Daniel Drexler y las dos grandes coincidencias con su hermano Jorge: “Venimos de una casa donde estaba muy presente el rigor”
Esta noche, en el teatro Astros, el cantante presenta su nuevo disco, La voz de la Diosa Entropía; en una charla con LA NACION, habla de su amor por Buenos Aires y de su doble actividad como artista y como científico
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Algunos datos biográficos breves dirán que Daniel Drexler nació en 1969 en Montevideo, que es el tercer hijo de un matrimonio de otorrinolaringólogos, que vivió exiliado en Israel, que estudió música y guitarra con profesores tan variados como Amílcar Rodríguez o Esteban Klisich o que, mientras estaba ingresando a la Facultad de Medicina en los años 80 armaba su primera banda, La Trascaband. Y así fue siempre: de sus viajes de curiosidad juvenil por distintos lugares del mundo a retomar la universidad, de los trabajos para ganarse la vida por todas partes a las clases de guitarra, ya como profesor. De los talleres de composición en música popular con el musicólogo Coriún Aharonián a otra banda, La Caldera. De los discos –que a esta altura ya son varios- a un premio Gardel en Argentina. De su especialización en otorrinolaringología y neurociencia, las muy profundas investigaciones sobre hipoacusia y tínnitus con sus tramientos a un nuevo álbum que bautizó La voz de la Diosa Entropía, que estará presentando en el teatro Astros de Buenos Aires este jueves.
-¿Cómo conviven todos estos Drexler en la misma persona?
-Durante 25 años sentí que vivía en dos universos paralelos e irreconciliables. Desde fines de la adolescencia y hasta bien entrados los 30 años, pensaba que tenía que tomar una decisión a lo Hernán Cortés y quemar las naves. Por supuesto, yo creía que la nave que tenía que quemar era la científica y que me faltaba coraje. Mi destino más claro de chico era ser médico. Lo de la ciencia vino de regalo, de polizón en el barco. Y el otro polizón, que era como un rotwailler, era la música.
-Pero finalmente te decidiste por no quemar ninguna nave.
-Es que hace 20 años pensaba que la ciencia y la música ocupaban lugares diferentes en las personas; hoy digo exactamente lo opuesto. Hace falta muchísima intuición para ser científico, salvo que quieras ser un burócrata de la ciencia. Pero todos los científicos relevantes que le movieron la aguja a la historia eran tipos enormemente intuitivos: Einstein, Darwin, Newton; tipos que inicialmente no parecían tener ese destino. Es cierto que son fenómenos emergentes, pero no hay buena ciencia sin intuición, sin amor, sin búsqueda, sin creatividad. Como contraparte, no hay buen arte sin mucha disciplina y tesón. A partir de los 40 años empecé a entender que había un vínculo muy grande entre ambos mundos y que dialogaban entre sí. De hecho, de mis estudios en ciencia resultó un sistema de estimulación acústica durante el sueño que surgió en un estudio de grabación. Y ahora hice un disco que se llama La voz de la Diosa Entropía. Pero además, mis otros discos hablan de la incertidumbre, del vacío, de la modernidad líquida. Cada vez veo más parecidos a los dos campos. Iniciar un proyecto de investigación es muy parecido a grabar un disco, por la motivación que hay que tener atrás, por la confianza, por el amor.
-Aunque por supuesto tiene algo de renacentista, tu modo de hacer canciones deja traslucir mucho de lo que fueron las estéticas y las búsquedas del siglo XX. ¿Cómo lo ves?
-Yo me siento un tipo que está parado justo en la bisagra entre este siglo y el anterior. Y aunque a veces se crea lo contrario, no me parece que este siglo sea menos interesante. Estamos en una época en la que la aceleración exponencial de los cambios tecnológicos tiene un vértigo que la humanidad no conocía. Es cierto que si me pongo en el lugar puntual de esa revolución que significó el dodecafonismo en el siglo XX, o los análisis musicológicos sobre las músicas populares de Carlos Vega, podemos verlo equivocadamente. Pero simultáneamente, creo que también en la música están pasando cosas que nosotros mismos todavía no comprendemos. Es difícil sacar el enorme ruido blanco y mirar sin perspectiva histórica. O ver dónde están los Yupanqui, los Béla Bartók, los Luigi Nono de hoy. Vivimos una singularidad que no nos permite ver hacia dónde va la humanidad, pero sí sabemos que está cambiando a una velocidad que en sus 200.000 años previos al sapiens venía a paso de tortuga, que empezó a acelerarse en los últimos 300 y que en los últimos 20 el grado de esa aceleración se hizo brutal. Y creo a la vez que esos cambios tecnológicos inciden en la forma en que estamos creando, en que estamos pensando, en la forma en que funciona nuestro cerebro.
-¿Te gusta que te consideren cantautor o ya no te resulta cómodo ese rótulo?
-Por supuesto que tengo algo de ese modelo de artista. Daniel Viglietti fue prácticamente un tío mío que frecuentaba a mi familia. Fue un personaje formativo. Lo mismo con Zitarrosa, a quien no tuve la suerte de conocer personalmente. Nos criamos en ese paradigma del cantautor que implicaba una postura estética pero también una postura ideológica, con una utopía revolucionaria muy clara. Pero también entiendo que la vida es dinámica y que está bueno tener raíces para tener buenas flores pero que no hay quedarse solo con las raíces. A partir de la década del 90 empecé a sentirme muy incómodo con el colectivo del cantautor, sobre todo porque cuando iba para España me daba cuenta de que había, inclusive, un encasillamiento armónico, melódico y estético de lo que había que hacer como que me resultaba absolutamente asfixiante, muy conservador. Si yo encontrara a mis hijas haciendo canciones exactamente iguales a las que hago yo, me preocuparía; porque la biología es dinámica. Cómo voy a estar yo hablando el mismo lenguaje que una persona que vivió la década del 60, que escribía canciones de antes de que se cayera el Muro de Berlín. Me gusta que se note que tengo esa raíz: Viglietti, Zitarrosa, Buarque, Caetano, Lennon, Leonard Cohen. Y trato de adaptar eso a mi visión del mundo, de una persona que vio todas las transformaciones milagrosas de los últimos 20 años. Así que prefiero pensarme como un cancionista, alguien que hace canciones, que busca escribir las melodías a partir de la propia música del lenguaje, que trabaja para evitar el conflicto entre esas melodías y los textos.
