Daniel Toro: “A mi se me curó el alma, no tengo broncas de cuando prohibieron mis canciones”
Este jueves se presentará en el Festival de Cine de Cosquín El Nombrador, la película que le rinde homenaje a esta figura de la música nativa
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La voz de Daniel Toro es un excelente testimonio sonoro de época. No porque haya sido un standard que replicó el sonido de muchas otras. En realidad, lo es porque, desde su gran personalidad, marcó una manera de cantar que dejó testimonio de los cambios en la música folklórica de finales de la década del sesenta. Fuerza y claridad canora, avidez por nuevos repertorios, inspiración para escribir melodías, talento para reunir su creación con la de buenos poetas y la gracia para conjugar en un mismo cancionero la obra romántica con la testimonial, que se hizo más fuerte en la primera mitad de la década del setenta. Entre la “Zamba para olvidarte” y “Cuando tenga la tierra” se puede encontrar un abanico de títulos en los que toda una generación se pudo sentir identificada. Especialmente aquella que veía en la música nativa un presente y, quizás, un futuro alternativo al de las nuevas olas. El Nombrador, la película que la cineasta Silvia Majul presentará este jueves en la apertura del Festival internacional de Cine Independiente de Cosquín, con acceso gratuito, tiene mucho que ver con todo esto, además de ser un homenaje a Daniel Toro, hilvanado por Daniela (una de sus hijas; son seis los hermanos Toro) y relatado por historiadores y músicos.
Nació en Salta, el 3 de enero de 1941. Fue, en su adolescencia, un cantor que participó en varios grupos folklóricos hasta que, luego de dejar Los Nombradores, comenzó una carrera solista. En 1966 llegó por primera vez al festival de Cosquín, y al año siguiente se llevó de ese mismo escenario el premio consagración del mayor encuentro musical del folklore. Con andar sencillo y de rostro delgado, paseó por el país su voz potente. Con los años llegaron a sus repertorio canciones que también renovaron el repertorio de muchos folkloristas. Su sociedad con algunos poetas dio grandes frutos, que se conocieron como “Para ir a buscarte”, “El antigal”, “Cuando tenga la tierra”, o la popularísima “Zamba para olvidarte”. Con trazo certero, así lo define el músico e investigador José Ceña, en un tramo del documental: “Es indiscutible que él es la representación de siglos de una cultura americana. Sin necesidad de que se ponga un poncho o agarre una guitarra”.
“Un día le dije [al autor, Julio Fontana] que tenía que escribir una zamba pero de la manera como hablan los porteños. Con los verbos que usan. Así salió la ‘Zamba para olvidarte’”, reflexiona Daniel Toro.
-Claro, un porteño como yo no le prestaría atención a eso. Pero, sin duda, un salteño habría usado otro pretérito. No habría dicho “No sé para qué volviste”, sino “no sé para que has vuelto”. ¿Verdad? Porque es una conjugación más habitual en el noroeste argentino que en el Río de la Plata.
-[Se ríe por el curso que toma ahora su añeja ocurrencia] A la gente solo le gustó la zamba. No sé si fue por mi voz, por las palabras o los versos. Pero sin duda es diferente. ¿Por qué la diferencia del habla? No lo sé. Sé que el porteño tiene una ciudad maravillosa, pero no tiene cerro. No tiene ese paisaje que te ayuda a vivir otro tipo de vida. Miré: “El antigal” y “Para ir a buscarte” fueron algunos de mis primeros temas. A “El antigal” le puse música sin saber qué quería decir la letra. Yo hasta ese momento, con todo el respeto que se merecen los otros músicos, estaba con zambas más viejas, pero no era lo que yo quería. Y esas canciones me convirtieron en un referente de una nueva forma de mostrar el folklore, con otro sentido. Al principio me enamoraron las palabras de “El antigal”. Mucho aprendí gracias a poetas como Ariel Petrocelli y Julio Fontana, que tenían otra forma de escribir.
-¿El trabajo con estos poetas fue algo buscado o se dio porque se tenía que dar?
-Creo que las cosas se dieron como se tenían que dar. Mi sueño era llegar a ser un gran músico y armar una orquesta, pero lo que más me gustaba era cantar. Cantaba, ganaba concursos. Yo quería estudiar música pero no me daba el cuero, no tenía plata. Pero le agradezco a Dios y a la gente por lo que hice. Todo tiene que ver con todo. Dios es un todo, en la inmensidad, en el macrocosmos. En un momento me interesé en la mecánica de lo cuántico. Así lo amo a Dios y no me gusta la gente que dice “no creo en nada”. ¿Para qué vivimos si no creemos en nada? Y nada se pierde, todo se transforma. Así es el universo, infinito e interminable. El amor puede estar en todo. Se puede poner amor hasta para cantarle a una mesa porque a esa mesa vieja estuviste sentado con gente que amaste. Todo eso aprendí. Se puede amar, se puede odiar, pero yo no sé odiar.
