primero. "Teníamos cinco o seis hits que pegaron inmediatamente: ‘Carol’, ‘Enlace’, ‘Sucio gas’, ‘Rainbow’, ‘Lluvia de héroes’ y ‘El hada violada’. Además, estaba ‘Ceremonia en el hall’, tema con el que arrancábamos los shows. ¡Y ‘Una noche no hace mal’! Pero bueno, ‘Enlace’ quizás sea el que mejor representa nuestro sonido de ese momento. A nosotros nos suelen asociar a los Rolling Stones, pero en esa época nos iban a ver muchos fans de los Pistols y Lou Reed. Es más: mi Stone preferido siempre fue Andrew Loog Oldham, que es el que los inventó, y me di cuenta de que los Sex Pistols se habían apropiado un poco de esa imagen que Andrew había creado para los Stones".
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La salida del segundo álbum, editado el mismo año que Un baión para el ojo idiota, de los Redondos, y Doble vida, de Soda Stereo, estableció un nuevo sonido. En los shows se hicieron cada vez más evidentes las citas a los Stones, la aparición de algún cover (en los primeros demos habían grabado "The Last Time"), el vestuario parecido al de Jagger y Richards. "El primer disco es bastante punk y el segundo también, pero empiezan a vislumbrarse algunas cosas de los Rolling Stones", dice Gauvry. "En un show en Cemento vi a Sarco inclinarse para tocar la guitarra y tirar acordes de abajo para arriba. Imitaba alguna de esas poses y la gente le gritaba: ‘¡Richards! ¡Richards!’. Y, bueno, si Sarco era Richards, el otro [Juanse] tenía que ser Jagger. Y a mí eso mucho no me copaba".
Una tarde de enero, recién llegado después de tocar con los Ratones en Punta Ballena, Uruguay, Sarco dice un poco molesto que la relación con la música de los Stones surgió a partir de que hacían muchas canciones mid-tempo, y le adjudica la comparación al público que los seguía: "La voz de Juanse no se parecía a la de Jagger, los temas eran nuestros y tocábamos más covers de los Pistols que de los Stones. Algunos nos comparaban con buena onda y otros con cierta maldad, pero nunca le di pelota a eso".
No obstante, en varios shows Juanse parecía no querer despegarse tanto de esos referentes. Salía vestido con una remera blanca con el logo de la lengua roja que Sus Majestades Satánicas exhibían desde la época de Sticky Fingers (1973), e imitaba más de un movimiento de Jagger.
Para Juanse, la salida de Los chicos quieren rock encendió la mecha de algo que explotaría unos años más tarde. "Fue el verdadero 17 de Octubre del rock & roll", dijo. "Porque el cabecita se vino a lavar los pies a la fuente de nuestra plaza. La otra era una plaza llena de demagogia".
En unos meses, pasaron de convocar 300 a 500 personas en Cemento, y Juanse advirtió que se generaba una conexión muy fuerte con el público. "Una noche vino a vernos Carlos Rodríguez Ares [uno de los productores más importantes del momento que tenía en su agencia a Soda y los Cadillacs] y se dio vuelta con el show", explica el cantante. "Nos quedamos hasta las cinco de la madrugada charlando y me explicaba que teníamos que tocar 40 minutos, nada más, y chau. Que pongan y nos vamos, como era el sistema británico. Y todas esas cosas demenciales que decía me encantaban. Entonces firmamos un contrato importante con él. A los diez días estábamos tocando para más de 3.000 personas".
El rápido trabajo de prensa y marketing de la agencia de Rodríguez Ares, a cargo de la periodista Adriana Mercuri, daba buenos resultados. Para el tercer álbum, Furtivos, se propusieron grabar todas las guitarras con la afinación en sol abierto, que Juanse descubrió a principios de los 80 escuchando tardes enteras con Gabriel Carámbula "Street Fighting Man" y "Start Me Up", de los Stones. "Cuando empezaron a ir demasiado por el lado de los Stones, a mí no me gustó. Sobre todo con ‘Rock del gato’, ahí surgió el primer conflicto", confiesa Gauvry. "Todo lo que me gustaba de ellos al principio, la actitud desafiante y la búsqueda de la originalidad, se había desvirtuado".
