Cromañón: a 15 años de la tragedia que cambió para siempre al rock local
Un importante productor de shows dijo que prefería no opinar sobre los 15 años de la tragedia de Cromañón por ser "tan doloroso y transcendente". Sin advertirlo, con esas palabras hizo la síntesis perfecta de lo que fue el mortal incendio en el boliche de Once el 30 de diciembre de 2004, en el recital de Callejeros, cuando murieron 194 personas y más de 1400 resultaron heridas y aún padecen secuelas y traumas: sí, fue un hecho doloroso y trascendente.
Fue doloroso, porque a la distancia el juicio político y la destitución de Aníbal Ibarra (jefe de gobierno porteño en aquel momento) o el encarcelamiento de Omar Chabán (gerenciador del local) hoy son hechos de formalidad política o judicial al lado de lo que han sufrido las familias que perdieron hijos, hermanos, padres, sobrinos o nietos.
Y fue trascendente porque, sin dudas, hubo un antes y un después de aquel día en que una bengala incendió telas que envenenaron con monóxido de carbono y ácido cianhídrico un ambiente cerrado con tres veces más concurrentes de los que debía albergar. Las clausuras de locales por irregularidades grandes o pequeñas se hicieron masivas. En pocos meses se descubrió un gran agujero negro en materia de seguridad y legalidad, y por la vía judicial se buscaba a los responsables.
"La tragedia de Cromañón fue un problema colectivo más allá de las responsabilidades y de las culpas individuales que surgieron en el juicio", explica Diego Boris, titular de Instituto Nacional de Música (Inamu).
"Falta seguir trabajando en la construcción de conciencia colectiva de prevención. Hubo cambios que resultaron positivos y otros, probablemente, no tanto. Hubo una toma de conciencia colectiva en la actividad musical en cuanto a la prevención. No se pueden dejar libradas al azar determinadas situaciones cuando se convoca público. Hay protocolos que se activaron. Junto al Sindicato Argentino de Técnicos Escénicos, Familias por la Vida, el SAME, la Cruz Roja, Bomberos de la Policía Federal y la Asociación Electrotécnica Argentina hemos elaborado un manual de prevención de riesgo escénico para reducir peligros", explicó Boris.
"Luego de Cromañón hubo situaciones trágicas, como el fallecimiento de músicos y técnicos sobre escenarios. Esto no debería quedar en el ámbito musical, sino trasladarse al educativo. Tener conocimiento de RCP, primeros auxilios. Eso se ha trabajado en distintos ámbitos. Salieron leyes de fomento de la actividad musical con el resguardo de estas situaciones. Lo negativo fue que durante un tiempo se pensó que lo peligroso era la música. Solo pueden ser peligrosas las malas condiciones en las que se desarrolla", agregó.
La escena de la música popular, especialmente la del rock, había cambiado de manera radical, no por cuestiones estéticas, sino sociales. El problema fue que, en busca de soluciones orientadas a la prevención, pasar del incumplimiento general a estándares más altos de los usuales resintió al ambiente musical y achicó su perspectiva.
"Sin dudas se ganó en seguridad. Contar con mayores controles en habilitaciones sirve para que todo sea más seguro para el público y para los trabajadores de la música", dice Ana Poluyan, titular de la Asociación Civil de Managers Musicales Argentinos (Acmma). Pero también desaparecieron escenarios que habían servido de trampolín para las bandas emergentes: "Se perdieron el potrero y el semillero. Las clausuras masivas dejaron sin espacios a las bandas. Sería genial un punto intermedio: seguridad y espacios de desarrollo. Hacer del potrero de la esquina un lugar seguro", explica.
Cambio de época
¿La falta de espacios contribuyó a que el rock se quedara sin semillero y ese lugar de renovación hoy lo ocupe el trap? Poluyan sostiene: "No creo que haya una generación rockera perdida, pero sin dudas el trap es una expresión que deriva de lo urbano y que se gestó más en las plazas que en venues cerrados".
La Argentina cambió en la última década y media. En eso pone el foco el exdirector de la revista Rolling Stone Pablo Plotkin: "La pregunta recurrente de estos últimos 15 años [¿qué cambió después de Cromañón?] ya no tiene demasiado sentido. Básicamente, porque cambió todo. El mundo en el que ocurrió Cromañón era otro. Un mundo sin smartphones, sin redes sociales y con un rocanrol argentino que crecía desde los márgenes, capturando el clima post-2001", explica.
"Al principio, los cambios fueron rápidos e impactantes. No solo cayó un jefe de gobierno y comenzó un juicio que llevaría a la cárcel a músicos, productores y funcionarios: el shock también impuso una política de ‘mano dura’ sobre el under. De la clandestinidad a los megafestivales, del indie al rap, la onda expansiva de la tragedia fue dejando rastros y cada cual se las arregló como pudo. La cultura del freestyle, por ejemplo, emergió en esos años, y una década después de Cromañón las batallas de rap alumbraban –en plazas y en YouTube– a una nueva generación de estrellas: Duki, Paulo Londra, Wos...".
