Daniel Drexler: "Soy supercaótico y obsesivo para componer"
El uruguayo lanzó este año su quinto disco, Mar abierto, un diario de viaje ?con sonidos rioplatenses y brasileños
Anda por la vida con la guitarra a cuestas y una sonrisa honesta, algo tímida, dibujada en el rostro. Dice ser un hombre "de maduración tardía", pero asegura que, como a todos, tarde o temprano, la vida le mostró el camino... Y él lo supo seguir.
Luego de mucho andar, Daniel Drexler, ese chico uruguayo que pasaba sus veranos en una mágica casa del balneario La Paloma, junto con su hermano Jorge y otros entrañables secuaces, presenta su quinto disco. Lleva el nombre de Mar abierto y es una suerte de diario de viaje musical en el que se plasman sonidos y poéticas rioplatenses y brasileñas. En una de sus tantas estadías en Buenos Aires (para él, una extensión de su Montevideo natal), el músico conversó con LA NACION sobre este nuevo álbum, sobre su relación con su hermano Jorge, y sobre sus rituales a la hora de componer.
–¿Por qué Mar abierto?
–Este disco parte de esa sensación de que la realidad es cada vez más incierta, una especie de realidad líquida. A mí las superficies líquidas me evocan, en primera instancia, placer y una sensación de inmensidad. La idea que hay atrás de todo esto es que en el mar la peor manera de estar es asustarte y la mejor manera de estar es dejarte fluir.
-¿Por qué decidiste recordar a un amigo de la adolescencia en una de las canciones del disco?
-Sheiko era un queridísimo amigo mío de La Paloma. Una bala perdida. Un tipo con una vida muy dura, muy divertido, que siempre andaba al borde de la ley. Hasta que un día el comisario de La Paloma le dijo: "Sheiko, te tenés que ir". Y se fue a recorrer el mundo. Estaba juntando plata para comprar un terreno y un día se lo compró, y me dijo: "Éste es el último viaje que hago. Me voy a pescar cangrejo rojo a Alaska". Se fue y yo como a los dos, tres meses abrí el diario y vi en una nota chiquitita: "Marino uruguayo muere…". En ese momento, no me di cuenta. A la semana, volví corriendo a buscar ese diario y me di cuenta de que era él. El tema "Sheiko" es eso: una canción para un amigo que se fue. Y él en cierta medida es el espíritu del Mar abierto, porque vivió la vida en un azar continuo.
–¿Qué te une hoy a La Paloma?
-Yo tengo una casa familiar en La Paloma, que es donde pasó todo. Ahí nos juntábamos Anita, Jorge, yo, Diego. Pasábamos cuatro meses por año en ese lugar, juntos. Y sigue estando ahí. De todas las otras casas nos fuimos mudando, pero de ésa no.
–¿Cómo componés?
-Soy supercaótico para componer y superobsesivo. Antes, generalmente, arrancaba con una idea musical, una secuencia de acordes, a la que después le inventaba una melodía y trataba de encajarle una letra. Últimamente son más ideas. Y tengo una obsesión muy loca: yo sigo escribiendo en papel, después lo paso a la computadora. Entonces lo que hago es escribir toda la canción en un papel y si al otro día me doy cuenta de que estaría bueno poner una coma en el tercer verso no puedo ir y ponerla, tengo que escribirla toda de nuevo.
–¿Sos noctámbulo?
–A veces sí, me puedo quedar toda la noche. Pero me gusta componer de mañana, cuando todavía estoy medio dormido, con los sueños dando vuelta en la cabeza. Me gusta mucho que el punto de arranque de las canciones sean fogonazos de algo que pasa arriba de un bondi, o en un tren, o caminando por la rambla, o durmiendo. Después, viene la parte obsesiva-compulsiva [ríe].
-¿Qué te hermana y qué te aparta de Jorge?
-Es una pregunta muy difícil porque somos muy íntimos. Tanto con Jorge como con Diego la vida nos fue metiendo en algo donde cada vez el canal de comunicación es más amplio, y cada vez es más el cariño. Uno a los hermanos no los elige, pero yo siento que me cayeron del cielo.
–¿Los elegirías como hermanos en otra vida?
-Totalmente. Con Jorge, particularmente, si no fuéramos hermanos, creo que nos hubiéramos elegido como amigos, o como mejores amigos, incluso. Los dos hicimos el proceso de pasar por la medicina, el está trabajando ahora en una aplicación y yo estoy trabajando en algo con tecnología también.
–¿El entró en la música antes que vos?
-No, fue más o menos en la misma época. Somos gente de maduración tardía. Todos. Ana también. Yo grabé mi primer disco a los 39 años, creo que lo que pasó fue que esa casa de La Paloma fue demasiado para nosotros [ríe].
–¿Cuándo se dio el "clic" que hizo que te decidieras por la música?
–Yo soy muy miedoso, me cuesta mucho tomar decisiones. La primera vez que me di cuenta de que estaba en problemas fue a los 20 años, cuando me subí a un escenario por primera vez. Cuando me bajé, tenía como un ataque de pánico, y dije: "Acá hay algo muy heavy". Desde ahí hasta los treinta y pico fue todo fricción, siempre con la duda de "¿qué va a pasar con la familia si me dedico a tocar la viola?". Yo quería mucho tener hijos, y un día mi mujer, con el Evatest en la mano, me dijo: "Mirá, estamos embarazados. Andate". Yo ya había sacado el disco Vacío y habían surgido propuestas de España. Y me levanté ese día, rasqué la chanchita y me fui. Ahí fue cuando la cosa cambió.
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