De Dak1llah y Rosalía a Post Malone, una jornada marcada por el trap y la diversidad de estilos
A las 11.30 en punto las puertas del Hipódromo de San Isidro se abrieron. Cientos de adolescentes esperaban ansiosos ese gran momento: para muchos es su primer Lollapalooza . En un día ideal, soleado y con un poco de viento, que deja atrás lo sucedido el año pasado cuando tuvo que suspenderse el tercer día por lluvia, la primera jornada de tres estaba pronta a empezar.
El pasto acolchonado de la sede oficial del festival se va llenando lentamente de jóvenes, entre 14 y 20 años, que se recuestan y charlan a la espera de que Telescopios abra el Main Stage 1. La banda cordobesa está lista para presentar su propuesta y ponerle a este mediodía un poco de electro-pop y psicodelia. Pasadas las 12:15, el cuarteto cordobés, que el año pasado lanzó su tercer disco, Doble de riesgo, su trabajo más crudo y contemporáneo, se impone entre visuales lisérgicas.
Remeras negras con la cruz amarillo fluo de Twenty One Pilots, pelos decolorados del mismo color y remeras de la banda dan pistas sobre lo que pasará a la noche, cuando los estadounidenses se reencuentren con sus seguidores argentinos otra vez en el Lolla pero, esta vez, como cierre, como plato principal.
"Gracias por venir temprano a vernos. Somos Teloscopios desde Córdoba", lanza el frontman y bajista Rodrigo Molina antes de sumergirse en un nuevo tema. Los cuerpos se mueven bajo los rayos del sol, suena ese pop que hoy Bandalos Chinos hizo tan pegadizo. Hay experimentación en esta nueva generación que sigue ampliando el rango musical de Buenos Aires a las provincias. Desde hace tiempo que Córdoba (y también Mendoza) se convirtieron en escenas de la música independiente.
Después de su segundo trabajo, El Templo Sudoku (2015) vuelven a tocar en un escenario principal -ya estuvieron en el del Music Wins Festival 2016, junto a Primal Scream- y se erigen como una de las bandas cordobesas con más proyección de los últimos años. Abajo, los adolescentes, que claramente se tomaron el día libre en el escuela, se dejan llevar: bailan lento, como movidos por la hipnosis de los sintetizadores. "¿Qué puede suceder si abro la puerta?", se pregunta Molina mientras del otro lado del escenario una voz con tono de alarma dice: "Atención Lolla, acercarse inmediatamente al Main Stage 2, urgente. Alerta".
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Acto seguido, 1915 aparece en el escenario. Con camisas descontracturas y una propuesta con mucho más groove y fiestera, la banda empieza de a poco a motivar las palmas. El calor hace que algunos de los millennials se saquen las remeras. Hay una intro instrumental que combina perfecto con el espíritu de las primeras horas del festival. Los chicos de zona norte, que vienen de agotar la Tangente con la presentación de su segundo disco, Bandera (coproducido por Guille Salort, baterista de Emmanuel Horvilleur) saben mantener la temperatura con su ecléctico estilo que por momentos coquetea con el synth-pop. "Es un sueño estar acá", dice el vocalista antes de agitar al público a que salte con ellos sobre las bases de los sintetizadores, tan populares en el indie local.
Son 8 en escena -solo hay una mujer entre ellos-. La pasan bien, bailan. Los vientos terminan de generar ese espíritu más funk que tanto le atrae a la juventud. Los pelos de colores -los hay de todos los tonos: azules, violetas, rosas- y las caras decoradas con glitter se dejan llevar por las manos del percusionista que encara un bloque más tribal. "Soy la presa, estoy a la merced del viento y puedo desaparecer". Las letras vuelven a tornarse oscuras antes de volver a su faceta más popera. El Main Stage 2 quedó inaugurado.
Conociendo Rusia toma el escenario uno y ahí está Mateo Sujatovich, el hijo de Leo, tecladista de Spinetta Jade. Con melodías amenas y estribillos pegadizos, aparece el Ruso -el álter ego de Mateo, que fue tecladista de Detonantes- y demuestra sus dotes como cancionista. Del otro lado, el Main Stage 2 se convierte en el perfecto escenario para Wos, el campeón internacional de la Red Bull Batalla de los Gallos. El rapero es uno de los más convocantes de la tarde: casi no hay lugar en el campo. Con sus rimas filosas y su improvisación sin red, Valentín Oliva impone su freestyle frente a una multitud que no deja de arengarlo. Los Banzai lo acompañan mientras él interpela y rapea: "Soy una daga filosa. Soy como un Mozart, pero más psycho. Soy duro de matar como Bruce Willis". El rapero de Chacarita viene de familia de músicos improvisadores y ese ADN se percibe en cada uno de sus pasos. Canta, baila, los saltos se contagian del escenario al público mientras comparte set con Agustín. "Va acercándose el final de esto", anuncia y llega uno de sus temas más aclamados, "Púrpura" (alcanzó un millón de views en días). Ya no hay nadie sentado, padres, hijos, grupos de amigos observan a Wos, con su remera deportiva, y quedan atrapados en sus artilugios verbales que van desde el odio a la conciencia social.