"Rock del gato", tema en clave stone que Juanse compuso a último momento inspirado en la actriz Sandra Ballesteros, con la que mantenía un romance, convirtió el tercer disco de los Ratones en un éxito de ventas. Al mismo tiempo que la relación con el productor que había apostado por ellos desde el principio se enfriaba, los shows subían de temperatura. El 25 de noviembre de 1989 llegaron por primera vez al estadio Obras para presentar Furtivos.
La identificación con los Stones era cada vez más notoria. Seis meses después, el 18 de mayo de 1990, regresaban a Obras con un recital homenaje a los Rolling Stones, promocionado con un afiche que tenía la famosa lengua roja y el flamante logo que los Ratones le habían encargado a Marta Minujin: un ojo que continúa en forma de espiral, un diseño simple y eficaz, replicable fácilmente en grafitis callejeros y remeras. El show comenzó con Juanse en medio de una nube de humo, vestido como Jagger, con un saco glamoroso, pantalón negro ajustado, camisa bordó y brillos.
"Cuando hicieron un Obras en homenaje a los Stones, con la lengua y todo, fue patético", dice Gauvry. "Me pareció espantoso que fueran como los Danger Four de los Stones".
Edgardo "Rata" Moré, amigo de la infancia de Juanse que se había transformado en mánager del grupo, consiguió un nuevo contrato con la multinacional Sony y negoció la desvinculación con el sello Del Cielito, al que todavía le debían un disco. En 1990, los Ratones grabaron Tómalo o déjalo con Mario Breuer en los controles. En un primer momento, el álbum no fue muy bien recibido por la prensa. "Ninguno de ellos es un virtuoso, solo Juanse tiene el carisma de ídolo, pero su voz desgarra", decía un fragmento de la reseña publicada en la revista 13/20.
"En ese momento era una banda de rock creando su sonido", dice Breuer, que también grabaría los discos posteriores, Fieras lunáticas y Hecho en Memphis. "Juanse quería escuchar un sonido que pensaba que tenía que salir de la consola, pero debía surgir del grupo. Les faltaba mucho trabajo".
Un día en el estudio, mientras charlaba con Breuer, Juanse descubrió en la agenda del ingeniero de sonido una hoja naranja con un número telefónico y el nombre de Andrew Loog Oldham, el productor que en los 60 había creado la imagen de chicos malos de los Stones para competir con los Beatles, del que tanto había leído durante su adolescencia. Le pidió que los pusiera en contacto. "Yo venía de compartir una cena con Andrew y con Cachorro López en Colombia", dice Breuer. "Y cuando le mostré una letra que había escrito Andrew con el título ‘My Negrita’, se volvió loco".
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"Yo hablaba mentalmente con Andrew sin conocerlo", dice Juanse, un día caluroso de diciembre mientras toma un café doble. "Lo descubrí leyendo los textos que escribía detrás de las tapas de los vinilos y después me compré la biografía de los Stones, de Anthony Scaduto, en la que el verdadero protagonista no es Jagger, sino Andrew".
Una tarde de 1990, en su departamento de Ciudad de la Paz y Mendoza, Belgrano, Juanse llamó a Oldham e intentó explicarle en un inglés muy básico que tenía una banda de rock y le había robado su contacto a Breuer en un momento de distracción. "A él le encantó la historia de que le había robado su número a Mario del maletín en un descuido, cuando se fue al baño, y enseguida me preguntó cuántos discos teníamos".
–Estamos terminando el cuarto –respondió Juanse.
–¿Y ya lo tenés? –le preguntó Andrew en inglés, desde su casa, en Colombia.
–Sí –dijo Juanse, que ya tenía un acetato de muestra de Tómalo o déjalo.
–Bueno, entonces escuchemos.
–¿Pero cómo? ¿Te mando una encomienda?
–No, ¿qué teléfono tenés?
–Un Standar Electric.
–¡Perfecto!
