Desde un gran documental hasta el disco de Jay-Z ‘4:44’, la artista que ingresó al Salón de la Fama del Rock and Roll en 2018 está en medio de un gran renacimiento cultural
En abril se cumplieron 15 años de la muerte de Nina Simone, pero a juzgar por su influencia, empezó a parecer como si jamás se hubiera ido. Consideremos “The Story of O.J.”, de Jay-Z: el tema de 4:44, nominado a los Grammy, incorpora un sampleo de “Four Women”, de Nina Simone, y el video de acompañamiento incluso cuenta con una versión animada de la fallecida cantante. La canción de 2017 se suma a una lista de otros temas de hip-hop recientes que han sampleado a Simone, incluyendo “Blood on the Leaves”, de Kanye West, “Understood”, de Lil Wayne, y “New Day”, de West y Jay-Z. Como le dijo el productor No ID a Rolling Stone el año pasado acerca del uso de sampleos de Simone por parte de Jay-Z en 4:44: “Es la banda de sonido de la vida de él. Esa es la razón por la que los usa”.
Hace dos años, el decidido documental de Liz Garbus acerca de Simone, What Happened, Miss Simone?, fue nominado a un Oscar; Lana Del Rey pidió una proyección especial, y Garbus escuchó que a Beyoncé le encantó la película. (Luego vino una biopic dramática con críticas menos favorables, Nina, protagonizada por Zoe Saldana). “Yo sé cuánto la gente del mundo de la música amaba a Nina”, dice Garbus. “No era tan famosa como Aretha, que hacía cosa más comerciales, como salir en talk shows nocturnos. Nina eligió no hacer eso. De modo que hay mucha reverencia por Nina, y una idea de que ella no recibió lo que merecía durante su vida.”
La frutilla del postre del momento actual de Simone es su reciente ingreso al Salón de la Fama del Rock and Roll. Aunque, si lo único que se necesita para calificar es despreocupación y una actitud rebelde, Simone podría haber sido recibida años atrás. Una mujer de una complejidad profunda y una autoridad intransigente, Simone, fallecida en 2003 a los 70 años por cáncer de mamas, reescribió las reglas de lo que era ser una mujer en la llamada industria del espectáculo. “Four Women”, su canción de 1966 acerca de un cuarteto de mujeres afroamericanas (una prostituta, una activista, una mujer interracial y una hija de esclavos), fue prohibida en Filadelfia y otras ciudades, al igual que “Louie Louie”, entre otras canciones también censuradas en la época. En el Village Gate de Nueva York en 1959, ella hizo que el público la esperara durante una hora, mientras ella se encerraba en su camarín quejándose de sus honorarios y de la cantidad de público. Cuando finalmente apareció, entremezcló gritos de “¡Tengo que ganarme el dinero!” y “¡Me van a dar mi dinero!” en las canciones. Durante una performance en una conferencia de la industria de la música en 1977, reprendió a los ejecutivos del público -“La mayoría de ustedes son ladrones”- y la echaron del escenario, abuchéandola. “No soy más mala ni más malhumorada que los demás, lo único es que yo soy más obvia”, le dijo a Newsweek en 1963. “Lo hago en público.”
“Nina Simone tenía más rock & roll que mucha gente que ya fue ingresada en el Salón de la Fama”, dice Rhiannon Giddens, la artista de folk moderno, quien descubrió a Simone a través de YouTube y luego versionó “Tomorrow Is My Turn” en su disco del mismo nombre. “Si pensás que el rock & roll es música furiosa, entonces Nina Simone es rock & roll.”
El redescubrimiento de Simone viene creciendo gradualmente desde que Tracy Chapman y el fallecido Jeff Buckley versionaron sus canciones, tanto antes como después de su muerte. Desde entonces, canciones asociadas con Simone han sido versionadas por Muse, Mary J. Blige, Lauryn Hill, Usher, Feist y John Legend, y remixadas por gente como Avicii y Postal Service. La lista abrumadoramente diversa refleja la variedad de la obra de Simone. Empezando con su primer disco en 1958 (algunas de estas grabaciones fueron recientemente reeditadas como Mood Indigo: The Complete Bethlehem Sessions, seguidas del disco doble The Colpix Singles), Simone dejó una de las obras más notablemente eclécticas de la historia del pop -un viaje en la evolución de la música popular en sí misma.
Sea en concierto o en disco, nunca sabías lo que ibas a recibir con Simone. Su estilo al piano estaba influenciado por la música clásica que había estudiado cuando era niña en Carolina del Norte, cuando exhibió un talento precoz tal que un maestro de música local juntó fondos para pagar la educación posterior de la niña. El jazz -como “My Baby Just Cares for Me”, con su piano de swing, listo para una fiesta- reflejaba su época tocando en clubes en Atlantic City, donde universitarios borrachos eran su primer público, y tuvo que aprender a cantar, rápido, para poder ganarse la vida. Después, entonces, eligió hacer canciones de folk en los años siguientes -un poco de Dylan o quizás “House of the Rising Sun”, donde retrataba a la joven desamparada llevada a una vida de prostitución-.
