Daniil Trifonov, un viaje sensible por la historia del piano que llega al Colón
El pianista ruso, de 33 años, se presenta este lunes 15 en Buenos Aires, con obras de Rameau, Rachmaninov, Mozart y Beethoven
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Para calcular el alcance artístico de un pianista puede ser suficiente una muestra escasa. A Martha Argerich le bastó un video de You Tube para darse cuenta de quién era Daniil Trifonov: “Nunca escuché algo igual”, dijo. Una perspectiva más abierta y más reveladora ofrece su disco Trascendental (Deutsche Grammophon, 2016), que el pianista ruso de 33 años dedicó enteramente a Franz Liszt, y que incluye, de ahí el título, los Estudios de ejecución trascendental. Liszt jugó con las capas de sentido de la palabra “trascendental”, y no habría que descartar un saludo a la filosofía de Kant. Si así fuera, podría pensarse, críticamente, que estos estudios piden, además de su ejecución, un pensamiento sobre las condiciones de su ejecución, sobre el acto mismo de tocar el piano.
Trifonov es un pianista de rara sensibilidad, con una contención expresiva que se desborda en el momento exacto. Esto sucede probablemente porque aprendió esa lección de Liszt y sabe que, para dejarse llevar, hay que haber decidido antes adónde se quiere ser llevado. El recital que dará este lunes 15 en el Teatro Colón participa del viaje, con la Suite en la menor RCT 5, de Jean-Philippe Rameau, las Variaciones sobre un tema de Corelli, opus 42, de Sergei Rachmaninov, la Sonata en fa mayor, K. 332, de Mozart, y la Sonata n°29 en si bemol mayor, opus 106, “Hammerklavier”, de Beethoven. Pero, una vez más, el tendido cronológico está orientado por una consideración reflexiva acerca de la relación entre instrumento y composición. “Es el programa que elegí para los recitales de esta temporada, porque cada año preparo un nuevo programa -explica Trifonov-. Este programa me gusta porque muestra cómo la escritura para piano evoluciona con la evolución del instrumento mismo, desde el clave y otros instrumentos de teclado hasta el temprano pianoforte y, finalmente, el gran piano que tocamos hoy en día. Cada compositor es de un período diferente y todas las piezas tienen una relación estrecha con los instrumentos para los que fueron escritas. Pero en el piano contemporáneo es posible tocar estas música de períodos tan diferentes. Creo que también el recital muestra cuán versátil puede ser el grand piano.
-En ese sentido, se supone que cada pieza demanda una preparación particular, más allá de que todas sean tocadas en un grand piano.
-Por lo general, hay varias etapas en el estudio de una pieza nueva. La primera etapa consiste, justamente, en conocerla, del mismo modo que cuando se tiene un primer encuentro con una persona y uno busca afinidades, las cosas de ella que le hablan a uno. Se trata, básicamente, de establecer una conexión personal entre el artista y el material musical. Y es este el primer momento: cuando uno encuentra esas cosas singulares que unen al pianista con la pieza. Esto será diferente para cada artista. Viene después la segunda etapa, en la que uno se mete realmente en la música y examina distintas grabaciones. Lo que se busca aquí es sondear estrategias para el estudio y ensanchar las posibilidades de la interpretación. Y entonces llega la siguiente fase, que es cuando uno la toca por primera vez. En esta etapa, al tocar en concierto, pueden producirse muchos cambios, porque la situación de actuar ante el público se parece muy poco a la de tocar para uno mismo, como cuando se estudia. Las cosas que uno descubre en el escenario al tocar por primera vez una pieza suelen ser muy notables, estimulantes. Las ejecuciones frecuentes me van dando más experiencia. Y hay todavía un caso más, que es cuando vuelve a una pieza después de varios años de no tocarla. Ésta podría ser otra etapa: recrear el programa con piezas que uno ya tocó, pero con una mirada nueva, pasado el tiempo. No me pasa con todas las piezas, pero sí con las Variaciones sobre un tema de Corelli, de Rachmaninov.
-La Sonata Hammerklavier, de Beethoven, es un mundo en sí mismo, y un mundo muy demandante. ¿Qué lo atrae de esa pieza?
-Creo que la Sonata Hammerklavier es un punto de inflexión para cualquier pianista. La complejidad de la obra es abrumadora. Y el tercer movimiento es probablemente mi preferido entre todos los movimientos lentos de la música de Beethoven. Si tuviera que dar una razón por la que me decidí a tocar esta sonata, diría que es por su Adagio. Es el único movimiento en el que yo siento que Beethoven hace algo que no hace casi nunca: mostrarse indefenso. Es sumamente íntimo este movimiento, y por eso mismo muy conmovedor. Es además el más extenso que haya escrito. Según el tempo que se elija, puede durar hasta 20 minutos. Es una suerte de meditación, un ensimismamiento en el que uno ve la lucha en el corazón de Beethoven.
-Liszt tocaba la Hammerklavier casi como si fuera una pieza sagrada, sin atreverse a modificar ni siquiera un matiz dinámico. ¿Qué libertades cree usted que admite esta sonata?
-La verdad es que no sabemos exactamente cómo la tocaba Liszt. Pero en sus cartas él dice que la ejecución de la obra llegaba a una hora, lo que indica que tocaba la sonata en un tempo mucho más lento que el indicado por Beethoven. Eso es lo bueno que tienen las grandes piezas de música: admiten lecturas y ejecuciones muy diferentes, están abiertas a interpretaciones casi opuestas. Beethoven tenía metrónomos que eran muy, muy rápidos, y, a juzgar por cómo la tocaba Liszt, todo era muchísimo más lento. Hay cantidad de grabaciones, y el arco de interpretaciones que uno descubre es enorme. En cierto modo, es una pieza muy interesante para cualquier pianista también porque los límites interpretativos son generosamente amplios, y la misión del ejecutante consiste en que su visión resulte convincente.
-¿Y qué visión es la suya? ¿Qué es para usted la Sonata Hammerklavier?
-¿Para mí? Diría que para mí es una sinfonía. Una sinfonía que tiene un efecto maravilloso en el piano.
Para agendar
Daniil Trifonov (piano), obras de Rameau, Rachmaninov, Mozart y Beethoven. Lunes 15 de julio, a las 20, en el Teatro Colón (Libertad 621).
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