El histórico mánager de Charly García y Mercedes Sosa y productor de los shows en el país de Madonna, Prince, Paul McCartney, U2 y los Rolling Stones es hoy el artífice de la muestra Imagine Van Gogh; esta a punto de publicar su autobiografía, Te amo, te odio, dame más
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Para algunos Daniel Grinbank es el productor que propició la llegada de las grandes estrellas del rock y del pop al país a partir de los años 90 (desde Prince, Madonna y Paul McCartney hasta Guns N´Roses, U2 y los Rolling Stones). El que organizó festivales multitudinarios (Rock & Pop, Derby Rock y el cierre de la gira en apoyo de Amnesty International). El que fue representante artístico de Charly García y Mercedes Sosa y creó el sello discográfico DG Records. Para otros, Grinbank es el artífice de una manera distinta de hacer radio, que comenzó cuando concibió la FM Rock & Pop (y continuó con las emisoras Kabul, La Metro y Aspen). Y para un tercer grupo es el factótum de las versiones locales de los grandes musicales de Broadway, que dominaron la avenida Corrientes de 1998 a 2010: La bella y la bestia, Los Miserables, Chicago y Sweet Charity.
Ahora, y luego de años donde cultivó el bajo perfil, vuelve a ser noticia por haber dado un paso más en su carrera, al generar el desembarco de Imagine Van Gogh, la primera exposición inmersiva en llegar a la Argentina, dedicada obviamente al genial artista holandés, que bate récords de asistencia y que, por eso, extenderá su permanencia en La Rural hasta el 20 de junio. De esta manera, Grinbank vuelve a ampliar el horizonte de sus intereses, hasta ahora siempre dentro del marco artístico, aunque también le apasionan y mucho otros temas. Por empezar, la política, en la que supo participar como activo militante de los derechos humanos. “Hoy no sólo pienso en qué país quisiera dejarles a mis hijos (Federico, de su primer matrimonio, y Stephanie, la benjamina de la familia, que adoptó en Haití hace ya 11 años junto a su actual pareja, la actriz Andrea Pietra) sino, como alguien preocupado por el medio ambiente, qué mundo terminarán heredando”.
El empresario dice que es consciente que su generación –la que tenía los valores de los años 60, los de Woodstoock y los de la transformación social- “ha fracasado en muchos aspectos”, admite. “Hoy vivimos en sociedades donde las derechas crecen de manera impresionante y existe una gran confusión entre el individualismo y la libertad. Y ni que hablar del nivel de la discriminación reinante. En ese sentido tener una hija negra me llevó a profundizar mucho más sobre la historia del racismo y me hizo comprender que todo lo sucedido hacia el final del gobierno de Donald Trump (cuando la policía mató brutalmente a un hombre afroamericano y aumentaron las tensiones raciales y los disturbios) no debe volver a repetirse jamás, ni en Estados Unidos ni en cualquier otro lugar del mundo”.
De todo eso, es decir de su pasado, presente y futuro, Grinbank habló con LA NACION. Asimismo, adelantó en exclusiva los episodios más sobresalientes de su autobiografía, que será publicada este año por Editorial Planeta y que se titulará Te amo, te odio, damé más, (frase incluida en el tema “Peperina”, de Serú Girán, la banda de rock de la que supo ser manager).
–¿La muestra sobre Vincent Van Gogh significa un cambio de rumbo en tu carrera de productor o se trata de una excepción?
–No, no es un cambio de rumbo. Seguiremos produciendo espectáculos y shows. De hecho acabamos de anunciar la presentación del violinista David Garrett (el 12 de octubre en el Movistar Arena), y estamos trayendo a Pica Pica, que es un producto infantil español (con funciones del 17 al 20 de junio en el Teatro Coliseo). Así que sí, seguiremos con lo que era convencional en nuestra empresa. Pero ahora tenemos tres nuevas áreas a las que les estamos poniendo toda la energía: la de exhibiciones y muestras de todo tipo, no sólo de pintores, ya que ambicionamos traer, por ejemplo, una dedicada a Harry Potter; la de producción de audiovisuales, por la cual ya firmamos contratos con un par de plataformas (Disney+ y Paramount+) para el año próximo y el siguiente, y abrimos una división de management y de producción de música latina para Estados Unidos y Europa. O sea, representaremos a artistas locales con proyección internacional y produciremos recitales y festivales con ellos en el exterior.