Cronometrado perfectamente, en el escenario Alternative -que está al lado del Main Stage 2, un hombre con capucha negra anticipa la llega de The Fever 333. Hay corridas de lado a lado.
Al extremo opuesto del Hipódromo de San Isidro, otra gran referente de los adolescentes está por empezar a tocar. En el camino se escucha la batería del Pipi Piazzolla que con Escalandrum le están poniendo el toque jazzero -que más tarde va a completa Kamasi Washington- al festival. El flujo de gente -muchos van descalzos- va hacia al escenario Perry's, donde el furor del trap está por hacer su primer Lolla. Ella es Dak1llah.
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La joven de 18 años celebra: "¡No saben cómo estoy! Es mi primera vez acá, mi primera vez con mi banda... Así que un aplauso para ustedes guachos, ¡dale!". En el medio del escenario, con un pantalón negro y una remera del mismo tono con toques amarillo fluo, Dak1llah agita y agradece. Tiene el pelo platinado y un peinado parecido al de Ariana Grande, una colita bien alta. Canta "Act1tud" y deja en claro que ella hace su plata sola, así como se encarga de contar que sólo lava sus propios platos. Es una chica empoderada. A sus costados la acompañan dos bailarinas de cada lado. Lucen polleras de colegialas y son las encargadas de llevar adelante las coreografías. Es otra artista que arrancó en la batalla de gallos y terminó ganándose un poderoso lugar en la escena.
"Estoy ATR bebé. ¿La están pasando bien?", pregunta. Las visuales muestran imágenes de ositos de colores. Con su flow cremoso, Morena Jabulij pasa del español al inglés, dice malas palabras, interpela a los que la cuestionan y habla por toda su generación. Canta con su potente voz uno de sus hits, "Numberone", el tema que superó las 6 millones de reproducciones en YouTube. "¿A ustedes les ceba el freestyle?", "Entonces mandale", dice y sigue adelante. Morena se ríe de un paso torpe, por el que casi se cae, no hay nada que pueda empañar su momento. Por eso rapea, baila y se divierte y muestra por qué es la mujer referente del género.
Kamasi Washington y Escalandrum
"La diversidad no es algo que se tolera, es algo que se celebra", dice Kamasi Washington en medio de un show en el que el sonido no estuvo a la altura. Enseguida, presenta el tema "The Truth", editado en el EP Harmony of Difference. El discurso, al igual que el nombre del EP, no hacen más que evidenciar la relación entre su música y el pulso de los tiempos que corren: todo se retroalimenta, las fronteras se borran y los géneros (humanos y musicales) se expanden tanto como subjetividades existan. Así es el jazz para la generación hip hop.
Y el sexteto que dirige (más que liderarlo) se comporta en el escenario con esa libertad y compromismo. Los dos bateristas pueden unirse para hacer un overdub en vivo en "Street Fighter Man", el tema de apertura, o pueden jugar a la polirritmia en distintos pasajes del repertorio. Brandon Coleman en teclados eleva la impronta espacial del grupo a la vez que es el encargado de unir todas las piezas, como lo hizo de manera magistral en "Ryhtm Changes", un perfecto ejercicio de jazz funk que puso a todos a bailar.
Hacia el final, la voz de Patrice Quinn por fin pudo oírse, y entonces, sí, el grupo sonó a sus anchas. Entre el spoken word y el melodismo soul, la cantante comandó una poderosa versión de "Fists of Fury", el tema homenje a Bruce Lee que da inicio a Heaven and Earth, su último disco de estudio. "Hola, chiques, los amo", había dicho Kamasi Washington usando lenguaje inclusivo para abrir su debut en Argentina como un Pharaoh Sanders con pulso pop modelo Siglo XXI. Porque el jazz será actualización constante, o no será más que una pieza de museo.