Juanse acomodó el teléfono de su cuarto con el micrófono hacia arriba y subió al máximo el volumen del equipo Audinac, que estaba en el living. Así le pasó las diez canciones del primer disco. "Cuando terminó, levanté el tubo y pensé: ‘Este me colgó’", dice Juanse.
–Hola, hola, ¿Andrew?
–Yes, yes. Next, please.
La escucha continuó con Los chicos quieren rock y antes de pasarle el tercero volvió a levantar el teléfono para chequear si el productor seguía del otro lado. Allí estaba.
Cuando llegó el momento de Tómalo o déjalo, Juanse entró en pánico. Sabía que el resultado era parte de una experiencia rarísima en la que, buscando un nuevo sonido, había registrado las voces sobre la grabación que salía de un monitor instalado en la cabina. Para su sorpresa, cuando terminaron los 32 minutos del disco, Oldham continuaba en línea:
–Great, man!
"Me preguntó cuándo podía volar a Buenos Aires", recuerda Juanse con una sonrisa, que minutos después de la comunicación compraba para celebrar una botella de Jack Daniels en una licorería cerca de su casa. "Llamé a unas amigas y amigos para festejar, porque pensé que desde ese momento nuestra vida cambiaría totalmente".
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La grabación de Fieras lunáticas en Del Cielito, en 1991, estuvo cargada de tensión. Cuando Oldham llegó a la Argentina atravesaba una crisis emocional. "Lo fuimos a buscar al aeropuerto y estaba irreconocible", dice Juanse. "Se había dejado la barba, tenía lentes y sombrero. Yo buscaba al de los libros de los Stones".
Hacía tiempo que Oldham no salía de Bogotá, donde se había instalado después de conocer a la actriz colombiana Esther Farfán. Su último trabajo había sido con Bobby Womack en 1983. "No estaba haciendo nada, atravesaba una etapa en la que solo podía conseguir trabajo con gente que estuviera en mi misma condición", contó Oldham en Rocanrol Cowboys, documental de Alejandro Ruax y Ramiro Martínez sobre los Ratones estrenado recientemente. "Desafortunadamente, los Ratones estaban en la misma condición. No dije demasiado. Dije: ‘¿Dónde está la coca?’".
Cuando Oldham comenzó a trabajar con los Ratones, Juanse, Sarco y Memi tenían una edad similar a la de los Stones en Charlie Is My Darling, el documental que Oldham les produjo en 1966. "Andrew descubrió que éramos las personas adecuadas en el momento justo para desarrollar algo que tendría éxito", dice Juanse.
Breuer recuerda que apenas entraron al estudio Del Cielito, Oldham demostró cuánto más claro tenían el rock & roll los ingleses que los argentinos: "Sin ningún conocimiento técnico, se sentaba en la consola y hacía un montón de cosas que yo consideraba un horror. Pero después, cuando escuchábamos el tema, sonaba bárbaro".
Esas cosas que hacía Oldham eran llevar los vúmetros de la consola a nivel prendidos fuego, poner los faders a tope, subir la ecualización por encima de lo que soportaba la consola. "Grababa un tema con una guitarra acústica y bombo, y no solo con los músicos tocando al mismo tiempo, sino con un solo micrófono bidireccional", detalla Breuer.
"Todo lo que hacía Oldham era maravilloso", cuenta Sarco. "Me decía: ‘Haceme un arreglo de la guitarra’. Y me mostraba las notas en el piano. Soy una persona muy reservada, introvertida, y él me enseñó a tirarme a la pileta de cualquier manera. Me hizo cantar, tocar la marimba y la guitarra eléctrica sin cable. Creo que intentaba sacarme del cascarón. Era muy divertido e instructivo".
En la primera producción con los Ratones, el inglés tuvo una actitud rigurosa y les exigió una cantidad desmesurada de tomas para cada canción. "Los apretó tanto, que los forzó a encontrar dentro de ellos la respuesta a ‘por qué te dedicaste a la música’, ‘por qué te dedicaste al rock’", dice Gauvry en el libro Del Cielito, el sello del rock.
A esa altura, la demora de Juanse para entregar las letras y grabar las voces se había convertido en una costumbre. "Estaba toda la música de Fieras lunáticas, Andrew quería regresar a Colombia y no podíamos grabar las voces. Juanse cantaba: ‘Yamboriii, yamboriii, yamboriii". Y Andrew lo dejó un fin de semana en Del Cielito para que terminara su parte".
