Su nuevo disco, Mesa dulce, es un regreso al funk que lo vio nacer y crecer con Illya Kuryaki and the Valderramas; cómo repercutió en la obra la muerte de su madre, Patricia Salazar y el disfrute por lo simple en este momento de su vida
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Cuando el lugar común diría que un disco compuesto durante la cuarentena debería ser íntimo y de instrumentación retraída, Dante Spinetta hizo todo lo contrario: Mesa dulce es el álbum que lo tiene volviendo a sus raíces, con el sonido funk que lo caracterizó en Illya Kuryaki & The Valderramas y que no había visitado tanto en su carrera solista. “Me llegó como una madurez de decir ‘voy por este lado’, pero con seguridad y muy feliz. No sentía que estaba dejando algo de lado sino aceptando ese amor por la música con la que crecí”, le dice a LA NACION en La Diosa Salvaje, el estudio que su padre montó en Villa Urquiza y que hoy es la guarida creativa de Dante.
Como muchos durante el encierro, el cantante y guitarrista hizo de la música su refugio. Y para ello acudió a sus maestros. “Los que más escuché fueron Sly Stone, James Brown, Prince y Stevie Wonder”, cuenta. “Pasé días enteros, sesiones de ocho horas de videos, de entrevistas, shows, de todo de estos músicos. Fue como tomar masterclasses espirituales. Y me conecté con la música de una manera muy linda, con una intensidad y una entrega de dedicarle mucho tiempo a la investigación. Empecé a hacer temas todo el tiempo y eran todos funkys, ¿viste? Todo medio por ese flash”.
-De hecho, durante la pandemia aumentó la escucha de clásicos. La gente necesitaba volver a esos momentos felices...
-Hubo un momento durante la pandemia, después de toda la paranoia, que estaba muy feliz, con mis hijos en mi casa cocinando y feliz por poder parar un poco: Decidí apagar toda esa info sobre la pandemia y conectarme con lo que más me gustaba y me metí con la música con todo. Después, cuando se abrió un poquito la situación empezamos a venir de a poco a la sala y yo empecé a trackear las estructuras de los temas, los beats y empecé a poner las guitarras y las melodías de la voz. Después pude grabar con la banda y fue increíble. Veníamos de estar todos re contenidos en nuestras casas y de golpe nos encontramos y lo que hicimos fue tener una comida increíble en el estudio, como un catering muy sarpado para estar felices un rato y tocar. En dos días grabamos toda la música, obviamente después vinieron los arreglos y yo regrabé las guitarras, pero la música estaba ahí. Fue un momento que conecté con mi esencia más real de todas, con el placer y el agradecimiento de hacer música.
-¿La idea del nombre Mesa dulce viene de ahí? ¿Del catering de esa juntada? Porque también se puede asociar al clímax de la fiesta, o a ese refuerzo de azúcar para sostener el clímax cuando ya para algunos se termina la noche.
-Es el mejor momento de la fiesta, lo dijiste vos, Y aparte también se puede tener sexo arriba de la mesa dulce, también está re bueno esa parte (risas). Pero también me pareció que había algo re funkero ahí. Y Camila, que fue mi novia durante un pedazo de la grabación del disco, después nos separamos y después volvimos y ahora estamos juntos, es cocinera y hace unas tortas increíbles. Entonces hubo mucha mesa dulce durante este tiempo. Y sí, hay un momento en la noche que pedís que venga la mesa dulce porque necesitás una glucosa para seguir. Es como el turbo de adrenalina. Y creo que en mi carrera este disco es mi turbo de adrenalina.
-Y justo ahora que la música urbana parece dominar absolutamente todo, vos te alejaste y volviste a las raíces de tu sonido...
-Sí. Este no es un disco que sigue una tendencia, es un disco de “vamos a tocar, voy a hacer lo que sé hacer”. Después de muchos años también, esto es lo que sé hacer, sé tocar, sé componer y sé producir. Bueno, entonces vamos por ahí. Y de los clásicos hay que seguir aprendiendo toda la vida, porque son los creadores. O sea, primero está James Brown, que es el inventor de todo el groove, el que lo ordenó y después cae Sly con esa idea de mezclar el rock con el funk y el soul y toda la energía que tenía. Y después Prince es el que siguió esos pasos. Y yo soy un alumno latinoamericano de estos maestros. No solamente de ellos, también de los maestros de acá, que son Spinetta, Fito y Charly, que son capos que también han funkeado un montón.
-Se mantiene tu reivindicación de hacer funk desde acá...