Antes, a las 14:30, cuando el sol brillaba a más no poder, Pipi Piazzolla presentaba a Escalandrum: "Nosotros hacemos jazz argentino, algo con lo que todos se pueden sentir identificados. Buenos noches". Jazz en Lollapalooza y decir "Buenas noches" a las dos de la tarde. Todo parece no encajar demasiado... hasta que suena la música y todo tiene sentido.
Es la primera vez que un artista de jazz toca en cualquiera de las seis ediciones del festival y Escalandrum no sólo no sintió presión alguna sino que tampoco se propuso hacer concesiones de estilo. "Misterioso", "Momo" (jazz con bombo en negras) y "Bagualera" (el guiño folklórico) sentaron las bases de un repertorio que, como es usual para el sexteto, privilegió el juego tímbrico, la presentación de melodías extendidas y la paciencia para improvisar en un juego colectivo de contrapuntos y texturas siempre variables.
Después de "Acuático", un tema del último disco (grabado en Abbey Road), el cierre fue con "Adiós Nonino", el clásico de Ástor Piazzolla. "Es un tema de mi abuelo, que lo amo y es un genio", dijo Pipi emocionado mientras debajo del escenario los fans de Twenty One Pilotsaplaudían. "Nos representa en todo el planeta". parado detrás de los parches se dejaba ver su remera de Art Blakey & The Jazz Messengers. Y tal vez esa sea la mejor definición de la función de Escalandrum en el festival: ser mensajeros del jazz.
Jorge Drexler
En este Lollapalooza hubo algunas sorpresas como la incorporación de cantautores sureños que nunca habían estado en la grilla o el debut del jazz. Pegado a la primera vez de la española Rosalía llega el uruguayo Jorge Drexler . Con remera azul de puntitos y un jean descontracturado, el casi médico elige un repertorio equilibrado entre clásicos y temas de su último disco, Salvavidas de hielo (2017).
El cantautor y su banda, que acaban de aterrizar desde Paraguay y tienen planeado volver en septiembre con nuevo material, tocan en el Main Stage 2. Hay fraseos sobre el oxígeno y las riveras. La mitad del público escucha sentado en el pasto. El ambiente tiene algo de fogón. Suena "Equipaje". La percusión trae sonidos rioplatenses y algo de candombe. "¡Buenas noches Buenos Aires, qué lindo tocar bajo este cielo!", dice. Y continúa con un setlist con tono existencialista. Presenta "Estalactitas" y le pide a los festivaleros que lo sigan con las palmas. "Recién llegamos, denos esta noche de asilo por lo menos", pide antes de cantar, precisamente, "Asilo", en una hipnótica versión que termina con Drexler agachado y haciendo un gesto de súplica que causa suspiros. Si hay algo que aprendió es a enamorar con su cálida voz.
La lista se pone más seria con "Pongamos que hablo de Martínez", el tema que escribió inspirado y dedicado a su amigo Joaquín Martínez Sabina, quien lo alentó a dejar todo e irse para España. Cada canción lo remite a algo: sigue con "Al otro lado del río". Uno de los momentos más emotivos de la velada: Jorge canta a capella, luego de subrayar y celebrar el trabajo de Médicos sin fronteras. Y con su sonrisa encantadora, continúa en esa línea con "Sea", un tema que cantaba Mercedes Sosa y que le recuerda a ella.
Y como es un recital más corto, Drexler tiene que ir cerrando y lo hace con "Me haces bien", uno de esos temas que vienen sonando desde hace años y que lo convirtieron en uno de los cantautores más populares de este lado del río.
Ya se escondió el sol, empezó el viento fresco en el predio. Y el uruguayo apaciguó las aguas y le dio aire al público más grande que escapaba un poco de la crudeza de los traperos. Al otro extremo, Khea repetía: "No tienen que estudiar ni laburar porque lo hagan todos. Vamos guachos".
Entre visuales de colores y humo, entona "Es una loca" con el aporte de Duki en otro de los clásicos contrastes de este ecléctico festival.
Rosalía
Rosalía sabe como crear el clima. Casi teatral, se queda parada en el centro de la escena mientras deja que los beats de El Guincho suspendan el tiempo. Los golpes desfragmentados de palmas sampleadas que se mezclan con las palmas reales de los cuatro coristas, acompañan a esos miles de centennials cantando por bulería eso de "Me da miedo cuando sales/ Sonriendo pa' la calle /Porque todos pueden ver/ Los hoyuelitos que te salen….". Es algo inesperado y maravilloso. Rosalía puso el flamenco en boca de chicos que no saben quien es la Niña de los Peines, Paco de Lucía o Camarón de la Isla, los cimientos sobre los que se pare su arte.