En concordancia con la turbulencia musical de fines de los sesenta, podés investigar un disco de Simone de esa época y enfrentarte a batido rítmico del funk, con congas aporreadas alrededor de ella, y guitarras eléctricas con wah-wah serpenteándose a su lado. (Vean “Funkier Than a Mosquito’s Tweeter”, de It Is Finished, de 1974). Podés encontrarte con una versión celebratoria y catártica de “Ain’t Got No/Got Life”, la gema de Hair que recorre una letanía de pérdidas -sin vino, sin educación antes de volarlo todo con su grito de “¡Pero tengo vida!”-. Pueden estar las versiones guturales de éxitos de pop, desde “My Sweet Lord”, de George Harrison, hasta “Alone Again (Naturally)”, de Gilbert O’Sullivan o, sí, “Rich Girl”, de Hall and Oates, cada una reconfigurada para sonar como suya propia en lugar de ser meras reversiones fieles. Saltar de una playlist de Spotify a la otra no le llega ni a los talones a la discografía de Simone; no sorprende que músicos tan estilísticamente diferentes estén atraídos por ella.
Pero lo que hizo que Simone fuera actualmente relevante es la vida en un mundo de Black Lives Matter. No es infrecuente que a los artistas los afecte su tiempo ni que ellos, a su vez, lo reflejen, pero esa conexión rara vez ha sido tan profunda y elocuente como con Simone. Cuando estaba reuniendo las imágenes de archivo histórico para What Happened, Miss Simone?, a Garbus la sorprendieron clips de los enfrentamientos de los sesenta por los derechos civiles. “Parecía como Ferguson”, dice. “Habíamos empezado el proyecto antes de que Black Lives Matter se volviera algo extendido. Y podías ver que las cosas no han evolucionado.” Cuando Legend y Common aceptaron sus Oscar en 2015 por “Glory”, de Selma, Legend elogió a Simone.
Nacida con el nombre Eunice Waymon, Simone experimentó el racismo desde el principio, en Carolina del Norte, cuando no se le permitía usar el baño en la parte de la ciudad dominada por blancos -las tiendas de esa zona no tenían baños para los “colored”, como decían los carteles -y tenía que esperar hasta llegar al distrito comercial de negros en el centro de la ciudad. Después de un año en Juilliard, donde estudió para ser concertista de piano, solicitó para el Curtis Institute en Filadelfia y fue rechazada, por razones que siempre pensó que eran raciales, y así se plantaron las semillas de su justificada ira.
Para poder pagar sus cuentas, Eunice, a los 21 años empezó a tocar en Atlantic City en 1954, asumiendo el nombre Nina Simone como homenaje a la actriz Simone Signoret (es decir, según algunas fuentes; muchas veces decía que no tenía idea de dónde lo había sacado). Al poco tiempo, había adquirido seguidores y una reputación, y consiguió el primero de muchos contratos de grabación, y su extraña carrera dio uno de sus muchos pasos atípicos con una versión de “I Loves You, Porgy”, de Gershwin, la triste canción de amor de Porgy and Bess, que se transformó en un inesperado éxito de pop, llegando al Top 20 en 1959.
En 1960, Simone apareció en vivo en el Village Vanguard con un vestido de raso gris y una peluca y cantó standards de ese estilo. Pero al poco tiempo, ya había compuesto una pieza de pop jazz juguetón llamada “Mississippi Goddam”, acerca del bombardeo de una iglesia en 1963 en el que murieron cuatro niños en Alabama; la muerte de Medgar Evers también entró en su creación. La canción, acerca de un “país lleno de mentiras”, sigue siendo relevante, al igual que “Today Is a Killer”, basada en el texto de David Nelson, miembro de Last Poets, acerca de los miedos y la paranoia de Estados Unidos en los sesenta. Al final de la década, habían aparecido los vestidos y las pelucas del principio de su carrera, reemplazados por un afro floreciente y caftanes afrocéntricos; su repertorio se expandió para incluir sus propias canciones de consciencia social, como “Young, Gifted and Black” y “I Wish I Knew How It Would Feel to Be Free”. Su estilo de piano podía ser refrenado y dignificado. Pero su voz -vigorosa, emotiva, hirviente- era sencilla, casi masculina, el sonido del crepúsculo. Podía pasar del suspiro más íntimo y femenino, como si no hubiera nadie más en la sala, a un grito severo y apasionado en el que la indignación, el dolor y la furia más justificados se destapaban para que todos los oyeran. Se transformó en un espejo de los cambios en la vida afroamericana desde el principio hasta el final de los sesenta.
“La gente se siente atraída por ella ahora porque estaba adelantada a su época”, dice Giddens (quien, extrañamente, cumple años el mismo día que Simone). “Ella abrió un camino. Se presentaba como una mujer negra y hablaba de cosas relacionadas con mujeres negras, antes de Beyoncé. La penalizaron por ello de varias maneras, pero como una mujer de color, yo la miro a ella y digo: ‘No tengo excusas para no hacer exactamente lo que quiera hacer’.”