Conociendo Rusia: cómo salvar el rock con buenas canciones, una guitarra y todo el carisma
Con dos fechas con entradas agotadas en el Movistar Arena, Mateo Sujatovich presentó su último álbum, Jet Love
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La mamá de Mateo Sujatovich es su fan número uno. Y su hermana Luna la número dos. Ambas bailan y cantan cada una de las canciones desde un VIP, como abajo lo hacen miles de fans. Su papá, el ex Spinetta Jade Leo Sujatovich, lo vive de otra manera: más analítico, no se despega de su butaca y recurre a su celular para registrarlo todo. O casi todo.
La del sábado fue una gran noche para la familia Sujatovich, pero también lo fue para el rock argentino o nacional. Mateo ya no es una promesa, es una realidad bien concreta: el solista que vino a recoger la herencia de los grandes nombres de nuestra música vuelve a demostrar en el Movistar Arena, como hace menos de dos años, que tiene todo lo que hay que tener para dejar huella: carisma, canciones, pinta (campera de cuero con la inscripción “Ruso” en su espalda, anteojos de sol, remera blanca y una sonrisa que se mantiene firme de principio a fin), voz para cantar esos temas que se saben todos y destreza para tocar la guitarra.
Si el hit (¿ya es un clásico?) “Cabildo y Juramento” y el álbum del mismo título le dieron notoriedad, el disco que le siguió le alimentó una internacionalidad que le pasó factura. La dirección, su obra de 2021, lo hizo girar por todo el país, por América Latina y por Europa. Eso repercutió tanto en él que esos días interminables en aviones y hoteles genéricos se convirtieron en la columna vertebral de su disco siguiente: Jet Love. Las canciones de amor y desamor se mantuvieron, pero la diferencia horaria, el jet lag y otras vicisitudes aportaron nuevos sentimientos, dudas y, claro está, material de sobra no solo para una nueva obra sino para presentarla en directo.
Una pista de despegue y aterrizaje se ofrece como telón de fondo, como escenografía ideal para presentar en directo las canciones que su público ya sabe de memoria.
“Jet Love”, “Canciones” y “Te lo voy a decir”, tres de los nuevos temas, marcan el inicio del show. Con una banda ajustada –ajustadísima– que respalda cada gesto, cada acción, incluso cada intervención imprevista del gran protagonista de la noche, el Ruso Sujatovich. Porque aunque pueda entenderse como una banda, Conociendo Rusia es, en realidad, el proyecto de Mateo, un arquitecto sonoro que, desde la primera canción que publicó, tiene muy bien en claro cuál es su norte.
Algo así como su E Street Band, el baterista Guille Salort, la guitarrista y corista Chechi De Marcos, el bajista Rodri Monte (también se suma a los coros, por momentos), el guitarrista principal Martín Allende y el tecladista Andy Elijovich suenan como si llevaran una vida tocando juntos. Sus versiones, cercanas a las del disco, en el caso de las canciones de Jet Love, pero sin dejarse restringir por él, encuentran en el vivo y, fundamentalmente en el ida y vuelta con el público, el aire que necesitan para volar, para crecer, incluso para tener otra impronta. Algunas pueden tener un carácter más rockero (que se agradece), enfatizado por la Flying V del Ruso, otras dejarse llevar por el aire taciturno que sugieren.
“No sé el día ni la hora”, canta en el principio Mateo, en la canción que da nombre al disco y que repasa los miles de kilómetros recorridos y las miles de horas de vuelo experimentadas en el último par de años. Pueden intuirse ademanes “calamarescos”, gestos que les vimos una y mil veces a Charly y a Fito, incluso una sonoridad aparentemente ochentosa, como buscando beber de esa década (de Soda a Los Enanitos, del Flaco a Lerner) para sacar conclusiones en esta. En todos los casos y en todo caso, estamos en presencia de un artista cabal, alguien que, por dos horas, logra que nos olvidemos de lo externo y nos concentremos en su viaje, aun cuando la tentación y la costumbre de registrar mil videos y tomar mil fotografías sea imposible de erradicar.
Después de las primeras once canciones, entre las que también se destacan “Cinco horas menos”, “El Chacal”, “Te lo voy a decir” y “Otra oportunidad”, llega un segmento acústico, introspectivo, con Mateo solo (¿bien se lame?) y una tríada exquisita: “Montaña infinita”, “Se me hizo tarde” y “La luna”. Tras ellas, la banda regresa con energía renovada para encarar el último tramo. Julián Kartún se suma como invitado (en la primera noche participó en este rol Joaquín Levinton) para hacer “Loco en el desierto” y luego sigue el plan de vuelo trazado por el comandante Sujatovich: “Cosas para decirte”, “A la vez”, “Una vuelta más” y el cover que tuvo un impacto sísmico en todo el Movistar Arena: una versión tan precisa como sentida de “Adiós”, de Gustavo Cerati.
Para escaparle a los lugares comunes, Mateo coloca a “Cabildo y Juramento” tres escalones antes del final, justo después de “Adiós”. Y cuando algún desprevenido piensa que eso ha sido todo, continúa la fiesta con “Quiero que me llames”. Así, el “no sé cómo llegué hasta aquí” adquiere otro sentido. Igual que esta canción de amor.
“Esto es nuevo para mí/ Nunca me sentí así/ Voy por el cielo/ Flotando lento”, canta, ya sí, en el final del show, al entonar otro tema de Jet Love, “Parte de mí”. Último tema del disco, último tema de la noche. Última idea que nos invade: ¿Mateo vino a salvar al rock nacional o cada vez que alguien dice que está muerto reflota por peso propio?
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