Compadrito, malevo y original
Daniel Melingo lanzó su nuevo álbum, Corazón y hueso
Melingo sigue en la misma. Y eso es mucho decir. Es un artista que cuando nadie se lo esperaba mudó a su traje de tanguero reventado, en los márgenes, obnubilado por el lunfardo, reencontrándose con el verdadero código de su ADN artístico, para dibujar una de sus criaturas artísticas más invencibles. Como un compadrito malevo y original, un Tom Waits criollo, como le gustó definir a la prensa rockera, el ex safonista de Los Abuelos de la Nada y Los Twist, le encontró el humor al tango y se metió en las tripas del género sin pedir permiso.
Melingo fue uno de los pioneros en esto de los tangos "nuevos" con la edición de sus Tangos bajos en 1998, es decir, obras musicalizadas con primitivismo encantador al estilo de la guardia vieja, toques negros, aguafuertes poéticas y hermandad con aquellos poetas de la roña arrabalera perdidos en el olvido, como Dante Linyera, Julián Centeya o el superviviente Luis Alposta. De algún modo Melingo sigue en esa misma línea, en un elegíaco tributo a las zonas más pesadas y ocuras del género, sonando clásico y moderno, con un tango que apela a la locura, el olvido, el malevaje, la gayola y hasta cierta fábula onírica.
En ese territorio del tango, Melingo se siente amo y señor, constructor de una estética y un personaje entre Boris Karloff y Ed Wood, que se regodea en cierto rictus, en cierta ternura y en cierta acidez tanguera, pero que siempre suena absolutamente auténtico y real. En Corazón y hueso , Melingo se pasea por esos paisajes brumosos y criollos de sonoridad clásica como "El día que te fuiste"; valses malditos como "La novia", milongas en clave afro como "Negrito", tenebrosos callejones sin salida en "Soneto a un malevo que no leyó a Borges" y hasta canciones al estilo Leonardo Favio en "Corazón y hueso", que conceptualizan un imaginario más teatral.
En esa construcción de un universo propio Melingo hecha mano a esas letras, que resuenan como folletines de época del siglo pasado, pero que se aventuran también como breves crónicas de nuestros días. La música acompaña esos pequeños biodramas con sus perturbadoras atmóferas, sencillez melódica y texturas más experimentales como las que entrega en "Lucio el anarquista" o "Ritos en la sombra", o en temas instrumentales como "Pichona". La clave de esa versatilidad está en Los Ramones del Tango, un ensamble que alterna entre su vena rockera y su melodismo tanguero, o hasta en sus guiños chamameceros.
En Corazón y hueso , Melingo emerge por sobre el personaje y escribe otro maduro capítulo de la historia tanguera actual, donde encuentra nuevas vetas por donde transitar con autoridad. No busca más que clavar su puñal en la nostalgia, para cantarles las cuarenta a los clisés del tango. Crea su propia "Apología tanguera", a lo Celedonio Flores, exhumando esos textos que van directo a la mandíbula de los tibios del tango: " Ahí van estos versos, rengueando, rengueando...Son como una barra de reos cansados, cargando la roña de los arrabales, y las porquerías que musita el tango ".
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