De McCartney 3, 2, 1 al próximo documental de Peter Jackson, una nueva beatlemanía nace en streaming
Mientras esperamos el Get Back del director neozelandés podemos y debemos degustar la excelente serie documental McCartney 3, 2, 1, una charla entre Paul y el productor Rick Rubin en la que ambos descubren el otro costado de los clásicos de los Beatles
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Paul McCartney dice que en un momento de su vida se convirtió en un fan de los Beatles, que antes no había podido porque estaba siendo un Beatle. Lo dice en ese monumento fílmico a la música que es el documental McCartney 3, 2, 1, que aparece en la plataforma Star+. Se trata de seis capítulos de media hora en donde Macca conversa con el productor Rick Rubin sobre sus canciones. La propuesta no podría ser más simple y, al mismo tiempo, más refinada. Rubin cuenta con una consola y las grabaciones de The Beatles y de Paul como solista con sus pistas por separado, de manera de poder aislar algunos elementos de cada tema. La conversación versa sobre las canciones y la época en que fueron escritas y grabadas. Eventualmente un piano y una guitarra sirven como apoyatura para algunos conceptos.
Paul pudo salirse después de un tiempo de la intensidad de esos ocho años vertiginosos en donde cuatro muchachitos cambiaron la cultura de todo el mundo y comenzó a escuchar a los Beatles un poco más “desde afuera”, convirtiéndose en otro fan. De la misma manera, los meros mortales que hemos crecido con su música podemos, después de esta charla, enfundarnos los auriculares y volver a esos pocos, perfectos y crecientemente complejos álbumes de hace más de medio siglo y escucharlos como si fuera la primera vez.
Tendemos a consumir las canciones como un todo inmodificable, un producto acabado sin historia ni componentes. Así nos emocionaron y aprendimos a quererlas. Sin embargo, como muestra McCartney 3, 2, 1, la comprensión de cómo juega cada elemento que les da forma puede generar -ya no desde la emoción sino desde la inteligencia- nuevas formas de disfrutar lo que pensábamos que ya no guardaba secretos para nosotros. El primer capítulo de la miniserie muestra a Rubin y McCartney “desarmando” una canción de George Harrison para el conocido como Álbum blanco de The Beatles, de 1968: “While My Guitar Gently Weeps”, con la reconocida participación de Eric Clapton. Rubin aísla el bajo y le señala a Paul que ese sonido agresivo y pesado parece corresponder a otra canción pero que la yuxtaposición con el resto de las pistas, con la voz dulce de Harrison y los solos de Clapton, forma una nueva unidad, totalmente sorprendente. A Paul la idea le gusta y sobre el sonido aislado del bajo empieza a improvisar el canto que le correspondería, absolutamente diferente a la canción de George Harrison. Es un momento mágico del documental en donde de pronto una canción que escuchamos un millón de veces pasa a renovarse totalmente y a generar nuevos placeres. Lo abrumador es que no se trata de un highlight solitario que justificaría las tres horas del documental. Por el contrario, es el estándar de la conversación entre productor y músico que, si tiene algún defecto, es que tiene una duración finita, ya que las tres horas resultan escasas.
A lo largo de la charla, Paul se muestra relajado y generoso. Sobre la época beatle habla en plural, mostrando que era un proyecto compartido por cuatro muchachos inquietos y renovadores, sin miedos y con ganas de experimentar. El milagro de su explosión se produjo por la conjunción de varios elementos, todos ellos mostrados en el documental. El primer elemento musical que dio lugar a la revolución nace en los Estados Unidos, cuna del blues, el country, el jazz, el rhythm and blues y, finalmente, el rock. El siguiente paso fue protagonizado por unos cuantos muchachitos ingleses pegados a la radio o comprando esforzadamente discos que venían del otro lado del Atlántico, para sentirse empujados a tomar aquello que venía y hacer algo totalmente nuevo, no solo en cuanto a la música sino a la cultura toda. Y finalmente la intersección mágica entre dos de ellos, Lennon y McCartney, y un “adulto responsable”, con sólidos conocimientos musicales, pero con la apertura suficiente como para permitir que esos chicos jueguen y exploren con los límites: el gran George Martin. Se puede seguir toda esa genealogía en canciones tan diversas como “Come Together” o “Here, There and Everywhere”, entre las decenas que circulan a lo largo del documental.
