Conmovedor concierto
Orquesta filarmónica de Buenos Aires / Director: Enrique Arturo Diemecke/ Voz solista: Carla Filipcic Holm/ Programa: Sinfonía simple para cuerdas op 4, de Benjamin Britten (1913-1976) y Sinfonía N º 3 Op 36 Sinfonía de las canciones del lamento de Henryk Górecki (1933-2010)/ Sala: Teatro Colón/ Función: 5 de abril.
Nuestra opinión: excelente
Aparece el titular de la orquesta, Enrique Arturo Diemecke, y recibe el aplauso generalizado de un público cortés, pero más silencioso que de costumbre. Ya en el podio, gira lentamente sobre sí mismo y dice algunas palabras y el silencio llega de inmediato. Su voz se escucha distante, pero se entiende su mensaje de recordar a Gerardo Gandini al fagotista Alberto Merenson y a las víctimas del gran desastre que vivió la ciudad de La Plata. La sala parece un templo sagrado cuando agrega que sea la música la que hable.
Gira su ser sobre el podio y sus expresivas manos, con el primer ademán, ofrecen una magnífica versión de la Sinfonía simple Op . 4 , de Benjamin Britten, no sólo por la acertada elección de los tiempos del discurso, sino también por la pulcritud y calidez de sonido del conjunto de las cuerdas, esta vez con la violinista Alfija Gubaidulina como eficaz concertino.
La sencillez de la obra se aprecia en sus cuatro movimientos. Sin embargo el más placentero y desarrollado, a nuestro juicio, resulta ser la zarabanda sentimental, acaso el más valioso e inspirado por su originalidad, armado sobre la base del ritmo característico de danza que sirve de contraste para el f inal travieso que conlleva un clima musical palaciego al modo del mejor Haydn. Como la versión es espléndida, es coronada con un sostenido y generalizado aplauso. La iluminación de la sala determina la llegada de un intervalo, justificado por la duración de la segunda obra elegida para el programa que, además, requiere de una voz solista de soprano.
Ya todo está dispuesto luego del intervalo. Ahora se recibe al director y a la soprano Carla Filipcic Holm con generoso y justo saludo. Cuando el silencio es completo (¡qué difícil es lograrlo de manera unánime en toda la sala y aún en las galerías externas!) el inicial l ento, indicado por el creador polaco, sostenuto tranquillo ma cantabile sorprende por la atmósfera de sonidos creados con una orquestación que incluye piano, arpa y cuerdas, además de flautas y flautines, cuatro clarinetes, cuatro trompas, fagotes, contrafagotes y trombones, utilizados de un modo muy discreto y nunca simultáneo. Son sólo pinceladas para crear un clima tenue, delicado, doloroso y místico. Y el sonido fluye sutil. La voz de la soprano se eleva imponente y bella. Su aplomo y autocontrol ratifica que está pasando por su mejor momento, en su brillante y bien dosificada carrera artística.
Las tenues tonalidades de los sonidos, la delicada evolución del discurso musical no hace más que ratificar los méritos del compositor, así como de la valoración del esfuerzo que demanda a toda entidad organizadora de conciertos de música académica lograr el uso de las partituras de compositores de nuestro tiempo.
Por último no se puede dejar de mencionar el dato escrito en el programa que dice textualmente: "No es un Dies Irae", en relación con la tercera sinfonía del compositor eslavo, cuya familia fue víctima de holocausto. Su estilo es el del lamento triste y sereno de una madre que pierde a su hijo, desde las palabras del Ave María polaco, hasta el deseo de paz de cualquier doliente de su país. Y se diluyen los sonidos. No sería justo no reconocer la formidable versión ofrecida por Arturo Diemecke: refinada, equilibrada y cargada de una atmósfera de recogimiento. De ahí el aplauso generalizado que es gratitud por la conmovedora música ofrecida con tan alta calidad.
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