La canción "Pienso en tu mirá", que abre el show, es su gran hit viral después de "Malamente", pero es ante todo uno de los capítulos fundamentales por estética y discurso feminista de su obra El Mal Querer, que la transformó en una nueva diva pop del siglo XXI.
"El mal querer ha significado mucho para nosotros", dice la catalana y es verdad. La apropiación de un género como el flamenco, que Rosalía tradujo magistralmente a un lenguaje urbano y contemporáneo, la puso en el centro de la escena musical. Sin duda, Rosalía tiene pasta de estrella y todo lo que se habló de ella en este tiempo lo confirma sobre el escenario.
Con sus movimientos mitad flamenco, mitad torera, captura las miradas de todos. Su deconstrucción conceptual del flamenco lo hace de digestión rápida. Trabaja en distintos planos. Puede sonar experimental en los arreglos de las composiciones, aunque los guiños a los ritmos urbanos y la influencia del R&B, además de sus secuencias coreográficas, llevan su mensaje directo a los pies de los adolescentes, que aúllan con cada una de sus intervenciones.
"De madrugá" es una copla serpenteante, donde Rosalía saca su voz más flamenca. Coros y palmas a un lado. El Guincho tirando beats y samplers. Parece una formación típica flamenca pero sin guitarras ni sillas. Esa vena más gitana explota en "Catalina", un track a capella que pone los pelos de punta. Rosalía mantiene el silencio frente a miles de personas y a cielo abierto. Hay un misterio que viaja en su voz.
Los samplers de guitarras en loop en "Que no salga la luna" generan una exclamación. Sobre esa base, Rosalía se mete adentro de la copla flamenca y se la lleva a su propia estética. Se la apropia. Y la reinventa a su estilo. El Guincho también crea el clima de ese soundtrack de distintos paisajes musicales y efectos como el de una daga silbando en el viento. En vez de palmas y percusión, el productor reemplaza todo por un enjambre de beats que le dan a la voz de la cantante un efecto de caverna-tablao o de catedral. La voz puede sonar inofensiva frente a su carcelero o deformada por el efecto del autotune.
Es teatral cuando se pone de costado como una estampa flamenca con un fondo rojo y parece una chica urbana cuando se pone a bailar de forma tribal y hip hop. Maneja ampliamente distintos registros estéticos. Por eso dispara desde las visuales su imagen como si estuviera mirando su computadora y llevando adelante una relación virtual.
Los aires de bulerias y las palmas enloquecen al público. Algo extraño y solo posible por el efecto que producen las redes. Una chica de su misma generación que tiene el pulso, los códigos culturales y la estética de este tiempo. Representa a esos jóvenes que no tienen escuela flamenca y tampoco importa. Parada sobre esa catedral de música, la artista pisa el acelerador y la ajusta a su propia velocidad.
Las coreografías atraviesan las posturas gitanas con los desplazamientos de los ritmos urbanos. Los coros y las palmas flamencas se cruzan con los beats de drum'n bass. Rosalía baila y rebota como una adolescente y como una mujer libre que ejerce poder sobre su propio cuerpo.
Sobre un ritmo dancehall le dice al público que grite "Olé". Otra vez el cruce de culturas. Todo se mixtura a su aire. Se pone más reggaetonera cuando estrena en vivo el tema que hizo junto a J Balvin, pero lo que le cabe mejor a Rosalía no es la pureza de estilos.
"Malamente", el tema que cierra su show, es una definición de todo su collage estético y musical. El tema que la transformó en una estrella viral. La canción que todos los que están delante del escenario cantan de principio a final. "Si has escuchado alguna vez esta canción cántala conmigo". Se activa el karaoke colectivo. La gitana lo dice y miles la acompañan. Ahora sí el "tra- tra- tra" gitano suena como un signo universal y contempóraneo.
Interpol
Faltan minutos nomás para las 20 y tras ocho horas de música en la primera jornada de la edición 2019 ya se puede confirmar que el festival es por estos días más que nunca un campeonato de géneros, estilos y estéticas. Y cada cual disfruta de su partido, acompañando a su "equipo", del trap al pop, del rock al flamenco beat y de la canción al funk. Con la noche cubriendo el predio, entonces, es turno del post punk o el rock de guitarras oscuras a cargo de Interpol, en el escenario principal. De un lado, a lo lejos todavía se escucha el final de Jorge Drexler con eso de "me haces bien, me haces bien". Del otro, la coda del cierre de Khea en el Perry`s se contrapone a puro trap: "Y si traés la codeína ina ina ina, que no te olvides de la lima, lima, lima".
