Cómo es Espejismos, el nuevo disco de Skay Beilinson
Skay rompe un silencio discográfico de cuatro años con esta nueva obra de corte autobiográfico y sonido clásico
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Artista: Skay y los Fakires. Álbum: Espejismos. Canciones: “La trama invisible”, “Carrousel”, “Un fugaz resplandor”, “Palomas y escaleras”, “Inventario”, “El candor de las bestias”, “Otras puertas, otros mundos”, “Yo soy la máquina”, “Olas”, “¡Corre, corre, corre!”. Sello: Ultrapop. Nuestra opinión: muy bueno.
Algo en la forma de tocar y cantar de Skay Beilinson transmite tensión. Hay pocas excepciones en su carrera como solista, siendo “Oda a la sin nombre” la más notable de ellas. Ese transcurrir amable de su primer hit es un descanso en una obra que parece compuesta e interpretada para que quien la escuche, esté donde esté, se teletransporte a una habitación vaporosa con las persianas bajas, mordiendo fuerte, en estado paranoide por privación de sueño. Lo cual -a no equivocarse- es una virtud: para hacer aflorar un ánimo tan potente con un chillido agudo y un riff escueto hay que ser un artista. Por eso se celebra que en Espejismos, su primer disco desde En el corazón del laberinto, de 2019, haya abrazado fuerte ese espíritu inquietante que tan fácil le brota: nunca viene mal que el rock aporte otra banda de sonido en épocas de hornos que no aceptan más bollos.
Como pasaba con Los Redondos, hay un regusto blusero en mucho de lo que Skay toca (porque el ADN no se puede negar), y de alguna manera logra que oscuridad y épica de masas convivan más o menos en paz dentro de una misma canción. Con su exbanda tampoco le escapaba a esta contradicción: hacía (y ahora hace) un post-punk filoso y opresivo que se las arregla para terminar coreado a los gritos por multitudes. Cuando orilla más el estilo clásico (en el solo de “Carrousel”, por ejemplo, que es rocanrol bastante ortodoxo) lo hace con soltura, pero en general usa la guitarra para cortar y subrayar el nervio. Lo que se genera, entonces, es un clima agobiante y a la vez movilizador: algo así como Jack Nicholson respondiendo al encierro de la peor manera en El resplandor.
En ese contexto sonoro, el Flaco cuenta historias, reflexiona sobre estos tiempos enfermos y se pone autobiográfico. Habría que ver cuántas de las vivencias de “Inventario” le corresponden (el cielo del desierto de Atacama en la piel, un rezo en Estambul en los oídos, un boleto de tren y una herida de París...) pero puede adivinarse ahí una mirada al pasado personal, en contraposición con algún repaso al presente colectivo: por ejemplo, “El candor de las bestias” nos da una lista de instrucciones para sobrevivir (ser brutal, convertirte en una fiera, ser un impostor) y “Yo soy la máquina” usa la misma figura que Tom Morello y Pink Floyd para caracterizar al enemigo que todo lo sabe y todo lo ve.
Hablando de Floyd, es clara la referencia al grupo de Roger Waters y David Gilmour en “Olas”, con sus punteos elásticos, su atmósfera etérea y su letra zen sobre agua que viene y va. Igualmente dura poco la contemplación: “¡Corre, corre, corre!” le devuelve el vértigo al tracklist con un fraseo que parece hacerle caso a su propio título mientras cumple con la cuota de orientalidad que tampoco falta en ningún disco del ex Redondo.
La distopía en la que vivimos no es el único abordaje del presente: “La trama invisible” pone el foco en las circunstancias en las que se descompone cada instante (otra postura cercana a las filosofías hinduístas y budistas) y “Palomas y escaleras” intenta mostrar cómo los seres vivos necesitan un sacudón de tanto en tanto para recordar cuán libres pueden ser. Toda esa carga coexiste en Espejismos: la esencia del hombre, un riff irritable, un libro inconseguible, la asfixia cotidiana, el apuro y la irritación de la vida cotidiana traducido a música. Es una obra compleja pero no críptica, sí cerebral porque haber sido ensamblada a conciencia pero no por eso menos física. Invita a meditar y a transpirar en medio de un mar humano. Hay presión, hay miedo y hay baile. Mucho más no se le puede pedir al rock.
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