Encerrado en el cuarto del hijo de Gauvry, Paul, en una cabaña ubicada a unos metros del estudio Del Cielito, mientras dormitaba Juanse transformó el estribillo simulado de ‘yamboriii" en la letra de "Ya morí", uno de los temas más destacados del disco. Grabó toda la voz en una sola toma. "Me acosté con una presión tremenda", contó el cantante a RS. "Era el último día que teníamos para meter voces y Andrew es super estricto en el estudio: estaba medio enojado conmigo porque seguía demorando. Pero me dormí y soñé la letra completa. En esa época decían que estaba dedicada al Indio Solari. Que digan lo que quieran".
"Rock del pedazo", el tema con el que los Ratones llegaron a sonar en todas las radios, era una canción conocida en Devoto, entre los primeros seguidores de la banda. Juanse se la había mostrado a Pappo antes de grabar el primer disco, un día que fue a visitarlo con Carámbula.
"Andrew le aportó a la banda una cuestión de trabajo en el estudio", dice Memi. "Hacer rendir las sesiones de grabación dentro de la locura en la que estábamos inmersos. Pasábamos 24 horas grabando y afianzando un sonido. Algo que fue crucial".
Las exigencias de Oldham ocasionaron una situación límite con Roy. "Después de pedirle 30 versiones de un tema, Andrew elegía la primera y Roy me decía: ‘Me va a destruir la vida’. Además, lo trató mal", recuerda Juanse. "En un momento lo tuvimos que encerrar en un cuarto de limpieza porque estaba con un ataque de nervios, no aguantaba más. Pero Roy creció. Entonces se amplió el rango musical de Pablo, que es el mejor bajista que escuché en un estudio".
Sarco dice que el nivel que había desarrollado Memi en aquel momento era de tal magnitud que cuando Bill Wyman abandonó a los Stones en 1993, pensó que Memi podía ocupar tranquilamente el lugar de Wyman. "Se lo comenté a Andrew y me dijo que coincidía", explica el guitarrista.
"Andrew extrañaba el groove de los bateristas ingleses, por eso lo volvió loco a Roy", dice Breuer. Roy está de acuerdo: "Quería que tocara como Steve Jordan o Watts, que le sacaban el cuarto golpe al hit-hat y eso le daba una diferencia al estilo que no se logra con una máquina".
"Cowboy", "La avispa", "Rock del pedazo", que la compañía discográfica vislumbraba como el primer corte, y "La nave" asomaban desde las sesiones de grabación como posibles hits. "Cuando grabamos las bases de ‘La nave’, Andrew se largó a llorar", dice Juanse entusiasmado. "En todo lo que se escucha no hay overdubs: es la banda tocando en vivo. Y él no podía comprender cómo una banda de acá sonaba así. Se puso loco, pero enseguida se mostró serio porque quería seguir manteniendo cierta autoridad. El sonido de congas lo grabó él tocando dos bidones vacíos del dispenser de agua que teníamos en el estudio".
El nombre del disco surgió de una publicidad que Chabán había realizado para promocionar un show en Cemento presentándolos, fiel a su estilo extravagante, como "Ratones Paranoicos, las fieras lunáticas". Antes de terminar la grabación, Juanse le preguntó a Oldham cuántas copias pensaba que venderían.
–¿Primera semana o segunda? –consultó el productor.
–Segunda –le dijo Juanse.
–¡60.000 copias!
Quince días antes de que saliera a la venta, era disco de oro. "Todavía no habíamos hecho la mezcla y el tipo ya sabía cuál era el corte y cuánto iba a vender", dice Juanse.
Cuando Steve Rosenthal, un prestigioso técnico que trabajó con Lou Reed, comenzó la mezcla en el estudio Marathon de Nueva York, los Ratones llevaban gastados sesenta mil dólares, seis veces más de lo que había costado el primer álbum para Sony. Los directivos del sello apostaron fuerte al nuevo trabajo de estudio. Pero cuando Oldham entregó el master, se disgustaron porque había dejado afuera "Rock del pedazo", y a través de Juanse lograron convencerlo de que lo incluyera.
