Desde el mítico festival de Woodstock al 360° de U2, o de The Wall a la saga de funciones de la banda que encabeza Chris Martin, cómo cambiaron el diseño de escenarios para conciertos a gran escala y las estrategias para que los fans no se pierdan detalle de cada recital
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Los recitales en estadios presentan un dilema que nunca fue fácil de resolver (al menos hasta ahora). Cuando vamos a los shows optamos por tener una buena vista directa de los músicos sobre el escenario o los vemos chiquitos desde la otra punta de la cancha (así conseguimos una panorámica privilegiada de las pantallas y de toda la parafernalia que se produce en dos horas de concierto). Los recitales masivos no son solo el karma de los petisos. Aquellos de estatura mediana también se pueden perder cosas que suceden en cualquier extremo de un estadio con tantos estímulos constantes. Para los artistas, lo más valioso es estar lo más cerca posible del público, de manera directa. Y hoy la tendencia apunta a eso. Veamos algunos casos.
Caso 1. En la lista de temas y guion técnico del último recital de Kiss en Buenos Aires había una indicación para los adiestrados pilotos de los drones que captaban el show desde sus cámaras aéreas. Decía, en inglés: “Mientras Paul esté volando, ningún dron podrá estar a menos de 30 metros de distancia”. Esto significaba que en la canción en la que el cantante se colgaba de una tirolesa para viajar del escenario principal al secundario, no podía haber aeronaves cerca para no lastimarlo. Además de ser una gran demostración de destreza del septuagenario Paul, también representaba estar un poquito más cerca de ese público que no se ubicaba próximo a la banda (más allá de que, por momentos, el chico estrella cantara de espaldas a la gran multitud).
Caso 2. Si Coldplay quiere hacer un set semi acústico durante los conciertos de su gira Music Of The Spheres, no tiene ninguna necesitad de dejar ese fabuloso escenario que monta en cada estadio. Sin embargo, el set es la excusa para estar más cerca de aquellos que por haber pagado entradas más económicas quedaron al fondo, en el último escalón de la popular. Tanto el escenario circular que está casi en el medio del campo como ese otro ubicado a casi cien metros del principal no hacen otra cosa que demostrar ese intento de estar más cerca de la gente.
Caso 3. El último fin de semana, Maluma cantó en el estadio de Vélez. Su escenario era de formato clásico, con dos grandes pantallas a los costados que proyectaban casi todo el tiempo su imagen y una central, detrás de los músicos, para el desarrollo de los recursos de video. En el centro de la cancha había grandes torres para la técnica y parlantes orientados hacia la tribuna Este, donde el público seguramente tendría la visión reducida. Para el final del show, se trasladó a un escenario secundario, ubicado detrás de la torre principal, para deleite de los fans que estaba en el fondo del campo y en la Popular Este. Una manera de decir: miren que sé que están ahí atrás y no me olvidé de ustedes.
También ha sucedido, recientemente, en recitales en espacios cerrados, pero grandes, como el Movistar Arena, donde Babasónicos o Nicki Nicole instalaron escenarios auxiliares para acercarse a los que están lejos o para ofrecer una visión de 360 grados. Por más que las pantallas sean cada vez más grandes y tengan mejor definición, hay una necesidad del público de estar físicamente cerca de sus ídolos. De otro modo, no habría gente que llegue tan temprano a los recitales, con entradas para sectores que no son numerados, ni fanáticos que acampen días o, incluso, semanas antes. Todo esto lo saben quienes diseñan escenarios. También lo saben los equipos artísticos de grandes bandas y solistas que salen de gira. Por eso la producción de shows a gran escala va cambiando con los años, en puesta en escena, escenografía, luces, visuales y sonido. No es lo mismo que los celulares apunten a la cara de un cantante que a una lejana pantalla. Es por eso que se busca la cercanía física, algo que pasó hace mucho tiempo con el sonido.
Dos o tres décadas atrás, los escenarios tenían a cada lado un par de gigantescas torres de parlantes. Con los años, gracias a la tecnología y, sobre todo, el diseño, eso comenzó a cambiar. Se instalaron line arrays con un sonido mucho más direccionado. Son esas formaciones de parlantes que vemos colgados levemente inclinados, que ocupan menos espacio y mejoran el campo visual. Lo que no ha cambiado en las últimas décadas es la necesidad de colocar también los line arrays en las torres que está distribuidas en el campo, para que los que se ubican más lejos del escenario reciban el sonido con la misma potencia que golpea a los que están frente a los músicos. Eso se llama sistema delay, porque el sonido sale unos milisegundos después del que llega a los parlantes del escenario. De ese modo se equilibra para evitar bolas de ruido y ecos innecesarios.
Estos datos sirven para entender lo difícil que es armar un recital de estadio y cómo la técnica, el diseño y la creación artística fue evolucionando con los años. Durante varias décadas, la costumbre fue hacer conciertos en estadios de fútbol o de fútbol americano, con escenarios montados sobre arcos, líneas del touchdown o laterales. Pero claro que hubo excepciones que terminaron en importantes páginas de la historia del rock. The Beatles dieron un concierto memorable en los Estados Unidos, el 15 de agosto de 1965. Fue en un campo de béisbol, el Shea Stadium, lo que les permitió configurar la distribución de una manera especial. Se montó un pequeño escenario sin techo ni fondo, en la zona donde habitualmente se ubican los lanzadores de pelotas. Además de los músicos, solo había instrumentos y equipos de sonido Vox, que eran los que ellos habitualmente usaban. Además, se instaló un sistema de amplificación McIntosh y se conectaron, en forma de semicírculo, a bafles y cornetas Altec Lansing A7 (conocidos como “La voz del estadio”).