-Es que Argentina también es funky. Me encanta eso, me encanta saber que Argentina tiene un tango y un flow diferente por el clima, por mil cosas. Y creo que yo lo hago de una manera que suena argentino también. Porque soy re argento y orgulloso de ser sudaca, que es una palabra que capaz en Europa no te la pueden decir porque es ofensiva, pero entre nosotros podemos decirnos sudacas porque estamos orgullosos de nuestras mierdas. Y creo que la música va más allá también de esa frontera. Ya desde Chaco vengo pregonando eso con Emma (Horvilleur): la música va más allá, es una conexión que siento, porque yo flashé con esa música. O sea, conecté con eso y sentí que era lo mío y lo hice mío. ¿Por qué? Por amor. Es un enamoramiento cuando vos sentís que algo te pertenece, o que tenés algo que decir ahí, ¿entendés? Y es una conexión, como una especie de wifi del mundo. Ahora estoy usando una guitarra argentina que no la tuve cuando grabé, pero la hubiese usado si la tenía. Argentina es muy grossa y está bueno que haya cada vez más cosas. A mí me vuelve loco agarrar una guitarra argentina y que esté al mismo nivel que una Fender o una Gibson.
-“Sudaka” es un feat con Trueno y el otro invitado del disco es CA7RIEL, en “Gambito”. ¿Por qué los elegiste a ellos esta vez?
-Bueno, con Cato venimos hace rato hablando de hacer algo. De hecho, este es el primer tema que vamos a hacer de otras colaboraciones que tenemos pensadas. Y me gustó, me gustó que me lo imaginé a él en una canción como “Gambito”, que tiene un flow bastante distinto de lo que hace él, que es más r&b, con un flow más pesado, como sexual también. Me pareció que podía flashear una re buena y me encantó lo que hizo. Me pareció natural colaborar con él. Y con Trueno también, es una bestia rapeando. Cuando hice “Sudaka” me dije: “Si alguien rapea tiene que ser un rapero. ¿Qué más rapero que Trueno?”. Es como el hijo del rap, de alguna manera. Es una bestia. Se dieron esos dos featurings que para mí eran naturales y que tenían que ser con gente que admiro. Estamos en una época donde mucha gente hace colabos por los números. Cuántos followers tiene, si nos sirve para meternos en tal país... ¿Y qué pasó con hacer música? Bueno, yo voy por ahí. Cuando hice con Duko o con Neo o con Damas Gratis o Mala Fama fue porque son bestias reales que admiro. O Julieta Venegas o Residente o Dárgelos o Carca. Es la gente con la que colaboré y a mí me encanta colaborar, estoy acostumbrado. Con Kuryaki colaboré tanto que no es difícil para mí hacerlo.
-Se desvirtuó esa idea de la colaboración como ganas de juntarse a hacer música...
-Se nota mucho cuando se juntan por un interés comercial y hoy hay demasiado interés comercial. Siento que la música hoy es como el VAR. Como que el VAR se está metiendo en la música también y hay un algoritmo mandando y todos le prestan atención a esa mierda y se está perdiendo la calidad humana, el corazón, la importancia de la intuición. Por suerte, hay gente todavía la mantiene y yo me siento súper feliz, por ejemplo, de tener un sello que me acompaña en el flash y el presidente de la compañía que no se sienta a decirme: “Hacé un disco con un hit”. Me dice: “Hacé el mejor disco que puedas”. Y eso es lo que tienen que hacer los artistas, crecer, no caer en fórmulas repetidas. Estamos en un momento medio clon, pero también hay gente muy talentosa y sangre nueva muy talentosa.
-Se cumplieron 20 años de tu primer disco solista. ¿Eso te marca algún tipo de balance?