"Yo no sé qué tan bueno fui para los Ratones, pero ellos fueron muy buenos para mí", le dijo Oldham a RS en la edición de febrero de 2009. "En aquel momento, me resultaba difícil empezar un trabajo y terminarlo correctamente, y ellos me ayudaron a conseguirlo".
La salida de Fieras lunáticas marcó una bisagra en la historia de la banda. "Sonó en todos lados", dijo Juanse. "Fuimos Doble Platino, que entonces eran como 250.000 discos vendidos". Los Ratones habían superado todas las expectativa. El 25 de abril, cuando presentaron el álbum en Obras con Charly García de invitado, se juntó tanto público en la puerta del estadio que tuvieron que agregar una segunda función.
"Los Ratones se fueron poniendo grosos a partir de Andrew, cuando les transmitió ‘la magia del rock’", explica Breuer. "Hecho en Memphis, el álbum que vino después, es el primer disco bien tocado por los Ratones. Antes, les faltaba un ajuste: encontrarse con Andrew Loog Oldham".
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Keith Richards comprobó el poderío de los Ratones en 1992, cuando llegó a la Argentina acompañado de su banda The X-Pensive Winos para presentar su flamante segundo disco solista Main Offender el 7 de noviembre en el estadio de Vélez Sarsfield. El Coca Cola Rock Festival incluía en la grilla a Ratones Paranoicos y Joe Cocker, agregado a último momento por pedido de Keith. Era la primera vez que el guitarrista de los Stones se presentaba ante tanto público al frente de su proyecto solista, por lo que antes de salir al escenario se lo veía nervioso, dudando del vestuario que había elegido.
"Pobre Richards, le hicieron creer que había llenado Vélez", dice Juanse mientras esboza una sonrisa. "No le dijeron que las 12.000 entradas anticipadas vendidas eran nuestras. Recuerdo que nos llamó Roberto Costa [socio de Grinbank en tiempos de Rock & Pop] cuando faltaban 20 días para la fecha y nos dijo: ‘Está la oportunidad de sumar en el festival a Keef’. Sabíamos que él iba a acaparar toda la atención, pero le respondimos: ‘Sí, que venga’". Porque sabíamos que nosotros quedaríamos bien parados".
Los días previos al festival, Juanse se hospedó en una habitación del quinto piso del Hotel Sheraton, mientras que Richards ocupó con su banda el octavo, y se cruzaron en varias oportunidades. "La mánager de Richards, Jane Rose, me preguntó cuál creía que debería ser el primer corte del disco que estaban lanzando y le dije ‘Eileen’. A los dos meses vi que sacaron el videoclip de ese tema con las imágenes del público durante nuestro show, porque cuando tocó Keef no se movía nadie".
Esa noche los Ratones contaron con un refuerzo de lujo: Norberto Napolitano, que apareció como violero invitado después de un largo tiempo alejado de los escenarios. "Lo fuimos a buscar un rato antes del show y estaba arreglando la caja de cambios de un Torino", recuerda Juanse. "Estaba tirado en la fosa y le dije: ‘Vamos, man, tenemos que tocar con Keith Richards en Vélez’. Y me respondió: ‘Ahora vengo’. Unos minutos después apareció vestido de cuero, impecable, con un saco largo hasta el piso. Y cuando lo anuncié en el show, se vino abajo todo. Fue de película".
Los Ratones dejaron el escenario de Vélez en llamas y Richards salió a escena a la medianoche, casi una hora más tarde de lo programado. A la una y media de la madrugada del domingo, cuando el guitarrista dio por finalizada la lista de 18 canciones que incluyó bises de los Stones como "Gimme Shelter", "Before They Make Me Run", "Too Rude" y "Connection", las 45.000 personas que colmaron Vélez lo despidieron al grito de "esta noche toca Richards, el año que viene tocan los Stones". De regreso a su país, Keith le dijo a Mick Jagger que deberían ir a tocar a Buenos Aires: "Esos chicos están listos".