-¿Qué tiene de particular tu nuevo disco, La voz de la Diosa Entropía?
-Hay una línea evolutiva en mis discos, una búsqueda para asumir riesgos. La voz… es un trabajo más económico. Tiene mucho más de arquitecto que los anteriores. Con el productor Fede Wolf hicimos todo de manera muy concienzuda, administrando muy bien los elementos. Pero tengo que decir también que este disco está centrado en un tema que me empezó a rondar la cabeza de manera obsesiva en los últimos cuatro o cinco años, que es la entropía. Entender que hay una gran corriente en todo el universo que lleva las cosas hacia el desorden, hacia el caos. Probablemente es la única ley científica en la que todos coinciden porque es atemporal. Una especie de diosa omnipotente y omnipresente contra la cual nosotros, como estructuras biológicas, vivimos para mantenernos ordenados. Es una lucha hermosa pero tan lógica como la del Quijote peleando contra los molinos de viento. Logramos generar determinados momentos de orden a nuestro alrededor que son los que nos permiten tener la vida con cierta felicidad, pero a la larga la entropía vence. La biología intenta generar estructuras de orden; nosotros mismos somos estructuras de orden complejo (los humanos, los animales, las plantas), pero que logran una victoria efímera que a la larga se termina desintegrando. Si no hacemos el esfuerzo por ordenar no tenemos forma de generar una vida feliz y si nos pasamos de rosca en el intento de ordenar luchamos contra una fuerza que es mucho más potente que nosotros y lo único que conseguimos es neurosis y sufrimiento.
-¿De dónde viene esta coincidencia en tu hermano Jorge y vos de combinar ciencia, medicina y música?
-Nos criamos juntos, en un mismo cuarto. Somos personas muy cercanas, muy queridas, con un vínculo que ha ido creciendo con los años. Venimos de una casa donde estaba muy presente el rigor. Mis padres eran ambos otorrinolaringólogos. Mis abuelos eran educadores. Mi tío era agrónomo. Y al mismo nos mandaban desde fines de noviembre hasta principios de marzo a La Paloma, a una casa que quedaba arriba de las rocas, donde convivíamos 9 primos. Ahí estaban Anita Prada, mi prima hermana, y mis otros hermanos y primos. Había una especie de contradicción semántica en la forma en que nos educaron. Por un lado el rigor y, por otro, tomarse el ocio creativo en serio. En esa casa, mi abuelo nos contaba muchos cuentos y se le daba mucha importancia al disfrute del tiempo, de la vida social, de la creatividad. Creo que en cierta medida, no solo con Jorge sino con mis otros hermanos, Paula y Diego, somos productos de esa aparente contradicción.
-¿Qué tiene la Argentina, y en particular Buenos Aires, para un uruguayo que sigue viniendo con mucho entusiasmo pese a que la ecuación económica cada vez les cierra menos?
-Que esta comunión de identidad de argentinos y uruguayos se haya expresado en dos entidades políticas diferentes es una carambola histórica absolutamente absurda. La propia declaración de la independencia de Uruguay habla de la reunificación de la Banda Oriental y las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los 33 orientales juntaron plata en la calle, en Buenos Aires, y con esa colecta se hizo la revolución libertadora. Es dificilísimo encontrar diferencias y permanentemente se lo digo a los uruguayos. Es verdad que las hay en el manejo político y para nosotros es difícil entender todo el fenómeno argentino. Nosotros tendemos a ser más ateos; Uruguay es el país más ateo del mundo. Por lo demás, somos iguales. Y yo siento a Buenos Aires de la misma manera que la siente un rosarino. Hay una gran megalópolis regional y ciudades que están relacionadas con esa megalópolis. Y te diría que los montevideanos hasta estamos más cerca de Buenos Aires que los rosarinos, quizá. Ni que hablar de un jujeño, un tucumano o un correntino. Es como si fuera la misma ciudad separada por un río exagerado. Tenemos un Sena de 180 kilómetros. En Montevideo se vive mejor, más relajados, con verde, playa, pero carecés de todo el motor cultural. Yo había empezado a vivir prácticamente entre las dos ciudades. Grabé el tercer disco totalmente en Argentina. Y desde ahí no hay un solo disco, inclusive este último, que no tenga una parte hecha en Buenos Aires. Cuando vino la pandemia y tuve que quedarme dos años enteros sin cruzar el Río de la Plata sentí hasta qué punto Buenos Aires era parte de la ecuación vital que me hacía feliz. Me encanta Montevideo pero sin Buenos Aires enfrente se transforma en una isla en el medio del océano. Así que yo cruzo, pongo los dedos en el enchufe, estoy hasta que me harto y me vengo de vuelta a mi balneario hermoso, a mi casa a dos cuadras de la arena.
-¿Tenés sentimiento futbolero?
-Mucho, pero mi equipo, Peñarol, está pasando por una etapa tan espantosa que cada vez estoy más fan de la Selección.
Daniel Drexler. Hoy, a las 20.30, en el Teatro Astros, Corrientes 746. Entradas en EntradaUno.
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