-Yo siento que mi camino es este, que tengo que estar haciendo lo que tengo que hacer, lo que me hace feliz, porque también la vida es corta, ¿no? Quiero vivir haciendo lo que amo y lo que me calienta hacer, quiero vivir enamorado de la música y no hacer algo que solo es hitero. Cuando saqué Puñal, muchos me dijeron: “Che, bro, por fin el rap empieza a pegar y vos no hiciste un disco de rap”. Bueno, “Soltar” es mi canción más escuchada, igual. Le ganó a todas las otras canciones que hice, y es una canción lenta con cuerdas. Y eso me copa. Por eso te digo que yo no estoy siguiendo las tendencias. Yo hice dos reggaeetones en Pyramide y en ese momento estaba re mal visto, y nadie sabía lo que era el autotune y yo ya cantaba “Gira gira”, “Tomen distancia” y “Gisela”, todo full autotune. Me entendían más en el conurbano que acá, que no les gustaba el rap. Cuando empezamos a mezclar con Damas Gratis en 2007, una cumbia-rap de una manera diferente, explotaba. Estaba tocando en el Pepsi Music un show de rap y entraba todo Damas Gratis, conectaban en un segundo y arrancábamos con una versión toda rapeada de “Los dueños del pabellón” y la gente explotaba. Cuando salió “Gisela” también, que tenía un sampleo de Los Destellos, un grupo de cumbia peruana. El tema era medio rapero con autotune. Me decían “Che, tu voz suena como un robot”, nadie hablaba del autotune. Por eso a mí cuando critican a los pibes por el uso de eso me da vergüenza, me avergüenza que alguien grande esté criticando eso. Es como cuando los viejos de antes criticaban a la gente que usaba distorsión en la guitarra. Dejá a los pibes que hagan la música que tienen que hacer, es una revolución que no entendés, guachín, tranca, correte y deja que el tiempo... te puede gustar o no, tenés derecho, pero ahora no estés criticando. “Ah, eso te arregla”. No, el autotune es una elección. Yo hago beats en la computadora, puedo cantar con autotune como puedo hacer una canción con una guitarra acústica y cantar sin autotune y con una orquesta y las dos cosas tienen su talento y su trabajo, siempre que esté hecho con el corazón.
-¿Sentís que está pasando con esta escena lo que pasaba cuando aparecieron los Kuryaki y los insultaban por no ser rockeros?
-Yo defiendo mucho también a las movidas nuevas porque yo estuve en ese lugar. Cuando mucha gente me decía: “Eh, no, ¡hacé rock and roll!”, teníamos que salir corriendo de algunos lugares porque nos iban a matar. Cuando uno inventa algo o rompe o tira las puertas abajo, pasa eso, y con los Kuryaki derribamos el primer portón. Fabrico cuero es el primer disco de rap en la Argentina, nosotros nos moríamos por ser rap. Yo iba con la gorra para atrás con una cadena con el logo de Volkswagen y la gente me bardeaba. Me decían que era yanqui. Bueno, entonces hagamos todos folklore. Pero bueno, muchas veces la gente cuando ve un animal nuevo en la selva dispara por las dudas. Si ves una pantera violeta y, tirale por las dudas. Alguna gente le tiene miedo a lo nuevo, a lo no establecido. Yo entendí eso desde chico. Entonces, siempre voy a estar a favor de la experimentación y el desarrollo, de las nuevas palabras y de seguir jugando, experimentando, porque el arte me parece que tiene que ver con eso, tiene que ver con desarrollos sociales, socioeconómicos, tecnológicos y con las herramientas del momento.
-Y con eso cambian las dinámicas a la hora de hacer música...
-Obviamente, los pibes van a hacer música con una computadora porque hoy podés grabar un disco ahí adentro. Y antes tenías que tener una guitarra, una batería, que era lo que había. Bueno, ahora hay otras cosas y en el futuro va a haber otras y es parte del flash. Lo que no se tiene que perder es el corazón y el alma, porque eso es lo que marca la diferencia y ahí es donde me chupa un huevo el algoritmo. El algoritmo que sigo es el latido, es la pulsión, es el fuego de lo que realmente me calienta en la música. Cuando en el 95 o 96 estaba caminando por Nueva York y pasó un auto con boricuas adentro escuchando “Abarajame”, ya fui parte de la cultura. Cuando vienen los raperos a decirme: “Yo arranqué por ustedes”, ya está. Somos parte de la genética de la música urbana; los Kuryaki aquí y yo con mis discos también.
-¿Te llevó mucho tiempo comprenderlo?
-Bueno, yo sentí conexión con esa antena, esa música. Y eso no lo podés fakear, por lo menos no tantos años. Yo soy un enamoradizo del audio de la música, de esa cultura. Cuando ya sentía que era parte de la rama latinoamericana y sentía el respaldo cultural, crecí mucho. Cuando me aceptaban los colegas, me servía. Cuando a Bootsy Collins le dije que yo tocaba el bajo en “Latin geisha”, me dijo: “Ey, man, you got it going on” y abrió su cajón de pedales y me los regaló. Nos dieron las camperas cuando fuimos a ver a Bernie Worrell y todos los P-Funk, como cuatro o cinco, a un lugar re chiquito en el medio de Ohio y estaban todos con unas camperas que decían “Graduado del funk” y nos las regalaron. Es una una bendición, somos el ala latina del funk. Esas cosas, o haber grabado con Earth, Wind and Fire o haberme subido con Stevie Wonder. Yo toqué el cielo con las manos el día que canté con Stevie. Él y Prince para mí son lo más grande que hay. Llegué a darle un abrazo en el escenario. Yo siempre fui para ese lado, algunas veces estuve más inspirado que otras, porque la vida es así. Estuve distraído, capaz. Pero si miro para atrás y escucho todo lo que hice desde que tenía 14, me gusta.