Esa misma noche, los Ratones y Pappo terminaron armando una gran zapada en The Roxy, a la que bautizaron "After Stones", acompañados de los músicos de Richards Steve Jordan, Woodie Wachtel e Ivan Neville.
"Richards dio un muy buen show en Vélez", recuerda Juanse. "Pero vio cómo con el nuestro le explotaba todo en la cara. No teníamos que demostrarle nada a nadie; estábamos arriba en muchas cosas. Eso fue lo que determinó también que después vinieran los Stones".
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Después del éxito de Fieras lunáticas, Oldham le consultó a Juanse dónde le gustaría grabar el próximo. Las opciones eran Nueva York, Los Ángeles o Memphis, y Juanse eligió la última. En 1992, los Ratones viajaron a la cuna del rock & roll y el blues para instalarse dos semanas en los estudios Ardent, pero el viaje se extendió más de lo planificado. Oldham, que salía desde Colombia, se demoró una semana en llegar y, al mismo tiempo, B.B. King había tomado el turno anterior a los Ratones y necesitó unos días más para terminar las canciones de Blues Summit.
"Cuando fuimos a Estados Unidos, ellos se habían convertido en otra banda", dice Breuer. "Seguramente un poco de la mano de Andrew. Hubo un par de situaciones que hicieron que el proceso de producción no fuera tan lindo, pero en general fue muy bueno".
"Era la primera vez que el grupo viajaba para grabar en otro país y eso influyó mucho", explica Sarco. "Igualmente lo hicimos con nuestro sello. El primer error que cometí, apenas llegué, fue comprarme todas las botellitas de Jack Daniels que había. Al otro día no podía ni moverme".
Juanse recuerda un episodio que terminó definiendo la suerte del disco. El último día en Memphis quedaban dos horas para terminar las sesiones y continuaba encerrado en la habitación del hotel. En el estudio lo esperaban para que les pusiera letra y voz a cinco canciones. Oldham decidió ir a buscarlo con un cerrajero. "Había trabado todas las puertas para que no pudieran entrar y del otro lado tenía a Andrew, la banda, el conserje, el dueño del estudio y un muerto de la compañía [Sony], que habían mandado para que auditara por qué estábamos gastando 20.000 dólares por semana, algo que en Estados Unidos era una locura", dice Juanse. "Hasta que Andrew me dijo: ‘Juanse, sé lo que te pasa. Ya lo viví. Hacé un esfuerzo, tratá de terminar porque hoy es nuestro último día. Si no metés las voces, no podemos mezclar’. Fue un momento en el que volvés a la realidad y adquirís el don de la responsabilidad".
Juanse asegura que, encerrado, en apenas cuarenta minutos, escribió de un tirón las letras de "La guerra del ácido", "Isabel", "Vicio", "Cansado" y "Grand funk". "Eso es para los que después me dicen ‘tocás cuatro acordes’ o ‘sos un muerto’", dice Juanse. "Es el estigma del rock & roll". "Fijate justamente qué temas eran los que no tenían letras", apunta Sarco. "No fue casual, Juanse tenía la música y sabía que iban a ser los más importantes del disco".
Cuando concluyó la grabación, Oldham envolvió las 32 cintas y viajó a Nashville para que Al Kooper, legendario músico que había grabado en "Like a Rolling Stone", de Bob Dylan, agregara teclados. Después convocó a Mick Taylor, el guitarrista que reemplazó a Brian Jones en los Stones, para que metiera violas en "Grand funk" y "Ciego boogie".
"Los Ratones son la mejor banda de rock and roll de Sudamérica", le dijo Taylor a Antonio Birabent, que por aquellos días conducía el programa La Cueva, en Telefé, el 6 de noviembre de 1993, un rato antes de tocar en la presentación de Hecho en Memphis en una de las canchas de rugby del club Obras, ante 22.000 personas. "Están en la tradición de los Stones, pero tienen su estilo. Además, cantan en castellano, esto es muy importante. Son como los Stones antes de volverse ricos y famosos".