–Es una forma de volver a las fuentes, ¿no?, porque vos empezaste profesionalmente como representante.
–Sí, tiene mucho que ver con mis comienzos, con la salvedad de que hoy lo hago con una mirada mucho más internacional, obviamente por los cambios que se han producido en estos tiempos y por las posibilidades que hoy brinda el mundo digital. Ahora mi mirada es mucho más internacional que hace 40 años, cuando era manager. Vamos a tener muchos artistas ya consagrados y otros en vía de desarrollo, pero siempre con potencial internacional. Eso los va a distinguir a todos.
–¿Ya terminaste de escribir tu autobiografía?
–Estaba completamente escrita, pero decidí sumarle un capítulo, el número 23, sobre la muestra de Van Gogh, por eso se retrasó su edición. Y también porque a último momento decidí cambiar el final de algunos capítulos. ¿Por qué? Porque cuando escribí el libro, durante la pandemia, tenía ciertas presunciones optimistas que finalmente no se cumplieron o salieron mal. Yo tenía expectativas, ilusas posiblemente, de que íbamos a salir mejorados de todo esto, de que íbamos a entender que necesitamos un mundo mejor, que las fronteras son cada vez más virtuales y lo que pasa de repente con un bicho en una ciudad desconocida de China luego tiene incidencia en el resto del mundo. Pensé que se iba a mantener vigente la importancia de la medicina pública y que se iba a comprender la necesidad de una mejor distribución de la vivienda, ya que una familia hacinada no puede cumplir con el distanciamiento social. En fin, pensé que la pandemia iba a dejar una enseñanza en el mundo y que iba a primar la solidaridad. Me equivoqué. Hoy prima la concentración económica y de la pandemia pasamos a una guerra que no sabemos cómo va a terminar.
–¿Hasta donde te remontás? ¿A tus comienzos de disc jockey?
–En el libro está toda mi vida, y en cuanto a lo profesional arranca con mi viaje a Estados Unidos, en los 70, para conocer a mi tío Harold Cohen, que era productor de Frank Zappa y Alice Cooper. Por él, ya siendo disc jockey, me vuelco a la producción. Desde entonces me he dedicado siempre con devoción y amor a lo que me gusta, a dos actividades que si tienen algo que las mancomuna y es una constante, es la dinámica de cambio. Me refiero a los medios de comunicación y a la producción de eventos culturales. En el medio he tratado, incluso con la contratación de un personal más joven, de transformar mi mente analógica en una digital; con los pro y contras que eso significa, porque no digo que todo lo nuevo sea mejor, ¿eh? Hoy, por ejemplo, hay más información pero menos ideas.
–¿Siempre te propusiste ser el número uno?
–No sé si el número uno, pero sí el primero. Siempre me gustó apostar a lo que no había. Cuando no había producciones internacionales me gustó ser productor internacional; cuando no había FM, entonces aposté a ese tipo de radios; y ahora, cuando no hay exposiciones inmersivas, voy hacia eso. Me gusta ser el primero porque genera oportunidades distintas. Vos fijate que hoy, después del éxito de la muestra de Van Gogh, hay infinidad de promotores argentinos buscando exhibiciones de arte por el mundo para traer acá. No digo que me copian, pero... Lo que todos tienen que saber es que lo mío no es un golpe de suerte, yo vivo estudiando y observando lo que sucede a nivel cultural en todo el mundo. Tal vez yo también copié, pero a otro nivel. Estoy más cerca de ser Bob Esponja que un gran creador.
–¿Qué espacio le brindás en el libro a eventos antológicos como, por ejemplo, el Festival Rock & Pop, de 1985; el concierto de Amnesty International, de 1988; el criticado recital de Prince, de 1991; el primer concierto de Madonna, de 1993; los de U2, de 1998, 2006, 2011 y 2017 y, por supuesto, los de los Rolling Stones, de 1995, 1998, 2006 y 2016?
