Cosquín Rock 2018: una primera jornada nostálgica, entre los trapos y el agite
Si no llueve en Cosquín no es Cosquín, dice el mito popular. Por eso para los periodistas que van a hacer su primera cobertura en este festival uno de los pedidos dentro de la lista de cosas a llevar son las botas de lluvia, para no quedar enterrado en el barro. Y, más allá de que la primera jornada no tenía el dibujito de tormenta en los pronósticos, no hay que contradecir a la leyenda. A comparación a otros años, esta edición -la número 18- se organizó para que durara dos en lugar de tres días. Entonces, todo se alargó: ayer la primera banda tocó a las 14:25 y la última a la 1:30 de la mañana. Algo así como 14 horas de festival, donde la lluvia amenazó con chaparrones a la mañana y terminó en un temporal cuando Las Pastillas del abuelo estaban tocando en el escenario principal. Pasados los primeros temas, los relámpagos se fusionaban con la voz de Piti Fernández, que había empezado con "Escaleras" e "Inercia" antes de que el clima complicara la noche, y las gotas caían de forma transversal contra el escenario. Con banderas, las mismas que levantaron en cada uno de los shows, los 40 mil presentes intentaban taparse de la bravura del cielo.
Lejos y al otro extremo, Don Carlos, que arrancaba a tocar a la 1:10 en el escenario temático de reggae, corría la misma suerte. Pero el viento llevaba al chaparrón para el otro lado. Unos pocos, pero valientes, se quedaron hasta el final celebraron al jamaiquino y su root. Los otros cuatro espacios -dos de ellos techados- ya habían terminado con su programación.
Antes, Skay y los Fakires y los Pericos junto a Andrew Tosh, el hijo de Peter, habían protagonizado sendos escenarios. El ex Redondos eligió un set contundente donde mostró su virtuosismo en la guitarra y dio profundidad con sus letras. Además de recorrer su etapa de solista con "El Golem de Paternal", "Oda a los sin nombre" y "Falenas en celo" también recurrió a "Ji Ji Ji", un clásico de la banda que integró junto al Indio Solari, que fue uno de los más celebrados por el público del aguante. Con 66 años, anteojos oscuros, sombrero y camisa abierta, Skay encendió a sus seguidores y dio uno de los shows más sólidos de la jornada.
Del otro lado, los Pericos recorrían todos sus éxitos, con un set lleno de clásicos ("Run Away", "Complicado y aturdido", "Nada que perder") que se interrumpió con la aparición de Tosh con quien hicieron cinco temas para después volver a sus hits. La presencia del jamaiquino le dio otro matiz y groove a la propuesta. Y como los escenarios eran seis, algunos decidieron ir a rockearla con Pez, que se presentaba en el Garage.
La primera jornada del festival tuvo su homenaje al rock barrial, el mismo que empezó bien temprano con una de las bandas que se imponen en la escena, Sueño de Pescado, que fueron de los primeros en abrir el escenario principal, a las 16:35, antes habían pasado por ahí Ojos locos y Vaquero negro. Con tres discos en su haber y cinco años como banda, los platenses fueron lo más esperado dela matiné festivalera. Con "Mil pasos", "Carcelero", "Los años ligeros", los trapos empezaron a aparecer y a buscar su lugar dentro del público. Había de todos lados: Mendoza, Salta, Quilmes Oeste, de Callejeros. Con rock y redoblantes, la nueva escena le dio paso a la vieja. El Bordo seguía en la lista del escenario principal que, temprano, ya tenía una gran afluencia de gente y les dio su "metafísica suburbana" para terminar con la dupla de "En la vereda" y "El regreso".
Pero en Cosquín todo pasa al mismo tiempo. No hay una escena ni un solo escenario. Y la única manera de estar en todos lados es no estar en ninguno. Muchos eligieron ir picoteando un poco de cada espacio. E hicieron una elección de bandas que querían ver. Apenas, terminó El Bordo, las opciones eran varias: Gondwana, en el temático y Shona en el Geiser, Lorena Gómez & Mojo Boogie´s en La casita del Blues... pero un sonido distinto y distorsionado salía del Garage: eran los Octafonic, que traían su propuesta conformada por el octeto comandado por Nicolás Sorín, esa que hace convivir el jazz con el rock industrial. La suciedad y lo difícil de rotular a los Octa parecía imantar a los curiosos que escuchaban "Monster" y "Mini Buda" sin poder detener el movimiento de cabezas.
Padres con la remera de Cosquín con chicos saltando entre charcos eran algunas de las postales del Quilmes Garage, que daba un toque grunge y nocturno a la tarde. Afuera, las nubes tapaban el sol y hacían juego con las sierras.
Cerca, en La casita del Blues, una idea que se llevó a cabo en 2017 pero que en esta edición se maximizó, se escuchaba el candor de Lorena Gómez, quien prometía que a la nochecita no habría mejor show que el de Déborah Dixon y Patán Vidal. Alrededor la gente tomaba cerveza y se dejaba seducir por la música originaria de las comunidades afroamericanas del sur de Estados Unidos. En paralelo Roddy Radiation from the specials alegraba el escenario reggae. Y la jornada recién empezaba: todavía faltaban seis horas de festival. En el principal, Las Pelotas levantaba banderas con "Personalmente", "Víctimas del cielo" y "Capitán américa". Con set festivalero, donde se destacó la dupla de Germán Daffunchio y Gabriela Martínez, la sorpresa de la única banda que participó de todos los Cosquín Rock llegó en "Esperando el milagro" cuando Raly Barrionuevo subió a acompañarlos.
El escenario principal todavía tenía margen: faltaban Ciro y los Persas y Creedence Clearwater Revisited. El ex Piojos sacó su batería de clásicos e hizo pasear a los nostálgicos con "Todo pasa", "Como Ali", "Tan solo".Los trapos volvieron a elevarse con un set que parece el preferido del cantante para este tipo de ocasión y que no defraudó para nada al público que se mantuvo firme y agitando durante la veintena de canciones.
El bajista Stu Cook y el baterista Doug Clifford, los únicos originales de la banda rutera por excelencia, sacaron del cajón de los recuerdos sus clásicos pero con un sonido bajo que pareció apagar la mecha que había dejado Ciro. Quizá esta fue la presentación menos feliz de la jornada.
Mientras que los puestos de comida se descomprimían, los de bebida -donde había desde fernet, a $180, a agua, a 50- estaban repletos. La recorrida seguía y de a poco las luces empezaban a protagonizar el paisaje, sobre todo la puesta de La casita del Blues que parecía una cervecería palermitana de lejos.
En el universo Geiser, los cordobeses De la Rivera hacían su contra fiesta dentro de la carpa, donde su estética oscura y sus toques electro pop parecían un marco ideal para contemplar el atardecer en las sierras.
Después, en la misma línea Francisca y los exploradores con su indie pop y, más tarde, Valdes, que con sonidos de los 80, pasos pegadizos y una puesta multicolor y dance hizo un despliegue desde el escenario a los presentes. De lo más original del día uno.
En 14 horas, casi 70 bandas se presentaron en 6 escenarios en el primero de los dos días del Cosquín rock.
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