"Taylor bajó del avión con la viola colgada, sin el estuche, y lo primero que nos preguntó fue: ‘¿Dónde está la sala de ensayo?’. Estuvimos nueve o diez días ensayando, convivíamos con él", dice Juanse. "Y, bueno, así salió después el show".
Sarco recuerda que para vencer la timidez apenas llegó Taylor le regaló un wah-wah que el inglés terminó usando en el recital con la Les Paul que trajo, el twin reverb de Juanse y un cabezal de Marshall 800. "Me sugirió que pusiera cuerdas más gruesas y lo hice para ver si podía tocar el slide por lo menos el diez por ciento de lo que toca él", dice el guitarrista con una sonrisa. "Vino a tocar un par de temas y terminé pasándole los acordes de muchas canciones que él no sabía porque se quiso quedar todo el show. Me hizo laburar mucho, fue bastante cansador. Esa noche en particular, Juanse empezó a hacer unos solos larguísimos. No sé si le agarró un ataque de argentinidad, pero empezó a competir con el inglés".
"Nosotros, con Pappo, no teníamos que demostrar nada", dice ahora Juanse. "Estábamos arriba de ellos [los Stones] en muchas cosas. Que nos comparen con los Stones demuestra que el rock & roll está ejercido solo por una banda, que somos nosotros. ¿Con quién nos van a comparar? El rock & roll tiene ese sonido: el de Jerry Lee Lewis, Chuck Berry... Y nosotros sonamos así".
***
El domingo 5 de febrero de 1995, cuando los Rolling Stones llegaron al aeropuerto de Ezeiza, la stonemanía, que había crecido en los últimos años en Argentina de la mano de los Ratones, llegó a su pico máximo de furor. Los fans llevaban 33 años esperándolos y tardaron apenas unas horas en agotar los 300.000 tickets para los cinco shows programados en River, los días 9, 11, 12, 14 y 16 de febrero. En la televisión, la radio, los diarios, las revistas y en la calle no se hablaba de otra cosa que de las actividades de Jagger, Richards y compañía durante su estadía en Buenos Aires.
"Habían dicho por lo menos dos veces que vendrían y no sucedió", recuerda Sarco. "Antes de Internet la imaginación llegaba muy lejos y las revistas de comienzos de los 90 fabulaban permanentemente. Pero cuando esa vez vimos que era de verdad y estábamos en la puja para tocar, traté de serenarme para que los nervios no me jugaran una mala pasada. En un momento me enteré de que estaban haciendo fuerza para meter de teloneros a Los Rodríguez y se me llenó el cuerpo de veneno porque, por más que estaba Andrés, era un grupo español".
El maratónico tour de Voodoo Lounge, iniciado en agosto de 1994 en el estadio Kennedy, de Washington, los traía por primera vez a Sudamérica. Para abrir los cinco conciertos en Argentina, la producción eligió a tres bandas locales: Las Pelotas, Pappo y Ratones Paranoicos, que serían los últimos en tocar antes de los Stones.
Pero después de más de una década de giras, grabaciones y excesos, la relación entre los integrantes de los Ratones Paranoicos no atravesaba el mejor momento. "Era complejo", dice Memi, que abandonaría el grupo en 1997. "Yo trataba de filtrar y quedarme con los momentos más gratos".
Una gran caravana de autos repletos de fans acompañó el Mercedes Benz negro que trasladó a Mick Jagger al hotel Park Hyatt, de Recoleta, en el que habían reservado 80 habitaciones para los 12 días que permanecerían en el país. Un rato después llegaron las 17 combis que traían al resto del grupo, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts, junto a un staff de 180 personas que incluía técnicos, músicos sesionistas, amigos y familiares.
Jagger se alojó en la suite principal, en la 1209, y unos pisos más abajo, en la habitación 918, se instaló Juanse con su mujer Julie y su hijo Daland. Para aislarse del asedio de los amigos, Sarco se hospedó a unas cuadras, en el Hotel Plaza Francia. En la puerta del Hyatt se había montado una guardia periodística las 24 horas y un grupo tumultuoso de fans esperaba ver a sus ídolos de cerca, por lo que los músicos buscaron durante su tiempo en el país formas de entretenerse en el hotel. Una tarde, Richards le pidió a Juanse que le consiguiera un snooker, un juego inglés similar al pool, y la producción montó un operativo especial para trasladar la mesa que consiguió en el bar La Academia, de Congreso, e ingresarla a través de la mansión lindera al hotel.