El día de la tragedia, Eduardo Sempé –hoy en la productora Rock y Reggae, que trabaja en espacios como el estadio Malvinas Argentinas, Groove y Uniclub– iba a Cromañón a encontrarse con Callejeros para trabajar juntos en un futuro cercano. Al bajar del taxi vio a Ciro Pertusi (entonces líder de Attaque 77), que se había acercado al lugar en bicicleta tras ver la noticia por TV. "Había cuerpos en la vereda, otros todavía adentro, era el apocalipsis", recuerda Sempé. "Estaban las ambulancias; Raúl Villarreal me dio las llaves del auto para que se las diera al hermano de Chabán, que estaba sentado al frente, como un zombi. Estuve un día y medio sin dormir, yendo a los hospitales a buscar amigos. En lo personal fue terrible, y para otros, mucho peor".
"La actividad como existía hasta ese momento dejó de existir a partir de ese día", dice Sempé. Recién 10 meses después él pudo dar inicio al ciclo de Fiestas Clandestinas. "El nicho nos permitió continuar; era gente que no iba a discotecas y no tenía lugares para ir a ver bandas o escuchar la música que le gustaba", explica. "De nuestra parte, fue encontrar algo redituable en lo que sabíamos hacer: nos habíamos quedado sin trabajo. En 2001, podías hacer un show en Cemento cobrando un peso la entrada porque los costos de producción eran irrisorios. Eso permitió que proliferara un segmento de artistas y que hubiese un público ‘subvencionado’, que podía ir a ver bandas en las mínimas condiciones. Ahora vemos que no se cumplía con nada. Cuando se empezó a exigir que en los lugares hubiera ambulancias, socorristas y seguridad, como debió haber sido siempre, los costos aumentaron diez veces y hubo toda una franja social de público a la que ir a recitales se le hizo inviable".
Visto en perspectiva, Sempé afirma que la escena "se profesionalizó". Pero hoy la crisis económica afecta de manera directa al público y "eso es algo que se agravó en los últimos cuatro años". Sostiene: "En términos de producción las cosas están mejor, pero en términos de acceso al espectáculo, no. Nosotros hacemos una fiesta todos los sábados a las que iban mil personas de promedio y ahora van 400, y la entrada está más barata. "Con una inyección económica puede haber un crecimiento de la venta general de tickets. Después habrá matices entre los géneros que están en retroceso y los que están en auge".
Alejandro Almada, histórico mánager que hoy trabaja con Él Mató A Un Policía Motorizado, explica que lo de Cromañón afectó particularmente a bandas de mediana convocatoria. "Esa ‘escena de garage’ desapareció. Bandas que estaban por dar el salto, que hacían fechas para 500 personas, se quedaron sin lugares para tocar". De producir fechas en lugares como el Club Villa Malcolm, donde el alquiler era accesible y podían quedarse con el control de lo recaudado en la barra, tuvieron que costear lugares como La Trastienda, uno de los pocos habilitados después de la tragedia. "Te tenía que ir bien de convocatoria sí o sí, y para una banda es clave que puedas equivocarte, tener un margen para tomar riesgos. Si no tenés eso, no podés crecer".
Gustavo Kisinovsky, director del sello UltraPop y que por esos años producía el ciclo La Pop City, afirma que los lugares para bailar también desaparecieron después de la tragedia. "La fiesta se recontrallenaba y con eso subsidiábamos fechas de bandas que por ahí no tenían tanta convocatoria", cuenta sobre aquellos años en Unione e Benevolenza. "El lugar tenía todo en regla excepto la puerta, que era de 90 centímetros; había una de 7 metros de ancho que nadie nos dijo que era la que teníamos que usar; la empezamos a habilitar después de Cromañón. Había mucha falta de criterio y de sentido común. Las bandas chicas tardaron años en recomponerse".
Visto en perspectiva, tanto Almada como Kisinovsky afirman que hubo también un cambio positivo en el comportamiento de bandas y público. "Se empezaron a respetar los horarios, que era algo que ya se veía venir un poco antes de Cromañón; los músicos estaban hartos de tocar a las 3 de la mañana", dice Kisinovsky. "Las pruebas de sonido se volvieron más solidarias, los artistas se respetan entre sí", agrega Almada. "Antes no existía la ART para los músicos: hoy es impensado dar un show sin un seguro. Está incorporado de parte de todos y sabés que vas a gastar esa plata que te puede evitar un problema si pasa algo. Seguro que hay cosas que no se pueden controlar o no sabés cómo se hace. De pronto te enterás de que a un músico le dio una descarga eléctrica en un lugar al que vos llevás a tus bandas y nunca había pasado nada; pero hay cosas que ya no pasan más, todo es ignífugo y es difícil ver shows sobrevendidos".