-En este disco tenés un tema dedicado a tu mamá, “Primer amor”, y con los Kuryaki hiciste “Águila amarilla”, para tu papá. ¿Qué encontrás desde el proceso creativo en el modo de composición de ambas canciones que surgen desde un punto de dolor similar?
-Sí, yo creo que la música te ayuda, o sea, es como un exorcismo de liberación de algunas cosas o de ponerlas en algo lindo. Es muy loco cómo una canción puede transmutar algo tan doloroso y convertirlo en algo lindo que acompaña a la gente. Creo que la música tiene esa posibilidad de transmutar, de cambiar de forma, que también es algo que entendí, como también la muerte. Yo me convertí en una persona más espiritual desde que perdí a mi viejo, y me tocó perder amigos muy jóvenes también. Son cosas que vas entendiendo y generando una relación con el hecho de que morir es parte del ciclo de la vida, como un cambio de forma. Y cuando pasó lo de “Águila amarilla”, yo tenía la música, ya la había compuesto y elegí el concepto águila amarilla porque de alguna manera tenía que ver con el renacimiento un águila dorada. Un águila amarilla representaba un fénix, un renacimiento y una posibilidad. En un momento estaba en un auto, no me acuerdo quien me estaba llevando, yo estaba re mal y vi la calle que estaba llena de hojas amarillas y yo flasheé que eran plumas. Sentía que el águila pasaba y quedaban las plumas. Pero no podía terminar la letra solo y Emma me vio que yo estaba estaba en un momento emocional muy difícil y con mucho tacto se sumó a terminar la letra conmigo. Me ayudó de una manera muy de hermano a hermano, porque él también amaba a mi viejo y mi viejo a él. En el caso de mi vieja, ya me agarra con un poco más de experiencia, lamentablemente. Tuve una despedida mucho más consciente porque yo ya lo había pasado con mi viejo, entonces de alguna manera ya sabíamos y mi vieja también era una persona muy mística y muy especial. Ella nos acomodó a los hermanos donde nos teníamos que acomodarnos, entonces eso fue diferente también. Y bueno, como decía, la madre es el primer amor de uno y era una canción que yo se la mostré a ella. No estaba la letra terminada. Yo tenía ya cosas escritas, pero se la mostré con toda la melodía y la música y le encantó, así que tuve la bendición de eso.
-¿También afectó la grabación del disco, no?
-Sí, en algún momento paré de grabar porque mi vieja se enfermó de cáncer y durante un montón de meses no pude escribir una puta letra, no pude componer más y estuve dedicado a ella y a poner la energía ahí. Una vez que falleció mi mamá pude empezar a terminar el disco. También por eso el disco es súper importante, porque generó como una especie de contención artística y se armó una estructura hasta espiritual de lo que yo quería que fuera. No quería hacer un disco re triste y mismo la canción que le hice a mi mamá es emotiva y todo, pero es linda, es como aceptar la situación. Así que todo fue como una especie de montaña rusa. Fueron puntos muy, muy diferentes. De estar tranquilo en mi casa escuchando a Sly Stone con mis hijos y mi familia, al llamado de “Mamá está enferma y es grave”. Ahí se me vino el mundo abajo, pero el disco estaba ahí y fue una soga que me mantuvo a flote.
-¿Y dónde te deja parado desde lo artístico?
-Siento que la Mesa dulce aplica también para mí, porque estoy en un punto en donde se me empieza a poner buena la vida, también. Y lo tengo más claro que nunca porque estoy agradecido. Agradecido de estar haciendo lo que amo y vivir de eso en un mundo que es muy injusto, donde gente que que soñó con esto mismo que estoy viviendo yo o con otras cosas y estudió, no puede lograrlo. Nosotros somos afortunados de que estudiamos algo o nos mandamos en una y estamos viviendo de eso; somos un porcentaje muy chiquito. Y al mismo tiempo entender que ya se te va tu vieja y tu viejo y te das cuenta lo que es importante en la vida: las sonrisas, la gente con la que compartís. No es la guita en el banco, no es el hit ,no es la japa y el ego, es la felicidad, los momentos humanos, la vida, besar a la chica que amás. Entonces, aunque haya dolor voy a celebrar que estoy acá y voy a servir la Mesa dulce.
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