"Yo estaba con mi fotógrafo, Leo Aramburu", dice Juanse. "Keef armó la mesa, puso una columna de sonido en cada buchaca y empezamos a jugar: Ronnie y yo contra Leo y Keef. Todavía recuerdo al padre de Richards [Bert] mirando el encuentro. Creo que fuimos la única banda o artista que tuvo libre acceso a todo. Porque no podías ir al camarín de Richards, pero yo estaba ahí con él mientras se cambiaba, y con Ronnie".
Juanse recuerda su encuentro con Jagger con cierto disgusto. "Tuve un episodio con él...", dice enojado. "Llamó a mi habitación preguntando por mi esposa, cosa que no me cayó nada bien. Después hubo como un reencuentro, pero sos de Keef y Ronnie o sos del otro muerto, no hay término medio. Y nosotros éramos de Keef y Ronnie".
En los ensayos previos al show en River, Roy sufrió una tendinitis en el codo izquierdo. "No sé si fue por los nervios porque nunca me había pasado", dice el baterista, que recuerda el primer día, la llegada al estadio a las 17 horas y la prueba de sonido, como una película en la que se iban metiendo de a poco hasta la hora de salir al escenario, ya dentro del ojo del huracán.
Sarco aprovechó el backstage para saludar a Richards. "Fue al único que abracé", dice el guitarrista. "Fue muy loco saludar a Watts y que me diga en inglés: ‘Hola, soy Charlie Watts’, como si no lo conociera. Tengo en mi memoria imágenes hermosas, como ver pasar a Jagger corriendo desde un hueco que había abajo del escenario. Me di cuenta de que los Stones no eran como decían en esas notas viejas, que estaban siempre drogados. Los tipos estaban perfectos, entrenaban de verdad".
"¿Sabés lo que es que te abrace Keef y te diga ‘love’. Eso y tomarte una lagartija de una cuadra y media con él", dice Juanse, mientras ríe en la mesa del bar como si fuera un chico. "Es lo más alto que te puede pasar en la vida; es como comulgar. Es tener a Cristo dentro tuyo. Que en esa época y en esa circunstancia se te pare Keef enfrente, te abrace y te diga ‘love’, demuestra su humildad. A pesar de todo su estrellato y vicisitudes, era un tipo buscando amor. Nada más".
"No sé qué hubiera pasado si no estábamos ahí", dice Sarco. "Pero estábamos convencidos de que debíamos estar en ese lugar. El público lo cantaba en los shows y nos acompañó. Tocar con los Stones fue una exposición gigante para el grupo y yo lo disfruté de punta a punta".
Dice Juanse: "Ahora hablamos de lo que fueron los shows con los Stones, pero en 1982 estábamos medio fisurados, era una época de mucho ácido y terminamos en la esquina de Desaguadero y Pedro Morán, en Devoto, adentro del fitito blanco (que tenía Sarco), en medio de una tormenta eléctrica y mientras planeábamos cosas que finalmente sucedieron, yo les dije: ‘Nosotros vamos a tocar con los Rolling Stones’. Y me respondieron: ‘Bueno, sí. Seguro...’. Entonces volví a insistir: ‘Acuérdense que un día vamos a tocar con los Stones’. Y, finalmente, igual que otro montón de cosas, terminó sucediendo".
Pensativo, irónico, reflexivo y por momentos sumergido en la acidez que lo caracteriza, después de hablar durante más de una hora y media sobre la primera década de historia de la banda, mientras explica entusiasmado que los Ratones preparan un nuevo disco de estudio para 2020, Juanse propone un resumen global de los más de 30 años que lleva al frente del grupo –interrumpidos en algunos momentos por breves incursiones solistas– con una analogía futbolera: "El rock & roll es como la Premier League, y con los Ratones hemos salido octavos, terceros y también ganamos varios torneos. Podemos estar en la mitad de tabla o más arriba, pero no sabemos lo que es descender".
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