Daniel Melingo: "Es nuestro deber resignificar el tango, porque es nuestro lenguaje"
El linyera (2014), Andá (2016) y el futuro álbum de Daniel Melingo,Oasis (2020) forman una trilogía que terminó de definir un concepto artístico capaz de sintetizarlo todo: el rock, el jazz, los folclores del mundo, la chanson francesa, la música académica y el tango. El Daniel Melingo que sube al escenario como un linyera aristocrático de los arrabales del mundo; vampiro nocturno que atravesó los ochenta con Los Abuelos de la Nada, Los Twist y Charly García; intérprete maldito que recuerda a Nike Cave, Serge Gainsbourg, Tom Waitts y Paolo Conte; un Frankenstein de original invención.
"El linyera es un personaje que me permite ir de un lado a otro con ese imaginario que vengo desarrollando en las últimas décadas. Es un personaje solitario, trashumante, que no se queda quieto y me ayuda a recorrer todo este arco de músicas y estéticas. Es como un alter ego con una ideología con la cual me identifico. Le voy dando forma de adentro y de afuera a ese muñeco, enriqueciéndolo con muchas cosas que aprendí en estos años", cuenta el hombre detrás de ese performer teatral que mueve los hilos sobre el escenario.
El imaginario onírico que sale de su cabeza y esos largos procesos de producción en los estudios de grabación podrían funcionar como la banda de sonido de Federico Fellini o disparar la idea de un próximo personaje de una película de Luis Ortega. "A partir de las bandas de sonido me fui relacionando con directores que me escribieron papeles a medida. Mi personaje fue inspirando a los directores. Nunca hice un casting. Soy un poco descarado", confiesa.
El músico, autor, compositor y actor-performer construye todo un ecléctico universo retro a su alrededor, donde se funden Miguel Abuelo, Atahualpa Yupanqui, Edmundo Rivero, la oscuridad de los ochenta, El Eternauta, la movida española, el cine, el anarquismo, Borges y la psicodelia. "Me paro sobre la psicodelia porque eso me permite extender mi mundo y sorprenderme".
Hasta el domingo 6 de octubre se desarrollará en el CCK una semana de música, poesía y cine, alrededor de este singular Universo Melingo. Habrá conciertos con el grupo eléctrico con el que grabó su nuevo disco, Oasis. También se proyectarán sus películas: Lulú, de Luis Ortega, y Su realidad, de Mariano Galperín. Dentro de las actividades en que participarán como invitados Isabel de Sebastián, Fernando Noy y Pichón Baldinú (encargado de la puesta escénica), habrá un encuentro con Luis Alposta, el poeta que hizo dupla con Enrique Cadícamo y Rosita Quiroga, y con quien compuso más de veinte canciones. "Él tiene 82 años y yo, 62. Vamos a celebrar veinte años de amistad y componer juntos. Repasaremos la historia de esas canciones, donde lo acompañaré con una guitarra", cuenta entusiasmado.
–¿No sos joven para una retrospectiva?
–Es verdad, es como si estuviera un poco en los cuarteles de invierno y me dedicara a ver el pasado. Por un lado me da un poco de pudor, pero por otro lado me gana la alegría de poder mostrar en diferentes formatos mi obra autoral de más de cuarenta años. Tuve un poco abandonado al público de Buenos Aires por las giras, y poder en un mismo recinto y con diferentes formatos hacer una retrospectiva de mi repertorio es un sueño.
–¿El Melingo de hoy es un poco la síntesis de todos esos caminos musicales que convergen en este personaje o alter ego que aparece en el escenario?
–Creo que después de un recorrido importante de más de cuarenta años llego como a esta síntesis estética de todos los elementos y géneros que laburé a lo largo de mi carrera como autor, compositor, arreglador y productor.
–¿Qué reúne este universo?
–Es un imaginario bastante amplio. De hecho, en el último álbum, que saldrá en abril, agrupo distintos puntos de vista estéticos, tanto la orquesta y la banda eléctrica como el sonido electrónico, los sonidos orgánicos y las composiciones que van de un ritmo a otro. Todo está aglutinado por un argumento que se va narrando con las canciones.
–Ese argumento se termina de plasmar en vivo de alguna manera.
–Mi música dispara muchas imágenes y el histrionismo de la performance ayuda a construir esa fantasía. Me gusta el contraste. Crear una suerte de reacción entre la música y las actitudes mías que podrían ser incoherentes con respecto a la música. Todos me vienen a decir: ¿quién te hace la coreografía? Solo tengo determinados movimientos y voy actuando un poco libremente en un terreno que conozco que es la música, pero improvisando con la gestualidad. Eso da un resultado curioso que es lo que conforma mi performance en vivo.
–Hay una cuestión con la palabra tango que tiene toda una carga simbólica. ¿De alguna manera buscás expandir los límites de ese universo?
–Son muchos los años que tiene el tango, es más de un siglo que lleva acá y permite muchas lecturas. Son como nuestros evangelios y es nuestro deber poder resignificar el tango, porque es nuestro lenguaje, el que más nos identifica afuera por lejos. La palabra tango es un paraguas que nos puede cubrir y resguardar. Es todo lo que somos y al mismo tiempo nos permite darle forma a nuestra voluntad y antojo, con total libertad.
–¿Cómo ves hoy en retrospectiva aquel primer trabajo Tangos bajos, que inició toda esta etapa solista?
–Fue mi trampolín al vacío, donde me lancé con los ojos vendados. Empezó como un experimento en el estudio, de la mano de Fernando Samalea, que me propuso grabar una serie de canciones que yo cantaba de entrecasa. Fue un disco que caminó solo de boca en boca y que me permitió empezar a girar por Europa tres o cuatro veces al año. Todo eso fue gracias a Tangos bajos.
–¿Fue como encontrar tu casa musical después de recorrer muchos géneros?
–Sí, por un lado fue mi regreso después de estar diez años viviendo afuera. Entonces vuelvo a Buenos Aires y empiezo a escribir tangos y tangos y tangos. Fue el inicio de toda esta etapa, como encontrar una puerta semiabierta, quizás el hallazgo más importante de mi búsqueda personal.
–¿Cómo se conecta ese mundo del tango con un tema tuyo como "Chalamán", que fue un clásico del rock de los ochenta cuando estabas en Los Abuelos de la Nada?
–Es un punto de partida mío, una canción que tiene casi 40 años y que nació en una banda llamada Ring Club, que era un grupo de teatro musical que le fascinó a Miguel Abuelo. Era una banda anterior a Los Abuelos de la Nada con la que hacíamos espectáculos con formato de sainete que se dividía en sketches y canciones. De esa época es "Chalamán", que Miguel (Abuelo) la escuchó en los ensayos con el grupo de teatro que hacíamos en casa. Con eso te quiero decir que ahí fue el inicio de todo lo que vino después.
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