Daniel Toro habla con su voz gastada. Esa marca imborrable que le dejó hace varias década el cáncer que atacó sus cuerdas vocales. Afortunadamente, solo le llevó su claridad vocal, pero no le quitó la vida, aunque más de una vez ha dicho (pruebas de esto hay en la película de Silvia Majul) que le ha quitado el alma. Los años, quizá, lo han hecho olvidar varias prohibiciones que ha tenido en su vida. La del cáncer, que no le ha permitido cantar como lo hacía antes. O la de la última dictadura militar, porque sus canciones eran inconvenientes para aquel régimen (títulos como ”Cuando tenga la tierra”, por ejemplo). “Hasta la iglesia se enojó con mis canciones”, recuerda. Y lo dice por temas como “Cristo americano” o “Las coplas del niño Jesús”, escritos por el singular poeta Ariel Petrocelli. Claro que, pasados los años, le quita literalidad al asunto, sin dejar de justificar sus dichos. “Un día le dije a Ariel, cuando vimos una foto del Che: mirá, parece un cristo. Porque yo creo que al Che lo traicionaron”. Pero más allá de esto, el Cristo americano hoy abarca también a los héroes de Malvinas.
-¿En momentos difíciles no sintió odio o rencor?
-No. Vengo de muy abajo. No tenía una cultura para poder pensar como lo hago ahora. No llegué a tener odio ni bronca. Sí hay cosas del maldito proceso que han hecho quedar mal a todos los militares. Nunca le tuve bronca a los militares, que fueron creados para defender al pueblo. El problema fueron los milicos del proceso. Milicos con tono disonante. Tengo recuerdos lamentables, incluso antes de tener la edad para hacer el servicio militar.
- Y luego del cáncer que lo dejó sin poder cantar, al menos como lo hacía antes, ¿tuvo que curar el alma?
-Sí. Es buena esa imagen. A mi se me curó el alma. No tengo broncas, lo mismo cuando prohibieron mis canciones. Lo acepté como algo que tenía que pasar. Aunque jamás voy a perdonar lo que hicieron en Malvinas. Pero la historia te lo muestra constantemente. No es ninguna novedad lo que digo. Dios me hace sentir que todo pasa. No soy más que una semilla. También es importante la idea de patriotismo. La palabra patriota es hermosa. Patriotero no. Y me preocupan las cosas que van a terminar con el hombre. Quizás tenga que comenzar de nuevo, con una nueva semilla. Y un argentino nuevo. No sé si lo veremos, pero ese es mi deseo.
-En cuestiones de tiempo, ¿cómo lo tratan los 80 que cumplió en enero?
-No muy bien pero tampoco tan mal. Hay mucha gente que me conoce, tengo amigos, tengo a mi familia. Debe ser que algo hice.
-Seguramente, no a cualquiera le regalan una película al cumplir 80, que justo se estrena en Cosquín, lugar donde usted se consagró como cantor.
-Sí. Se lo debo a Silvia Majul, que hace rato quería hacer esta película, y a mi hija [Daniela], que trabajó mucho para conseguir el material. Antes que nada, es un documental. Tengo 80 y canto desde los 12. Pero no me van a ver hablar mucho. Lo de Cosquín, el estreno allá, fue algo casual. Pero es una manera, visto así, de cerrar un círculo.
84 minutos de folklore
El Nombrador, una película sobre Daniel Toro tiene momentos inesperados, como un viejo video donde se ve a un joven Miguel Abuelo, cantando “El antigal” en un local de música porteño. También otro, producido para esta película, que es el testimonio del cantante de Divididos, Ricardo Mollo, no hablado sino cantado, a través de una versión de “Cuando tenga la tierra”, en compañía de Nadia Larcher. Además, se escucharán los testimonios de varios de los hijos de Toro y de artistas consagrados, como Teresa Parodi, Víctor Heredia, Abel Pintos y Diego Torres. En el relato siempre estará Daniela Toro: “Me sentí muy movilizada -dice-. Encontré que la obra de papi es ecléctica y conmueve a artistas de todos los géneros musicales. En el momento que me toca entrevistar a papá para mi es el más emocionante de la película. Sus recitados y su sabiduría me conmueven, y más allá de la relación de amor padre-hija siento admiración y respeto por el gran artista que es y el legado que nos deja. Creo que la película es un homenaje en vida necesario, que él puede vivenciar y disfrutar. Porque puede devolverle en amor y respeto todo lo que brindó”.
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