Cómo es “The Car”, el disco con el que Arctic Monkeys regresará a Buenos Aires la semana próxima
La banda liderada por Alex Turner intensifica el cambio de rumbo que comenzó con su álbum anterior, Tranquility Base Hotel + Casino y se muestra a años luz del rock de guitarras
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Artista: Arctic Monkeys. Álbum: The Car. Canciones: “There’d Better Be a Mirrorball”, “I Ain’t Quite Where I Think I Am”, “Sculptures of Anything Goes”, “Jet Skis on the Moat”, “Body Paint”, “The Car”, “Big Ideas”, “Hello You”, “Mr Schwartz”, “Perfect Sense”. Sello: Domino Records. Nuestra calificación: muy bueno.
Para Arctic Monkeys, la publicación de su sexto disco significó un antes y un después, un quiebre inesperado y entendido como un volantazo radical para no caer en lo seguro. Después de atizar la euforia guitarrera a lo largo de cinco álbumes (con AM convertido en su punto máximo de popularidad), la banda liderada por Alex Turner decidió llevar las cosas bastante lejos en 2018 cuando encaró la creación de Tranquility Base Hotel + Casino, su sexto trabajo, en el que el nervio rockero brilla por su ausencia y donde el piano eléctrico es el timonel de un disco en el que el lounge y el easy listening se convirtieron en denominadores comunes. Y así como el cambio sorprendió al momento de su publicación, también hizo pensar que se trataba de un breve impasse, a juzgar por su presentación en Lollapalooza 2019, con mayoría de canciones de sus primeros discos al calor del Overdrive. Tres años después, un nuevo disco parece demostrar que no se trataba de una etapa fugaz, sino del comienzo de un nuevo recorrido.
Publicado menos de un mes antes de que Arctic Monkeys cierre la segunda noche de la edición local de Primavera Sound, The Car potencia la fórmula de su predecesor. A los aires de pop barroco del álbum anterior, ahora la banda de Sheffield sumó a cuentagotas elementos de soul, electrónica vintage, bossa nova, jazz y atmósferas cinematográficas. Y así como Turner abría el disco anterior diciendo “Yo solo quería ser uno de los Strokes, ahora mirá el lío que me hiciste hacer”, para justificar el cambio de piel, ahora buscratificar haberse mantenido en el mismo rumbo. “Sé que prometí que esto es lo que no haría, pero de algún modo, el tonto romántico parece adaptarse mejor a este estado de ánimo”, explica el vocalista en “There’d Better Be a Mirrorball”, una balada en la que parece estar pidiendo un último baile juntos antes de que la relación se disuelva en el viento, mientras la batería se acomoda en movimientos mínimos y las cuerdas ganan protagonismo a medida que la canción avanza.
Con economía de notas, la guitarra asoma con timidez en “I Ain’t Quite Where I Think I Am”, que suena como si el David Bowie de Young Americans hubiera desarrollado una adicción a los opiáceos en vez de a la cocaína. Poco después, en “Sculptures of Anything Goes”, Turner parece todavía seguir sufriendo las criticas de quienes no disfrutaron del cambio de rumbo de Arctic Monkeys. Entre sintetizadores retrofuturistas tocados en cámara lenta como salidos de una película espacial, el vocalista parece sangrar por la herida: “Pinchando tu burbuja de relacionabilidad con tu horrible sonido nuevo. Amor, esos mensajes ambiguos no son lo que solían ser cuando los decías en voz alta”.
Después de “Jet Skis on the Moat” y “Body Paint”, dos canciones de alma lounge que podrían haber sido cantadas por el Jarvis Cocker más dramático, la guitarra tiene su primer momento protagónico pasada la primera mitad del disco. “The Car” es la sexta canción del álbum, y también la que le da nombre, que empieza con un arpegio acústico en un clima que crece de a poco hasta desembocar en un solo de eléctrica plagado de fuzz y ruido, pero con el volumen lo suficientemente controlado como para no alterar el clima general de madrugada. Poco después, “Big Ideas” se presenta como un balance entre los dos climas del disco, con otra balada en la que los teclados ofician de guía de una batería y un bajo mínimos arropados por las cuerdas, hasta que una guitarra eléctrica asoma al final pidiendo su minuto de protagonismo.
Después de mantenerse casi inalterable durante gran parte de su recorrido, The Car cobra vuelo en su último tramo. “Hello You” es casi un funk en cámara lenta, donde el ritmo genera magnetismo pero se sucede a pasos aletargados. “Mr Schwartz”, en cambio, comienza como un folk ejecutado en las penumbras que de a poco se incorpora sobre un andamiaje jazzero, sin que se perciba la transición de un clima a otro. Y así hasta que “Perfect Sense” guía el disco hacia la salida, una coda cinematográfica que parece estar hecha para ese momento en que dan luz de sala mientras ruedan los créditos. Parece también una canción construida a medida para el cierre de sus presentaciones en vivo, si es que esta vez esta nueva faceta le gana a su legado guitarrero. Y de ser así, ante la queja siempre quedan los discos.
Rusherking llega al Movistar Arena
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Catupecu Machu sigue agregando shows
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Piano Bar: tributo a Charly García en el Gran Rex
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