–Traté de que el libro fuese lo menos Wikipedia posible. ¿Qué quiero decir con esto? Que quizás no encuentres en él eventos que fueron muy importantes pero de los que yo no tengo mucho para agregar, más allá de lo que aparece en esa enciclopedia. En cambio, por ejemplo, me focalicé en la etapa de desarrollo de artistas en los 80, cuando manejé las carreras de Charly García, Los Abuelos de la Nada, GIT y Nito Mestre, que tiene un anecdotario muy fuerte. También en la primera venida al país de los Guns N’ Roses, que fue muy colorida, y en el malogrado recital de Prince, del que aún se sigue hablando.
–De aquel recital de Prince se dijo que duró poco porque no le pagaste lo suficiente. ¿Qué hubo de cierto?
–De ninguna manera fue así, aprovecho la ocasión para desmentirlo. Es como si un artista funcionara como un taxi y cobrara por cada tema a medida que van cayendo las fichas. No, el vino por un cachet fijo y yo se lo pagué enteramente. Lo que especifico en el libro, y que nadie sabe, es la razón por la que tocó tan poco.
–¿Y cuál fue?
–Porque quería terminar pronto para irse a una fiesta, una fiesta que estaba programada para celebrar su presencia en la Argentina. Pero yo me enojé porque se marchó antes del recital y se la cancelé. Es verdad que había llegado a cumplir con los 60 minutos de show estipulados por contrato, pero todos suelen actuar más y dejan satisfechos al público. De hecho él llegó a tocar tres horas en la prueba de sonido y te juro que ese fue uno de los mejores shows que vi en toda mi vida. Pero, claro, a ese momento sublime asistimos unos pocos. El público debió contentarse con lo que vino después. Evidentemente de esa prueba de sonido descomunal quedó cansado y luego se quiso ir rápido a la fiesta. Después nadie se animaba a decirle que yo había cancelado la fiesta, y como era un lunes de enero y todo estaba cerrado no sabían a dónde llevarlo. Terminaron todos en el único lugar abierto: un cabaret. Y como él era un ícono sexual terminó rodeado de todas las chicas que trabajaban ahí más los integrantes del jet local que querían conocerlo y entonces la fiesta terminó siendo una de las más bizarras de la historia del rock local. Y Prince nunca se enteró que esa no era la fiesta oficial.
–¿El mayor hito de tu carrera fue el recital gratuito de los Rolling Stones, que produjiste para dos millones de personas en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, el 8 de febrero de 2006?
–En algún aspecto sí. Pero para mí también tuvo un sabor muy grande la primera vez que logré que vinieran a la Argentina. Y, más cerca en el tiempo, la satisfacción de lo que ocurrió con el fenómeno Violetta en Europa, y escuchar cantar los temas en castellano tanto en Polonia como en Hungría. Si bien se trataba de una franquicia de Disney muy instalada, para mí fue un orgullo llevar un producto argentino de tal magnitud al exterior. Por supuesto que la primera vez que llené un Obras con una banda local fue muy gratificante, porque en ese momento no pensaba que alguna vez podría llegar a abarrotar cinco River con los Rolling, como luego hice. Desde mi primer recital en algún horario marginal, ponele un viernes de trasnoche o un sábado a la mañana, como fue al principio del rock nacional, hasta hoy, la vara de la exigencia y de la satisfacción fue subiendo y subiendo. Pero esos pequeños logros por supuesto que también tuvieron su encanto.
–Fuiste representante de Charly García, Mercedes Sosa y Celeste Carballo, entre varios artistas. ¿Qué recuerdos tenés de ellos?
–Son variados. Pero haber trabajado con ellos fue parte, sin dudas, de un gran aprendizaje. Nunca hubiera llegado a mi etapa internacional si no hubiese pasado, antes, por una nacional. Y cuando digo variados me refiero tanto a lo personal como a la dimensión artística. La vuelta de Mercedes Sosa en febrero del 82, que propicié, tiene un sabor maravilloso. Los recitales que le produje en el Teatro Opera fueron históricos y significaron el final de su exilio.
–La dictadura aún no había finalizado. ¿Sentiste miedo en algún momento?
–Sí, tuve mucho miedo porque teníamos amenazas de bombas todo el tiempo. Yo estaba con la certeza de que habíamos hecho el trabajo previo preventivo con la brigada de antiexplosivos, y todo parecía bajo control, pero cada vez que nos llamaban para decirnos que nos habían puesto una bomba... ¡imaginate!
–Siendo un promotor de rock, ¿cómo te relacionaste con ella y decidiste producir los recitales que marcaron su regreso a la Argentina?
