De Andrés Calamaro a Beck, 5 discos marcados por el divorcio
Que nadie se castigue. El síndrome "obra = biografía" es un dilema que trasciende largamente a la crítica de rock. Si el público contuvo el aliento cuando Edith Piaf estrenó el célebre "Je ne regrette rien" fue, en buena medida, gracias a aquella ilusión autobiográfica: la artista que canta lo que vive. O lo que vivió. Lo mismo puede decirse de algunas grabaciones de Camarón de la Isla o, más aquí, el propio Atahualpa Yupanqui. Es un ardid artístico con sus virtudes (puede otorgar un espesor imposible) y sus daños colaterales (puede confundir una letra con una opinión): un arma de doble filo que Bob Dylan aprendió a usar como un sable láser.
A mediados de los setenta, el trovador comenzó su proceso de divorcio de Sara Lownds y se puso a trabajar en un puñado de canciones propulsadas por ese combustible inestable: el rencor, el arrepentimiento, el amor, el vacío. El mero odio. El resultado fue un disco titulado Blood on the Tracks (1975). En un abrir y cerrar de ojos, la prensa aprovechó esa piedra angular para edificar su tesis sobre los break-up albums. Sin embargo, cuando Dylan finalmente publicó el primer tomo de sus Crónicas, deslizó que aquel disco estaba basado en cuentos de Antón Chéjov. Es decir que había esperado treinta años para voltear, con un gesto de su muñeca, el castillo de naipes del periodismo especializado. Demasiado tarde: Fleetwood Mac coronaba los rankings de todo el planeta con el reality de Rumours (1977) y el disco de divorcio ya era casi un subgénero. Desde el crudísimo Rid of Me, de PJ Harvey hasta Amar, temer, partir, de Gabo Ferro, pasando por 13, de Blur; 12 segundos de oscuridad, de Jorge Drexler; Here, My Dear, de Marvin Gaye; Las consecuencias, de Enrique Bunbury, o Echo, de Tom Petty & The Heartbreakers.
Björk, Vulnicura
La naturaleza no tiene piedad. En el preciso momento en que Björk parecía ascender al vacío disolutorio del nirvana, un problema de lo más terrenal acabó por bajarla de un hondazo. A la artista islandesa, como a cualquier mortal, le rompieron el corazón. Nadie esperaba que sumara un nuevo eslabón a esta cadena, pero Vulnicura tiene todos los condimentos de los discos divorcistas. Desengaño, bronca, arrepentimiento, veneno, dolor y una especie de sanación. "Soy un cohete brillante que resplandece al volver a casa -canta-. Mientras entro en la atmósfera me quemo capa por capa". The Haxan Cloak y el venezolano Arca, los dos co-productores del disco, tomaron una decisión sabia: ante un disco tan inusual para los estándares de Björk, privilegiaron su sonido más clásico. Es decir, las cuerdas y los beats crepusculares de Homogenic. ¿Una forma de contenerla? Es probable. En cualquier caso Björk corre desnuda por estas nueve piezas, esquivando los lugares comunes con su inimitable cintura melódica. Para cuando promedia el disco, acaba de rodillas frente a un lago negro.
Andrés Calamaro, Honestidad brutal
Entre la cita a la tapa de Blood on the Tracks y esas liner notes tituladas "Aterrizaje Forzoso", el propio Andrés Calamaro dejó servido el camino de migas para el mito: "Honestidad brutal fue una cuestión personal más que pública". La punta del ovillo fueron, justamente, dos finales: el de la gira de Alta suciedad y el de su relación con Mónica García. Uno de los dos, todo parece indicar, fue muy malo. Propulsado por ese envión anímico, el Salmón rompió el dique de su temporada licenciosa mientras Argentina se encaminaba hacia el iceberg de 2001 y Charly García lo atacaba en la televisión abierta. Así, nueve meses, quince estudios, 250 mil dólares y 103 canciones después, Honestidad brutal estaba terminado. O algo así. La dedicatoria era elocuente: no "para Mónica" sino "por Mónica".
Beck, Sea Change
Sin la información necesaria, el salto era casi esquizofrénico. Después de la fiesta funky de Midnite Vultures, Beck sorprendió a casi todo el mundo con un disco esencialmente acústico y melancólico. Acaso la única persona que se lo esperaba era su ex: la estilista Leigh Limon. Todo parece indicar que, tres semanas antes de cumplir sus treinta años, Beck regresó de gira y descubrió el romance de Leigh con un miembro de los Whiskey Biscuit. Llamó a su padre (el compositor David Campbell) para que se ocupara de los arreglos y escribió algunos versos inolvidables: "Es solo a vos a quien estoy perdiendo/ supongo que me está yendo bien". "No tenía los samplers, ni la ironía indie, alguien le había apagado la MTV: estaba cantando con el corazón –dice Fabián Casas-. Como Dante, cuando tuvo que escribir la Divina comedia y perder a Beatrice Portinari, su lenguaje pasó del latín al italiano de la calle. Beck también. Su voz había mutado, parecía que el dolor le había ampliado la paleta de tonos".
Fito Páez, Naturaleza sangre
La primera sensación es ese escalofrío... "se supone que no deberíamos estar escuchando esto". Después de su separación de Cecilia Roth, Fito Páez drenó la bronca con un sonido menos estilizado y una lírica sin dobleces: "Tenías que fallarme así / No es fácil hacerme sufrir / Pero vos tenías las llaves de la ventana que da al infierno aquel / Y yo estaba entre la espada y la pared / No puedes explicármelo / No hay forma de explicárselo / Es posible que me traigas un perfume del pasado / Pero nunca más el néctar de la flor". Para lanzar todos esos dardos sin derecho a réplica, Páez cargó su farmacopea con ansiolíticos ("139 Lexatins") y reclutó a la plana mayor del rock latinoamericano (Charly García, Luis Alberto Spinetta, Hugo Fattoruso, Rita Lee). El título, a la distancia, no admite segundas lecturas.
Rickie Lee Jones, Pirates
Esas fotos tampoco mienten. En el ocaso de los setenta, Tom Waits y Rickie Lee Jones eran el arquetipo de la pareja beatnik: dos músicos tambaleándose por las calles de Los Ángeles con la botella de bourbon colgando de la mano, tratando de encontrar su propia habitación en la ominosa torre de la canción."Por esa época ella estaba bebiendo un montón y yo también, así que nos emborrachamos juntos –dijo Waits-. Podés aprender mucho sobre una mujer embriagándote con ella. Me acuerdo cuando consiguió su primer par de zapatos de taco alto y una noche se apareció en mi ventana para salir a celebrar. Así que ahí estaba, caminando borracha por Santa Mónica Boulevard, tropezando con sus zapatos. La amé locamente y a mi propio modo, pero ella me asustaba. Es mucho más vieja que yo en términos de sabiduría callejera; a veces parece tan vieja como la tierra y otras veces parece una niña".
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