Daniel Melingo: "Necesitábamos parar un poco; la humanidad estaba yendo a demasiada velocidad"
"El Linyera sueña con una melodía que nunca escuchó, una isla y una persona -no puede distinguir si es hombre o mujer- de espaldas, que deja traslucir el mango de un instrumento de cuerda. Se levanta poseído por esas imágenes aún difusas pero poderosas. Camina por la calle. Se cruza con un adivino que habla de navegantes. A lo largo de las horas intenta reconstruir el sueño. Por momentos, esa melodía lo abandona. Y todo se derrumba. Un amigo le pide si lo acompaña a la biblioteca. El Linyera acepta. De un libro que toma al azar se cae un mapa que muestra los mares". Así empieza la sinopsis de la ópera de cámara que escribió Daniel Melingo para montar como espectáculo itinerante y pasear por el mundo una vez que termine el aislamiento por la pandemia de coronavirus.
El Linyera es un personaje clave en la narrativa de este músico talentoso, explorador y andariego que fue un protagonista importante de la efervescencia cultural porteña de los 80, como parte de Los Abuelos de la Nada y Los Twist, y desde hace unos cuantos años viene diversificando sus búsquedas estéticas, ampliándolas a los terrenos del tango y la música rebética, un estilo tradicional griego que siempre fue patrimonio de los desclasados y en el que Melingo encontró un lazo de identidad.
Ese personaje trashumante y cargado de relatos legendarios que interpreta en una saga discográfico-teatral iniciada en 2014 con Linyera y continuada con Anda (2016) y el flamante Oasis (2020), tiene una historia novelesca: de bebé fue abandonado en un conventillo de La Boca, fue criado por una prostituta y creció en ese barrio bajo, entre lupanares, compadritos y rufianes. Su espíritu libertario lo transformó en mito, y compartió aventuras y desventuras con otros especímenes tan singulares como él, encarnados en esta ficción casquivana por el italiano -nacido ocasionalmente en Alemania- Vinicio Capossela (El Cafishio Cocoliche), El 7 Vidas (Andrés Calamaro), El Malevo Noy/La Chamana (Fernando Noy) y Henry, el Adivino (Enrique Symns).
El nuevo disco de Melingo es una invitación a un viaje exótico en el que la imaginación juega de nuevo un rol fundamental. Un viaje por el que deambulan los fantasmas de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y los poetas beatnik. Pero no por eso se trata de una obra evasiva. Por el contrario, su discurso conecta a la perfección con la realidad de un mundo desquiciado y recargado de injusticias e inequidades. Rebelde por naturaleza, Melingo inventó un un alter ego que responde a sus instintos y olfatea la poesía de la calle. Lo acompañan en su periplo otros tripulantes: Miguel Zavaleta, María Celeste Torre, Juan Pablo Gallardo, Stefanie Ringes (su socia en el proyecto Lions in Love) y su hijo Félix. Y una banda integrada por Muhhamad Habibi (guitarra), Juan Ravioli (bajo y samples), Gómez Casa (batería y samples), Matías Rubino (bandoneón), además de los invitados especiales Baltasar Comotto (guitarra) y Patán Vidal (piano), más el coproductor, Oliverio Sofía.
"Con este álbum cierro una trilogía y, al mismo tiempo, abro una nueva puerta a la narrativa que vengo desarrollando desde Linyera -cuenta el experimentado músico-. Aparece una historia cuyo disparador es un sueño con una mujer de espaldas tocando un instrumento de cuerdas. Ese es el disparador de las aventuras y las desventuras de este linyera en busca del origen de ese sueño. La música de este disco forma parte de una ópera audiovisual que estoy terminando. En los shows habrá algunos personajes en escena y otros que aparecerán en una pantalla".
—¿Dónde encontrás fuentes de inspiración para tu obra?
—Me voy encontrando con las canciones a medida que voy grabando. Siempre empiezo sin tener muy claro adónde estoy yendo. Esa es mi metodología. Es la misma búsqueda la que me termina llevando a los lugares a los que llego. Creo que la heterodoxia de mi música refleja ese camino de investigación sobre diferentes ritmos y diferentes géneros. Siempre intentando que no sea un pastiche, que tenga una coherencia, está claro. Y esa heterodoxia musical está sostenida por la historia del linyera, que sale a la búsqueda de sus orígenes. Esta vez trabajé toda esta idea con Rodolfo Palacios, periodista y escritor. Le comenté una experiencia que tuve en 1985, cuando grabamos con Los Twist el tema "La cueva de Alí" para el disco La máquina del tiempo. Una mañana me desperté con una melodía en la cabeza. Apareció en un sueño y me quedó grabada. La transcribí esa misma mañana al piano y salió esa canción, que de alguna manera disparó toda la historia de mis orígenes griegos que me llevó a la música rebética y de la que hasta ahí no tenía idea.
—¿Qué es lo que más te identifica con la figura del linyera?
—Soy una persona nómada, gnóstica y anarquista. La figura del linyera me refleja perfectamente, me representa. Hay muchas maneras de ser nómada, sobre todo en lo que respecta al viaje intelectual. El camino es un poco hacia adentro. Es bueno tener una mirada interior, y con el ruido del mundo no es tan fácil lograrla. Ahora, con esta pandemia, hay un silencio abismal en la calle, como nunca hubo antes, quizás. De hecho, están volviendo los delfines al Mediterráneo, se está asentando el agua en Venecia. Necesitábamos parar un poco, evidentemente. La humanidad estaba yendo a demasiada velocidad.
—¿Te considerás más compositor que intérprete?
—Lo que más me interesa, efectivamente, es la investigación y la composición. La interpretación es algo que voy aprendiendo a medida que acumulo experiencia. No soy un cantor natural, tuve que tomar clases y aprender a interpretar, a proyectar la voz. Igual que cualquier instrumento, la voz requiere de una técnica. Tampoco soy un instrumentista natural. A mí me interesa particularmente el terreno de la creación, y para eso se puede tener talento o no. No hay una técnica que incentive la creación.
—Tu recorrido artístico ha sido muy heterodoxo. ¿Cómo imaginás el futuro?
—Para mí, el futuro es el recuerdo del pasado. De alguna manera siempre estoy mirando hacia adelante. Y eso se refleja en mi obra. Una gran motivación en mi trabajo es ir dejando de lado el pasado, a pesar de que tengo conciencia de que está en el bagaje inevitable que uno lleva. Pero siempre estoy pensando en lo nuevo.
—Hace rato que trabajás con algunos músicos que te acompañan en tu proyecto solista. ¿Cómo es ese trabajo colectivo, cómo se toman las decisiones?
—Es un proyecto solista, pero la participación de gente como Muhhamed Habibi y Juan Ravioli es muy activa. Son colaboradores y coproductores de esta aventura en la que estoy embarcado hace años. Cada uno aporta muchísimo con su propio arte.
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