En el medio, ahora sí, sube la banda con Paul Banks al frente, de punta en negro, anteojos oscuros, su habitual camisa ajustada y su estirpe de rockero con anabólicos. Para confirmar su lugar en este mundial, la escenografía se completa con las pantallas laterales transmitiendo en blanco y negro.
Con disco nuevo bajo el brazo (Marauder, el sexto álbum de Interpol se editó en agosto del año pasado) y con el adelanto de su próximo EP recién lanzado, el grupo de Nueva York volvió a presentarse en la Argentina con un set que mezcló algunos de los temas con los que se hicieron populares a principios del milenio, con sus últimas composiciones, que en cierto punto retoman aquel espíritu que recuperó el sonido de guitarras con pátina retro y volvió a poner en el mapa del rock a la escena neoyorquina.
"Gracias, somos Interpol", concedió Banks y de allí en más dirigió una hora de de ese rock de guitarras casi sin matices, que aquí y ahora, en el Lollapalooza, podría reetiquetarse como AOR (rock orientado para adultos). Más que post punk, el set festivalero de Interpol (trío devenido en quinteto) suena con la amabilidad acorde a las circunstancias.
Siempre bien ladeado por la batería de Sam Fogarino y, especialmente, por la guitarra de estilo exquisito de Daniel Kessler, las canciones de su debut Turn on the Bright Lights -con el que volvieron a girar para celebrar sus quince años- se intercalan con las más recientes como "The Rover", entusiasmando a sus fans, pero sin poder sumar a toda una multitud que se acerca al escenario, se deja hipnotizar por los climas oscuros de Interpol por apenas unos minutos, y vuelve al océano de gente que va y viene, en su mayoría, a la espera de Post Malone y Twenty One Pilots, los nombres fuertes de este primer día del Lollapalooza.
Sobre el final, los versos de "Obstacle 1" parecen más actuales que cuando sonaron allá por 2002: "Y podemos encontrar nuevas formas de vivir haciendo que el juego sea un daño lógico. Y podemos superar los viejos tiempos, haciendo arcilla, que nada más cambiará". Interpol sigue su camino y juega su partido, sea esto un amistoso, un campeonato o un mundial de géneros. Tómenlo o déjenlo.
Post Malone
Con el escenario envuelto en humo y haces de luz, Post Malone da comienzo a su show desde antes de pisar el tablado. En la era en la que la imagen es todo, el rapero y cantante de Syracuse comienza a cantar desde el backstage durante el primer minuto de "Broken Whiskey Glass", un hip hop espeso al borde de lo industrial, hasta hacer una aparición sorpresiva, vestido con una camiseta de la selección intervenida por él mismo y convertida en camisa, botones mediante. Sin preaviso, su set pega un vuelco melódico rapaz con "Too Young", una canción en la que advierte que, a sus veintitrés años y tras algún que otro desborde, no quiere morirse joven. Después de "Over Now", en la que demuestra tener más dotes de cantante que de rapero, Malone hace la distinción entre persona y personaje y se presenta ante la audiencia como Austin Richard Post, su nombre real. Después, "No Option" se pasea por las cadencias jamaiquinas, un dancehall hecho desde el asfalto puro.
De a poco se instala cierta lógica: a cada canción, su introducción didáctica pertinente: "Candy Paint", compuesta para contar sobre el hábito de trabajar duro; "Wow", que cuenta sobre llegar a una fiesta y querer ser el más cool de todos, y la lista sigue. A medida que los temas avanzan, Malone gana libertad de movimiento y su show suma complejidad visual. En "Fall Apart", una balada dedicada a "todos aquellos a los que les rompieron el corazón", Post no canta la letra: la vive, le pone el cuerpo. Acto seguido, anticipa que la canción siguiente, "Up There", habla sobre llegar a casa y fumar para escapar de todos los males, pero anticipa que ya dejó el vicio. En ese aire de confesiones abiertas, "Stay" entrega un giro impensado, cuando se sienta en un taburete para rasguear una guitarra acústica. "Me tomé un par de cervezas antes de subir, así que espero no c...,", dice, mientras le entra de lleno a una balada folk de acordes suspendidos y aumentados.
De vuelta en formato MC, Post Malone arremete con "Go Flex", primero y con "White Iverson" después. Hacia el final, "Sunflower", de la banda de sonido de SpiderMan, aporta un hit titánico de esos que conocemos todos.
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