John, Paul, George y Ringo llegaron para dar su recital en un gigantesco helicóptero de doble hélice. Luego del show, cuando algunos fans volearon las vallas que decían “Do Not Cross”, como astutos soldados que sirven para otra guerra huyeron a bordo de un Rambler Classic Cross Country, que los aguardaba al pie del escenario.
El mismo tipo de sistema sonoro fue el que se utilizó exactamente cuatro años después en el Festival de Woodstock, que se realizó en tres jornadas, del 15 al 17 de agosto de 1969. En un predio mucho más grande, se montó un escenario más convencional, pero dada la convocatoria que espontáneamente tuvo el festival (se calcularon 500 mil personas) se previó un sistema de audio en torres a unos 20 metros por encima del público, creadas por el equipo de Bill Hanley. Muchos años después, el técnico reconoció que hubo más incertidumbre para armar el sonido de The Beatles en el Shea Stadium que el de Woodstock, porque frente a los cuatro de Liverpool había 42.000 chicas gritando.
Para finales de la década del sesenta, cuando no había pantallas gigantes, la manera más concreta de llegar a una audiencia de cientos de miles era con el sonido. “Primero fui a ver la finca”, contó hace algunos años, para un documental, el ya veterano Hanley. Su mayor problema eran los desniveles del terreno. “Trabajé el sonido como si fuera luz. Porque si uno no ve una luz no sabe que está ahí”. Primero construyó dos grandes torres a cada lado del escenario y proveyó de suficiente electricidad a la colina, para poder abastecer a los equipos. Además, su staff fabricó cada bafle, porque el creador del festival no podía alquilar costosos equipos que, incluso, necesitaba traer del exterior. Por eso se decidió construir todo en los Estados Unidos. Se usó una potencia de entre 10 mil y 12 mil watts.
Por supuesto que se podrían hacer muchas paradas intermedias, aunque para darle verdadera dimensión al avance de tecnología y diseño hay que viajar hacia adelante cuatro décadas, hasta el 360° Tour que la banda irlandesa U2 realizó entre 2009 y 2011.
Mientras que en décadas anteriores se hacía ostentación con la altura de los escenarios (grandes estructuras y muchos parlantes, aunque luego se los tapara con telas traslúcidas y pantallas de vídeo) con el comienzo del nuevo siglo se repensó el espacio. Aquella gira de U2 fue un quiebre para grandes estadios, aunque como concepto de 360 grados, otros desarrollaron ese tipo de espectáculos mucho antes, y mejor. Lo que U2 se proponía era romper con la unidireccionalidad. El escenario tenía una gran estructura que se levantaba a 51 metros de altura diseñada por Willie Williams y Mark Fisher, que tenía forma de araña o de garra (así se la conocía: The Claw) que permitía una visión limpia desde cualquier extremo del estadio donde fuera montada. Debajo de esa garra estaba el escenario con los cuatro músicos, que se verían a un tamaño razonable o diminuto, según la posición del público. Porque lo cierto fue que la banda no buscó estar más cerca de la gente, sino que el grupo se viera mejor y sin tener ese mandato unidireccional de dirigirse al público del frente.
En 1994, el vanguardista del rock Peter Gabriel comenzó a utilizar escenarios circulares, para grandes arenas (entre 15 mil y 25 mil espectadores). Fue con su gira Secret World. Casi una década después su proyecto se había perfeccionado a tal punto de poder crear un diseño para cada tema de su Growing Up Tour. Los grandes estadios cerrados son complicados para los que no tienen la vista al ciento por cierto. Cualquier ubicación alta hace que los protagonistas se vean realmente pequeños. Colocar el escenario en el centro acorta distancias y si eso tiene el plus del gran ingenio de Gabriel, el hecho artístico estará asegurado. En ese tour que hizo en 2003 hubo un gran desfile de estímulos y sorpresas, varios años antes de que los U2 aparecieran con su tour 360°.
La otra cara de la cercanía con el público podría ser la última versión de The Wall que encabezó Roger Waters y que tuvo nueve funciones consecutivas en el estadio de River. Por su concepción teatral, ese show no apuntó a acercar a los músicos al público sino casi lo contrario, hacer que pasen apenas advertidos para que el protagonismo lo tuviera la historia que Waters quiso contar y una puesta en escena que ha sobrevivido a pesar del paso del tiempo. Si el público se sintió involucrado, en este caso habrá sido por esa inmensa escenografía, que ocupó una tribuna completa del estado. La monumentalidad, en este caso, se imponía a cualquier deseo de proximidad.
Pero hoy las producciones apuntan a que los músicos sean omnipresentes gracias a las gigantescas pantallas y, por otro lado, a recursos como el de los escenarios alternativos, para que la visión directa también sea un plus en los grandes estadios.
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