Con Ciro y los Persas y Las Pelotas, el rock volvió a la calle Corrientes
Son shows distintos, sin pogo y con la energía contenida, pero con la alegría compartida entre público y músicos por el reencuentro
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Ya sabe el rock local cómo barajar y dar de nuevo, cómo cambiar de piel y de hábitos. La pandemia nada tiene que ver con Cromañón, pero el sino trágico de ambos produjo cambios, algunos permanentes, otros momentáneos. Con los shows de Las Pelotas, en el teatro Gran Rex y Ciro y los Persas, en el teatro Ópera, el rock volvió a la calle Corrientes. Claro que en otro plan.
La vuelta de la música en vivo, por ahora, no permite la misma dinámica que hasta febrero del año pasado. Y es la “liturgia” rockera la que más sufre este retorno distinto. “Ya volveremos al pogo, a bailar como antes”, sostiene Andrés Ciro Martínez desde el escenario del teatro Ópera. Un espacio al que ni él ni su público están acostumbrados. Su popularidad, desde el disco de Los Piojos Tercer arco que esta noche se recuerda en varias oportunidades (“Muévelo”, “Todo pasa”, “Verano del 92”), lo lleva a transitar estadios, escenarios de festivales como el de Cosquín Rock o el Luna Park porteño, al que planea volver en unos meses.
Si Las Pelotas, en dos funciones en el teatro Gran Rex, apuesta por un concierto acústico que remita a su lanzamiento más reciente, Versiones desde casa, Ciro con su banda, Los Persas, apela a la electricidad habitual. Pero como buen entretenedor recurre a un recurso más teatral para mantener a su gente sentada.
Las canciones no se suceden en continuado y la energía se dosifica. Para ello, Ciro apela a contar historias, como el partido al FIFA que supuestamente le ganó a su hijo; saludar a su familia y a la mamá de un amigo de su infancia que hoy es su kinesiólogo, cederle por dos temas el escenario a su hija Manuela o sorprender en un pasaje al ausentarse del escenario y reingresar a la sala manejando una vieja bicicleta de 1948, restaurada y reconvertida en un vehículo que tiene la capacidad de viajar en el tiempo. Viene, por supuesto, del pasado, y no entiende esta moda de usar barbijos. “Es del año 91 y aparece en el primer videoclip de Los Piojos”, cuenta.
La emoción puede provocar que por arte de magia los barbijos se caigan y los protocolos se rompan. En eso también está –por estos días– el arte del frontman atento, que puede pedir que las luces se enciendan para aplacar los ánimos de un par de exaltados con tres palabras.
Sorteará un vino de la cosecha de Ciro y los Persas, Tan Solo y un vinilo de Guerras, la primera de las tres partes que componen la revisión en plan acústico de su trayectoria con Los Piojos.
Días antes, en la vereda de enfrente, Las Pelotas se reencuentra con su gente mostrando una cara que, por lo general, las bandas de rock utilizan para un pasaje determinado de un show pero no para el set completo: el formato acústico. Germán Daffunchio intenta moverse todo lo que una persona sentada puede hacerlo; no tiene su guitarra en buena parte del show, pero sí el micrófono con el que cantará y susurrará nuevos y viejos clásicos como “Cuantas cosas”, “Siempre estará”, “Personalmente”, “Transparente” o “Víctimas del cielo” en su flamante versión, con el aporte de la arpista Sonia Álvarez.
En marzo del año pasado, Las Pelotas estaba a punto de realizar su show más convocante en el Hipódromo de Palermo. La pandemia cambió los planes para ellos y para todos. Ahora esta nueva etapa se vive y se siente como un renacer. Uno temporal que no conoce de pogos y que intenta mantener distancias y administrar emociones.
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