Cómo convertir un experimento de laboratorio en una ópera "sónica"
Alguien debió meterse en una bañera llena de agua, hasta su borde, para hacerla rebalsar y darse cuenta de que estaba allí, desnudo e inmerso en uno de los más importantes principios de la física. Alguien debió haber pasado por la puerta de la fundación Juan March de Madrid y cantado o pegado un grito frente a la escultura de Eusebio Sempere "Organo" (1977) –se llama así porque son una serie de tubos metálicos dispuestos de manera semejante a los de los órganos que se ven en algunas iglesias—para entender que estaba frente al descubrimiento de una especie de un metainstrumento musical. Siempre hay una chispa primera en un hallazgo. Luego hay que ver qué se hace con ella. Se la apaga con el pie; se la usa para provocar un incendio; se la emplea para calentar o cocinar.
Ya bautizada como Cristal Sónico, en la Universidad de Quilmes la utilizaron primero como herramienta de laboratorio y luego como elemento artístico. Todo empezó cuando el compositor Oscar Edelstein y el físico y director del Laboratorio de Acústica y Percepción Sonora de la UNQ Manuel Eguía decidieron volcar la experiencia de laboratorio en una obra artística. Así, con la construcción de un cristal sónico más funcional a este proyecto y la creación de la Sala Cristal Sónico como espacio total de trabajo (es decir que todo el espacio termina siendo el instrumento y el lugar donde conviven por un rato público, músicos y actores) Edelstein compuso la ópera de cámara Viaje a la Catedral de Santa Mónica de los Venados. Antes de entrar en el detalle de la obra conviene aclarar que la palabra cristal está trasladada de la física. Por lo tanto no se trata de un señor que pasa el dedo por el borde de unas finas copas con diferente cantidad de agua para hacerlas sonar sino de la acepción que el lenguaje académico le da al término cristal: "Sólido cuyos átomos y moléculas están regular y repetidamente distribuidos en el espacio". En este caso el cristal pueden ser unas tiras de policloruro de vinilo de forma similar a la de una cortina vertical para oficinas.
Franqueado por varios de esos paneles y con músicos que tocan detrás, el público queda en el centro de la sala para asistir a una especie de varieté de artistas en distintas "casas de acción". La primera se denomina "Muñecas ciegas". Así comienza la primera parte de ese viaje a la ciudad inventada por el cubano Alejo Carpentier, hace más de medio siglo. En la historia de Carpentier, que es la del libro Los pasos perdidos, también hay un viaje. En este caso se trata de un correlato porque la búsqueda del protagonista de los instrumentos más antiguos del mundo tiene un paralelo en el descubrimiento de "una nueva rueda", para Edelstein, que es la Sala Cristal Sónico. Un nuevo instrumento. Sin mediar dispositivos electrónicos ni digitales, los movimientos de los paneles del rack acústico modifican el sonido que sale de los instrumentos tradicionales, como el contrabajo, el saxo, el piano o la batería. La partitura es, de algún modo, una pieza lúdica que trabaja a partir de las posibilidades que ofrece el mecanismo. Edelstein aclara de entrada que se trata de un primer paso.
En un viaje del pasado al presente, si se trasladara el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales del Instituto Torcuato Di Tella (CLAEM), fundado en 1961, a nuestros días seguramente estaría plantado en la Universidad de Quilmes. Y aquella menesunda de Marta Minujín con sus estímulos sensoriales hoy se llamaría (y se llaman) teatro acústico, dentro del auditorio Nicolás Casullo. Por eso la obra tenía destino unívoco de música escénica: Es teatro acústico. Los paneles se mueven, los actores caminan entre el público, la música se expande en diversas direcciones, la historia avanza con su peregrinaje.
"En «Los pasos perdidos», Alejo Carpentier, representa un viaje al origen de la música; yo tomé esta nueva rueda, que son los cristales sónicos, como un viaje a un nuevo origen de lo acústico", dice Oscar Edelstein, que, encariñado con el espacio, parece ver en el Auditorio de la Universidad de Quilmes a una especie de Bayreuth íntimo. Cree, palabras más, palabras menos, que con el cristal sónico se hace camino al andar: "Descubrimos un nuevo tipo de rueda y, para ser franco, a medida que la vayamos utilizando haremos un uso cada vez más apropiado. Es un instrumento al que estamos conociendo. El trabajo que venimos haciendo con Manuel lleva mucho tiempo. La decisión de volver a lo acústico fue lo más importante. Va a traer muchísimas consecuencias".
Por cómo fue planteado el proyecto la vedette es la estructura de paneles "Quisimos hacerlo acá porque es donde se gestó y porque es una apuesta fuerte que está haciendo la universidad, pero es absolutamente transportable", aclara Eguía.
Todo esto pudo haber seguido su curso dentro del laboratorio, pero que se transforme en un hecho artístico expande sus límites. "Porque apelamos al aspecto racional del público. Una forma de transferir los conocimientos. Una actividad artística también es transmisión de conocimiento. Algo atractivo que apela a una nueva forma de escucha. Ustedes no van a ser espectadores sino exploradores cuando lo vean. La invitación para dejar la situación pasiva está muy en línea con nuestra idea de transmisión de conocimiento. Podríamos hacerlo de otra manera, pero al no apelar a la emoción no estaríamos perdiendo de gran parte".
Los últimos viernes y sábado se vieron las primeras cuatro funciones de estreno. Los próximos viernes y sábados serán las últimas funciones, cada día a las 19.30 y 20.30.
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