A los 79 años, con John y George en el recuerdo y con Ringo en su eterno rol de compañero cordial y cómico, Paul parece en paz con su obra y sus compañeros. Para detectar las fricciones con Lennon hay que prestar atención a la sorpresa con que recibe un comentario que le lee Rubin respecto de su trabajo como bajista. Se trata de una declaración elogiosa de Lennon que McCartney desconocía. “Nunca me lo dijo a mí, pero me alegro mucho de que se lo haya dicho a alguien”, dice, visiblemente emocionado. Finalmente, John y Paul compartieron y compitieron por el protagonismo en una revolución cultural que afectó para siempre al planeta durante un período en el cual ellos tenían apenas entre 20 y 29 años. El misterio no es que se hayan separado en el pináculo de su creatividad sino, por el contrario, que hayan podido sostener esa sociedad contra viento y marea durante esos pocos pero prolíficos años.
Es justamente la tarea de Paul como bajista una de las revelaciones que tiene la exploración musical de McCartney 3, 2, 1. El capítulo cinco se detiene en esa faceta analizando canciones tan disímiles como “Lovely Rita”, “Something” o “Come Together”. El bajo es el hermanito pobre de los instrumentos, delicia de músicos e ignorancia de los legos, a menos que el bajista se trate de un virtuoso que busque la exhibición, como Jaco Pastorius o Pedro Aznar. Paul se revela en las exposiciones que hace Rubin como un virtuoso, pero nunca exponiendo su instrumento por sobre la canción, manteniendo ese teórico segundo plano que en una escucha más atenta se hace esencial.
Para el documental, el rol de Rick Rubin es fundamental. Se trata de un productor extraordinario, de larga carrera. De su extenso y notable foja de servicios se destacan los American Recordings, una serie de álbumes de covers de Johnny Cash, en la última etapa de su vida, discos de una belleza y profundidad sorprendentes. Hay que animarse a encontrarle a un artista de la categoría de Cash un nuevo color y una novedosa forma de brillar. Rubin lo hizo. En el documental, se muestra con su barba de granjero amish, remera amorfa, bermudas y descalzo, como si estuviera en la cocina de su casa, pero habiendo hecho los deberes antes. La elección de las canciones para conversar, los recursos disponibles, la elección de los canales que se escuchan de cada tema: nada parece tener el nivel de improvisación y descuido de su vestimenta, más bien todo lo contrario.
La puesta en escena del documental responde al mismo concepto de simplicidad y sofisticación de la propuesta. Una fotografía en blanco y negro, nítida y brillante, con la iluminación ocultando todo lo que no sean los protagonistas y sus herramientas. Movimientos de cámara suaves y funcionales y un material de archivo aparentemente ilimitado pero administrado con prudencia y economía.
El fervor beatle que genera McCartney 3, 2, 1 habla un poco de la fertilidad infinita de aquel puñado de canciones. No hay tantos productos culturales que puedan consumirse medio siglo después de manera directa sin apelar a transposiciones o ironías como la música de los Beatles.
La magia se renovará próximamente con otro documento extraordinario: la recuperación de las filmaciones de la grabación del álbum Let It Be (y su famoso corolario, el concierto en la terraza de las oficinas de Apple) realizado por el director Peter Jackson. Como McCartney 3, 2, 1, el director neozelandés anuncia que su película no se recuesta sobre la fama de peleas y desavenencias de la última etapa del grupo, sino en la felicidad de esa única e irrepetible sociedad musical que nos cambió las vidas, incluso a aquellos que nacieron muchos años después de su disolución. El milagro Beatle se sigue manifestando una y otra vez y sus canciones renacen y se hacen nuevas. Las noticias no podrían ser mejores.