–Porque en los 70, cuando el rock tuvo una aproximación con el tango, yo empecé a trabajar también con Rodolfo Mederos, a instancias del grupo Alas, que yo manejaba y que solía incluir bandoneones en su música. Y Mederos tenía un recital organizado con Mercedes en el Teatro Premier de la avenida Corrientes. Fue ahí que la conocí. Ese recital no se pudo llevar a cabo, finalmente, porque hubo una amenaza de bomba. El paquete que se encontró en la sala no era un artefacto explosivo, pero ya eran tiempos de dictadura y no dio para arriesgarnos. Entonces La Negra supo que tenía que irse del país, pero antes me dijo: “Yo algún día voy a volver a la Argentina y vos vas a ser mi productor”. Después, cada vez que viajaba a España, me encontraba con ella y fui viendo su evolución musical: luego de su aproximación a la Nueva Trova Cubana y al Tropicalismo brasileño, se la veía muy interesada, aún a la distancia, en el rock nacional. Y con el soul y el rock internacional también. Siempre que iba a su casa, en Madrid, la encontraba escuchando a Stevie Wonder y un día, disfrutando de Yellow Sumbarine de los Beatles, me confesó: “Qué tonta fui, de lo que me perdí en su momento por los prejuicios”. Ella había adquirido una gran información universal por su hijo y por vivir en Europa. Por eso, cuando generamos su vuelta, la idea fue abarcar varios géneros musicales, no sólo circunscribirnos al folklore. Esos recitales fueron sin dudas un innegable hecho político, una gesta de resistencia, pero reivindico que lo político no se devoró lo artístico. Por eso el álbum doble, donde todo quedó plasmado, y que hace poco volvió a salir en vinilo, sigue siendo muy respetado.
–Pasando a otro de tus ex representados, ¿la relación con Charly siempre fue de amor y odio? De vos llegó a decir: “Tiene un auto tapizado con la piel de los músicos”.
–Yo tuve una relación muy estrecha con Charly, pero hoy no tengo ninguna. ¿Sabés lo que pasa? El manager, sobre todo en esa época, era el malo, el que siempre tenía que poner la cara para las cosas feas. Es parte del juego y lo tenés que aceptar. El tema es que a veces los artistas no lo comprenden. La relación entre un manager y un artista es como la de un matrimonio, y tiene sus altas y bajas, y en algún momento de calentura podés tener exabruptos. Sé que él llegó a decir que yo era un mercenario, pero tengo la conciencia bien tranquila de que no fue así. Yo simplemente soy un empresario que busca rentabilidad y que desarrolla honestamente su actividad. Soy consciente de que trabajar con Charly fue hacerlo con uno de los genios más grandes de la música popular argentina de todos los tiempos, pero no soy un mecenas ni el secretario de lujo de ningún artista. Con él viví experiencias extraordinarias. Charly fue un tipo de avanzada, que recién fue comprendido bastante tiempo después.
–¿Por qué te llenó la oficina de graffittis?
–Cuando me pintó la oficina fue por celos, porque en ese entonces yo tenía otros artistas en la agencia a los que les iba mejor que a él y eso lo sintió como un abandono de mi parte, pero no era así. Hay que recordar que en esa época, cuando sacó Clics Modernos, en un primer momento el público más conservador no lo recibió bien. Y yo, de eso, obviamente no tuve la culpa. Por suerte hoy es considerado uno de sus mejores álbumes. A él le pasó lo que le suele suceder a todos los grandes artistas, que cambian antes que su público y por eso en un primer momento son incomprendidos. Le pasó a Mercedes Sosa, con el sector más conservador del folklore, cuando se interesó por el rock; y a Astor Piazzolla, cuando sufrió los embates del sector más talibán del tango.
–Una constante que también alcanzó a Van Gogh.
–Totalmente. Van Gogh murió recontra pobre e incomprendido, nunca vendió un cuadro y dependió de la caridad de su hermano Theo para sobrevivir. Sin embargo ahora, a tantos años de su muerte, es el pintor más famoso, mejor valuado y demandado a la hora de organizar muestras inmersivas como la mía. Esta, lamentablemente, es la paradoja que suele rodear la vida de todo genio creador adelantado a su época.
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